"Se nos heló la sangre, creímos que nos fusilaban a todos": cómo vivieron los guerrilleros presos en las cárceles el golpe de estado de 1976

Cinco ex militantes de organizaciones revolucionarias recuerdan cómo se vivió en las cárceles donde estaban detenidos el día del golpe del 24 de marzo y el plan con que la dictadura pretendió destruirlos mientras los tuvo tras las rejas

El fin de Isabel Perón: a las 0.49 horas del 24 de marzo, la presidenta dejaba la Casa Rosada en el helicóptero Sikorsky S-58DT, rumbo a la mansión El Messidor en Bariloche

La noche del 23 de marzo de 1976 Hernán Invernizzi dormía en una celda aislada del Penal Militar de Magdalena, sesenta kilómetros al sur de La Plata. Lo despertó el estruendo de los tanques y los carros blindados que avanzaban por la Ruta 11. Se trepó hasta alcanzar la pequeña ventana del calabozo y pudo ver a lo lejos las luces de los vehículos que se dirigían a La Plata desde el Regimiento de Caballería Blindada, uno de los de mayor poder de fuego del país.

"Fue una imagen impresionante. Se me heló la sangre. Pensé que era un golpe y que me fusilaban ese mismo día. Me pregunté si sería como en las películas, vendado frente a un pelotón, o si me iban a tirar por ahí en medio del campo", dice 43 años después el ex militante, capturado en un ataque del ERP a un cuartel.

Unas horas más tarde, Perla Diez despertó sobresaltada en su celda de la Cárcel de Mujeres de Olmos, en las afueras de La Plata. Miró la cuna que estaba al lado de la cama: Lucía, de apenas cuatro meses, seguía durmiendo. Los vidrios temblaban. Desde afuera venía un ruido sordo de motores y roces sobre el asfalto. No podía verlos, pero estaba segura de que eran tanques que avanzaban por la ruta. Se quedó en silencio, con los ojos abiertos, inquieta. Lo peor era no saber. Estuvo unos minutos así, sin moverse, antes de dar una vuelta en la cama y obligarse a cerrar los ojos.

"Mañana será otro día", pensó. Sabía que tenía que dormir. Corrían las primeras
horas de la madrugada del 24 de marzo de 1976 y Perla llevaba poco más de un año presa. El marido de Perla, Jorge Moura – ex jugador de La Plata Rugby y hermano de Federico – era el padre de Lucía, y siguió su militancia en la clandestinidad hasta que fue secuestrado, brutalmente torturado y desaparecido un año después.

Hernán Invernizzi

En el mundo exterior los hechos se desarrollaban según lo planificado. Buena parte de la sociedad, hastiada de la inflación, de la crisis económica en marcha y de los crímenes de las bandas paramilitares, creía que el golpe era "para poner orden".

Con ese handicap las tropas salían de los cuarteles y se desplegaban por las calles de las grandes ciudades; las fuerzas de seguridad –Policías, Prefectura y Gendarmería– se ponían a las órdenes directas de las Fuerzas Armadas; la presidenta María Estela Martínez de Perón era detenida en el Aeroparque Jorge Newbery; grupos de hombres de civil y con ropa de fajina pateaban puertas de domicilios previamente fijados y se llevaban a sus habitantes; se montaban retenes militares en las puertas de las fábricas. La coreografía del golpe se desarrollaba al compás de las marchas militares con buena parte de la sociedad narcotizada.

La Junta Militar que derrocó al gobierno democrático de Isabel Perón: el almirante Emilio Massera, el general Jorge Rafael Videla y el brigadier Orlando Agosti

A las 3 de la mañana, el locutor de Radio Nacional Juan Vicente Mantesana –sacado previamente de su lugar de trabajo por una patrulla del Ejército– leía el Comunicado N° 1 de la Junta Militar desde una oficina del Estado Mayor Conjunto. En las redacciones de los principales diarios del país se empezaron a preparar ediciones de emergencia. "Asumieron el gobierno los tres comandantes generales", titularía La Nación; "Intervención militar", diría la portada de La Opinión; "¡Cayó Isabel!", gritaría en cuerpo catástrofe la tapa de Última Hora; "Nuevo Gobierno", anunciaría Clarín.

Los diarios no entraban en las cárceles y las pocas radios que tenían los presos políticos –y que luego les serían secuestradas – no podían encenderse salvo a horas determinadas. La noticia del golpe atravesó las rejas por otras vías: indicios de movimientos extraños, refuerzo de las guardias, alguna radio que llegó a encenderse, las indiscreciones de unos pocos carceleros.

La cárcel de La Plata en el circuito Camps

"Nos enteramos por familiares de visita y por algún guardia con el que todavía se podía hablar", dice Raúl Argemí, ex militante del ERP, luego periodista y autor destacado de novela negra. Estaba detenido desde junio de 1974 y ya había pasado por las cárceles de Rawson y Devoto. El golpe lo alcanzó en la Unidad 9 de La Plata. Dice que para los presos era una movida anunciada, que sabían que se venía, que lo único que desconocían era la fecha.

Raul Argemí, militante del ERP, estaba detenido en la Unidad 9 de La Plata: “El golpe no nos tomó de sorpresa, estaba cantado” (foto:Alejandro Meter)

"El golpe no nos tomó de sorpresa, estaba cantado. Sabíamos, por comentarios, por ejemplo, de Jorge Taiana padre, que las ratas abandonaban el barco llevándose hasta los clips del escritorio. El levantamiento previo de (el brigadier Héctor) Capellini, golpe de tanteo antes del definitivo -casi de reglamento- y el distanciamiento de la clase política de toda posibilidad de tomar una salida institucional, lo habían hecho imparable. Muchos estábamos en el penal de Devoto y nos trasladaron a la Unidad 9 de La Plata, donde estaba el circuito Camps".

El coronel Ramón Camps quedaba al frente de la Bonaerense y formaba parte del esquema del primer cuerpo de Ejército comandado por el sanguinario general Carlos Suárez Mason.

José María Company Céspedes había sido secuestrado en abril de 1975 por una patota de la Policía Federal en La Plata. Estuvo una semana desaparecido junto a su compañero Omar Núñez en la delegación platense de la Federal, donde fueron torturados sistemáticamente. Los "blanquearon" cuando ya estaban físicamente destruidos y los llevaron al Penal de Sierra Chica. Al momento del golpe lo llevaron también a la unidad 9 de La Plata.

José María Company Céspedes junto a su pareja María y Cacho Vázquez, dirigente de las Fuerzas Argentinas de Liberación “22 de Agosto”, y su esposa Lucila

"El golpe se palpaba y en la madrugada del 24 de marzo comenzamos a escuchar las marchas militares. Ese día fue normal, esperábamos requisas y creíamos que nos sacarían las radios y los libros, pero no pasó nada. Recién con el paso de los días la situación empeoró. En nuestro pabellón estaban Juan Carlos Dante Gullo y Dardo Cabo, dos figuras de Montoneros, así como miembros de otras organizaciones. Hasta el golpe, los penitenciarios eran correctos. Desde ese día empezó un trato vejatorio, que se extendía a nuestros familiares, que hacían largos viajes para poder vernos", dice Company Céspedes, dirigente de las Fuerzas Armadas de Liberación 22 de agosto.

La represión feroz en la Unidad 9 llegó el 13 de diciembre de ese 1976: allí "trasladaron a muchos presos" que terminaron muertos o desaparecidos, entre ellos Dardo Cabo, el hombre que había encabezado el Operativo Cóndor en septiembre de 1966. Los cóndores habían tomado un avión de línea, lo desviaron a Malvinas y plantaron la bandera argentina en esas islas. Cabo fue la primera víctima junto a Roberto Pirles. Los "trasladaron" y fueron ametrallados en Brandsen, muy cerca del penal.

Presos a 1.500 kilómetros

"En Rawson, el primer signo que tuvimos fue que no nos abrieron las celdas a la mañana para salir al baño a higienizarnos y nos sacaban de a uno o dos por vez con presencia 'extra' de guardiacárceles en los pasillos y en los techos, estos últimos armados. Además, desde temprano se oía el ruido monótono de un avión que sobrevolaba permanentemente el penal. Ningún guardia quería soltar prenda de lo que sucedía, aunque por supuesto nos lo imaginábamos, de hecho la información que teníamos era que el golpe estaba decidido desde fines de 1975 y se concretaría en el primer trimestre de 1976. El 24 de marzo nos la pasamos encerrados todo el día sin mayores novedades, no hubo hostigamiento ni agresión por parte de los guardias y al otro día nos abrieron", recuerda Alberto Elizalde Leal, detenido desde septiembre de 1973, platense, militante del PRT-ERP.

Alberto Elizalde Leal

La confirmación del golpe les llegó a través de un penitenciario:

-¿Qué está pasando, que no nos dejan salir? – le preguntaron.

-Lo que se sabía que iba a pasar, finalmente pasó – fue la respuesta.

El penal militar de Magdalena

Separado de otros conscriptos y suboficiales presos por razones políticas, en un pabellón casi solitario del Penal de Magdalena, que sólo compartía con cinco soldados que habían sido detenidos por homosexuales, Hernán Invernizzi recuerda que se desesperaba por tener alguna noticia.

Como había sido detenido por el fallido copamiento del Comando de Sanidad Militar, estaba preparado para que lo mataran.

"Esa unidad estaba a cargo del Ejército, la dirigía un coronel, y nos cuidaba Gendarmería. Nadie hablaba. No recuerdo que hicieran comentarios especiales sobre el golpe. En cambio, unos meses después, no paraban de hablar apenas llegó la noticia de la muerte del Negro (Mario) Santucho (jefe del PRT ERP)".

Recién el primer fin de semana después del golpe, cuando lo visitó su madre, Eva Giverti, pudo saber con certeza qué estaba pasando. Giverti es una psicóloga que en los sesentas era muy conocida: junto a su segundo marido, el pediatra Florencio Escardó, tenían decenas de libros publicados y eran número puesto en los canales de televisión.

Perla Diez  estaba detenida en la cárcel de Olmos, despertó esa mañana con el sonido de las marchas militares que se escuchaban por las radios (infojus)

En la Cárcel de Mujeres de Olmos, Perla Diez había podido dormir sin nuevos sobresaltos después de escuchar el paso de los tanques. Despertó a la mañana con otro ruido, el de las marchas militares que se escuchaban por las radios que todavía no les habían quitado. Dice que, a pesar de la angustia, guarda un recuerdo de esa mañana que le sigue resultando hermoso.

"Nunca me la voy a olvidar porque es para mí una imagen bellísima: cuando me despierto, con el fondo de la marchita militar, veo venir hacia mí a una compañera, Elba Balestri, a la que le decíamos La Empanada, porque era una cordobesa "con relleno". Estaba vestida con un desabillé color turquesa y traía un mate para darme a mí y una mamadera para darle a mi hijita Lucía", dice.

Recuerda también que mientras por la radio se escuchaba uno de los comunicados de la Junta pensó, mirándola: "Yo con ésta voy hasta la China, yo con ésta resisto hasta donde sea".

Tuvieron que resistir.

Cárcel, infierno y resistencia

Desde fines de 1975, en la Unidad 6 de Rawson se venía aplicando un régimen cada vez más represivo: censura de la correspondencia, censura de libros, trabas a las visitas con requisas vejatorias especialmente a las familiares mujeres, castigos con cualquier excusa, calabozos de aislamiento, golpizas y amenazas eran moneda corriente a partir octubre, cuando las Fuerzas Armadas se habían hecho cargo del control operacional de la represión.

Después del golpe, la situación no hizo sino empeorar. Alberto Elizalde Leal la describe así: "Los cambios fueron graduales, pero abiertamente represivos. Yo fui trasladado a Buenos Aires en julio de 1976, pero ya se notaba la aplicación del régimen llamado de 'privación sensorial', es decir, dejar al detenido sin elementos de contacto directo con el exterior, sometiéndolo a un reglamento cambiante y absurdo cuya infracción implicaba castigo automático (golpes y calabozo), desalentando incluso la interrelación humana entre detenidos (un mate cada uno para que no se pudiera compartir, caminar en el patio solamente de a tres), controlando estrictamente la correspondencia con familiares directos, únicos permitidos y grabando las conversaciones durante las visitas que comenzaron a realizarse en locutorios individuales a través de un blindex".

“El día del golpe, algunos, varios, recordamos una charla con Camps que afirmaba que se nos venía una noche larga y dura, con torturas y muerte dentro de las cárceles”, recuerda Argemí

En la Unidad 9 de La Plata, los maltratos también venían potenciándose desde antes del golpe.

"Cuando nos trasladaron desde Devoto salimos cobrando y entramos en la U9 cobrando 'como en banco'. O sea que el precalentamiento represivo ya estaba en juego. El día del golpe, algunos, varios, recordamos una charla con Camps que afirmaba que se nos venía una noche larga y dura, con torturas y muerte dentro de las cárceles. Los carceleros todavía no tenían muy clara cómo venía la mano, pero, a medida que se endureció, se fueron los más humanos, porque no se bancaban la pateadura y la tortura como parte de su trabajo. Quedaron sólo los peores", dice Raúl Argemí.

Las detenidas de Olmos quedaron sometidas a lo que parecía ser la ley del puro capricho de los represores, pero que en realidad se trataba de un plan perfectamente elaborado para destruirlas física y psíquicamente

"Lo que cambió después del golpe, en forma progresivamente acelerada, fue el grado de violencia interna, sin necesidad de justificación formal –explica-. Y la colaboración directa con los servicios de inteligencia, reflejada en que podían sacar de la cárcel a cualquiera y que no apareciera nunca más. También en la vigilancia y represión hacia los familiares de los presos. Algunos de ellos desaparecidos".

Para Perla Diez, las detenidas de Olmos quedaron sometidas a lo que parecía ser la ley del puro capricho de los represores, pero que en realidad se trataba de un plan perfectamente elaborado para destruirlas física y psíquicamente.

"Empezó un régimen muy duro en cuanto a un aniquilamiento psíquico, moral… y físico en el sentido de la alimentación. No nos pegaban o nos mataban, como en otras cárceles, pero nos sancionaban todos los días, sin que pudiéramos saber bien por qué ni qué hacer: hoy te sanciono porque tenés el pelo suelto y mañana porque lo tenés atado, hoy te sanciono porque dormís la siesta y mañana porque no la dormís. Ante eso, nosotras discutimos cómo teníamos que pararnos para enfrentarlos. Primero fue con actitudes individuales, como no comer la comida que te daban -cuando te la daban- cuando veías que el guiso estaba lleno con la mierda de las tripas de las vacas, por ejemplo. Esas actitudes individuales se fueron haciendo colectivas, como en las protestas contra los traslados de las compañeras porque ya sabíamos que en otras cárceles esos traslados significaban la muerte. Así empezamos a resistir", dice.

Por momentos el sadismo superaba cualquier límite, recuerda, como cuando sacaron a todas las madres al patio y vieron entrar a los perros de los guardiacárceles a las celdas donde las habían obligado a dejar a sus hijos.

“Empezó un régimen muy duro en cuanto a un aniquilamiento psíquico, moral… y físico en el sentido de la alimentación. No nos pegaban o nos mataban, como en otras cárceles, pero nos sancionaban todos los días, sin que pudiéramos saber bien por qué ni qué hacer”, recuerda Perla Diez

"En poco tiempo, fueron llegando detenidos, todos destrozados. A los que les enviábamos material de lecturas y comida que aún recibíamos de las familias, para confortarlos. Se duplicó la población de Sierra Chica con presos que traían de Devoto, y Córdoba. Se incrementaron las requisas de las celdas, acompañadas de palizas. Los golpes de las palizas por la entrada a los pabellones aún los escucho. Para muchos fue insoportable y a lo largo del 77 se suicidaron varios compañeros", dice Company Céspedes.

Traslados nocturnos que en realidad significaban la muerte, "liberaciones" a horas insólitas en la puerta de la cárcel para que el preso fuera secuestrado y llevado a un centro clandestino de detención, alimentación miserable –durante meses sin sal– para destruir físicamente a los detenidos, largos aislamientos, golpizas constantes, desaparición de familiares, amenazas abiertas de muerte fueron algunos de los ingredientes del plan de destrucción de los presos políticos implementado por la dictadura cívico militar.

Locos, putos o muertos

Para Alberto Elizalde Leal, quién mejor definió lo que la dictadura buscaba con este régimen inhumano fue el jefe de la requisa de la Unidad 6 de Rawson, Jorge Osvaldo Steding, cuando le dijo a un detenido:

-Ustedes van a salir de acá locos, putos o muertos.

"Todo un programa que -es un orgullo de militante decirlo- no pudieron cumplir gracias a la solidaridad y el compañerismo que nos hizo encontrar formas originales e imaginativas de resistencia y gracias a la presencia de familiares y organismos de DDHH que estuvieron siempre al pie del cañón denunciando la situación, haciendo presentaciones judiciales y presionando de mil formas para preservar la salud, la integridad física y la vida de quienes estábamos presos", dice hoy Elizalde Leal.

José María Company Céspedes, ciudadano español, logró la opción de salir del país en 1978. Perla Diez salió con libertad vigilada a fines de abril de 1982. Alberto Elizalde Leal y Raúl Argemí fueron liberados pocos meses después de recuperada la democracia. Hernán Invernizzi debió esperar a mediados de 1986 –y vencer la resistencia de los militares que, aún en democracia, quería mantenerlo encarcelado – para salir en libertad.

Hoy están para contarlo.

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