"Asistimos a un quiebre de civilización, a una ruptura en la transmisión de la cultura", sostiene Jean Sévillia, defensor de las raíces cristianas de Francia, cuestionadas o negadas por corrientes de pensamiento que hacen, dice, "una sobre-interpretación de la laicidad".
El nombre de Jean Sévillia está asociado al del diario Le Figaro, del que fue jefe de Redacción por muchos años y en cuyos suplementos culturales sigue colaborando. El historiador recibió a Infobae en la sede de ese emblemático periódico, ubicado en el bulevar Haussmann, no lejos de la Ópera de París.
Acaba de publicar un nuevo libro, Les vérités cachées de la Guerre d'Algérie (Las verdades ocultas de la Guerra de Argelia), pero tal vez su obra más emblemática sigue siendo Historiquement correct (publicada en 2003, hay edición en castellano, Históricamente correcto) en la cual repasa varios hechos de la historia contrastándolos con los mitos construidos al respecto: la Edad Media, el Descubrimiento y la Colonización de América, las Cruzadas y la Inquisición, las Guerras de Religión, la Revolución Francesa, etcétera.
"Hay una suerte de colusión entre el mundo universitario, el mundo mediático y el mundo político de izquierda -afirma Sévillia-, que funciona como un sistema solidario, y hacer pasar la verdad histórica a través de esa barrera es muy difícil". Sin embargo, es la tarea a la cual ha dedicado su obra: combatir el anacronismo, el reduccionismo y el ocultamiento en la historia, que convierten al pasado en un terreno donde se buscan argumentos para los debates del presente.
"Se combate el patriarcado donde ya no existe, el fascismo donde no hay más fascismo y la homofobia, donde no hay persecución a los homosexuales", sostiene, en referencia a algunas militancias del presente.
—¿Está enterado de que España ha decidido no conmemorar los 500 años de la conquista de México por Hernán Cortés?
— Sí. En el caso de España, no es algo del todo nuevo. Esta ola de arrepentimientos empezó en 1992, en el 500 aniversario del Descubrimiento de América, cuando lo políticamente correcto estalló, y España se "arrepintió" de haber descubierto América o lamentó que Cristóbal Colón hubiese descubierto América. Recuerdo que hubo una exposición universal en Sevilla y en vez de celebrar la gesta de las grandes conquistas fue al revés: los europeos habían cometido el crimen de descubrir América y eran por lo tanto culpables de un genocidio de las poblaciones amerindias. Era algo típico de lo políticamente correcto, o históricamente correcto: el uso de la historia o la deformación de la historia para hacerle decir al pasado algo que tiene sentido para la gente del presente. No es una investigación histórica, un acercamiento a la verdad histórica, sino el uso de la historia con fines políticos e ideológicos. Si en tiempos de Francisco Franco, la gesta de los conquistadores era exaltada, hoy es al revés: son criminales, son casi predecesores de Adolf Hitler. Es un delirio. Desgraciadamente, reitero, no es nuevo. Por gente con la que estoy en contacto en España sé que la Conquista y la Colonización son el gran tema de lo políticamente correcto en ese país.
— ¿Hay reacciones contra esto por parte de intelectuales o políticos? Por ejemplo, en México, el historiador Enrique Krauze reivindica el mestizaje, no sólo como elemento fundante de las naciones latinoamericanas, sino como solución al problema indígena: el mestizaje étnico y cultural y no el gueto. ¿Hay en España quién encarne esta postura?
— Sí, pero son muy minoritarios. La Universidad está muy a la izquierda en España, los liceos, la escuela pública, incluso las universidades católicas están apenas un poco menos a la izquierda que las otras. Es decir, hay historiadores que defienden la verdad pero son muy minoritarios y con muy poco apoyo mediático porque, y lo mismo pasa en Francia y en el mundo occidental en general: hay una suerte de colusión entre el mundo universitario, el mundo mediático y el mundo político de izquierda, es un sistema solidario, y hacer pasar la verdad histórica a través de esa barrera es muy difícil.
— La Conquista es un tema que permite atacar a la vez a España y a la Iglesia Católica. ¿A qué se debe esta campaña permanente? Porque la campaña contra la Iglesia Católica no se detiene nunca…
— Es un fenómeno que se observa en España, en Francia, en América del Norte -en Canadá es muy fuerte-, en los países donde la Iglesia tenía una posición extremadamente importante. Es menos marcado en Italia, tal vez por la presencia del Papado, que sigue gozando de cierto respeto, hasta por parte de los comunistas. También pasa en Austria; Polonia quedó algo protegida por el peso de la imagen de Juan Pablo II. Pero en todos los países occidentales en los que la Iglesia ocupó una fuerte posición social, hay una suerte de vuelta de campana de la historia, una sobre-interpretación de la laicidad, que es un concepto muy francés, como de una separación total entre el mundo de lo sagrado y el mundo de lo profano, lo que lleva a que se le haga un juicio permanente a la Iglesia sobre esos temas. Hay muchas tradiciones dentro del anticlericalismo, del anticatolicismo, en Francia la Revolución Francesa fue muy anticristiana, y a ello se agregan, desde hace unos 30 años, los debates sobre la cuestión antropológica, las diferencias entre hombre y mujer, el matrimonio, la sexualidad, el aborto; todas esas cuestiones. En otros tiempos, la antropología cristiana era la antropología común; hoy, vivimos una liberación individualista, pero la Iglesia sigue teniendo una posición normativa sobre esas cuestiones que la deja aislada. Entonces, hay venganza. Las redes que se oponen a la Iglesia se sirven de la historia, pero no es la historia lo que les interesa sino pegarle a la Iglesia a causa de su discurso sobre la homosexualidad, la diferencia entre los sexos, etcétera.
— ¿Frente a todo eso, no está la Iglesia Católica demasiado paralizada?
— Sí, paralizada… pero ahora directamente es dramático, con esta crisis que tenemos de los abusos sexuales, a la que cada vez se le agrega una nueva capa… Acaba de salir este nuevo libro sobre la cuestión de la homosexualidad. Y aunque se pueda decir que esto incumbe al uno por ciento de los sacerdotes… Tengo un hijo sacerdote y sufro terriblemente cuando veo que él, que se entrega al servicio por 300 euros al mes, es tratado de pedófilo en la calle… es un horror. Noventa y nueve por ciento de los sacerdotes, de los religiosos y de las monjas se entregan a Dios y a los demás, y son insultados… es una crisis terrible. Nos llevará años superarla.
— Hay cierto ensañamiento y una parte de la sociedad que festeja esa crisis, pese a que se trata de una institución fundante de nuestra civilización.
— La civilización occidental y cristiana se detesta a sí misma. Se odia a sí misma. Es muy extraño.
— Estamos ante un resurgimiento del feminismo, pero paradójicamente en lucha contra el patriarcado que ya no existe. Ya no hay leyes patriarcales, es decir, que consagren la superioridad del varón sobre la mujer en ningún tema. Me refiero a los países occidentales, desde ya.
— Se combate el patriarcado donde ya no existe. Se combate el fascismo allí donde no hay más fascismo. La homofobia, donde los homosexuales no son perseguidos. Se construye un enemigo fantasmagórico, que da motivos para seguir una lucha.
— ¿Cree que existen usinas que elaboran estas campañas?
— Hay redes, sin duda. No soy muy complotista, pero existen redes. Actualmente la red LGTB es muy fuerte, es mundial. O la ya vieja francmasonería. Y hay una connivencia en el frente financiero porque paradójicamente cierto capitalismo liberal juega ese juego porque quiere hacer caer las fronteras o las viejas definiciones antropológicas; en el fondo hay intereses de dinero, financieros, detrás. Detrás del transhumanismo, por ejemplo, hay intereses financieros colosales. No digo que exista un jefe mundial oculto, un complot, pero..
— A nivel de los Estados, de las elites gobernantes, ¿se reflexiona sobre estas cuestiones antropológicas? ¿Demográficas? ¿Francia se inquieta por su natalidad? ¿Estos temas forman parte de las preocupaciones de los políticos?
— Las cuestiones demográficas en general no son abordadas por nadie, dejan indiferentes a todos; y Francia todavía tiene una tasa normal, sobre todo debido a la inmigración árabe musulmana -lo que implica otros problemas-, pero Italia, por ejemplo, es un país que se está suicidando.
— Llama la atención que las feministas radicalizadas ataquen a la Iglesia Católica porque no es a pesar de, sino gracias al cristianismo que la mujer tiene un estatus mucho más aventajado en los países occidentales. Basta ver el mapa del mundo para saber en qué países la mujer está más sometida y negada y en cuáles tiene más protagonismo.
— Históricamente hablando, fue la Iglesia, el catolicismo, el que protegió a la mujer, con las leyes del matrimonio. Hacer del matrimonio una institución, primero, y luego una institución indisoluble fue algo que protegió a la mujer, porque en Roma y en muchas otras civilizaciones se podía repudiar a la mujer de un día para el otro, sin que a ésta le asistiera el menor derecho, y a eso el cristianismo le opuso la igualdad del hombre y la mujer, la misma dignidad, no la misma igualdad social, obviamente, porque era una sociedad patriarcal, pero también el patriarcado protegió a la mujer, obligando al marido a su manutención.
— No todas las feministas ignoran eso. De hecho Simone de Beauvoir lo reconoce en su libro. Pero las feministas de hoy son…
— …incultas.
— Pasemos al tema de las fake news. Es algo de lo que se habla mucho últimamente, pero no es nuevo. ¿Lo nuevo sería quizás que con Internet los Estados perdieron el monopolio de la mentira?
— El comunismo internacional practicó la fake news durante toda su existencia. La novedad es que con las redes sociales circula mucho más rápido; una fake news puede dar la vuelta al planeta en una hora, de Nueva York a Singapur. Hay una multiplicación de las fake news debido a las redes; es el aspecto negativo de Internet. Luego es imposible limpiar todo.
Por efecto de Mayo del 68 y de la pedagogía moderna se derogó la cultura ‘burguesa’; por lo tanto, se rechaza la enseñanza clásica, la literatura clásica
— ¿Le inquieta el porvenir de la cultura europea y, más en general, occidental?
— Sí, sí. Estoy realmente muy preocupado por la situación de Europa y el porvenir de su cultura. Hay un derrumbe. Asistimos a un verdadero quiebre de civilización, una ruptura en la transmisión de la cultura, de la civilización. Europa tiene un problema de inmigración extraeuropea muy fuerte; tenemos el problema del Islam y además una fuerte descristianización. El cristianismo, y no lo digo solo porque yo sea católico, tenía una cierta visión de la dignidad del hombre, de la dignidad de la mujer, y hoy vemos una ruptura con esa tradición. Hay una suerte de violencia que se desarrolla, que es preocupante. Se puede ser víctima de agresión por un cigarrillo negado en la calle; es algo que no sucedía en otros tiempos.
— La escuela pública supo ser un instrumento de homogeneización social, de nacionalización cultural. En Francia, ¿la escuela sigue cumpliendo esa función?
— No, no. Se rompió todo eso. Es el efecto de Mayo del 68 y de la pedagogía moderna que derogaron la cultura llamada "burguesa", por lo tanto, hay rechazo a la enseñanza clásica, a la literatura clásica. Cuando yo iba al liceo, estudiábamos a los autores franceses clásicos, hoy consideran a Molière un escritor más entre tantos. Hay una voluntad de romper con la literatura clásica. Hay un escritor, un filósofo del que se ha hablado mucho estos días, Alain Finkielkraut, judío, que fue agredido en una manifestación. Bueno, él se ha construido una reputación en torno a estos temas, porque buena parte de su obra la ha dedicado a denunciar este quiebre en la transmisión de la cultura. Es algo muy, muy grave. La escuela ya no juega ese rol. La escuela se ha vuelto multiculturalista: todas las culturas son equivalentes. La escuela se niega a convertir a los hijos de los recién llegados en francesitos, porque se dice que eso sería discriminatorio, racista incluso; entonces a cada uno se lo recibe y se lo educa con su cultura. La escuela ya no tiene por finalidad la transmisión de una cultura y rechaza la idea de unidad nacional en torno a una cultura común. Eso es una ruptura, que se da además en el marco de un proceso de aumento de la violencia.
Los chalecos amarillos se parecen al Golem, aquel monstruo de Praga que ya nadie controla, que no se sabe a dónde va
— Es llamativo que los chalecos amarillos hayan agredido a un filósofo que los miraba inicialmente con cierta simpatía…
— El problema es que "chalecos amarillos" quiere decir de todo y nada al mismo tiempo; hay allí gente de derecha, de izquierda, de extrema derecha y de extrema izquierda, que se ponen el mismo chaleco y van a las mismas marchas pero no tienen los mismos objetivos ni adversarios comunes. Es un fenómeno muy, muy extraño. Al comienzo, realmente era la Francia de los pequeños, no de los desocupados ni de los inmigrantes, pero sí de gente que gana poco. Pero el movimiento se transformó, la extrema derecha y la extrema izquierda se metieron allí. Se parece un poco al Golem, aquel monstruo de Praga, que se ha creado y que ya nadie controla, que no se sabe bien adónde va; el movimiento de los Chalecos Amarillos es exactamente eso hoy en día.
— ¿Hay actualmente algún referente político francés al que usted admire o por el cual se sienta representado?
— (Suspira) No, entre los dirigentes de primer plano, no, desgraciadamente. Entre los no conocidos o menos conocidos, los diputados, los senadores, hay gente honesta, que hace bien su trabajo y se preocupa por el bienestar general, pero no son de primer plano. Hay en la clase política francesa gente que es bastante consciente de estos problemas que evocamos, pero son minoritarios y no tienen las soluciones. Las graves dificultades que enfrentamos, como la inseguridad, el desempleo o la inmigración descontrolada requieren soluciones autoritarias, pero la gente no está dispuesta a eso. Cincuenta años después de Mayo del 68, la gente se defiende en nombre de la conciencia, de los derechos individuales, pero lo colectivo no le interesa a nadie.
La generación que hizo Europa, que es la que vivió la guerra, la tragedia, ha desaparecido. Y ahora tenemos pequeños hombres grises, tecnócratas, gente sin cultura
— Un discurso en el registro de Charles De Gaulle, que sentía que encarnaba a Francia, hoy en día sería rápidamente catalogado…
— …sí, sí, como fascista.
— Después de la generación de líderes que unieron Europa, ¿qué queda?
— Toda la generación que hizo Europa, que es la que vivió la guerra, conoció la tragedia y eso siempre engrandece, todas esas generaciones han desaparecido. Y ahora tenemos pequeños hombres grises, tecnócratas, gente sin cultura, sin base filosófica, sin cultura histórica, sin cultura literaria. Incluso en la izquierda. Un hombre como François Mitterrand, que era de la generación de la guerra, era un hombre muy culto, con una verdadera formación histórico-literaria. Era de izquierda y yo nunca lo voté, pero no era un hombre para despreciar; hoy sus sucesores al frente del partido son pequeños.
— ¿Y qué visión tiene de Emmanuel Macron?
— Es un resultado de la crisis. Ganó por defecto. "Mataron" a François Fillon [N.de la R: en referencia al candidato mejor posicionado, que fue denunciado por emplear a su esposa como asesora], que tenía todas las chances de ser presidente.
— Algo parecido a lo que pasó con Dominique Strauss Kahn y François Hollande; éste último fue presidente porque un escándalo sacó al otro de la carrera presidencial.
— Exactamente. Macron fue elegido casi por azar. Es un joven brillante, pero demasiado joven y creyó que el mundo le pertenecía, pensó que bastaba con ser inteligente y brillante para gobernar un gran país como Francia y se dio de narices contra esta historia de los Chalecos Amarillos. Se puede no tener simpatía por ellos pero son un movimiento social extremadamente importante. Ahora Macron está haciendo estos grandes debates nacionales, rema y rema, para avanzar, pero…
— Si no en el presente, imagino que en la historia de Francia hay personajes a los que sí admira.
— Tengo mis héroes personales. Juana de Arco es tan admirable. Es un personaje que tiene múltiples facetas. Es mujer, es santa, es una jefa guerrera, es una mística. Es la patrona de Francia por otra parte. Tengo mucha admiración por ella y le rezo por mi país. Hemos sido un gran país, un poco insoportable a fuerza de ser tan grande, lo sé, los franceses nos hemos creído el centro del mundo, es uno de nuestros defectos nacionales; no tenemos solo cualidades, pero objetivamente Francia es un país que le ha aportado mucho al mundo, y no hablo sólo de la Revolución Francesa, habló de sus misioneros, de sus sabios, de sus políticos… Uno de mis libros se llama "Historia apasionada de Francia"; admiro mucho la historia de mi país. Lo que es muy sorprendente es que es un país que ha conocido crisis terribles en su historia y siempre se volvió a levantar. Así que lo que me pregunto como historiador, a partir de esas permanencias, es cómo nos levantaremos esta vez de la crisis en la que nos encontramos, porque estamos en una crisis, que es la del malestar, la del rechazo a los valores comunes, el rechazo a una visión de porvenir común, somos una sociedad que avanza a ciegas. Cómo vamos a salir no lo sé, lo que sé es que muchas veces en nuestra historia hubo terribles derrumbes y cada vez Francia se volvió a poner de pie, así que…
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