Mayo de 1989 fue un mes de furia. Quizá como tantas otras veces en Argentina. Pero cada vez parece la única: en ese mes, la inflación fue de 78,4% y el INDEC la dio a conocer en los primeros días de junio. Además, en mayo, el dólar trepó 150%. Por entonces, en estas latitudes la moneda de curso legal era el Austral.
Pequeño detalle: el domingo 14 de mayo, Carlos Menem había sacado un contundente 47,5% de votos y superaba por más de 10 puntos al cordobés Eduardo Angeloz, un radical que no tenía piel con Raúl Alfonsín.
No era para menos: en 1976 Angeloz había aceptado sin vacilar un puesto en la OEA ofrecido por el dictador Jorge Rafael Videla. Era un candidato desangelado, por decirlo en forma generosa, y el radicalismo no tenía fuerza para otro mandato. En cambio, el riojano Menem se había comido 5 años preso, desde el mismo 24 de marzo de 1976. El peronismo había encontrado una vía para zanjar sus duras luchas intestinas: 10 meses antes hicieron una interna abierta donde votaron algo más de un millón y medio de afiliados peronistas en todo el país. Menem le había ganado a Antonio Cafiero en 18 provincias, incluso la de Buenos Aires, donde gobernaba el propio Cafiero.
Alfonsín, en medio de la híper, el dólar imparable, la cesación de pagos de la Argentina, los 13 paros generales durante sus casi 6 años de mandato, su pelea con la Sociedad Rural del año anterior y tantas cosas más, enfrentaba su sexto año de mandato con una fragilidad aguda.
Menem, en cambio, venía de una experiencia única: el peronismo perdedor de 1983 dirimía en las urnas quién conducía. Con un añadido importante, Antonio Cafiero estaba comprometido en serio con esa frase que los políticos suelen decir un día para olvidarla al siguiente: "El que gana conduce y el que pierde acompaña". Cafiero perdió y acompañó junto al resto de los renovadores.
Es la economía, hermano
El Plan Austral se puso en marcha en junio de 1985. Alfonsín le dio salida a Bernardo Grinspun, su primer ministro de Economía, porque vio que su propio partido y buena parte de su gabinete no estaban dispuestos a la pulseada para no pagar parte de la deuda externa ilegítima y preferían un statu quo con los llamados "capitanes de la industria", básicamente los grupos económicos tradicionales y algunos nuevos consolidados durante los años de la dictadura.
Así fue que, a tres años exactos de la derrota de Malvinas, Juan Sourrouille -flamante ministro de Economía- lanzó una nueva moneda. En efecto, el 14 de junio de 1985, la moneda de curso legal no era el Peso sino el Austral.
El Austral fue otra de las tantas desmesuras argentinas: hasta que estuvieran impresos los nuevos billetes, se usaban los antiguos, solo que había que quitarle tres ceros. Sí, lo que alguna vez se imprimió por valor de mil desde ese día valía uno.
Los laberintos argentinos permitían por entonces congelar las tarifas de los servicios públicos, elevar los salarios, controlar los precios y algunas otras piruetas de modo tal que, por un tiempo, el austral funcionó. Sin embargo, tres años después la economía explotaba.
Sourrouille lanzó otro plan, el Primavera, aunque el nombre sonaba demasiado bucólico para dar cuenta de lo que pasaba. La deuda externa había crecido de modo exponencial durante la dictadura (de 7.900 millones de dólares a 45 mil millones) y durante los años de Alfonsín creció un 40%. Lo suficiente como para que en 1988 el FMI y los acreedores privados no cobraran ni capital ni el total de intereses. Inflación, subsidios a las empresas, déficit fiscal, desbalance comercial, caída del salario.
De primaveral, nada
El país tenía que establecer la fecha de elecciones. Era, por entonces, por sistema indirecto, con Colegio Electoral. Lo inamovible era la entrega del poder: debía ser el 10 de diciembre. La cuenta regresiva de Sourrouille no era muy optimista. Le dijo a Alfonsín que podía aguantar hasta mediados de mayo. Después -como dice Virgilio Espósito en Naranjo en flor– qué importa del después.
Cuando terminaba el verano del 89 y Menem estaba lanzado a la Casa Rosada, Alfonsín llamó a Juan Carlos Pugliese, un radical histórico, cuya retórica no fue eficaz a la hora de pedirles un esfuerzo patriótico a los empresarios. "Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo", dijo y la frase no se viralizó porque entonces no había redes sociales.
Pugliese no logró calmar la tormenta. O la sequía, porque escaseaban las lluvias y por entonces el caudal de los ríos no alcanzaban para la generación eléctrica necesaria. Con cortes programados, poca plata en la calle y los acreedores apretando al gobierno, Pugliese declinó. No había llegado a cumplir dos meses al frente del Palacio de Hacienda. En el medio, Menem había sido elegido presidente.
-Gallego, sos el último que me queda –le dijo el 24 de mayo Alfonsín al economista y dirigente de la Junta Coordinadora de la Capital, Jesús Rodríguez.
Y Jesús cargó con la cruz hasta la entrega del poder el 8 de julio. Pero, claro, Menem ya había sido electo presidente 10 días antes.
La silla vacía
La periodista Clara Mariño -responsable histórica de Tiempo Nuevo, el programa de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona– recordó para Infobae las dos emisiones que batieron récord de audiencia en el prime time de Canal 13.
-A Bernardo le gustaban mucho los debates. Había quedado fascinado por el que habían protagonizado Vicente Saadi –senador peronista- y Dante Caputo –canciller de Alfonsín- en 1984 por el diferendo del Beagle con Chile –dice Mariño.
Dado que era el primer traspaso de un presidente electo a otro que iba a ser elegido en unos días, Neustadt le dijo a Mariño que pusiera manos a la obra.
-Yo hice las invitaciones mucho antes. La gente de prensa de Angeloz contestó enseguida que tenía el sí del candidato radical. En cambio, desde el entorno de Menem las respuestas eran sinuosas. Resultaba desgastante, porque las elecciones eran el domingo 14 y el programa era el martes 9. Cuando se acercaba la fecha, alguien del entorno de Menem llamó: "Dígale a Bernardo va a ir… la semana siguiente como presidente electo".
Neustadt, con mucho oficio, tomó una decisión: "Que venga Angeloz y dejamos una silla vacía".
Aquel martes, cuando faltaban 5 días para las elecciones en un país sin ballotage, cuando terminó la cortina de Tiempo Nuevo –Fuga y Misterio, de Astor Piazzola- Angeloz estaba sentado y la cámara lo mostraba con una sonrisa tensa y el nudo corazón de su corbata oscura apretado al cuello de su camisa impecable. Al lado, una silla vacía.
-Efectivamente –continúa Mariño- al programa siguiente vino Menem como presidente electo. Fue un reportaje que asombró: apertura al mundo, a las inversiones…, muy impactante. Incluso Bernardo quedó sorprendido.
Fue un punto de partida. Era un nuevo Menem.
-¿Cuál de los dos programas tuvo más rating?
-Los dos tuvieron altísima audiencia –contesta Mariño.
Salariazo, revolución productiva y Consenso de Washington
Menem tenía el carisma suficiente y los equipos de la Fepac (Fundación de Estudios para una Argentina en Crecimiento, música para los oídos de los optimistas que nunca faltan) habían diseñado una campaña a la medida.
Quien conducía la Fepac era el geólogo santafesino Alberto Kohan, que formaba parte del círculo más estrecho de Menem desde los setentas. Recorridas por todo el país en contacto con los cientos de miles de peronistas de a pie que lo veneraban y dos propuestas que hacían innecesario un programa económico. Revolución productiva y salariazo. Dichas y repetidas durante los meses en un verano donde en los súper era preciso ser veloz: el precio que figuraba en góndola rara vez coincidía con el que tenía la cajera. Cuando un empleado cobraba el sueldo iba a una casa de cambio y veía cómo el peso se depreciaba cuando finalmente conseguía que sus australes se convirtieran en billetes verdes.
Martín Oyuela era uno de los responsables de la comunicación de Menem. Muy allegado a Kohan, había estado en el triunfo de Menem contra Cafiero. Fue consultado por Infobae sobre la transición.
-La Rioja había recibido fondos nacionales por la promoción industrial. Alfonsín tenía buena relación con Menem. Hubo una serie de viajes de (Rodolfo) Terragno a La Rioja para hablar de la transición –dice Oyuela.
Terragno había vivido años en Gran Bretaña. Dirigía la revista Cuestionario en la Argentina y el golpe de 1976 lo convirtió en exiliado tras haber publicado una circular reservada de la dictadura en la que le ponían los límites a lo que podía o no salir en los medios. Obviamente no debían aclararle que la circular debía mantenerla en reserva.
Esa valentía más su trayectoria hicieron que su libro La Argentina del siglo XXI –publicado en 1985- hicieran de Terragno una figura relevante por entonces. Tanto entre peronistas como radicales, Terragno era un hombre de consulta. En septiembre de 1987, Alfonsín lo integró al gabinete como ministro de Obras Públicas.
-Terragno se llevaba bien con Kohan y la relación la llevaba él. Hubo reuniones públicas y también algunas conversaciones privadas. La fecha de elecciones no resultaba un problema. El asunto es que tras el triunfo era demasiado el tiempo hasta el 10 de diciembre. Ahí fue que se hiló un compromiso –cuenta Oyuela.
El compromiso era que se adelantara la fecha de asunción de Menem y que la banda presidencial se la colocara el propio Alfonsín. Eso despejaría cualquier malentendido. Por su parte, los radicales se comprometían a votar las leyes que propusiera el Ejecutivo hasta que asumieran los nuevos diputados y senadores que sí lo harían el 10 de diciembre.
Respecto de si los empresarios mostraban preferencias por Menem o por Alfonsín, Oyuela sostiene que en contexto de crisis es difícil medir simpatías. Sin embargo pone un ejemplo.
-Gilberto Montagna era presidente de Terrabusi, una empresa alimenticia de primera línea que solía comer tallarines con Alfonsín. Cuando asumió Menem, recibió el apoyo del nuevo gobierno para ser presidente de la UIA –cuenta.
Respecto de la pobreza y los saqueos que se denunciaban por entonces, Oyuela no descarta que hubiera participación de punteros peronistas.
-El conurbano era peronista y forma parte de la mitología que cuando hay descontento y hambre algunos caudillos alientan o dejan hacer. No creo que para adelantar las elecciones al 8 de julio como se hizo finalmente hubiera surgido la idea de echar leña al fuego dentro del peronismo. Los radicales necesitaban irse y Menem no podía aguantar una transición larga en ese contexto –dice Oyuela.
Oscar Muiño, periodista y biógrafo de Alfonsín, confirma que Terragno era quien llevaba el vínculo con Menem. Habló con Infobae y resumió el día de la renuncia de Alfonsín, en línea con lo escrito en esa biografía.
"Alfonsín lo llama a Menem: Hola, Carlos. Ahí va Rodolfo para hablar con usted. Le pido que lo atienda. Cortó. Llegamos a La Rioja -cuenta Terragno-y vamos a la residencia del gobernador. Hablamos los dos solos. Vengo a avisarte que esta noche el presidente va a renunciar. ¡Esto es una cabronada! La primera vez que lo veía enojado. Yo no estoy preparado para asumir. Pero te la has pasado diciendo que estabas preparado y que esperabas un gesto. ¡Ah, y qué querés! ¿Qué dijera que no estaba preparado?
"Lo llama al hermano. Viene Eduardo. Insiste que no puede asumir. Yo le digo que asuma Eduardo como presidente provisional del Senado. Eduardo cara de póker y Carlos Menem que no, que eso no puede ser. Se fue Eduardo. Carlos dice que tiene audiencias en la casa de gobierno.
"Alfonsín me quería matar: No sea ingenuo, Rodolfo. Este hombre va a llamar a conferencia de prensa. Yo sentía que negociaba con un enemigo leal, con gente que practicaba algo así como l'omertà. Yo-dice Terragno-sentía una responsabilidad histórica. Estaban asaltando supermercados, había enfrentamientos.
"Menem citó a todo su gabinete. Menem me llama para que vaya a la casa de gobierno. Ya era de noche. Participo en la reunión de gabinete de Menem. Estaba Roig, que había sido designado ministro de Economía, que no abrió la boca. El que habló fue Cavallo, que propuso darle un mes a Menem. Me pareció razonable.
"Alfonsín me llama: Vuélvase. Ellos insistían en esperar hasta el 30 de julio, que era la fecha acordada. Voy al teléfono y logro hablar con Ideler Tonelli (ministro de Trabajo de Alfonsín). Le digo a Ideler que veo problemas muy serios. Y escucho del fondo la voz de Alfonsín: ¡Decile que venga inmediatamente! Agarró el teléfono Alfonsín, me dijo que a las nueve de la noche anunciaba la renuncia y me ordenó que volviera inmediatamente. Corto y le digo a Menem que la negociación ha terminado. Nos vamos al avión. Y yo escuché la renuncia de Alfonsín desde la cabina del Tango".
Era la noche del lunes 12 de junio. Alfonsín, por cadena nacional, anunciaba que entregaría el gobierno el viernes 30 de junio. Finalmente el traspaso de los atributos presidenciales se llevó a cabo el sábado 8 de julio.
El mundo, el famoso mundo
El verano austral de 1989 no podía desconocer lo que sucedía en el invierno del hemisferio norte. En efecto, los laboratorios del FMI, el Banco Mundial, la Comisión Trilateral y el Consejo de las Américas tenían una idea de lo que sucedía en el mundo bastante diferente al salariazo y la revolución productiva.
En efecto, para los allegados a David Rockefeller, Susan Segal y los principales banqueros públicos y privados, llegaba un momento de apretar clavijas: privatizar, achicar el Estado, reducir el déficit fiscal, en fin, recetas liberales en un año que, en pocos meses, asistiría a la implosión de Alemania Oriental y luego a un proceso de caos en los países cercanos a la Unión Soviética que terminó en 1991 con el fin de ese sistema político.
Ni la revolución productiva ni el salariazo estaban entre las simpatías de las imposiciones de ese capitalismo financiero. Mucha bibliografía –y las pruebas de dos mandatos de Menem- dan datos suficientes para constatar que un nuevo alineamiento a los organismos financieros internacionales ("las relaciones carnales" como las definió el canciller Guido Di Tella) no sería más que renovar viejos problemas.
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