Una amiga me pasa una historia sobre una joven cuya historia merece ser contada. Bastaron dos detalles para que dijera que sí inmediatamente: la solicitante nunca pide nada y la historia de la muchacha.
Inmediatamente me pongo en contacto con Agustina Di Masi, Whatsapp mediante, como hacemos todos por estos días, con uno de esos interminables audios que yo mismo enviaría al archivo sin siquiera oírlos.
Agustina contesta por escrito. Mando otro audio –ya me siento mi madre– y ella vuelve a contestar por escrito. Y no es un detalle menor. Dos días después estaba en Hurlingham, con Agustina abriéndome la puerta de su hogar e invitándome a pasar una tarde de esas que alguien dedicado a otro tipo de periodismo no olvidará.
Agustina es una chica de 22 años, tiene su grupo de amigos, va al gimnasio con el padre, estudia alemán y usa sus cuentas en Twitter, Facebook e Instagram. Adora el fútbol en general y a River en particular, compitió en natación para el club de sus amores hasta en la altura de Ecuador y puede analizar los pormenores de toda la campaña del Millonario. Flamante colega y de las que no se quedan quietas, a tal punto que, cuando era estudiante de periodismo, llegó a entrevistar a Alan Schlenker en la cárcel donde cumple su condena.
Tiene tatuado un perro en un brazo, una mascota que se le perdió y volvió al mes, y como toda chica gusta de salir a tomar cerveza en las mesitas callejeras de algún bar, esas mismas mesitas que se convierten en un problema cuando va apurada.
Y es que Agustina es ciega. "Y se dice ciega, no es 'no vidente'; el 'no' suena negativo".
Quienes no tenemos ninguna discapacidad más allá de las emocionales, más de una vez nos preguntamos cómo sería vivir sin poder oír, sin poder ver, o sin poder caminar.
En lo particular, me desesperaría y es eso mismo lo que lleva a tener miedo a preguntar. Por suerte, Agustina tiene la seguridad de quienes ya tuvieron que lidiar con idiotas culposos como su interlocutor: "Nací prematura con seis meses y una retinopatía del prematuro; me operaron con criocirugía en los dos ojos durante los tres meses que estuve en incubadora para tratar de salvar el resto de retina que me quedaba".
Y la incomodidad la siento venir de lejos y me sopapea con un veloz "ví hasta los cinco años".
O sea que recuerda cómo era el mundo.
Me quedo callado un instante mientras dudo en preguntarle qué tanto le habrá afectado el hecho de perder la visión después de tenerla. Por suerte comienza a enseñarme. "Muchísimo para bien: la perdí en el momento justo, porque era cuando estaba por empezar a escribir, la escuela, y comencé todo en Braille. No me generó un gran cambio".
Ahorrándome el incordio de hacer otra pregunta, la profesora Di Masi relata la noche que quedó a oscuras definitivamente.
"No tenía el cien por ciento de la vista, pero fue muy chocante el momento: una madrugada del mundial Corea-Japón cuando me desperté para ver a la selección Argentina con mi viejo y al levantarme no veía nada, comencé a chocar con todo, y fue horrible".
Es lo único que Agustina recuerda de aquella jornada en medio de un mundial olvidable: "despertar y dármela con todo".
Comenzó en una escuela especial el primer grado de la educación primaria para aprender el lenguaje Braille. Para segundo grado ingresó a una escuela convencional con una maestra integradora que frecuentaba una vez por semana para transcribir, tarea en la cual también colaboraba la madre de Agustina. Dos veces a la semana se dirigía a la escuela especial para aprender orientación y movilidad y ya en la secundaria la tecnología le facilitó la vida: bastaba un traductor y listo.
Y todo mientras practicaba natación de alto rendimiento en River, competencias internacionales incluidas, antes de abandonarla por el estudio.
Dice que nunca sintió discriminación por su discapacidad: "Me cuestionaron por ser mujer en un simposio de fútbol, pero no por ser ciega".
Verla utilizar el celular es algo que impresiona. La velocidad con la que puede leer un mensaje, contestarlo, enviar información, deja a cualquier tecnófilo pedaleando en el aire. Y es ahí don de entra su nueva meta: la velocidad. La facilidad para poder movilizarse en la vía pública con la ayuda de un bastón es notable en cualquier persona ciega, pero ello no quita una lentitud evidente frente al resto de los mortales y un verdadero peligro. Y aquí la tecnología que puede ayudarla se convierte en un compañero peludo y de cuatro patas.
"Con un lazarillo puedo cruzar una calle sola", cuenta Agustina y, con el humor que la característica aclara que "con el bastón también se puede cruzar sola, pero no es lo más recomendable del mundo. Un perro guía convierte la noche en día".
La técnica más segura es la que sabemos: esperar en una esquina a que alguien la vea y le ofrezca a cruzarla. "Y que respete el lugar a donde querés que te cruce", añade Agus en alusión a quienes creen interpretar que en realidad desean ir hacia otra esquina y, con las ganas de ayudarlos, terminan por desorientar. "Las mesas y las sillas de los bares, ahora con las cervecerías que están híper de moda, también complica caminar sola por las calles", finaliza nuestra flamante colega del oficio periodístico.
Pienso en los cinco minutos que habitualmente demoro en caminar por Santa Fe desde Pueyrredón hasta Callao, cuando esquivo cinco florerías, otros cinco kioscos de diarios, seis bares y/o restaurantes con mesas en veredas eternamente en reparación, cruces peatonales que no siempre están en las esquinas, andamios varios y una marea humana poco adepta a la circulación en línea recta. Me angustia pensar un día de ese tránsito sin poder ver y dependiendo de un mundo con la mirada puesta en los celulares, sin identificar a quien tiene al lado. Ni puedo dimensionar un "todos los días así".
¿Pensaron alguna vez por qué todos sabemos qué es un perro lazarillo pero rara vez vimos uno en la calle? Hay poco, poquísimos. Existe una escuela pionera en Minnesota, Estados Unidos. Desde allí se entregaban perros a todo el mundo de forma gratuita y de por vida. Sólo había que costear los pasajes: la estadía estaba incluida ya que era dentro de la propia escuela y por razones técnicas que incluyen treinta días de convivencia y test psicológicos, tanto para el humano como para el can.
Agustina aspiraba a esa posibilidad que habría alcanzado al cumplir los 18 años, pero una norma interna de aquella escuela publicada dos años antes de esa ansiada mayoría de edad truncó el sueño: sólo le darían perros a las personas que ya hayan tenido un perro de esa escuela. Colapsaron y eligieron.
Estados Unidos no es el único destino, ya que existen escuelas de perros guía en España —sólo para españoles—, en México, en Colombia y en Uruguay.
Sin embargo, hace unos años comenzó a funcionar una escuela en Quilmes, Argentina, que a la fecha lleva entregados 5 perros.
"Yo ya estoy para recibir uno", se entusiasma Agustina y agrega que lo señará a fines de abril. ¿Por qué no lo compra del todo? Hay 10 mil razones que explican esa imposibilidad. Y cada una de esas razones es de color verde.
Carlos Botindari es el director de relaciones institucionales de la Escuela de Perros Guías Argentinos (EPGA), una institución liderada por el Club de Leones de la Colonia Quilmes Oeste, donde se crían, seleccionan y adiestran perros para ser entregados a personas ciegas como lazarillos.
La Escuela surgió como idea en los talleres para ciegos y disminuidos visuales que funcionan en el Club de Leones y se consolidó a partir de 2010, cuando "ya no se podían traer de Estados Unidos". No están subsidiados ni hay aportes de grandes empresas ni particulares para la escuela. De hecho, los aportes que se buscan es para los aspirantes a poseer uno de los Golden Retriever entrenados para guiar personas.
"Los recursos económicos se obtienen de los miembros del club y de aportantes privados, sean empresas o personas, que aportan para ser padrinos de un perro guía", explica Botindari y aclara que, "además se realizan constantemente eventos de recaudación".
Ahora ¿por qué diez mil dólares? "Los perros son provenientes de lineas de sangre de trabajo con certificación internacional", cuenta Botindari y agrega con un orgullo que trasciende la pantalla que la escuela ya cuenta con su "propia linea de sangre: la EW (EPGA/Wrangler)".
Los perros son sometidos a una serie de test a partir de la séptima semana de nacidos para ver si su temperamento es apto para el entrenamiento. Al año se repiten los exámenes con protocolos propios y los de la Federación Internacional para saber si cada cachorro continúa con su entrenamiento.
El trabajo realizado en Quilmes es tan loable que en pocos años lograron entrenar y entregar un perro que no sólo guía a un chico ciego, sino que además está especialmente preparado para su autismo, un caso de perro guía que sólo tiene dos antecedentes en el mundo: Japón y Alemania.
Cualquier persona ciega puede aspirar a un lazarillo de la Escuela Argentina, siempre y cuando haya realizado el curso de orientación y movilidad, cuente con certificado de discapacidad, y otro certificado psicofísico donde se acredite que además no posee otra discapacidad que le impida manejar un perro. A través de los Clubes de Leones, estos se comunican con la Escuela y se inicia el proceso de adjudicación.
Una vez que la persona recibe la fecha de entrega de su perro guía, debe alojarse en las instalaciones de la Escuela durante 30 días –pensión completa incluida– para realizar el curso de adaptación y aprender a manejarse con su perro.
Y por si faltaba algo para dimensionar el costo, cabe aclarar algo: cuando el perro es retirado o jubilado –lamentablemente para todos los que amamos a los bichos, no son eternos–, hay dos posibilidades: que se quede con su usuario en descanso absoluto mientras convive con el nuevo perro guía, o vuelve a la escuela, ya que no todos pueden mantener dos perros.
Pero todo tiene un final feliz: quienes regresan son asignados como perros de compañía de personas adultas mayores. Sin embargo, es tan reciente la Escuela que aún ningún perro entró en edad de jubilación. Cuando ello sucede, el usuario recibe un nuevo perro entrenado totalmente gratis. Y este proceso se repetirá a lo largo de toda la vida de un usuario.
Todos pueden adquirir un perro guía, pero siempre que puedan cubrir su costo. Sin embargo, no todos se encuentran en condiciones de pagar 10 mil dólares. Y es por ello que se buscan donaciones, compromisos de grandes empresas que patrocinan a perros y cuyas marcas pueden aparecer –o no, depende del deseo– en la página de la Escuela o al momento en que se le entrega determinado perro a un usuario, como fue el caso de un muchacho vendedor de garrapiñadas que difícilmente hubiera podido juntar 10 mil dólares: la solidaridad lo hizo por él.
Pero en tiempos de crisis la solidaridad vale doble. "Está siendo bastante complicado", me cuenta Agustina que ya abrió una cuenta para recibir donaciones que la ayuden a cambiar su vida para siempre.
Una vez que pueda cubrir el resto del dinero, presentará el listado de aportantes a la Escuela para que figuren como padrinos.
Mientras espera su oportunidad, Agustina me explica cómo hace para ver los partidos de fútbol y nuevamente la tecnología hace su aparición. La tecnología de principios del siglo XX: "Por radio, con el mejor, que es Leo Gentili y te describe exactamente todo, sin dejar detalle al azar, incluso el entorno, hasta lo que ve en las tribunas".
El fanatismo de Agus por el fútbol, las ganas de comenzar a trabajar y una energía arrolladora están ahí, a la espera de que en el país en el que alguien mire para el costado y dé una mano.
Si tenés ganas y posibilidades para cambiarle la vida a alguien, estos datos te vendrán bien:
Di Masi, Agustina- DNI 40305295
Banco Santander Río- Cuenta 375201/4
Sucursal 0091, Hurlingham
CBU: 0720091588000037520140
Y si lee esto para cuando Agustina ya llegó a su perro, en la Escuela Argentina de Perros Guía habrá siempre otro caso esperando una mano.
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