Hace muy pocos días recibí en Facebook este mensaje: "Estimado Julio Lagos: Desearía comunicarme con Chela, porque yo fui la novia de su hijo Biradej antes que falleciera, estudié con él en el Colegio Ward. Gracias. Saludos."
La nota sobre la primera princesa argentina, casada con en Príncipe Bira de Siam, que publicamos aquí en Infobae hace dos domingos, tuvo mucha repercusión. Hubo cientos de posteos, mails, llamados y comentarios. Pero esto era distinto.
Tomé mis recaudos, porque se trataba de algo muy personal. Íntimo, delicado.
¿Sería de verdad la novia del chico aquel que murió en plena adolescencia?
Primero me comuniqué con ella. Resultó ser una mujer muy formal, educada. Y sobre todo, cuidadosa de su intimidad. Por eso, a partir de ahora, en este relato, será María Inés a secas, sin apellido. Me dio todos los datos necesarios para comprobar que su historia era cierta.
Luego, hice un sondeo con la princesa. Le dí la noticia y advertí su gran entusiasmo por verla, porque la recordaba perfectamente. Recién entonces, cuando estuve seguro de que no iba a afectar emocionalmente a una señora de 96 años, promoví el encuentro.
El resultado fue tierno, cariñoso, dulce. Sentimental. Por momentos, divertido. Aunque no faltaron silencios, cargados de lágrimas contenidas.
El cronista apenas habló, porque todo lo dijeron estas dos mujeres, unidas por el amor al joven Biradej Bira. Una, la mamá. La otra, su novia de la adolescencia.
Cuando María Inés llegó al lugar del encuentro, la princesa ya estaba esperándola. La vio entrar, levantó los brazos, se le iluminó el rostro. Se besaron, se abrazaron, comenzaron a hablar sin pausa:
-¿Cuánto hace que no nos vemos, Chelita? ¿Cuarenta años?
-Un poquito más puede ser, sí… A ver, parate otra vez… ¡Sos altísima, che!
Y haciendo gala de una memoria fantástica, la princesa preguntó:
-¿Cómo está tu hermana?
Las referencias familiares se sucedieron, aparecieron los nombres y apellidos, las evocaciones. Todo en torno de aquel tiempo compartido, cuando el joven príncipe era alumno del Colegio Ward de Ramos Mejía.
-Chelita, vos vivías en San Isidro. ¿Por qué lo mandaste a ese colegio?
-Ah, porque yo quería lo mejor para mi hijo… ¡Lo mejor!… Todo era para él, toda la plata para el nene… Con mi hermana buscamos el mejor colegio y lo mandamos allí…
Chelita, la princesa, deja entrever páginas de su propia historia. En 1951 se había casado con el Príncipe Bira, aquel corredor de autos que llegó a la Argentina a disputar una carrera y se enamoró de una bellísima morocha que lo encandiló.
Juntos, vivieron una historia de amor propia de una película: viajes, joyas, fiestas, realeza, la vida en la corte de Siam.
El 19 de agosto de 1954 nació Biradej. Con el tiempo, su mamá lo llamaría Biri. Y finalmente, el Negro. Así también le diría María Inés:
-Chelita tenía mucha presencia en el colegio, venía siempre. Y nosotros, todos los compañeros, íbamos a su casa. De escucharla a ella decirle el Negro, empezamos a llamarlo así…
Cuando el pequeño principito cumplía cinco años, el matrimonio de sus padres ya se había roto. Una infidelidad del papá provocó la ira de la mamá, quien abandonó Bangkok. Permaneció un tiempo en su fantástica casa en Cannes, frente al mar, y luego regresó a Buenos Aires, de donde había salido protagonizando una mil-y-una -nochesca historia de amor.
Ahora volvía con el corazón roto y con un hijo, al que iba a criar en un ambiente completamente distinto.
No podía imaginar que -pocos años después- el destino le iba a provocar el dolor más grande de su vida.
El joven Biradej Bira, es decir Biri, era un chico encantador. Mucho más que eso, de acuerdo al testimonio de María Inés:
-Era fantástico. Muy dulce, muy tierno… Muy varonil.
La princesa se suma, con una emoción maternal que le brota en la mirada:
-Era muy caballero, nació con la pasta del padre…
El relato se convierte en un contrapunto de evocaciones y María Inés agrega:
-Cuando fue a mi casa a comer, por primera vez, le pidió permiso a mi mamá para sentarse a la mesa. Y después, para fumar…
-¿Para fumar? -exclama la princesa- Ah…, ¡pero no sabía que fumaba!…
-¿El Negro? ¡Fumaba en los recreos del colegio, a escondidas…
-Mirá de lo que me entero recién ahora…
Las dos mujeres siguen enhebrando recuerdos, momentos. El cronista aprovecha algún huequito y pregunta:
-María Inés, ¿y vos cuándo te fijaste en él?
La respuesta conserva la orgullosa frescura de aquella época de amor estudiantil:
-Nooo… ¡él se fijó en mí!
Desde que publicamos la historia de Chelita, hace quince días, mucha gente me preguntó qué había pasado con su hijo. Dónde había vivido, qué había sido de su vida. Con quién se quedó, luego de la separación de la princesa argentina y el Príncipe Bira.
Ahora es tiempo de contarlo, a través del relato de aquella criollita que deslumbró en las cortes de la realeza de los años 50:
-Cuando yo me separé de Bira y me vine a la Argentina con el nene, todo fue distinto. Lo único que yo quería era que a él no le faltara nada…
Celia era por entonces una mujer de menos de 35 años. Hoy, cuando hace un repaso de su vida, dice:
-Dios me lo dio todo. Todo, todo, todo… Me dio riqueza, me dio físico. Picardía. Bitito Mieres siempre decía, cuando organizaba una fiesta: "Inviten a Chelita, no dejen de invitar a Chelita".
Ya separada del príncipe Bira, Chelita tuvo otro gran amor. Un hombre mayor que ella, norteamericano, llamado Harry. Con él vivió en New York y también en Buenos Aires. Pero cuando aún esa relación no estaba del todo consolidada, Bira quiso recuperar su corazón:
-Habíamos viajado a Los Ángeles con el nene, para que viera a su papá. Me acuerdo que Bira nos fue a recibir con un amigo de él, que era nada menos que Kirk Douglas. Cuando Kirk me vio, le dijo a Bira: "¡Pero vos estás loco, cómo te separaste de esta mujer tan hermosa! No dejes que se vaya más de tu lado".
El relato de la princesa llega al punto culminante:
-Nos quedamos unos días, en un hotel bellísimo en el que Bira había reservado una habitación para mí y para el Negro. Una tarde me llamó y me dijo que quería que volviera con él otra vez… Y con el nene, para vivir los tres juntos. Pero mi amor por él se había enfriado después de lo que me había hecho y yo ya tenía otra relación. Pero, si le decía que no, si me negaba, el nene no iba a vivir nunca más con su papá. Cuando volví al cuarto, le conté todo a Biri, que en esa época tendría 9 o 10 años…
Un nene, pero que asumió la situación con una decisión asombrosa:
-Mamá, yo voy a hablar con papá…
Lo hizo. Y le dijo al príncipe que no le interesaba el lujo de la corte, que él y su mamá se volvían a la Argentina. Que había elegido vivir con ella.
El encuentro se pobló de referencias personales, de descubrimientos mutuos, de complicidades. Y de repente, María Inés dijo:
-Chelita, te traje una sorpresa… Unas fotos del Negro, de la época del colegio…
La dos mujeres acercaron sus cabezas para ver juntas esos pequeños cuadraditos de cartulina en blanco y negro, que hacían el milagro de recuperar la imagen del ser que ambas amaron:
-Biri era hermoso. Y muy romántico, de Leo -dice la princesa.
-Era cautivante… muy delicioso, muy elegante. Y muy divertido… ¡Cantaba, tocaba la guitarra! -recuerda María Inés.
Y Chelita agrega:
-Todo el tiempo cantaba las canciones de los Beatles, tenía todos los discos. Se sabía todo. Y cuando ellos se separaron, me dijo: "Mami, van a vivir para siempre". Y no se equivocó.
La mamá cuenta una anécdota para ratificar que su hijo cantaba en inglés:
-Había una profesora que lo retaba siempre, la de inglés. Y él una vez le dijo: "Usted me tiene bronca porque yo hablo mejor inglés que usted".
Los recuerdos de María Inés descubren algunos tramos de la vida estudiantil de Biri que su mamá no imaginaba:
-Él estaba pupilo y yo era alumna externa. Y él se escapaba, era todo un operativo. Yo salía por adelante, tratando de distraer a los celadores. Y él saltaba por atrás, por el parque del colegio. Después íbamos al Tommy's, que era el bar donde nos encontrábamos todos… ¡Muchas veces estuvo castigado por eso!
Pero faltaba algo más:
-Mirá Chelita, tengo las cartas. Las cartas de él, las que me escribía. Y las que yo les mandaba a él, que una vez vos me las diste…
Y de un sobre sacó, más con ternura que con cuidado, las hojas amarillentas en las que ambos adolescentes se declaraban su amor. A esa altura, decidimos desconectar un par de micrófonos que habíamos instalado al principio de la entrevista, porque sentimos que eso era íntimo, personalísimo.
Sólo veíamos cómo María Inés se acercaba a la mamá de aquel muchachito y le leía las frases románticas que nunca antes había mostrado. Ante nosotros, una y otra vivían un momento único. Una porque revelaba un tesoro que atesoró intacto durante décadas, a través de toda su historia personal, con amores y desamores. La otra, porque descubría, a los 96 años, un aspecto que nunca había conocido de su propio hijo:
-¡Qué cosas hermosas escribía! Nunca lo hubiera imaginado. Jamás se me pasó por la cabeza que a esa edad podía decir algo tan bello. Gracias por dejármelo saber.
Un viernes, como todas las semanas, Chelita fue a buscar a Biri al colegio. Los esperaba el fin de semana en la casona de San Isidro, siempre poblada de música y amigos. Pero cuando llegó a la habitación de su hijo, vio que todos sus compañeros lo estaban rodeando, con gesto preocupado, mientras él permanecía en la cama, con el torso desnudo:
-¿Qué pasa Biri? Chicos, a mí no me oculten nada.
La respuesta fue casi a coro:
-Estamos preocupados por él.
La princesa miró a su hijo y entendió el motivo: tenía un enorme bulto en la espalda. Los chicos fueron los que descubrieron su enfermedad.
-Algo espantoso, como un pepino…
Eran las últimas semanas de 1971. Luego de una consulta en el Hospital de San Isidro, en noviembre lo operaron en la Clínica Olivos. Un neuroblastoma, quizás la forma más agresiva del cáncer, terminó con su vida el 30 de mayo de 1972. Apenas llegaba a los 17 años.
-Los últimos meses los pasó en casa. Sus compañeros del colegio se instalaron en su cuarto, lo acompañaron hasta el último momento. Pobrecito, gritaba "Mami, mami, llamá a la enfermera que me dé algo, no puedo más del dolor…". Se fue enseguida…
La muerte de Biri fue un suceso terrible para todos. Para su mamá, para los amigos del colegio. Y para María Inés:
-Fue algo espantoso. Tan horrible y tan rápido. Yo tenía 15 años…
Los grandes dolores nunca desaparecen. Pero se atenúan con la dulzura de los recuerdos amables:
-¿Te acordás Chelita de las botas del Negro?
-¡¡¡Ah, esas botas!!! Siempre se las ponía.
-Nosotros sabíamos que venía él por el ruido que hacía en el pasillo del colegio.
-¿Y el perramus…?
-¡Sí, el perramus blanco!
La mamá del principito revela una pícara confesión de su hijo:
-Me decía "mami, las tengo a todas calientes, están todas conmigo…".
Pero María Inés, que conserva fotos, cartas y hasta algún anillo guardado en un estuche, también atesora un sentimiento inalterable:
-Todos los años pido una misa por él.
La adolescente, la alumna del Colegio Ward, tiene la evocación a flor de labios:
-Él quería ser arquitecto.
Y la mamá se asombra:
-¡A mí nunca me contó eso! Mirá de lo que me vengo a enterar. Él era brillante, hubiera llegado a mucho. La vida…, la vida le dio todo: poder, dinero, estudios… y después le quitó la esencia.
Habían pasado cuarenta años sin verse. Pero la princesa casi centenaria y la novia juvenil de su hijo, cargadas de afecto y de recuerdos, por un momento detuvieron el tiempo.
Por el pasillo, parecía llegar el sonido de las botas del príncipe Biradej. De Biri, el Negro, el que fumaba en el recreo y hablaba inglés mejor que su profesora.
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