Escribo con la emoción a flor de piel y dejo que hable mi corazón. Desde mi adolescencia Piazzolla es el símbolo de la vanguardia, del cambio, de mirar para adelante. Y ahora, cada día, su música sigue siendo un bellísimo antídoto contra la mediocridad.
En 1977, Astor Piazzolla vivía en París, en la Ille St. Louis, la más pequeña de las islas sobre el río Sena. Apenas separada del centro de la ciudad por un puente, desde el que casi se puede tocar la magnífica catedral de Notre Dame. Un lugar tranquilo, silencioso.
Allí, en el número 13 de la Rue Saint Louis en L'Ille, en una casa que como muchas otras de la misma calle es monumento histórico, Astor me esperaba con una novedad.
– Acabo de llegar de Milán. Grabé con unos músicos italianos. Sentate, escuchá.
Y desde el grabador aparecieron las flamantes creaciones: Cité tangó, Pia-sol-la-sol, Windy, Moderato tangábile, Persecuta, Chant et fugue y Largo tangábile. Pero Astor nunca estaba conforme.
-Me viene muy bien grabar y escuchar las cosas que hago, pero un tiempito nada más. Enseguida me dan ganas de hacer cosas nuevas. Ya lo último no es que me suene a viejo, pero tocar el mismo repertorio después de unos meses a mí no me hace ninguna gracia. Me gusta cambiar…
Salimos, caminamos por ese barrio en el que el tiempo parecía haberse detenido.
-Aquí han conservado todo igual desde el siglo XVII. La casa en la que yo vivo era un corralón. Esta calle va de punta a punta de la isla, y tiene un solo sentido, en la esquina vivía Georges Pompidou, para allá Alain Delon y del otro lado Moustaki.
El barrio albergaba otras presencias ilustres: las placas en las paredes recuerdan que Verlaine y Baudelaire fueron algunos de sus vecinos. Y también se conserva la casa en la que María Antonieta estuvo detenida hasta su ejecución.
Pero Astor se entusiasmó cuando pasamos delante de un mercadito.
– Mirá, mirá en ese cajón… ¡Manzanas Moño Azul! Aquí hay fruta de Argentina…
El más universal de nuestros músicos se sentía, antes que nada, un argentino.
– Sí, absolutamente… Es mi mayor orgullo… ¡por Dios!… No sé si seré bueno o malo, pero soy un músico argentino.
En la esquina, una larga fila de personas esperaba turno para comprar en Barthillon, la heladería más famosa de París. Piazzolla la calificó a lo Piazzolla: "Dicen que es la mejor heladería del mundo, pero para mí es la heladería más ridícula del mundo… Porque además se comen helados mucho más ricos en Buenos Aires. Y veo que aquí, en la esquina, hacen
colas a veces bajo la lluvia, en invierno, con dos o tres grados bajo cero. Y no son nada del otro mundo, son frutas y le ponen como un perfume. Pero lo más gracioso es que esta heladería está cerrada en verano… Abre nada más que tres días a la semana y te dicen en la puerta 'para probar nuestros helados venga a tal hora'. Si no, no comés helado".
La posteridad ha consagrado la obra musical de Piazzolla, y también su enorme afición por el helado. El autor de Lo que vendrá era cliente fanático del dulce de leche de una tradicional heladería, que ahora en la calle Álvarez Thomas, en Buenos Aires, lo incluye como el sabor "Astor".
A propósito de Lo que vendrá: Astor lo estrenó con su primer quinteto en 1960, con una fantástica introducción en violín de Szymsia "Simón" Bajour. ¿Qué les diría Astor a los músicos de hoy, a quienes lo admiran y lo han instalado como ejemplo insustítuíble? Quizás algo parecido a lo que me dijo en aquella charla parisina.
-El futuro de la creación, el futuro de la nueva música, no es de los intuitivos. Porque el gran drama es el joven intuitivo que hace algunas cosas buenas y encuentra que está rodeado por quince o veinte personas que lo endiosan. Entonces dice "bueno, soy un genio y no me hace falta estudiar". Ahí está su gran error. Pienso que un gran intuitivo tiene que agarrar la intuición, guardársela, y después, al otro día, buscar un maestro y empezar a estudiar música.
– ¿Vos todavía estudiás?
-Sí, sí, yo sigo estudiando. Estudio todos los días. Me interesa todo lo que es nuevo, lo que es desconocido. La vida de un creador es también información y yo tengo que informarme de todo lo que pasa.
A Astor lo descubrí cuando yo todavía estaba en la escuela primaria. En aquella época, cuando un chico tenía fiebre iba a la cama y faltaba al colegio. Eso era glorioso para mí, porque mi papá me acercaba el aparato de radio, que se llamaba "combinado" y que tenía una frecuencia que ya no se usa, la onda corta. Servía para escuchar estaciones de radio de otros países, y en su expresión más desarrollada dio lugar al "Diexismo" (D de distancia, X de incógnita) Eso mismo que fue sustituído primero por internet y luego por las aplicaciones como TuneIn.
Y escuchando onda corta en mis gripes escolares, descubrí un programa que salía al aire los sábados a la noche por la WRUL, la radio internacional de New York, con los locutores argentinos Yago Blass, Guillermo Caram y Mauricio Rosemberg. La audición se llamaba Tangos desde New York y a mí me llamaba mucho la atención la cortina musical de presentación, porque era algo que salía de lo común. Con el tiempo supe que se llamaba Mi tentación y que la versión era de un tal… ¡Astor Piazzolla! Eso era en 1956.
A los catorce años le escribí una carta. La recibió quien por entonces era su secretario, Víctor Oliveros, el hombre que más sabe de Piazzolla en el mundo. Todos los autores que han escrito sobre Astor han recurrido a él y por cierto lo acreditan al principio de sus respectivos libros.
-Che Astor, mirá. Te escribe un pibe. Te elogia mucho. Y pone su teléfono…
-Llamalo.
Cuando sonó la campanilla de aquel 60-0648 de mi infancia y del otro lado apareció la voz de Astor Piazzolla, mi papá no lo podía creer.
Después lo seguí en Radio Splendid, en la calle Uruguay 1237, cuando debutó con su primer quinteto, en 1960, con Bajour en el violín, Jaime Gosis en el piano, Kicho Díaz en el contrabajo y Horacio Malvicino en la guitarra. Y aunque era un adolescente, iba a escucharlo a Jamaica, en la calle San Martín casi Paraguay, un boliche nocturno que era famoso porque ahí cantaba la brasileña Maysa Matarazzo, tocaban todos los músicos de jazz de Buenos Aires y también actuaba Horacio Salgán. Y todo el tiempo que duró, fui habitué de 676, en la calle Tucumán, un lugar que unos admiradores de Astor armaron para él.
En 676 también tocaba Enrique Villegas y allí debutó Joao Gilberto en la Argentina, junto con Os Cariocas; yo estuve esa noche allí y tengo la grabación. Tanto lo seguía a Astor y tan fuerte era mi admiración por él que, inevitablemente, cuando empecé a trabajar en el diario El Mundo, en la sección Deportes, mi jefe, el Negro Villita, me llamaba Piazzollita.
Un documento viviente de la vida y la obra de Astor Piazzolla es Víctor Oliveros. Primero fue hincha de Astor, luego su secretario personal y finalmente su amigo íntimo. Todos los libros que se han escrito sobre el autor de Adiós Nonino lo mencionan y le agradecen la información ofrecida a los autores. Su impresionante archivo, de audios e imágenes, se lo ha regalado al rosarino Carlos Kuri, quien ahora está preparando una obra conteniendo todo ese material.
Víctor es una fuente inagotable de datos y referencias sobre Astor. Cuenta que Rubén Juárez fue el cantor preferido del maestro y que siempre quiso grabar con él. Y confirma la veracidad de la curiosa historia del muñequito de Gardel.
-Cuando Astor lo conoció a Gardel, en New York, no sólo hizo de canillita en El día que me quieras. Como hablaba inglés, lo acompañaba a Gardel a todas partes, a comprar ropa, a hacer trámites. Y Gardel iba a comer a la casa de Astor, porque le gustaban las pastas que cocinaba doña Asunta, la mamá. El padre, don Vicente, le tomó mucho cariño a Gardel. Y le regaló una talla de madera que él mismo había hecho, con la figura de un gaucho. Una vez, en los años 60, un amigo de Piazzolla vio en la vidriera de una tienda de antigüedades en New York una talla chamuscada, con un cartel que decía "Objeto perteneciente a un cantor argentino que murió en un accidente de aviación." No le alcanzaba la plata para comprarlo y decidió pasar a comprarlo al día siguiente. Y cuando fue, el muñequito ya se había vendido…
Como todo genio, Astor no tenía términos medios. Una mañana, en 1967, fui a su departamento de Callao y Avenida del Libertador. Fumaba su pipa, estaba escribiendo arreglos, tenía el piano cubierto de partituras.
-¿Qué estás haciendo?
-Una mierda que me pidió Phillips, La historia del tango… Es una porquería.
Llegó a grabar dos discos de esta serie, La guardia vieja y La época romántica, con unos músicos extraordinarios: Osvaldo Manzi en piano, Antonio Agri en violín, Oscar López Ruiz en guitarra, Kicho Díaz en contrabajo, con la participación de Enrique Mario Francini y Hugo Baralis en solos de violín y José Bragato en violoncelo. Cuando empezó La época moderna, y después de haber registrado cuatro tangos (Uno, Malena, Sur y Percal) se peleó con los directivos del sello grabador y abandonó el proyecto.
A él no le gustaba, detestaba ese trabajo. Sin embargo, hoy es un deleite escuchar esas grabaciones. Especialmente El choclo, cuyo arreglo tiene un canto del bandoneón desde el principio y hasta el final, en uno de los solos más extraordinarios que se recuerde con ese instrumento.
Pero Piazzolla era así. Peleador, agresivo, terminante. Lo sufrí en carne propia cuando se me ocurrió decirle que me gustaba Alberto Castillo.
-¡Sos un hijo de puta, salí de mi vista, no te quiero ver más!
No le fue mejor a un joven músico que una vez se le acercó muy respetuosamente y le dijo:
-Maestro, querría pedirle un consejo.
Astor lo fulminó con la mirada.
– ¡¡¡Yo no doy consejos, porque los vivos no los precisan y los boludos nos los entienden!!!
En estas horas, las radios y la tele recordarán a Piazzolla.
Nos inundarán de Libertango y de Adiós Nonino. Eso es lógico, estará muy bien.
Lástima que ignoren todo lo demás de la obra monumental de Astor, que incluye maravillas como Contratiempo, Tanguango, Prepárense, Para lucirse. Revirado, Melancólico Buenos Aires, Picasso, Bandó, Se armó, Triunfal, Villeguitas o Chau París.
Pero como dijo Astor, no hay que dar consejos.
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