Brian Schapira, subsecretario de Protección de Derechos Humanos y enlace Internacional del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, ensayó una reflexión. Sugirió que la historia con mayúsculas se queda con la parafernalia de las cifras -los seis millones de judíos quemados, gaseados y exterminados en la Segunda Guerra Mundial- y en la monumentalidad del horror, la infraestructura de perversión y los planes concebidos para la masacre. Pero la historia con minúsculas, la historia mínima e individual encierra un valor distinto. "Y en esta historia de Gino Bartali pude ver algo fantástico. La historia de la persona común que se vuelve un héroe", describió.
Brian Schapira dijo lo que dijo en un discurso. Había hablado después de Ariel Schapira, secretario general del Museo del Holocausto, y antes de Marco Busetti, ministro de educación, universidad e investigación de la República de Italia, y de David Galante, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz y miembro del Comité de Honor del Museo del Holocausto. Referentes de la comunidad judía, de los derechos humanos y del gobierno y consulado italiano se congregaron para inaugurar la muestra "Gino Bartali, Justo entre las Naciones, campeón del ciclismo y la humanidad" en el Museo del Holocausto de Buenos Aires. Se reunieron, a su vez, para rodear y escuchar a Gioia Bartali, nieta de ese hombre común que se volvió héroe.
"Cada vez que me dicen que van a armar una muestra sobre mi abuelo en alguna parte del mundo, hago lo imposible por encontrarme allí presente", pronunció Gioia, de frente a postales y premios de su abuelo desplegados por primera vez en suelo argentino. Es la cronología de Gino Bartali en formato afiche, la historia de un hombre nacido en 1914 en el seno de un hogar humilde de Ponte a Ema, un pequeño poblado en Florencia, en la región de la Toscana, hijo de un padre operario en tareas de mantenimiento y una madre dedicada a trabajar la tierra. Luigi Bartali, uno de sus hijos, dijo que era gente acostumbrada a ayudarse para salir adelante, y él, su padre, había aprendido a ser una persona generosa.
Gino fue un laureado ciclista. En 1936 y 1937 ganó el Giro de Italia. Al año siguiente, salió campeón del Tour de Francia. Después de la Segunda Guerra Mundial volvería a levantar ambos trofeos.
En la película documental My Italian Secret: the Forgotten Heroes (Mi secreto italiano: los héroes olvidados) dirigida y escrita por Oren Jacoby, otro de sus hijos, Andrea, reveló que Gino Bartali experimentó su primer riesgo cuando rechazó la invitación para dedicarle el triunfo a Benito Mussolini. Era 1938: "Mussolini creía que si un italiano terminaba triunfante el Tour, eso mostraría que los italianos también pertenecían a una raza superior. La victoria de mi padre se convirtió en un asunto de orgullo nacional y de prestigio del fascismo, por eso estuvo bajo una enorme presión".
El año de su gesta también fue el año de la promulgación de las leyes raciales: el 14 de julio de 1938 el Giornale d' Italia publicó el Manifiesto de las Ciencias Racistas ("Manifesto degli scienziati razzisti"), que decía proteger el legado de la raza italiana de procedencia histórica. Fue una persecución a los judíos, una reducción de sus derechos, la quita de su ciudadanía, la exclusión de escuelas y universidades, la quita de bienes y del permiso de viajes, la prohibición de trabajar en el gobierno y en ciertas profesiones, una vulgar copia de las Leyes de Nüremberg, un recurso para acercar simpatías políticas y antisemitas con la Alemania nazi.
Italia significó, sin embargo, una nación de resguardo y refugio para la comunidad judía. Al menos hasta junio de 1943, cuando los aliados desembarcaron en Sicilia, Mussolini fue detenido e Italia firmó la rendición incondicional. El 13 de octubre de aquel año, Italia le declaraba la guerra a Alemania. La traición ameritó la invasión y la conquista de las regiones del norte y centro de la península.
Las tropas alemanas salieron a la caza de los judíos italianos amparados en las leyes raciales, vigentes desde septiembre del '43. Los judíos encontrados eran deportados a los campos de concentración. En este contexto, Gino Bartali fue invitado a participar de una red secreta de resistencia.
Su rol lo explicó Marco Busetti, ministro de educación italiano, en la inauguración de la exposición sobre su vida: "Decidió ponerse al servicio de una causa justa, salvar de la deportación a numerosas familias de judíos. En una casa de su propiedad en Florencia escondió incluso a la familia Goldenberg. Durante el período entre septiembre de 1943 y junio de 1944, formó parte de una red de salvataje en la que los líderes fueron el rabino de Florencia Nathan Cassuto y el obispo de la ciudad el cardenal Elia Angela Dalla Costa. Con la excusa de sus entrenamientos como motivación, actuaba como correo de la organización y recorría el tramo desde Florencia a Asis llevando fotografías o información necesaria para producir documentos falsos que luego volvía a traer escondidos dentro del tubo de su bicicleta".
Las tropas alemanas salieron a la caza de los judíos italianos amparados en las leyes raciales, vigentes desde septiembre del ’43. Los judíos encontrados eran deportados a los campos de concentración
Gino Bartali era el correo, la logística de una red clandestina de salvataje conformada por monjas, monjes, fieles y laicos. Ocultaba información, documentación, fotografías y dinero en los caños de su bicicleta. Tenía 29 años y era una eminencia del ciclismo, por entonces ya había ganado dos Giros de Italia y un Tour de Francia. Unía los 185 kilómetros que separan Florencia de Asís en su rodado dorado, en el invierno toscano, en simultáneo a una época en la que los nazis secuestraron a seis mil judíos de una Italia subordinada.
El ciclista conocía los pasillos de una ruta custodiada por retenes alemanes y gozaba de la inmunidad del deportista de élite. "Pedaleaba y pedaleaba incesantemente llevando una remera donde tenía escrito su apellido. Los alemanes eran grandes fanáticos, lo detenían, le pedían su autógrafo y él, muy simpáticamente, se excusaba para poder seguir su viaje diciendo que estaba todo transpirado", recordó y contextualizó su nieta. Había despreciado la invitación de Mussolini, podía desestimar unos autógrafos de oficiales nazis.
En su viaje hacia Asís recogía la documentación. En la ciudad de la región central italiana de Umbría, lo esperaba Luigi Brizi, un socialista de bajo perfil, quien fabricaba las acreditaciones apócrifas en una vieja imprenta del convento de San Quirico.
"Transportaba fotos en una dirección y la documentación falsa confeccionada a la vuelta. Todo sucedía muy rápido porque el viaje se hacía en un solo día para regresar antes del toque de queda. Y eran casi 400 kilómetros, de modo que imagine el esfuerzo", reveló Gioia. La reputación de Bartali era la llave de la resistencia: las fuerzas fascistas no sospechaban de su entrenamiento en áreas restringidas. Los documentos servían para que los refugiados pudieran alcanzar zonas controladas por los aliados, que desde el sur de la península venían recuperando territorio.
No resultó una tarea fácil para el ciclista. Una vez fue interrogado por el jefe de la policía secreta fascista y trasladado hacia la Villa Triste, un rincón de tortura: Bartali pidió que la bicicleta no fuera revisada porque las piezas estaban calibradas con precisión para optimizar su desempeño en competencia. En su departamento también ocultó a judíos. Giorgio Goldenberg vivió junto a su abuelo y sus padres: solo la madre salía del refugio a buscar comida. Sabía a lo que se exponía, sin embargo nunca claudicó en su lucha.
Gino Bartali era el correo, la logística de una red clandestina de salvataje conformada por monjas, monjes, fieles y laicos. Ocultaba información, documentación, fotografías y dinero en los caños de su bicicleta. Tenía 29 años y era una eminencia del ciclismo, por entonces ya había ganado dos Giros de Italia y un Tour de Francia. Unía los 185 kilómetros que separan Florencia de Asís en su rodado dorado, en el invierno toscano, en simultáneo a una época en la que los nazis secuestraron a seis mil judíos de una Italia subordinada
Las estadísticas son difusas: alcanzan calidad de leyenda porque la causa era hermética y discreta. Su familia, que jura nunca haber intuido nada del compromiso secreto de Gino, confía que fueron al menos 45 viajes de Florencia a Asís. Se presume que esos trayectos encubiertos ayudaron a salvar las vidas de 800 judíos. Gioia Bartali rescató dos principios de Gino: el valor y la fe. "Esto fue lo que lo ayudó para pedalear más rápido, más fuerte, incluso en la carrera más importante de su vida, que no era contra un adversario deportivo, sino contra el miedo, contra lo imprevisto, contra el tiempo. Estos principios no los traicionó jamás. El principio fundamental fue el sentido de la justicia que lo hacía afirmar que no existían varias razas, sino una sola".
Gioia dijo hace un tiempo que su abuelo le había dicho "de mí hablarán más cuando esté muerto que en vida". Busetti, que trató en persona al premiado ciclista e, recordó una frase que lo identifica: "El bien se hace, no se dice. Algunas medallas las llevamos colgadas en el alma, y no en el saco". "¿Por qué Bartali no habló de esto nunca? -se preguntó Daniel Schapira-. Es posible pensar que como muchos otros rescatadores de judíos en esa época lo haya simplemente hecho porque pensó que era lo correcto".
Gino Bartali tenía razón: en 2003, tres años después de su muerte, recibió la distinción de Justo entre las Naciones, el máximo reconocimiento para quienes rescataron judíos en tiempos de tiranía, concedido por el Yad Vashem de Israel, la institución oficial constituida en memoria de las víctimas de la Shoá. A 19 años de su fallecimiento y a 75 de la gesta anónima que lo eternizó en la historia, en Buenos Aires se montó una exposición para honrar su memoria.
Un reconocimiento que enorgullece a su nieta pero que avergonzaría a Gino. Andrea Bartali confesó que su padre era reacio a calificar sus acciones como heroicas. "Cuando la gente le decía, 'Gino, eres un héroe', él respondía: 'No, no, yo quiero que me recuerden por mis logros deportivos. Los héroes reales son otros, aquellos que sufrieron en su alma, su corazón, su espíritu, su mente, por sus seres queridos. Ellos son los héroes reales. Yo soy solo un ciclista'". O una persona común dueño de una historia mínima.
Seguí leyendo:
El dolor y la felicidad según Sara Rus, sobreviviente del Holocausto y madre de un desaparecido