Hagamos un juego, lector. Imaginemos que estoy en la radio, parado frente al micrófono, y le pregunto a los oyentes:
-Por favor, díganme el nombre de algún dibujante argentino, creador de humorismo gráfico.
De inmediato, el teléfono, el mail o el whatsapp me traen las respuestas:
-Quino… Caloi… Fontanarrosa… Landrú.
Pero claro, ahora no estoy en la radio sino ante el teclado. Y sos vos, el lector, quien me responde. Probablemente hayas pronunciado esos mismo apellidos. O estos otros:
-Mordillo… Garaycochea… Maitena… Rep.
Imaginarios oyentes y presuntos lectores coinciden en nombres clásicos:
-Divito… Cascioli… Lino Palacio… Ferro.
Hasta que desde Londres, donde se radicó hace muchos años, el gran ilustrador argentino Oscar Grillo responde:
– ¡Roberto Battaglia!
¿Roberto Battaglia? No lo conozco, no sé quién es, dirán muchos. O casi todos. Pero seguramente se acordarán de sus historietas, en cuanto se las mencione.
Una era Don Pascual, que también se llamó Mangucho y Meneca o Mangucho con todo. Otra fue María Luz, aquella nena prodigio que asombraba con su inteligencia de superdotada. Una más, para ayudarlos a hacer memoria: Motín a bordo, la que siempre terminaba con la frase "¡Señor Mordancio… usted es un monstruo!".
¡Ahora sí, claro! -me parece escuchar. Pero a él casi no se lo recuerda.
El motivo tiene que ver con una dolorosa situación personal. Cuando rondaba los 40 años se quedó viudo y decidió irse a vivir a los Estados Unidos. Allí ya trabajaban Osvaldo Laino, Bayón, Vic Martin, Francho y Alfredo Olivera, otros dibujantes humorísticos argentinos.
Comenzaba la década de los sesenta.
Al principio, Battaglia dibujó y publicó en una revista similar a Mad, aunque muy pronto abandonó la profesión.
En algún momento manejó autobuses y luego puso una empresa de pintura. Se alejó de su familia, aparentemente como consecuencia de haber formado una nueva pareja. Y al mismo tiempo comenzaron a espaciarse las respuestas a las cartas de sus amigos. Luego dejó de escribirles. Finalmente, no se supo más nada de él.
Pasó mucho tiempo. Un día se tuvo la noticia: había muerto en 2005, a los 82 años. Presumo que no pocos aficionados a la historieta se están enterando ahora de ese final.
Roberto Battaglia está considerado el creador de una narrativa historietística imaginativa y desbordante, única en el género. Y los especialistas lo tienen en el podio de los grandes.
Por eso el testimonio londinense de Oscar Grillo refleja esa admiración:
-A mediado del siglo veinte argentina gozó de una magnifica pléyade de creadores de humor gráfico. Entre esas pepitas de oro del período yo quiero distinguir particularmente a un quinteto muy especial, una delantera goleadora de particular infalibilidad. Estos "caras sucias" eran Alejandro Del Prado (Calé), Guillermo (Willy) Divito, Oscar Conti (Oski), Eduardo Ferro (Yayo para los amigos) y ese glorioso dibujante de gente culona, oficinistas hieráticos, directores de cine, niñas prodigiosas y en particular un almacenero de barrio que se rodeaba de niños, niñas, sapos con moñitos y un tartamudo dentudo que andaba en chancletas y cantaba boleros y baiones… Ese iluminado e iluminador dibujante y autor de prodigiosas historietas se llamó Roberto Battaglia.
Por su parte, Osvaldo Laino -radicado en Tampa, USA, hace muchos años- lo evoca así:
-La fortuna golpeó a mi puerta, ya que compartí con Battaglia parte de sus últimos años cuando residíamos en New York. Por razones personales dejó atrás la fama para mudarse a la Gran Manzana. Lamentablemente, Roberto no tuvo la misma fortuna en el país del norte y se fue perdiendo en el olvido. El destino le jugó una mala pasada. Da la impresión de que su lugar era Buenos Aires, pero no regresó, dejando su humor inigualable y esos personajes que semana a semana le brindaban la alegría a todo un pueblo en las páginas de revistas que hoy claman ser reimprimidas para deleite de sus seguidores y de las generaciones futuras. Esa será la única manera de que Roberto Battaglia continúe viviendo en el corazón de los argentinos.
Battaglia -que había nacido en Villa del Parque en 1923- trabajó en las dos famosas revistas de la editorial Dante Quinterno: Patoruzú y Patoruzito.
Esta última se publicó desde el 11 de octubre de 1945 hasta el 26 de abril de 1962. Era semanal y salía los jueves. Aquí cabe una aclaración, que parecerá obvia para los lectores maduros pero que es necesaria para los de la categoría sub25: Patoruzito era de papel y se compraba en los kioscos de diarios.
Nunca se reunieron tantos notables dibujantes en una misma revista. Ni El Tony antes ni Hora cero después alcanzaron el nivel excepcional de Patoruzito.
Este análisis lo hice muchos años después, porque cuando era chico me dedicaba a disfrutar de ese tesoro. De la primera a la última página me deslumbraban las historietas serias, como Fierro a fierro, el relato gauchesco de Raúl Roux, el papá del gran pintor Guillermo Roux.
Una página excepcional era Rip Kirby, el detective creado por Alex Raymond, el maestro de la historieta clásica. Perdonen el entusiasmo, pero era un seleccionado: Vito Nervio, en lo que para mí fue el mejor trabajo de Enrique Breccia; Tucho, de canillita a campeón, que inició Carlos Freixas y siguió Athos Cozzi; Rinkel el ballenero, de Tulio Lovato; Cisco Kid, que venía de Estados Unidos pero que dibujaba el gran maestro argentino José Luis Salinas; El capitán Marvel, de Clarence Beck; las obras maestras de la literatura universal, ilustradas por Bruno Premiani; Moro y Turbión, del brasileño Joao Mottini… Y había más: Connie, de Frank Woodwin o El Huinca, de Enrique Rapela.
Pero esto no era todo. Además estaban las historietas humorísticas, que se incluían en el pliego central a color. Por supuesto, el propio Patoruzito encabezaba la nómina. Eran las ingenuas aventuras del caciquito con el también pequeño Isidorito, a quien la Chacha le pegaba un escobazo cuando le quería robar una empanada recién hecha.
El lugar estelar, para mí, estaba ocupado por otras tres historietas: El gnomo Pimentón, Langostino y Don Pascual.
El gnomo Pimentón fue la gran creación de Oscar Blotta, un cuento para chicos en el que un tierno duende de barba blanca salvaba a las princesas de las garras de los monstruos, usando un pulverizador que evocaba a la maquinita de Flit que estaba en todas las casas.
A su vez, Langostino (sin duda la máxima expresión del inolvidable maestro Eduardo Ferro) era un marino solitario, "navegante independiente", que a bordo de su lanchita Corina vivía las más desopilantes aventuras.
Y la tercera, Don Pascual (que también se llamó Mangucho y Meneca y El sapo Felipe), la gran creación de Roberto Battaglia. Probablemente es la más extraordinaria historieta humorística publicada en Argentina.
Don Pascual, un almacenero de barrio, un apenas cincuentón pelado y con panza, bonachón y solidario, encabezaba el elenco, pero la grandeza estaba en la riquísima gama de personajes secundarios. Ellos eran, entre otros:
–Mangucho, que trabajaba como su dependiente y habitualmente hacía el reparto.
–Meneca, la novia o amigovia de Mangucho.
–Felipe, el filosófico sapito blanco con moñito negro.
–Taraletti, un cartero de boca ancha como una armónica, enorme dentadura y pies descalzos, no muy inteligente, que soñaba con ser cantor de boleros y finalmente se convierte en Frank Taraletti, ídolo de las mujeres.
–Zazá, la pechugona (como lo fue la Mulatona décadas después) novia del almacenero y siempre decidida a casarse con él.
–Agustín, el malvado primo de Don Pascual, totalmente loco y que se autoproclamaba dictador universal.
–Santiojo, que era compinche de Agustín.
–Palpitiño, un agorero, un pesimista que presagiaba desgracias y que se la pasaba diciendo "se viene, se viene".
–Don Grappini, un policía aficionado al trago, que ya había aparecido en una tira que Battaglia dibujó en el diario Crítica, en 1946
–Don Pulguetti, que era adivino y aparecía con una lechuza en el hombro, y que como algunos grafitos de hoy se jactaba de no bañarse
–Serpentina, una víbora perversa que obviamente era cómplice del primo Agustín
–Cocolicha, una tía mayor de Don Pascual que llegó de Italia y metía a su sobrino en todo tipo de problemas
–Geografiola, una señorita muy delirante que presumía de viajes que nunca había hecho
–Alan Ladd, un galán cinematográfico de los años 50, al que Battaglia había transformado en un bandido
–Borra-Borra, un pibe con vocación de dibujante, una referencia autobiográfica
Y muchos más, tipos inolvidables.
Roberto Battaglia era al mismo tiempo el argumentista y el dibujante, y su imaginación y su audacia que lo colocaban en un lugar de avanzaba con respecto a la época.
Había que leer con mucha atención para descubrir detalles casi surrealistas en cada cuadrito.
Y para mí, lo máximo en ese sentido era un diálogo accidental, completamente desgajado de la secuencia y de la historia, que protagonizaban en un plano alejado dos personajes vestidos de mozos de café, cada uno sosteniendo una bandeja. Cejas gruesas, barba incipiente, todo ayudaba a presumir que eran gallegos. Y entre ellos se planteaba siempre la misma y breve charla:
-Are you Manolo?
-Yes, I am.
Eso era todo, los tipos no participaban de la secuencia ni volvían a aparecer.
Formado en el estilo de Dante Quinterno, el dibujo de Battaglia adquirió rápidamente una personalidad propia e inconfundible. Se lució en la especialidad de los chistes sueltos (aquel del verdugo que llama por teléfono a su jefe y le pregunta "¿Por dónde corto?" porque el tipo no tenía cuello, o el del homeless que le reprocha a sus acompañantes "¡Ché! ¿Quién me afanó las ligas?").
Pero alcanzó su nivel máximo en la historieta, es decir la secuencia de cuadritos consecutivos donde cada enfoque es una sorpresa. El dinamismo de la acción revela un profundo conocimiento previo del dibujo clásico, al que reconvierte en trazos de delirante exageración, con sorpresivos cambios de planos y movimientos que transforman a los personajes en muñecos de plastilina.
Todo esto con gestos, expresiones, gritos y onomatopeyas. Este aspecto, el de los textos en los globitos y su particular tipografía, lo explicó una vez el propio Battaglia en octubre de 1953, cuando escribió en la insuperable revista Dibujantes":
-Creo que una historieta continuada con texto debe entenderse perfectamente antes de ser colocada la leyenda, o sea que el texto más que una explicación de la acción, es el matiz de esa misma acción…
Como Osvaldo Tarantino, aquel pianista que tocó en el quinteto de Piazzolla, o Pepe Nazionale, que fue número 6 de Lanús, Roberto Battaglia es un personaje de culto.
Y aunque las viscisitudes de su vida truncaron el reconocimiento que merecía, el mundo del dibujo y de la historieta lo ha consagrado.
Especialistas como Judith Gociol y Diego Rosemberg se ocupan de él en La historieta argentina, un libro monumental que publicó Ediciones De la Flor en el año 2000. Antes lo había hecho Siulnas en su Historia del humor gráfico y escrito en la Argentina, maravillosa obra en dos tomos que Eudeba editó en 1987.
Para disfrutar algunas de las páginas de Battaglia, con una altísima calidad de impresión, hay que ver La Argentina que ríe, impecable obra de Andrés Cascioli y Oche Califa para el Fondo Nacional de las Artes, de 2008.
Andrés Ferreiro escribió un muy documentado artículo sobre Battaglia que fue publicado en diferentes oportunidades, en Sonaste, Maneco, Fierro y Tebeosfera.
Por su parte, el dibujante César Da Col, infatigable historiador de la historieta argentina y orientador del grupo cultural Banda dibujada me dijo:
-Faltan volúmenes que compilen todo, pero absolutamente todas las páginas de Don Pascual, y la desopilante comedia oficinista Motín a bordo, obras emblemáticas, realizadas por un talento único, un maestro de los gags visuales llamado Roberto Battaglia.
Antes había afirmado:
-Es una lástima que no exista un libro compilando el laburo de Battaglia… La gente de mi edad tiene vedada la obra de este genio, ya que no se republicó nada de él. Pude leer hace un tiempo algunos de sus trabajos en Patoruzú y el que más me impactó es de la muchachada de oficinistas que vuelven loco al Jefe… Hacía tiempo que no lloraba de risa con una historieta. La obra se llama Mordancio, jefe y mártir y es sublime. Esos monitos culones que hacía Battaglia son de una gracia infinita. Un genio.
La apasionada referencia de César alude a otra obra cumbre de Battaglia, también conocida como Motín a bordo, una historieta que Battaglia empezó a publicar en la revista Patoruzú en 1958.
Se trata de una delirante situación en la que los empleados atormentan a su jefe, quien harto de las bromas pesadas decide vengarse de ellos. Pero infortunadamente para él, en ese preciso momento, justo en el último cuadrito de la historieta, llega el Director General y le grita la frase que se hizo clásica: "¡Señor Mordancio, usted es un monstruo!".
Las desopilantes situaciones están acentuadas por un grafismo exuberante. Y el descontrol de los movimientos termina siendo ingenuo, antes que violento.
Pocas veces una historieta humorística en papel se pareció tanto a un dibujo animado cinematográfico.
Judith Gociol y Diego Rosemberg lo definen así:
-Da la sensación de que la historieta estalla y se reconstruye en cada episodio. En la oficina de Motín a bordo el cadete exige a los gritos un aumento de sueldo y los empleados insultan al jefe, lo escupen, se le ríen en la cara, lo chantajean. Todos menos Chupitegui, la infaltable institución del alcahuete. La rebelión es, además, extraordinariamente gráfica. Hasta las clásicas rayitas que indican movimiento, enloquecen
Battaglia creó varios personajes a lo largo de su carrera. En 1942, Agapito, cuyas aventuras aparecieron en el diario La Hora. Al año siguiente, en la revista Bicho Feo publicó la sección Las apariencias engañan y la historieta Pascualito el panadero, donde el diminutivo anticipaba a Don Pascual. En la revista Pobre Diablo, de la editorial chilena Zig Zag, dio a conocer a Egosito. En Patoruzú fue muy celebrada su sección Nos tientan, vagamente emparentada con El otro yo del Dr. Merengue porque el personaje evitaba cometer la transgresión en la que estaba a punto de incurrir. En la misma revista presentó Orsolino, director, un cruel realizador cinematográfico.
Pero la lista estaría incompleta sin mencionar a María Luz, que nació en 1954 en las páginas de Patoruzú. Era una nenita de ombligo al aire y pelo corto, al estilo de Periquita, su antecesora, y de Mafalda, que la sucedió diez años después.
Esta criatura tenía el aspecto de una inocente nena de su edad, entre ocho y diez años, pero en realidad era una genia, una niña prodigio, capaz de traducir jeroglíficos que sesudos profesores no podían desentrañar o lograr la libertad de un presidiario condenado a muerte.
Pero un día, cuando promediaba la década del 60, María Luz, Motín a bordo y Don Pascual, dejaron de publicarse.
Su creador, Roberto Battaglia, se fue de la Argentina y se radicó en los Estados Unidos. Y el público no pudo volver a disfrutarlas.
Era el mejor momento de su carrera. Pudo haber iniciado una etapa consagratoria en el mercado editorial norteamericano. Pero algo pasó y su vida entró en un cono de sombras.
El notable dibujante abandonó la profesión. Dejó de comunicarse con su familia, con los colegas y con los amigos.
Luego de casi dos décadas de silencio, se supo que había muerto.
El misterio que rodeó su vida fue absoluto. Oscar Grillo lo ratifica, cuando nos dice desde Londres:
-Conocíamos sus trabajos para la Editorial Dante Quinterno pero el hombre Battaglia fue siempre un misterio para nosotros sus admiradores. En las pocas fotos que he visto de él se ve a un hombre moreno peinado a la gomina, impecablemente vestido de traje y corbata y expresion tímida; en sus autocaricaturas se dibujaba luciendo una túnica de pintor, moñito, con los pelos parados, pecoso y fumando en pipa con expresion de anglosajón. ¡Vaya uno a saber cómo era y qué hacía este maestro ademas de dibujar como los ángeles!… Battaglia continua siendo un misterio que espero con ansia se pueda develar pronto y que su arte impecable y genial sea difundido vastamente para todo el público del presente y del porvenir. Nos lo merecemos. Su arte es imperecedero y mágico como el de George Herriman y Elzie Segar. Pero es nuestro, muy nuestro. Le digo a quienes no lo conocen suficientemente como artista esas palabras que decía a menudo su personaje, el visionario Palpitiño: "Uy Dió… la que se viene!!".
Quizás alguien pueda completar esta historia, con los datos que este cronista ignora. Será una manera de honrar la clásica palabra de las historietas: "Continuará".
SEGUÍ LEYENDO: