Había una diferencia sustancial entre la vida que tenía Mirna y la que suelen tener las mujeres trans. Había nacido en una familia muy humilde -vivía en Güemes, Salta, y tenía 10 hermanos-, pero nadie la había echado de casa ni en la infancia, cuando empezó a usar polleras, ni en la juventud, cuando empezó a pedirle remeritas prestadas a su hermana.
Mirna vivía con sus padres (ambos jubilados), un hermano y una hermana. Cuidaba todos los días a sus sobrinos que eran -coinciden todos- "la luz de sus ojos". Janet Di Marzo -su hermana, la madre de los chicos, la que vivía con ella- atiende a Infobae sumergida en la conmoción: ayer fue el velatorio de Mirna y apenas durmió.
No recuerda -cuenta por teléfono- por qué su hermana había elegido ese nombre. Sólo que un día, cuando tenía 13 o 14 años, lo anunció en la familia: desde ese día iba a llamarse Mirna Antonella Eva Di Marzo.
Cristina, su mamá, no se escandalizó: "Le dijo que no quería ser varón. Mi mamá le contestó: 'Seas lo que seas, yo te voy a respetar toda la vida'". Sin embargo, vivía en la provincia más conservadora del país y la discriminación que vivió en la escuela terminó empujándola a dejarla.
La consecuencia fue la misma que suelen atravesar la mayoría de las mujeres trans: al no tener chances de conseguir un trabajo formal, la prostitución se convirtió en una salida.
Sin embargo, algo en su historia había empezado a cambiar el año pasado, cuando cumplió 30 años. Mirna había empezado el secundario en una escuela nocturna de Salta y había empezado a cocinar bizcochuelos y pastafrolas con su hermana para vender por el barrio. Había encontrado así el modo de dejar la calle y seguir aportando a la economía familiar.
"Tenía sueños: quería ser abogada, decía que nadie iba a volver a discriminarla", cuenta Janet. "Había tenido el mejor promedio en el secundario, había salido mejor alumna", llora su mamá. Habla del único trimestre del primer año que alcanzó a cursar.
Sus profesores y sus compañeros estuvieron ayer en el velatorio: fue, precisamente, frente al baldío en el que un hombre la atacó brutalmente hace tres meses.
Ese 21 de octubre, Mirna fue a bailar con otras amigas al boliche "Caribe", al que iba habitualmente. La dueña le contó a la familia de Mirna lo poco que vio: "Mi hermana se acercó a la barra, la saludó por el Día de la Madre y salió sola. Este psicópata la siguió", cuenta Janet. Eran cerca de las 5 de la madrugada.
A Mirna la encontraron tirada en el baldío, inconsciente, un rato después. "Estaba irreconocible, había sido salvajemente golpeada, estaba desfigurada", explica José Lazarte, el abogado de la familia. Además, tenía los pantalones bajos y signos de haber sido abusada sexualmente. Mirna fue trasladada de urgencia al hospital Joaquín Castellanos y quedó internada en terapia intensiva.
Fueron tantos golpes en la cabeza (hay un testigo que dijo haber visto al agresor golpearla con una piedra en el cráneo) que el daño neurológico fue irreversible. Estuvo un mes en coma y luego abrió los ojos. "Pero nunca pudo hablarnos, nada. Quedó los dos meses siguientes en estado vegetativo", dice su hermana. Mirna contrajo, además, un virus intrahopitalario y ayer murió.
"Nunca había tenido problemas con nadie . Era una persona muy respetuosa. Jugaba con los más chiquitos del barrio, les compraba gaseosas, caramelos. La querían todos", sigue Janet, dos años mayor que ella, todavía en el desconsuelo.
En una cámara de seguridad detectaron al agresor, mientras corría con la cartera que le había robado a Mirna. Se trataba de José Gustavo Gareca, un hombre con antecedentes penales. Según publicó el diario La Gaceta de Salta, se trata de un femicida (estuvo preso por haber matado a una mujer) y tiene otras causas por abuso sexual. "Estaba con libertad condicional", agregó el abogado de la familia Di Marzo.
Gareca estuvo, desde el momento de su detención, con prisión preventiva por tentativa de homicidio agravado por mediar violencia de género. La muerte de Mirna, una vez que termine la feria judicial, le quitará la palabra "tentativa" a la carátula. En caso de encontrarlo culpable podría ser condenado a prisión perpetua. El año pasado, se dictó en Argentina la primera condena a perpetua del país por el travesticidio de la activista Diana Sacayán.
"El primer roce con el agresor fue dentro del boliche, lo detectaron sus amigas", cuenta a Infobae la activista trans María Pía Ceballos, pocas horas después del velatorio.
"Su certificado de defunción dice que murió por un paro cardiorrespiratorio como consecuencia del politraumatismo de cráneo. La saña con la que la atacó es una muestra más del odio hacia su identidad. El fin último siempre fue matarla. No lo logró en ese momento porque Mirna era una mujer fuerte. Estoy harta de que maten a mis amigas y compañeras".
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