Tres años después de imponerse con el 51,7 % de los votos y ser elegido como el primer presidente de la democracia tras siete años de dictadura militar, Raúl Ricardo Alfonsín conoció en carne propia el precio de su reivindicación a los derechos humanos.
Su indeclinable decisión de juzgar a los miembros de las tres Juntas militares como máximos responsables del extermino y desaparición sistemática de militantes políticos en la década del 70 expuso a su gobierno a amenazas y represalias de todo tipo, incluidos los levantamientos carapintadas.
A lo largo de su vida política fueron tres los atentados frustrados dirigidos al líder radical, y salvo por el último de ellos sus autores nunca pudieron ser identificados. Las sospechas apuntaron entonces a grupos de ultraderecha engendrados en sectores castrenses y/o policiales, convulsionados ante la evidencia de que los crímenes y excesos durante la guerra sucia no serían perdonados.
Blanco presunto de milicianos anónimos, el primero de los atentados ocurrió a los tres años de asumir la presidencia, el 19 de mayo de 1986. Hacía pocos meses que 5 de los 9 de los máximos exponente militares sometidos a proceso habían sido condenados y destituidos, a partir de un decreto primigenio que el líder radical rubricó a los pocos días de asumir su mandato.
Como jefe de Estado, en mayo del '86 Alfonsín cumplía con una visita protocolar al comando del Tercer Cuerpo de Ejército, en Córdoba. Todo estaba dispuesto para blindar la seguridad y el recorrido presidencial en el terreno.
Eran las 10.30, minutos antes de que la comitiva presidencial arribara, cuando un miembro del Comando Radioeléctrico cordobés, el oficial principal Carlos Primo, vislumbró un elemento sospechoso: un cable negro asomaba cerca de una alcantarilla a pocos metros de una unidad móvil donde Alfonsín sería honrado para disparar un cañón. La acción era parte de la ceremonia castrense.
Aquel cable negro serpenteaba entre los pastizales a prudente distancia del corazón del cuartel. Primo y su compañero, el cabo Hugo Velázquez, siguieron el rastro y hallaron un artefacto explosivo con gran capacidad letal. Semienterrada, una bala de mortero calibre 120 mm con 2,5 kilos de TNT se hallaba adosada a dos panes de trotyl de 450 gramos cada uno.
A través de un complejo mecanismo, la bomba debía accionarse cuando el mandatario se posara en cerca del lugar. Inmediatamente se dio aviso al Comando de Explosivos que logró desactivar el artefacto.
Según narran las crónicas de la época, el juez federal Miguel Villafañe ordenó una minuciosa reconstrucción del hallazgo del explosivo y posó sus sospechas tanto en miembros del Ejército como de la policía provincial. Aunque el hecho nunca pudo ser esclarecido ni sus autores identificados.
Una semana después se ordenó detonar el artefacto. Tras la implosión, sobrevino una columna de humo de 600 metros de altura y las esquirlas de la bomba cubrieron un radio de 70 metros, lo suficiente como para asesinar al presidente. El fallido atentado produjo el pase a retiro del jefe del escuadrón, el general Aníbal Verdura. Anfitrión y máximo responsable de la seguridad presidencial, Verdura negó cualquier vinculación con el hecho y se describió "como el pato de la boda".
Amenazas constantes y una gran explosión
Tanto Alfonsín como las distintas sedes de los comités radicales que él solía frecuentar estaban acostumbrados a recibir amenazas de bomba que nunca se concretaban. Hasta que una vez ocurrió, aunque sin aviso previo.
Tres meses después de traspasarle anticipadamente el poder a Carlos Menem, el líder de UCR se había mudado a un departamento en Ayacucho al 100, cerca del Congreso, cedido por uno de sus correligionarios amigos.
Transcurrían los primeros días de octubre de 1989 y el hogar del mandatario servía además como sede de febriles mitines políticos. Milagrosamente, Alfonsín se había ausentado de la vivienda, que permanecía vacía cuando un fortísimo estruendo derribó varios ambientes del departamento. La Justicia nunca pudo determinar quién o quienes habían atentado contra el ex presidente.
Orador en la mira
Quizás el más conocido de los intentos de asesinato que sufrió el ex presidente fue el ocurrido en la ciudad de San Nicolás, provincia de Buenos Aires, el 23 de febrero de 1991.
En una de las campañas proselitistas de la UCR para las elecciones legislativas, Alfonsín recorría las sedes partidarias de las localidades del norte de la provincia. Previo paso por San Pedro el día anterior, el líder radical era esperado un sábado de verano por la noche en el pueblo. Sería el orador principal en una arenga política dispuesta frente al búnker radical en San Nicolás de los Arroyos.
Rodeado por correligionarios y custodios, pasadas las 22, según lo pautado, subió al palco. Comenzó con un discurso pausado y cadenciosos que se extendió por unos 15 minutos, cuando desde la marea de 5000 almas que lo vitoreaban, un joven a tan solo metros del estrado alzó un revólver calibre .32 largo y disparó.
La bala se percutió y hasta se escuchó el chasquido, pero por una insólita falla del mecanismo quedó atascada en el tambor. Mientras los custodios de Alfonsín se abalanzaban sobre él en el piso del palco, abajo la multitud se aprestaba a linchar al potencial homicida: Ismael Abdalá, operario de la ex siderúrgica estatal Somisa, ex gendarme, con un largo historial de tormentos psiquiátricos.
Entre el público se armó una trifulca confusa. Un anciano, "feligrés" radical, logró arrebatarle el arma a Abdalá y la alzó en alto. El gesto desorientó a la Policía que creyó ver en ese brazo al autor de la agresión. Hubo golpes y gritos hasta que un patrullero de la policía bonaerense logró identificar y apresar al frustrado homicida.
Como si se hubiera tratado de una imprevisible contingencia, Alfonsín llamó a la calma a la multitud. Minutos después reanudó su discurso y exhortó el ideario del partido de Alem.
Internado en un neurosiquiátrico, Abdalá se suicidó tres años después.
Cuando lo consultaron sobre las agresiones de las que había sido blanco a lo largo de su vida política, y de aquella última en particular, Alfonsín las minimizó: "Estoy acostumbrado-dijo en declaraciones periodísticas-a recibir amenazas anónimas y algún día tenía que pasar algo así. Creo que se trata de fanáticos y yo los tomo como tales".
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