Las dos mujeres están sentadas en un banco de la Plaza de los dos Congresos. Todavía queda un poco de sol tibio y en la complicidad con la que conversan se nota que son madre e hija. Ana María Giménez -60 años, arquitecta, investigadora y docente de la Universidad Nacional de San Juan-, sonríe y mira de reojo a su hija cuando escucha la pregunta.
"¿Por qué vine? Esta mañana mi marido me dijo que las mujeres parecemos salidas de 'El planeta de los simios'. Monos que nos estamos rebelando. Le pregunté: '¿Vos pensás que somos inferiores?', y me contestó: '¿Recién ahora se están dando cuenta? Me hacen falta siete mujeres para hacer lo que haría un sólo hijo varón'". Ana María, casada con ese ingeniero desde hace 35 años, cierra: "Yo nunca había venido a un marcha, y no va a ser la última vez".
No es la única mujer grande en esta marcha multitudinaria, oficialmente llamada "tercer Paro Internacional Feminista y Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans". A las adolescentes que ya venían mostrando su potencia en las movilizaciones anteriores, este año se sumaron muchas otras de la generación de Ana María "que siguen casadas con estos raúles", dice su hija.
El paro por el Día de la Mujer arrancó temprano, con consignas creativas en las redes sociales. #SueltaDeImbéciles propuso en Twitter "Revista Cotorra" y motivó a que las mujeres enviaran los saludos que les llegaban por el 8M: "Las mujeres son especiales porque luchan por mantener a la familia unida", decía, por ejemplo, uno.
En la calle hubo respuestas a esos estereotipos de género: "Yo no soy la segunda mamá de tu hijo, soy trabajadora de la educación", decía la leyenda que una docente escribió en su guardapolvo.
Se notó, desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo, la diversidad. Marcharon mujeres trans y travestis adultas. Las madres de niñas trans, además, alzaron sus carteles contra los travesticidios y a favor del cupo laboral para que la prostitución no sea un futuro obligado: "Quiero que mi hija trans pueda disfrutar de su vejez", decían.
Que las trans y travestis ocuparan un lugar central fue una respuesta política para quienes, hace unas semanas, propusieron que no fueran a marchar. El argumento es el llamado "biologicista" que no reconoce la identidad de género con la que cada uno se percibe y sostiene que sólo es mujer quien tiene vagina.
"Yo creo que el colectivo feminista maduró", dijo a Infobae Lara Bertolini, la estudiante de abogacía que la semana pasada logró que en su documento no dijera ni "M" ni "F" sino "identidad travesti": "Le hicimos entender que no es uno solo sino todas las identidades violentadas por la cultura patriarcal". A ellas se refiere la consigna que se leyó, sobre el final, en el escenario: "Al closet, al calabozo y al biologicismo no volvemos NUNCA MÁS".
Marcharon mujeres de pueblos originarios, mujeres con distinta orientación sexual, mujeres con discapacidad y, entre todas ellas, abuelas, mujeres sin hijos y mamás con sus hijos en los hombros.
Hubo, en general, clima de fiesta: murgas, bandas (como Femimúsica que hizo bailar a todos lo que pasaban). Sin embargo, en el plano detalle se notaba la tristeza alrededor de uno de los reclamos centrales: ponerle un freno a las distintas formas de violencia contra las mujeres.
"Se los debemos a las pibas que nunca volvieron", decían algunos carteles, en referencia al femicidio nuestro de cada día: uno cada 34 horas, según datos de La Casa del Encuentro. "No soy histérica ni estoy menstruando. Grito porque nos están asesinando", decía otro.
Pero no es esa la única forma de violencia contra mujeres y niñas. Martina Bustamente, 27 años, llevó a Olivia, su única hija, en los hombros. La nena, de 3 años, alzaba un cartel que decía #NiñasNoMadres.
Martina se quiebra cuando tiene que explicar por qué eligió esa consigna. Balbucea para esquivar el llanto, no hay mucho que explicar: tiene una hija mujer y el caso de la nena de 11 años que fue violada en Tucumán y obligada a parir la hace estremecer.
No es la única que sostiene que el aborto debe ser legal, seguro y gratuito. A su lado, sobre Avenida de Mayo, no hay bandera que aglutine a tantas mujeres como la verde. El tema fue parte central del documento que se consensuó en las asambleas previas: "Dilatar, judicializar y no garantizar la interrupción del embarazo es TORTURA", leyeron.
También, en el año en el que muchas mujeres se animaron a contar que sufrieron abusos sexuales, hubo un pie firme puesto en no dar "ni un paso atrás" con el tema: "Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio", decía una pancarta, escrita sobre la tapa de una caja de cartón.
Lloró también Adriana, mientras su hijo Samir paseaba detrás de la bandera de las "Madres víctimas de trata". A ella la trajeron de Orán, Salta, fue obligada a prostituirse durante años y la liberaron a los 37, cuando "ya era vieja y dejé de rendir".
"Me perdí la crianza de todos mis hijos, menos la de él. Tengo una hija de 14 años, no voy a permitir que nadie la engañe y pase por algo así", dijo.
El paro y la marcha -que se replicó en muchos países- terminó con la lectura del documento en Plaza de Mayo y no en el Congreso, como había ocurrido en las movilizaciones anteriores. Leyeron una mujer trans, una afro, una representante de pueblos indígenas, una representante del activismo gordo y la madre de Plaza de Mayo, Taty Almeida.
Fue tanta gente que el centro, lógicamente, se volvió intransitable. Son movilizaciones que ya son conocidas en el mundo como parte de "la revolución de las mujeres", aunque todavía queda mucho por hacer.
"La puta que las parió a las minas", es lo primero que dice el taxista, indignado y aferrado a su volante de cuerina, mientras lucha por salir del caos.