Hace dos horas que tendría que haber aterrizado el avión que trae a su mamá desde Posadas. Como toros contra un lienzo rojo, decenas de personas turnan en desesperación y arremeten contra el mostrador de la aerolínea Austral. La pregunta se repite: ¿Qué pasó con el vuelo? La respuesta, también: no se sabe. Entre los adultos deambula una adolescente de 15 años. Lleva de su mano a su pequeña hermana, de 8. Es 10 de octubre de 1997 y, en el Aeroparque Jorge Newbery, Gisela y Yanina Farherr esperan por su mamá. Pero Estela Arrejoría, junto a 73 personas, falleció hace unas horas.
Esa noche el vuelo 2553 de Austral despegó de Misiones pasadas las 21. Una hora después, cuando sobrevolaba la localidad entrerriana de Gualeguaychú, perdió contacto con los radares. El avión cayó a 1000 kilómetros por hora. El fuselaje y los cuerpos se desperdigaron en un radio de 800 metros, sobre el fango de Nuevo Berlín, en medio de la nada, a 32 kilómetros de Fray Bentos, Uruguay.
Hoy, Gisela tiene 37 años y es mamá de tres chicos. 22 años después asiste al juicio por la mayor tragedia en la historia aeronáutica de nuestro país. Entre los 35 acusados de estrago doloso seguido de muerte que declaran desde hace una semana en Comodoro Py hay miembros de la Fuerza Aérea Argentina y ex directivos de la aerolínea.
Las pericias determinaron que el copiloto Horacio Núñez, ante una errada señal del instrumental que notificaba una pérdida de velocidad, abrió los slats para potenciar los motores y contrarrestarla. A 1000 kilómetros por hora, eso provocó que las alas se despedazaran. El avión no había perdido velocidad, los tubos pitot, que miden la presión atmosférica y la traducen a velocidad relativa en el instrumental, habían sido cubiertos por hielo, en medio de la tormenta que capeaba el DC9.
Había una alarma que advertía de esta falla, pero el avión de Austral no la tenía. A pesar de que era obligatorio, Iberia había tramitado -y conseguido- una prórroga para colocarla en sus aviones chatarra: los DC9 habían volado más de 30 años en Europa. La Dirección Nacional de Aeronavegabilidad (DNA) de la Fuerza Aérea encargada del control, se la concedió. El costo de la alarma era de 700 dólares.
Esa noche el vuelo 2553 de Austral despegó de Misiones pasadas las 21. Una hora después, cuando sobrevolaba la localidad entrerriana de Gualeguaychú, perdió contacto con los radares. El avión cayó a 1000 kilómetros por hora. El fuselaje y los cuerpos se desperdigaron en un radio de 800 metros, sobre el fango de Nuevo Berlín, en medio de la nada, a 32 kilómetros de Fray Bentos, Uruguay
La noche del 10 de octubre de 1997 era la primera vez que Gisela y Yanina iban a Aeroparque a esperar a su mamá. Estela había tenido una idea: cenarían juntas en un lindo restaurante. Después de separarse de su marido y haber dejado la verdulería que tenían juntos, de haber abierto una por su cuenta y que no le fuera bien, de haber probado suerte con un bazar y que tampoco resultara, por fin habría logrado cierta estabilidad. Si bien tenía que viajar, la empresa de venta de electrodomésticos para la que trabajaba le aseguraba un ingreso seguro. Los lunes volaba a Posadas, para regresar el viernes.
—Ella me dijo: "Le voy a pedir a Juan Pablo, un compañero, que se quede con ustedes". No lo conocíamos. Él venía en otro vuelo, no sé si de Posadas o de otra ciudad. Como llegaba antes, mi mamá le pidió que se quedara con nosotras hasta que aterrizara su avión. Como tardaba, fuimos a la confitería que estaba en el primer piso. Volvíamos a preguntar, y nada. Cuando ya había una hora de demora, nos dijeron que estaba sobrevolando Aeroparque, que había mucho tránsito aéreo y estaba esperando turno para descender.
Cerca de la medianoche, por los altoparlantes llamaron a "todos los que están esperando el vuelo 2553 de Austral, por favor acercarse al Salón VIP".
—¿Qué les dijeron?
— "Al vuelo lo perdimos de radar, no sabemos dónde está". Después una persona empezó a tirar coordenadas, información técnica que nadie entendía.
— ¿Tu hermana preguntaba algo?
— Sí: "¿Cuándo viene mamá?" No sabía qué decirle. No sé por qué le dije que el avión había aterrizado en Santa Fe, que teníamos que esperar que viniera en micro. Después, cuando le dijimos que había fallecido, ella me decía: "¿Mamá está en el cielo de Santa Fe?"
Adentro, en el hall de arribos de Aeroparque y sin teléfonos celulares -en esa época muy pocos tenían-, los familiares pasaban las horas sin ninguna novedad. Afuera, al otro lado de las puertas de vidrio, las cámaras de los noticieros se agolpaban.
Cerca de la medianoche Crónica TV había lanzado la placa roja: cayó un avión. Y en el cielo, una hora antes, según transcribe el informe pericial de la comisión investigadora de aviación uruguaya, el comandante Jorge Cécere y el copiloto Horacio Núñez hablaban así:
Cécere: Cuidá la velocidad, eh.
Núñez: Sí, sí.
Cécere: Seguí bajando, eh.
Estoy bajando.
Ruido estático muy fuerte.
Cécere:¡Poné atención, bajá la nariz!
Núñez: Tengo 4 lucas para abajo.
Cécere: ¡AH, no, gordo! ¡Reducí la velocidad! ¡Se trabó mi velocímetro! ¡No bajes más!
Núñez: Poneme, escuchame, poneme slats y dame bomba
Clack (ruido no identificado)
Núñez: Poneme slats enseguida
Cécere: ¡Por favor, autoríceme ya descenso!
Núñez: ¡Dios mío! ¡Salí che! ¡Salí che!
Comienza el sonido de la alarma de advertencia del tren de aterrizaje.
Finaliza el sonido de la alarma de advertencia del tren de aterrizaje.
Núñez: ¡Dios mío!
Ruido notorio: clack, clack, clack
Núñez: ¡Dios mío!
Núñez: ¡Dios mío!
Continúa ruido notorio: clack, clack, clack
Ruido provocado por vibración de la estructura de la aeronave debido al exceso de velocidad.
Comienza el sonido de la alarma del tren de aterrizaje.
Fin de la grabación.
Gisela llamó a la casa de su papá desde un teléfono público pero no lo encontró: había salido a cenar. Cuando logró que los padres de una amiga de su hermanita se la llevaran, ella también se fue de Aeroparque.
El padre de Ángeles, su mejor amiga, conducía el automóvil. En la radio, el noticiero decía que no había sobrevivientes del accidente aéreo.
—Le pedí al papá de mi amiga que la apagara pero no lo hizo. Creo que fue la manera de que yo cayera en la cuenta. Ahí me cayó la ficha de lo que había pasado. Cuando llegamos a mi casa, mi papá me estaba esperando en la puerta. Él quería que fuéramos a Fray Bentos en el vuelo que puso la empresa y en el que viajaron varios familiares. Yo no quise.
Cuando Gisela abandonó Aeroparque ya era de día. Había llegado cerca de las 22 y eran las 6 de la mañana cuando volvió a su casa. Dos horas antes las patrullas de rescate de la policía y de la Prefectura uruguayas habían encontrado lo único que quedaba del avión: el cráter que hizo al caer de trompa. El único registro del vuelo 2553 era un hoyo de 15 metros de diámetro y 6 de profundidad.
Un mate partido al medio, una zapatilla, un dedo: el detalle de las crónicas periodísticas del día después narran el horror de la fosa. Las copas de los árboles chamuscados completaban la escena.
Tan sólo tres días después, Marcelo Lacavanne, presidente de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA) declaraba a los medios de comunicación: "Se utilizan aviones que otras empresas, como Iberia, descartan. Hace ocho meses que venimos denunciando que la inseguridad avanza en los vuelos nacionales. También puede ser que este accidente sea simplemente un acto de Dios".
—¿Cuál fue la explicación que les dio Austral?
— Que había sido por la tormenta. Pero había un montón de aviones que estaban volando en el mismo espacio aéreo y no pasó nada. Las mentiras de esa noche parecen inofensivas pero en mi cabeza estuve años pensando que mi mamá podía estar perdida en un estero.
— ¿Tenías esa fantasía?
— Y sí, nosotros no vimos un cuerpo siquiera. A muchos de los familiares les pasó. Te dicen que están todos muertos, pero no encontraron pedacitos de los setenta y cuatro. Deseando que no se haya muerto nuestra mamá, nuestro papá, preferíamos pensar que podían estar perdidos. Llegué a investigar si se podría haber tirado con un paracaídas.
En 1999 Gisela egresó de la secundaria. De todas las propuestas de viaje de egresados a Bariloche la que más convencía al grupo era la de LAPA. "Mis compañeras decían que no por mí. Hasta que yo les dije que no tenía problema, porque mi mamá siempre me decía: 'A mí me gusta más viajar por LAPA pero por horarios me conviene Austral'. Mi problema era con Austral, no con los aviones. Entonces viajamos. Era julio de 1999.
El 31 de agosto de ese mismo año el vuelo 3142 de LAPA que iba a Córdoba cayó sobre la pista de Aeroparque tras intentar despegar. Cruzó la avenida Costanera y se incendió en el complejo Punta Carrasco. 67 personas fallecieron. "A diferencia de eso, nosotros no vimos nada. No vimos un avión prendiéndose fuego".
Nosotros no vimos un cuerpo siquiera. A muchos de los familiares les pasó. Te dicen que están todos muertos, pero no encontraron pedacitos de los setenta y cuatro. Deseando que no se haya muerto nuestra mamá, nuestro papá, preferíamos pensar que podían estar perdidos. Llegué a investigar si se podría haber tirado con un paracaídas
No había huesos, no había ropa, no había nada. Todo lo que encontraron los rescatistas cabía en dos ataúdes. Los 74 muertos entraban en dos cajones en el cementerio de Fray Bentos. Desde 2001 los restos están en el de Pilar.
—Pero yo no la encuentro ahí. Sí en el monolito de Aeroparque, que tiene una placa con todos los nombres. Me ha pasado de acercarme a ese lugar y sentir que me conectaba. Me recuerda las veces que nos juntábamos los familiares ahí, durante los primeros años. Uno por uno, nombrábamos a los setenta y cuatro. Y no son 74: son Carlos, Estela. Cada nombre es una puñalada.
A un año del accidente ya no había pozo en Fray Bentos. Cuando Gisela junto a familiares de otras víctimas llegó al lugar, las lluvias e inundaciones habían transformado el cráter en una pequeña laguna. Los 74 arboles que plantaron con el nombre de los fallecidos no sobrevivieron. Llegar hasta allí no es nada fácil: hay que recorrer cuatro kilómetros de tierra. "Y también lograr que te dejen pasar, porque eso es un terreno privado. Después de un tiempo nos dieron una copia de la llave de la tranquera a cada familiar", cuenta.
Para entonces era prácticamente la mamá de su hermana menor. Aunque vivían con su papá, Gisela iba a las reuniones de padres de Yanina y era quien le daba y negaba permiso para salir cuando era adolescente. "Recién cuando Yanina tuvo 20 o 21 encontramos la relación de hermanas".
En el año 2003 la empresa llegó a un acuerdo económico, una compensación. En ese momento Gisela estaba estudiando la carrera de actuario en Ciencias Económicas. Estudiaba sobre seguros de vida, Aseguradoras de Riesgo de Trabajo, entre otras cosas.
—Por mi mamá recibíamos mucha menos guita que la familia que había perdido un padre empresario en el vuelo.
—¿Se calcula de otra manera?
—Claro, el arreglo era distinto. Entonces dejé la carrera. No quería hacer eso, es re hijo de puta.
—¿Sos creyente?
— Sí, aunque tengo mis momentos (ríe). Cuando pasó esto mi mamá estaba como en una cosa muy espiritual. Creo que estaba en su búsqueda. Me hablaba de la reencarnación y leía libros y me los daba para leer a mí. Yo era re chica, leía un poco y decía 'Uy mamá, me aburre esto' Y ella me decía que ya me iba a llegar mi momento. Decía que la casualidad no existe, que todo es causal.
— ¿Soñás con ella?
— No, pero sí me desperté sintiendo que se me había aparecido.
—¿Le hablás?
— Sí, a veces hablo. A veces me enojo todavía. Hay cosas que pensaba que cuando fuera madre iba a entender. Ahora soy mamá y pienso que no me iría toda la semana a trabajar afuera y manejarme por teléfono con mi hijo. Encima sin celulares. Yo hablaba dos veces por semana, con suerte. Hay cosas que como mamá no haría. Entonces me enojo y me pregunto por qué. Después trato de encontrarle explicación: ella venía de una inestabilidad laboral, lo necesitaba. Pero pienso: 'Qué cagada que no estés acá ahora para acompañarme'. Cuando nacieron mis hijos. Cuando el primer Evatest dio positivo. Pensaba: ¿a quién le pregunto? ¿Qué tengo que hacer?
El grupo de WhatsApp se llama "AU 2553 el juicio". Ahí están 26 familiares de víctimas. Hay hijos, esposas, maridos, hermanos. Nació como una herramienta para estar al tanto de lo que sucede en Comodoro Py, pero se transformó de a poco.
—Aunque a mí no me pasó, se repite el miedo a la tormenta. Muchos tuvieron pánico a las tormentas. Y la idea de que sobrevivieron. Lo que yo pensé, les pasó a muchos. Todos los hijos pasamos más tiempo sin nuestra mamá o papá que lo que los disfrutamos vivos.
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