La fuga a tiros de un matrimonio que provocó el cierre del centro clandestino Automotores Orletti

La increíble historia de la pareja de militantes secuestrada por Aníbal Gordon y Raúl Guglielminetti que, aprovechando un descuido de sus captores, les quitó las armas y pudo escapar

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Automotores Orletti, el taller mecánico
Automotores Orletti, el taller mecánico donde funcionó el centro clandestino de detención

José Morales y Graciela Vidaillac tenían dos hijas y escaparon a Córdoba desde Buenos Aires. A pocos meses del golpe de estado, era saltar de la sartén al fuego. Sin embargo, ellos pudieron regresar a una casita cerca del Hospital Posadas.

Ambos eran militantes. José había formado parte de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) y, pese a los golpes represivos sufridos por muchas organizaciones, siguió junto a Graciela su militancia.

Quizá el entrenamiento militar que había recibido José ayudó a afrontar la fuga que ambos protagonizaron, a tiro limpio, del centro clandestino Automotores Orletti, regenteado por el temible Aníbal Gordon: adscripto a la SIDE, por decisión del dictador Jorge Videla, pasó de Presidencia a jurisdicción del Ejército, especialmente del Batallón 601 de Inteligencia.

La búsqueda comenzó el Día de Todos los Santos, el lunes 1 de noviembre de 1976. Todo sucedió durante un período que se extendió entre 48 y 72 horas, aunque narrarlo podría llevar una semana. El Batallón 601 les seguía las pisadas a Graciela y José, pese a sus esfuerzos por ocultar sus movimientos.

El martes 2 a la mañana, el grupo de tareas fue a la casa del socio del padre de José Morales. Ambos se dedicaban a la chatarra en Avellaneda. Poco después del interrogatorio, no sólo capturaron al padre de José, sino también a su hermano menor, que era colectivero, y a su esposa embarazada: padre, hijo y nuera fueron trasladados a Orletti, un pequeño taller mecánico de dos plantas alquilado por Gordon con documento falso en Venancio Flores 3519, pleno barrio porteño de Floresta y pegado a las vías del Sarmiento. Este último es un dato clave, como se verá más adelante.

El grupo de tareas pudo sacarles la dirección donde vivían José, Graciela y sus dos hijas. Fueron ese mismo día y capturaron a Graciela. Además, en esa casa de Haedo, estaban sus dos hijas y la madre de José. Los represores sabían que tarde o temprano José llegaría.

José Ramón Morales y Graciela
José Ramón Morales y Graciela Vidaillac

Ese martes caluroso, antes de que se viera la luna casi llena, José estaba especialmente alerta: entró a la casa con su mano derecha empuñando una pistola, pero se le tiraron encima y cuando intentó defenderse, le dispararon. Una bala le atravesó una pierna.

Antes de que José intentara reponerse y disparar, los del grupo de tareas abrieron una puerta y le mostraron a su madre y sus hijas. José dejó su arma. En la casa quedaron la madre y las niñas. A José lo llevaron en un baúl desde Morón a Floresta a toda velocidad. Sabía que podía ser el final.

Qué era Orletti

El general Otto Paladino estaba a cargo de la SIDE durante el último tiempo del gobierno de Isabel Perón y algunos de los agentes experimentados, como el propio Aníbal Gordon, Eduardo Ruffo y Raúl Guglielminetti.

Como había militantes uruguayos y chilenos que se habían mudado a la Argentina por los golpes militares en ambos países (los dos en 1973), Gordon fue –con identidad fraguada– a alquilar un taller mecánico en Floresta para acondicionarlo como centro de tortura y exterminio. Eso fue en abril de 1976, cuando ya estaba en marcha el Operativo Cóndor, que coordinaba a las fuerzas militares de Chile, Paraguay, Uruguay, Brasil, Bolivia y Argentina.

El plano de Orletti
El plano de Orletti

En el organigrama secreto de la dictadura argentina Orletti era OT 1.8. Esto significa Operaciones Tácticas y lo de 8 es porque se trataba de la octava base del Batallón 601. Las otras 7 bases eran otros tantos centros de detención clandestinos, la mayoría en sedes militares.

Fue Ricardo Poggio quien ayudó a Infobae a reconstruir la historia de José y Graciela. Se trata de un porteño de 52 años que no tuvo familiares desaparecidos y por edad no sufrió la represión. Es maestro mayor de obras y trabajaba en lo suyo como empleado de la Ciudad de Buenos Aires.

Un día, lo llamó el arqueólogo Marcelo Weissel para remover unos escombros en Paseo Colón al 1200, donde funcionaba el campo de exterminio El Atlético. Corría 2002. Ricardo, desde entonces, sintió que debía contribuir a sacar la historia a la luz y pasó al Instituto Espacio para la Memoria, dedicado a identificar aquellos espacios de horror y convertirlos en espacios de Memoria.

-En marzo de 2009 se recupera Orletti. Estaba cerrado. Fui parte del equipo que nos hicimos cargo de ese taller y lo convertimos en espacio de Memoria –cuenta Ricardo a estos cronistas en una oficina que comparte con otras personas en lo que fue la Escuela de Mecánica de la Armada y que desde 2004 empezó a ser también un sitio de Memoria.

Ricardo facilita a Infobae un plano de Orletti para poder seguir la secuencia de lo que fue la fuga de Graciela y José.

El predio era de 8,66 por 30 metros y el lugar neurálgico para los represores era la planta alta. Allí Gordon tenía una oficina propia, otra oficina para el resto de los represores, había una sala de armas, sala de torturas y algunas celdas además de baños y una cocina.

La planta baja del centro
La planta baja del centro clandestino

Desde mayo a noviembre habían pasado cientos de personas que fueron torturadas con salvajismo, muchísimos de ellos uruguayos, la mayoría fueron desaparecidos salvo un grupo que fue remitido a Uruguay.

Orletti era pequeño pero manejado por criminales con sangre fría. Además, tenían licencia para pasar a nombre de los represores las propiedades de algunos de los eliminados, por supuesto con la participación de escribanías que fraguaban las ventas.

Un escape a balazos

José Morales llegó herido a Orletti y un médico le suturó la herida. Era para poder interrogarlo, no para salvarle la vida. Pero les salió mal. El panorama no podía ser más horroroso. Graciela estaba semidesnuda colgada de las muñecas, amarrada con sogas después de la tortura. El padre de José, su hermano y su nuera en otra celda. A José lo dejaron esposado por la espalda en la sala de armas, tirado en el piso.

-En un momento –cuenta Ricardo Poggio- Graciela escucha la voz de Aníbal Gordon, que dice a Ruffo: "Paremos que hace más de 24 horas que estamos con este fato". Tras lo cual Gordon se va y los torturadores pasan a la sala donde descansaban.

Aníbal Gordon
Aníbal Gordon

Esa sala no tenía puerta. A modo de cortina, tenía unas bolsas de arpillera. Era muy entrada la noche. Gordon se retiró de Orletti y quienes quedaron fueron algunas veces hasta el lugar donde estaba colgada Graciela para verificar que todo estaba como debía estar en un centro de exterminio. Pequeño pero indescriptiblemente cruel.

-En un momento Graciela escucha ronquidos y se da cuenta que ya no la van a vigilar. Hace un esfuerzo y logra zafar una mano –cuenta Ricardo.

Lo que sigue sucedió en apenas unos minutos. Según Ricardo ya debían ser las ocho, quizá cerca de las nueve de la mañana. Como todo estaba cerca, ella había escuchado la voz de José.

Graciela salió del lugar de tormentos, entró a la sala de armas, se agachó y José le dijo dónde estaban las llaves de las esposas. Ella las encontró y se las quitó. José se incorporó, tomó prestados un Fal, una subametralladora y una pistola.

Sin hacer ruido se acercó hasta donde dormían los torturadores y apretó el gatillo de la metralleta. Sin embargo, se encasquilló una bala y los agentes despertaron. Tomaron sus armas y empezaron a dispararle.

Rápidamente tomó el Fal y reculó mientras disparaba. Graciela lo tomó de la espalda y lo guió para bajar las escaleras. Abajo, los guardias se alertaron. Uno le apuntó de cerca a Graciela, ella se movió por acto reflejo y la bala le pegó en el hombro. José se ingenió para hacer tiros hacia el primer piso y la planta baja.

Raúl Guglielminetti
Raúl Guglielminetti

Ambos corrieron hasta la salida. La cortina metálica estaba baja pero lograron salir por la puerta pequeña de metal. Una vez afuera, José hizo varios disparos intimidatorios sobre la entrada. Juntos encararon hacia las vías del Sarmiento. Sin embargo, uno de los represores, en calzoncillos, les siguió las pisadas.

Él estaba herido en una pierna, ella tenía una bala reciente en un hombro. Un grupo armado los corría a pie. Entonces fue cuando we les presentó una oportunidad. Única, riesgosa: un tren avanzaba muy cerca. Era cuestión de cruzar antes de que los pisara. O que los pisara si salía mal.

Les salió bien

Cruzaron las vías y llegaron a la calle Yerbal. Hicieron bajar al chofer de una camioneta, escaparon y, tras unas cuadras, hicieron lo mismo con quien manejaba otro auto. De inmediato, José tomó contacto con sus compañeros y tomaron una decisión más audaz aún que la fuga: ir armados hasta Automotores Orletti, entrar a como diera lugar y liberar a quienes estaban prisioneros, entre otros su padre, su hermano y su nuera embarazada.

-Fueron hasta el lugar y se dieron cuenta que era imposible hacer lo que se habían propuesto –cuenta Ricardo.

La última batalla de José

José, Graciela y las dos hijas quedaron un tiempo en Argentina hasta que pudieron irse vía Brasil y de allí a México. Al llegar a ese país, que albergó a tantos argentinos huidos de la dictadura, Graciela tuvo su tercer hijo. Allí tomaron contacto con otros militantes, algunos de los cuales cambiaron de destino: el Frente Sandinista de Liberación avanzaba en la lucha contra el dictador Anastasio Somoza y José aceptó ese reto.

-Le dejó una carta muy poética a Graciela, que ella conservó toda la vida –dice José, con gesto compungido y alegre al mismo tiempo.

El interior del centro clandestino
El interior del centro clandestino de detención

Quizá José sabía que esa carta podía ser el testamento más preciado: poco antes del derrocamiento de Somoza -ocurrido en julio de 1979- José combatía en el llamado Frente Norte del sandinismo, en la frontera con Honduras.

-Habían capturado a un compañero suyo y José va solo, armado, a liberarlo. Era un operativo envenenado. Lo capturaron los contras –dice Ricardo- y todo indica que, cuando supieron que era argentino, lo entregaron al GTE (Grupo de Tareas en el Exterior). Se trataba de grupos de tareas argentinos involucrados en la represión en Honduras y Nicaragua.

El cuerpo de José fue recuperado, con signos de salvajes torturas, las que no habían podido hacerle en Automotores Orletti en noviembre de 1976. Uno de los que estaba allí era Raúl Guglielminetti, el mismo que formaba parte de Orletti.

La vuelta de Graciela

Graciela volvió a la Argentina en 1984 con sus tres hijos. Hace 30 años que vive en pareja con otro militante con quien tuvo su cuarto hijo. Su actual compañero contó que no quiso volver a Orletti, ni siquiera un día que un coro cantaba en la puerta. Su hija mayor murió en el parto pero la nieta sobrevivió. Ya tiene cuatro nietas y demasiado camino recorrido.

Lo que estos cronistas no pueden describir es qué pasa en el alma y el cuerpo de una persona que carga con tanta historia. Es insondable, al menos para quienes encararon este relato. Sin embargo, basta posarse en las fotos: sus hijos y sus nietos, su compañero y sus amigos, sonríen.

Los represores

Aníbal Gordon fue capturado en enero de 1984, tres años después moría de cáncer en prisión. Eduardo Ruffo, segundo a cargo de Orletti, fue detenido en 1985, pasó seis años en prisión y recuperó la libertad en los 90. La SIDE volvió a hacerle un espacio.

Sin embargo, en 2003 la Justicia ordenó meterlo preso. Recién tres años después fue capturado: vivía en la calle Juez Tedín al 2700, pleno Barrio Parque, lo más granado de Buenos Aires. Fue condenado a 25 años de prisión.

Graciela Vidaillac y su familia
Graciela Vidaillac y su familia

Cuando se llevó a cabo el juicio de Orletti, Carla Artés Company -que había sido apropiada por Ruffo en Orletti cuando tenía un año – contó en el tribunal que el represor no solo le pegaba sino que abusaba sexualmente de ella. Carla llegó a Orletti con su madre, Graciela, que todavía permanece desaparecida. Carla murió de cáncer en febrero de 2017.

En cuanto a Raúl Guglielminetti, también se hizo un lugar al llegar la democracia: en 1984 alguien consideró que era un hombre adecuado para integrar la custodia de Raúl Alfonsín.

El dislate duró poco tiempo. Sin embargo, pudo vivir en libertad hasta 2006. Fue capturado en la misma época que Ruffo y purga cárcel desde entonces.

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