-Yo, compañeros, lo que vengo a entregarles es un obsequio. Les quiero ser sincero en esto, quería regalárselo al subcomandante Marcos, pero me parece que no voy a poder verlo. Entonces se lo quiero regalar a la comandante Trini, que está acá. Yo muchos ponchos no pude traer porque no hay tantas ovejas en la Patagonia para tantos zapatistas; solamente les traje éste como algo simbólico – dijo con voz vacilante.
Fabián Rocca estaba intimidado. No recuerda si le tembló la voz, pero sí que fue hilvanando las palabras a los tropezones. Nunca había creído que ese momento iba a llegar. Estaba sentado, solo en una silla ubicada en el centro de un salón inmenso, con un poncho mapuche apoyado sobre sus rodillas, bajo las miradas de nueve de los comandantes zapatistas que, encapuchados, participaban en las conversaciones de paz de San Andrés Larrainzar.
Corría 1995 y Fabián todavía no había cumplido los 25 años.
Los zapatistas habían salido a la luz pública el 1 de enero de 1994, justo cuando entraba en vigencia el Tratado de Libre Comercio firmado entre Canadá, Estados Unidos y México. Fabián, además, se encontró con un México que sufría las convulsiones del Efecto Tequila, por la devaluación y la crisis financiera que irradió a muchos países, entre ellos la Argentina.
Ahora, casi 25 años después, cuenta la historia a Infobae mientras va de acá para allá por la matera que se levanta detrás de la casa del guardaparques del Parque Nacional Lanin, frente al lago Ruka Choroy, en Neuquén.
El periodista que no era
Fabián había comprado el poncho unos meses antes sin pensar ni en los zapatistas ni en el subcomandante Marcos. Hacía dos años que trabajaba en Parques Nacionales y esa vida le gustaba, sin embargo, lo tironeaban otras aventuras. Cuando supo de la insurgencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se propuso ir a México.
"Se me despertó la curiosidad y el enanito revolucionario que todos llevamos adentro. No sabía bien qué era el EZLN. Sabía más o menos del alzamiento indígena, que había un grupo militar organizado, que reivindicaban el derecho de los pueblos indígenas y punto. Ni siquiera tenía idea de dónde quedaba Chiapas, me tuve que fijar en el mapa. Cuando preparaba el viaje que pensé: ¿y si me llevó el poncho para regalárselo al subcomandante Marcos?", dice a Infobae.
Pensó que el poncho de regalo podía servirle de pasaporte. Eso y una credencial de periodista de una FM comunitaria de San Martín de los Andes, un cartoncito con su foto al que él mismo tuvo que forrar con contact transparente. En el bolso metió también una cámara de fotos pocket.
Con esas herramientas compró el pasaje más barato que encontró y se fue a México. En el DF, sin un solo contacto, se subió a un ómnibus que iba a Chiapas. La única referencia que tenía era un librito que contaba el alzamiento zapatista y los cinco puntos donde los zapatistas habían asentado sus campamentos: Altamirano, Ocosingo, Rancho Nuevo, Las Margaritas y San Cristóbal.
En la última de las ciudades, cuando pasaba por la iglesia, vio un cartelito que decía "Diócesis de San Cristóbal. Oficina de Derechos Humanos". Golpeó y le abrió la puerta una chica de su edad. Al escuchar su tonada, creyó estar de vuelta en Argentina.
"Se llamaba Sandra y era cordobesa, le faltaba el fernet y estar escuchando a la Mona Giménez, yo no lo podía creer. Era la esposa del sobrino del obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz Zamorano. Le expliqué cuál era mi intención y me dijo: 'Fabián, tenés que participar de los campamentos civiles por la paz'. Sí, le contesté y la cordobesa hizo el contacto", cuenta.
El poncho bajo el brazo
Ya estaba adentro de la conferencia, pero otra cosa era llegar a la delegación zapatista. Los periodistas, camarógrafos y fotógrafos no tenían acceso a las reuniones por el diálogo. Sólo podían asistir a las conferencias de prensa y tomar imágenes desde una tarima vallada, custodiada por un cordón militar y otro de integrantes de la Cruz Roja.
"La delegación zapatista llegaba con caravanas de la Cruz Roja Internacional, por seguridad. Los zapatistas eran nueve. Estaban el comandante Tacho, la comandante Trini, Zebedeo, Ramona y otros más, todos encapuchados. Entraba también el obispo de San Cristóbal. Y nosotros ahí en la tarima. Cuando llegaron los de la CNN, los de la RAI y de otros medios, todos sacaron unos fierros tremendos… ¡y yo con la pocket y el poncho bajo el brazo!", recuerda para Infobae.
Durante tres días Fabián intentó conseguir un minuto con algún zapatista. Era el trampolín para tener un encuentro con Marcos, cuyo nombre es Rafael Guillén y que, por entonces, tenía 38 años.
El subcomandante había estudiado con los jesuitas, tenía una sólida formación en Letras y los pueblos indígenas del su mexicano le habían dado la venia para que fuera su vocero. Él mismo siempre decía que era subcomandante porque la comandancia eran los jefes de las comunidades ancestrales.
La figura de Marcos, con su pasamontaña y su pipa, recorría el mundo y Fabián quería, al menos, que el poncho mapuche estuviera en sus manos.
"Finalmente, aunque todavía no sé por qué, me hicieron entrar al salón –recuerda Fabián -. Era un ambiente muy grande, tenía una mesa larga y en otro lugar había nueve sillas en semicírculo frente a otra silla ubicada en el centro. Yo ya estaba adentro cuando, por otra puerta, entra un hombre a paso lento ¡con un pasamontañas puesto!", dice.
El del pasamontañas se acercó a Fabián. No era Marcos sino el comandante Tacho. Tras extenderle la mano, le dijo:
-Hace frío allá, en la Patagonia.
-Y sí, comandante, mucho frío -atinó a contestar.
Aparecieron los otros ocho zapatistas de la delegación, también con sus rostros cubiertos y se ubicaron en las sillas. El comandante Tacho le indico a Fabián que se sentara en la que estaba frente a ellos. "Era impresionante, nueve pares de ojos mirándome por las ranuras de los pasamontañas… y yo con el poncho sobre las piernas", cuenta ahora.
-Bueno, cuénteme, cuénteme de los mapuches – le dijo el comandante Tacho.
Fabián habló durante cerca de cinco minutos que le parecieron tan vertiginosos como extensos. No recuerda muy bien qué les contó. Era raro: del sueño de viajar a conocer un alzamiento liderado por un poeta a ser escuchado por las figuras más destacadas del zapatismo.
Los campamentos por la paz
"Al día siguiente me volví a San Cristóbal y, después de entrevistarme con el obispo, me fui para los campamentos civiles por la paz", dice Fabián Rocca a Infobae.
Los campamentos eran una iniciativa de la diócesis de San Cristóbal, integrados en su gran mayoría por extranjeros: europeos, estadounidenses y latinoamericanos. Su sola presencia era una protección a las comunidades indígenas y a los zapatistas frente a las incursiones del Ejército y los paramilitares.
"En la práctica éramos como escudos humanos venidos desde muchos lugares del mundo", explica.
Le tocó ir a Prado Pacayán, una comunidad indígena de la Cañada de Rucha, en Ocosingo. Llegó en junio de 1995 y encontró un panorama desolador. "Ahí, tres meses atrás, el Ejército había incursionado y arrasado con todo. Quemaron las casas, mataron a un montón de gente y los que sobrevivieron se habían refugiado en el monte. Cuando llegué la gente estaba volviendo, pero era un lugar muy sensible y había mucho temor de que se repitieran los ataques. Hacía falta más gente para dar una mano y por eso me propusieron ir ahí. Fue muy fuerte, la gente la había pasado muy mal", cuenta.
Fabián se ganó pronto un lugar en el campamento gracias a sus habilidades como guardaparques.
"La mayoría de los que estaban ahí eran militantes políticos, había muchos estudiantes e intelectuales que en su vida habían hecho trabajo físico. Yo cortaba leña, sabía montar a caballo, hacía cosas que a los demás ni se le ocurrían", dice.
Al cabo de cuatro meses de esa vida, Fabián decidió volver a la Argentina.
"Pero nada más que para arreglar las cosas acá y volverme a Chiapas para quedarme más tiempo. Se me había metido en la cabeza que tenía que estar en el EZLN", explica a Infobae.
En el grupo de seguridad del EZLN
Fabián no se arrepintió de su decisión y, a mediados de 1996, estaba de regreso en México. Una vez más, apenas bajar del avión, se tomó el ómnibus a San Cristóbal. Esta vez ya tenía un contacto: Gloria, una mexicana que era parte del grupo logístico del EZLN.
-Fabián, vas a formar parte del grupo de seguridad del EZLN -le dijo Gloria sin preámbulos.
-¿En serio? –preguntó y se le escapó un argentinísimo-. No me jodas.
Corría julio de 1996 y estaba por empezar el tercer Diálogo de la Paz en San Cristóbal, que fue el último.
"Cuando yo llegué todavía había esperanzas en esa instancia negociadora. Sin embargo, muy pronto los zapatistas se dieron cuenta de que esa mesa de conversaciones era, en realidad, una puesta en escena. Ellos se dijeron: 'Esto es una estafa política, tenemos que volver al monte y reorganizarnos'", cuenta ahora Fabián.
Los zapatistas se trasladaban a San Cristóbal en transportes de la Cruz Roja Internacional, que formaban una caravana junto con vehículos de la Comisión de Concordia y Pacificación (COCOPA), de la Comisión Nacional de Intermediación (CONADI) y del grupo de seguridad.
No eran viajes tranquilos, porque al mismo tiempo que proponía dialogar, el gobierno mexicano hostigaba a la delegación zapatista.
"Los íbamos a buscar a la selva en una caravana de vehículos. La delegación zapatista subía a los transportes y salíamos en caravana. Un helicóptero del gobierno solía seguirnos. Una vez yo iba en el vehículo que encabezaba el convoy y en una parte sinuosa del camino, en bajada, el helicóptero pasó rasante, casi tocando con los patines el techo de los vehículos. Eso duró un rato. Nosotros seguimos y, de repente, en una de las subidas, se asomó en la loma. Fue como en las películas, porque el helicóptero se quedó como flotando a un metro del asfalto, adelante nuestro. De pronto se bajó un tipo y se plantó en el camino con una Itaka", relata Fabián.
Hace una pausa y continúa su relato:
"Era un helicóptero civil, pero el de la Itaka era milico de los pies a la cabeza. Tenía unos anteojitos Ray Ban que me hicieron acordar a los grupos de tareas de la Argentina. Entonces preguntamos por el handy a Marcos y la respuesta fue: '¡Frenen!'. Nos bajamos del auto. La delegación zapatista descendió del transporte de la Cruz Roja y se internó en el monte. Podía ser una manera de amedrentar y por eso se pusieron a salvo. Sin embargo, no era descabellado creer que podían atacarnos a tiros".
Frente a frente con Marcos
Durante esas conversaciones de paz en San Cristóbal, Fabián estuvo muy cerca del subcomandante Marcos. Los miembros del grupo de seguridad se turnaban las 24 horas para custodiar a la delegación.
"Uno de los turnos me tocó a la madrugada y apareció el Sub fumando su pipa. Lo saludé y me animé a hablarle. Fue un diálogo muy corto, no tuve si se quiere el coraje de preguntarle cosas. Era un momento difícil, de mucha tensión. Era la tercera jornada de diálogos y se vislumbraba como un fracaso total. Marcos estaba súper palmado y yo no me animé a preguntarle pelotudeces", le cuenta a Infobae con un dejo de nostalgia por no haber saciado su curiosidad en aquellos días al lado de quien le despertaba una admiración sin límites.
Dormir con las botas puestas
Cuando terminaron las conversaciones, Fabián se quedó en la selva, como parte de los Movimientos Civiles por la Paz. La misión seguía siendo la misma: formar una suerte de anillo de seguridad a los campamentos zapatistas.
Compartió esos días febriles con voluntarios de otras latitudes: vascos, italianos, españoles, franceses y norteamericanos. Entraban y salían de la selva clandestinamente.
"Una vez salí metido en un cargamento de bananas, imagínense. Armaban cajones gigantes de banana y te metías abajo, en un doble fondo, en la caja de la camioneta. Salíamos, por ejemplo, para renovar la visa, o para comprar medicamentos", recuerda.
Con la ruptura del diálogo, la situación se volvió todavía más tensa. Fabián recuerda la sensación de que en cualquier momento el ejército podía entrar y atacarlos, aunque no estuvieran armados. Las alertas eran casi permanentes. Una tarde, bajó un mayor del EZLN desde uno de los campamentos zapatistas. Los reunió y les hizo un anuncio:
-Compañeros, hoy duermen con las botas puestas, con nada más que lo útil y necesario porque a las tres de la mañana los vamos a pasar a buscar y los vamos a sacar de acá, tenemos la información de que va a haber una ofensiva –les dijo.
Cuando se quedaron solos, Marco, uno de los italianos de Refundazione Comunista con el que Fabián había hecho amistad se le acercó y le dijo:
-Io non mi lascio di qui Fabian (así, acentuado en la primera a). Io combatto.
Fabián se quedó mirándolo. ("El tano estaba loco. Estábamos desarmados", explica ahora).
-No, Tano. No es así. ¿Qué te pensás que es esto, ¿el Milan contra la Juventus? Es una lucha, una guerra –le contestó.
Esa noche Fabián no pudo pegar un ojo.
"Dormíamos en hamacas y a las tres de la mañana, despierto y con las botas puestas, pensando que íbamos a tener que salir corriendo. De pronto se escucharon movimientos de tropas y los zapatistas no venían a buscarnos. ¿Y ahora para dónde rajo?, pensé, aunque al final no pasó nada", dice.
"Usted luche en su lugar"
Esa noche, Fabián decidió que no podía quedarse así, en una zona gris, como el jamón del sándwich entre el ejército regular y los zapatistas. Unos días después, cuando el mayor Moisés vino a visitar el campamento, tomó coraje y lo encaró.
-Mayor, quiero hacerle una pregunta y espero que no lo tome a mal…
-Diga, compañero.
-¿Qué posibilidades hay de integrar las fuerzas del Ejército Zapatista?
El mayor Moisés lo miró unos segundos en silencio antes de contestarle.
-Gracias, compañero, gracias por todo, pero usted luche en su lugar.
A Fabián le quedó claro que no querían extranjeros en sus filas, que tenían suficientes voluntarios entre los mexicanos, especialmente entre los indios de Chiapas. Los extranjeros, más que sumar, podían ser un problema político.
"La posición de la comandancia era muy clara: combatientes no faltan. En ese momento se hablaba de más de seis mil, a lo que se sumaban los grupos de apoyo de las comunidades, los milicianos, el común de la gente de las comunidades, que seguía con sus actividades cotidianas. Si se armaba la podrida se sumaban al ejército", explica.
Tras una pausa, que parece anticipar el fin de un momento clave de su vida, Fabián agrega:
"Ahí dije, bueno, hasta acá llegué, no me voy a quedar toda la vida en un campamento civil. Aparte no tenía mucho sentido quedarme eternamente".
Fabián Rocca Ñancucheo, tras 10 meses en la selva del sur mexicano, emprendió el regreso a la Argentina sin el poncho mapuche y con historias que jamás olvidará.
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