Un drone hace maniobras de último momento para esquivar una torre de algodones de azúcar y aterriza en el rincón de asfalto que logra encontrar disponible. Es una de las manera de medir lo ocupada que está la avenida Corrientes este sábado. Otra: antes de que se cumplan las primeras dos horas de las siete que dura la reinauguración de este centro neurálgico de la Ciudad, los organizadores estiman que hay unas 180 mil personas. Van y vienen entre Callao y el Obelisco: por los carriles exclusivos para colectivos y taxis y por los que fueron peatonalizados para ser caminados cada tarde-noche porteña desde las 19.
Lo primero que les pasa a quienes se acercan a la convocatoria es algo parecido al suspiro que viene después de que la respiración se corte unos segundos. Es que en algún momento del primer paneo que hacen con los ojos encuentra las sogas tensas que, a la altura de las terrazas de los edificios, cruzan la avenida Corrientes. Sobre las sogas, acróbatas. Van de la mano par a la impar en plena caminata equilibrista. Después del suspiro, mucho zoom en la cámara del celular y alguna advertencia a quien todavía no haya notado la proeza. Algunos acompañan la admiración con con la boca abierta, otros levantan tanto la cabeza que coquetean con la torticolis.
Lo segundo que les pasa a los que llegan a la avenida es que quieren una foto -a veces selfie, a veces se turnan entre familiares o amigos para sacarse unos a otros, a veces apelan a un perfecto desconocido- en la que se vea el Obelisco de fondo, con el mapping encendido, a veces teñido de estrellas, a veces con fotos de la Ciudad, a veces con la leyenda que dice "Vivamos la nueva calle Corrientes". Los más audaces se suben a los pilotes que se instalaron en el boulevard que ahora atraviesa a la avenida: la altura les permite destacarse entre la muchedumbre.
"Se parece a pasear por la peatonal cuando estamos de vacaciones", le dice una mujer a su marido.
Cerca, un señor que ya pasó los setenta le comenta a un amigo: "Es infernal la cantidad de gente que hay". La fila que hay en alguna de las pizzerías de Corrientes, las filas que se arman en cada uno de los monitores interactivos en los que hay que jugar para ganar entradas o descuentos para ir al teatro esta misma noche, el zigzag que hay que hacer entre cientos de personas para acercarse un poco a la escalera que, con la avenida 9 de Julio detrás, sirve de escenario para un fragmento de teatro de revista protagonizado por Valeria Archimó y Carmen Barbieri le dan la razón al señor.
No es una noche común sobre la calle Corrientes: todo lo que habitualmente pasa dentro de sus teatros y confiterías este sábado salió a la calle. Bailan tango en el hall callejero del teatro Lola Membrives. Del enorme hall del teatro San Martín salen, tomados de la mano, decenas de bailarines y algunos percusionistas que encaran la avenida y exportan todo el ritmo que llevan encima allí donde los peatones circulan. A la altura de La Giralda, sobre mesas de las que se arman con caballetes, una decena de nenas y nenes decoran galletitas con chocolate blanco y negro. Los adultos preparan pizzetas. Todos siguen las instrucciones de distintos cocineros: uno de ellos les recuerda que "Corrientes es la calle que nunca duerme".
Por la calle desfilan actores y actrices con trajes victorianos, una banda en la que abundan los vientos que a veces suena a cumbia y a veces a una fiesta balcánica, grupos de bailarines que se vistieron con colores estridentes para la ocasión y que, llevándolos de la mano, convierten a los espectadores en protagonistas del centro de la ronda. Frenan cuando algo les llama la atención: a veces es alguna reforma estructural de la avenida – "mirá, le hicieron badenes", le dice una mujer a su amiga-, a veces es caminar cerca de los productores Adrián Suar o de Carlos Rottemberg, o de algunos de los funcionarios porteños que andan por la avenida apenas empezado el evento, entre los que se cuentan Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli y Enrique Avogadro. A veces, lo que les frena el paso es escuchar a la orquesta académica del Teatro Colón o presenciar la entrevista pública que José María Muscari le hace a Miguel Ángel Rodríguez, y a los más chicos, sentarse en una mesa en el medio de la calle – "¿me puedo sentar acá o pasan autos?", pregunta un nene- a diseñar con papel glacé y brillantina un antifaz teatral que no se sacarán hasta que termine la noche.
A las dos amigas que caminan desde que salieron del subte en Corrientes y Callao las frena el instante en el que Nacha Guevara sube al escenario callejero en plena avenida y, un, dos, tres, canta: "Yo extraño mi ciudad, las luces de mi ciudad, su brillo, su resplandor". Frenan lo más cerca que pueden de la actriz y cantante, y como si fuera un rayo, la letra entera de la canción les viene a la cabeza y la gritan. Dicen: "Es tan lindo San Francisco, pero extraño el Obelisco" y "en París hay lindos puentes, pero no es calle Corrientes". Una le pasa la mano sobre el hombro a la otra, la abraza, sonríe. Cantan juntas. Alrededor de ellas, algunos miles cantan, otros miles graban el escenario. Al fondo se asoma el Obelisco del que habla Nacha, y al que se llega por esta calle en la que no entra ni un alfiler.