Cuando le avisaron que iba a ser desalojada, Marisa limpiaba casas por hora y estaba sola a cargo de 3 hijos: el mayor, de 5 años, y los mellizos, que acababan de cumplir 3.
Primero fueron a vivir a la intemperie a una plaza de Parque Chas y, durante los seis años que siguieron, durmieron en una carpa, en salas de espera de hospitales públicos y en una Traffic que esperaba para ser arreglada en un taller mecánico. Los años finales, cuando los mellizos estaban por terminar la primaria, vivieron en un Peugeot 505 fundido color champagne que un vecino les ofreció durante una tormenta feroz.
Es una mañana fresca de martes y los mellizos Nayla y Lucas Cesio, que ya cumplieron 16 años, conversan con Infobae en una platea del estadio de Racing. Están por contar la parte más dramática de sus vidas pero es difícil atenuar la alegría. Mientras vivían en la calle -cuentan los dos- su mamá les decía que, aunque no tuvieran nada, siguieran pensando en sus metas. Claro que es difícil atenuar la alegría: los dos quieren ser futbolistas y están en el club que les dio la oportunidad de intentarlo.
Lucas Cesio se hizo conocido a fines de 2015 cuando el diario Clarín contó su historia: él, que en ese entonces tenía 12 años, acababa de terminar la primaria. De los siete años que dura esa etapa escolar, seis los había vivido en la calle.
Los medios de todo el país se hicieron eco de la historia del "niño ejemplo". Nunca nadie, sin embargo, puso el ojo en su hermana melliza, la chica que ahora abre los brazos en El Cilindro y ya imagina a su equipo campéon.
"No tener dónde dormir fue un golpe bastante duro para una nena de 3 años", cuenta Nayla a Infobae. "Después fui creciendo y en el colegio tenía a los maestros que nos ayudaron un montón pero nunca me terminaba de conformar. Yo pensaba: '¿Por qué tengo que estar en esta situación si todas mis compañeras tienen un lugar donde dormir?'. Me daba impotencia. Era la única que no podía invitar a nadie a jugar a casa".
Primero vivieron a la intemperie en la plaza Hamburgo, en Parque Chas. Después, consiguieron una carpa y se mudaron a la plaza Chazarreta. "Había lluvia, había calor, había frío, éramos muchas personas en una carpa", sigue. Así y todo, había una rutina: "Nos levantábamos a las 7 e íbamos a una estación de servicio donde el dueño nos dejaba higienizarnos: nos lavábamos la cara, un poco el cuerpo, hacíamos pis y después al colegio".
A Lucas, que iba a la escuela de Villa Urquiza a la tarde, le tocaba hacer "la recorrida" de mañana: visitaba panaderías, pizzerías y bares y recolectaba facturas, empanadas y, con suerte, alguna bandeja con comida. Del éxito de esa recorrida dependía la cena de todos.
Con el tiempo, se mudaron al auto fundido. Por lo general, los mellizos dormían sentados en el asiento trasero aunque a veces, cuando el mayor de los hermanos no estaba, podían acostarse cruzados. Para entrar al auto tenían que deambular hasta que los vecinos se durmieran: "Nos cruzamos con gente que nos ayudó mucho pero también había vecinos a los que les resultaba más fácil mandarnos a la policía que ayudarnos".
"La verdad -dice ahora Lucas- fue muy complicado salir adelante. Mucha gente me decía 'quien se cría en la calle siempre va a estar en la calle' y yo me ponía mal, porque uno piensa: 'Si son adultos deben tener razón'. Yo odiaba a todos, estaba enojado con el mundo pero mi mamá siempre me decía: 'Lucas, no tenemos nada material pero tenemos algo que la mayoría no tiene, que es el amor de una familia'".
Los mellizos hacían la tarea donde podían: bajo un farol de la plaza, en el umbral de alguna casa. "Las noches de tormenta en el auto eran terribles", sigue Lucas. "Se filtraba agua por todos lados. La lluvia golpeaba contra la chapa y no podíamos dormir. A veces nos íbamos al Tornú o al Pirovano para dormir más tranquilos, por así decirlo. Otras directamente íbamos a la escuela sin dormir".
Pasaron los años pero Lucas no se olvida de una noche de lluvia salvaje en la que varios de sus profesores fueron al auto a llevarles comida y abrigo.
Como suele suceder entre mellizos, Lucas y Nayla tenían una conexión especial: "Entre mellizos nos entendemos con una sola mirada", dice él. "Verla mal a ella y a mi mamá, porque lloraban juntas de noche, me destruía. Pero siempre vi esperanza y me acuerdo que le decía a mi hermana: 'Tranquila, todo va a salir bien, lo único que hay que hacer es seguir adelante'".
El día después de mañana
Cuando la historia de Lucas llegó a los medios, el Estado les dio un subsidio para pagar un hotel familiar. Pero no hubo una solución de fondo sino una catarata de donaciones y "momentos Disney": mágicos y efímeros.
Los lectores les donaron colchones, televisores, muebles, alguien los invitó a conocer el mar, un reconocido piloto de automovilismo los invitó a las carreras, Toyota les dio durante un año vales para hacer compras en supermercado, pasearon en las camionetas del Dakar.
Pero la vida siguió, el subsidio habitacional se acabó y ahora viven en el hotel familiar de Constitución que paga su mamá, que sigue siendo empleada doméstica. Sin embargo, mientras seguía cursando el secundario, Lucas empezó a hacer changas de plomería. Y el año pasado se propuso cumplir uno de los sueños de su hermana melliza: festejar sus 15.
Pagando de a "puchitos", alquilaron el mismo salón de fiestas en el que Marisa trabaja como empleada de limpieza. El periodista Sergio Lapegüe contó en su programa de radio lo que Lucas estaba organizando y, otra vez, llovieron las donaciones.
"Yo me di un gusto -se emociona la mamá de Nayla-. Porque el vestido blanco se lo pude comprar yo". Estaba de viaje y no pudo ir pero, entre los invitados a la fiesta, estaba el señor de la YPF que los dejaba usar los baños para higienizarse antes de ir al colegio.
El fútbol: un sueño compartido
Por intermedio de una periodista, la historia de los mellizos llegó a oídos de la gente de "Racing integrado". Técnicamente, es el departamento de discapacidad del club pero decidieron tener en cuenta las dificultades sociales de los mellizos y les dieron una beca.
Detrás de la princesa de vestido blanco, entonces, nacía una adolescente apasionada por el fútbol. Nayla empezó a jugar al fútsal de arquera y la semana pasada la AFA la fichó para la primera, la tercera y la reserva. Ella, que es fanática de Racing, ahora mira el estadio, respira profundo y sonríe. Es que la noticia de la profesionalización del fútbol femenino terminó de abrir los caminos.
"Mi sueño es ser futbolista profesional. El fútbol me encanta, es una pasión inexplicable. Juego al fútbol porque me hace bien, porque vos pisás la cancha y los problemas quedaron afuera. Adentro sos una más de tantas chicas que quieren cumplir su sueño. Quiero que el fútbol sea igualitario para todos, que te llene de plenitud, de felicidad, que te haga bien".
Lucas, que está en tercer año en la escuela Federico García Lorca, también juega al fútsal en Racing. Ya tiene donde dormir pero cada tanto, cuenta, pasa a saludar por las panaderías a las que iba a pedir comida. Quiere, y no le parece demasiado, jugar al fútbol en primera, también en la Selección.
Es el mediodía, la hora de ir al colegio, y Nayla se despide contenta. Dice que no sintió vergüenza de contar su historia públicamente por primera vez. "No, mi historia me define", sonríe. "Pensar en todo lo que viví me ayuda a afrontar los problemas que tengo hoy, que tuve o que voy a tener, porque no tengo idea lo que la vida me tiene preparada. Pero me encanta, porque sé que soy fuerte, viví tantas cosas que…que venga lo que venga yo voy a estar de pie".
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