"Con La Tablada se armaron varios mitos. Que teníamos un vínculo con el radicalismo, que estábamos infiltrados, que los militares nos estaban esperando. Nunca pudimos confirmar ninguna de esas tres situaciones. Puedo asegurar que no estábamos infiltrados y, en cuanto a que nos estaban esperando, de ninguna manera. Nosotros entramos, los sorprendimos, ocupamos el cuartel y si no cumplimos con nuestra misión fue por errores nuestros", dice 30 años después Miguel Aguirre a Infobae.
Comenzaba el último año del gobierno de Raúl Alfonsín cuando, el 23 de enero de 1989, un numeroso grupo de militantes del Movimiento Todos por La Patria (MTP), conducido por Enrique Gorriarán Merlo, intentó tomar el Regimiento de Infantería Mecanizada 3, en La Tablada, en la Zona Oeste del Conurbano Bonaerense.
Si bien lograron entrar y quebrar la defensa de la guardia, no pudieron lograr su objetivo y muchos de ellos quedaron encerrados en el cuartel. Resultaron muertos 32 guerrilleros, 9 militares y dos policías.
Cuatro de los atacantes –José Díaz, Iván Ruiz, Francisco Provenzano y Carlos Samojedny– fueron detenidos-desaparecidos por fuerzas del Ejército durante la represión sin que el Estado argentino haya dado hasta ahora explicaciones. En 1997, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dio por probado que el Ejército secuestró y torturó a varios de los detenidos, calificando a los hechos como delitos de lesa humanidad.
Por estos días, en los tribunales de San Martín, se desarrolla el juicio con un solo acusado: el ex general Alfredo Manuel Arrillaga, quien estuvo a cargo del operativo de recuperación del RIM 3.
Miguel Aguirre ya prestó declaración y junto a su compañero Sergio Paz reconstruye la historia para Infobae.
"Lo de entrar al cuartel gritando "Viva Rico" y tirando volantes que parecían identificarnos como carapintadas también contribuyó a la confusión. Eso fue para desorientar a los militares que estaban adentro, parte de la sorpresa en la irrupción era que ellos pensaran que éramos carapintadas. De hecho, creo que eso funcionó al principio. La idea era desconcertar, hacía muy poco que había ocurrido el levantamiento carapintada de Villa Martelli", dice Paz.
Dos militantes barriales
Miguel Aguirre es un chaqueño bajo, flaco, de aspecto fuerte. Hijo de un obrero industrial, delegado de fábrica, creció en un ambiente donde las luchas sindicales y la situación del país eran tema de casi todos los días en la mesa familiar. En la adolescencia vino a Buenos Aires, donde empezó a militar -durante la última dictadura– en las iglesias de base de la zona de Quilmes, donde estaba el obispo Jorge Novak, uno de los pocos hombres de la jerarquía eclesiástica que se oponía abiertamente a los militares.
"Así que imbuido de esa mirada cristiana que tiene que ver con comprometerse con los pobres, me involucré en la iglesia. Luego entendí que debía asumir un compromiso mayor, empecé a buscar y me integré a la militancia, primero por los derechos humanos y luego a la militancia política con el MTP", cuenta, con un hablar pausado que no abandonará en toda la charla.
Sergio Paz es alto y corpulento, de barba canosa. Nacido en Avellaneda, su familia se mudó al barrio San José, de Temperley cuando él tenía apenas un año. Su madre, entrerriana, era una peronista visceral que pronto se transformó en referente de un barrio de trabajadores donde los vecinos se unían para reclamar mejoras y ayudarse mutuamente en la construcción de sus casas.
"En ese clima yo me fui formando en lo que sería después mi militancia barrial. Aprender eso que me gusta tanto, estar con la gente, comunicarme, poder hacer cosas. Yo empecé a estudiar a finales de la dictadura, periodismo en la Universidad de Lomas y ahí empecé a militar. Militaba en el Movimiento Universitario Intransigente que era la agrupación universitaria del Partido Intransigente (PI), de Oscar Allende. Después me conecté con compañeros del frente barrial y dejé la universidad, pasé a la militancia territorial. Me fui a vivir La Salada y en ese proceso, que fue tan rápido y tan intenso, cuando el PI se iba desmembrando un poco, conocí compañeros del MTP, empecé a relacionarme y me puse a militar con ellos", relata.
Memoria de un copamiento
El grupo que intentó tomar el cuartel de La Tablada estaba compuesto por combatientes experimentados – veteranos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) algunos de los cuales venían de Nicaragua, de haber participado en las filas del Frente Sandinista de Liberación Nacional – y otros de los militantes tenían escasa o nula preparación militar. Tanto Miguel Aguirre como Sergio Paz pertenecían a este segundo grupo.
"Yo nunca había tirado, no me gustaban las armas. Y no era el único. Había compañeros que eran militantes barriales, chicos que se habían sumado a agrupaciones del MTP, que tampoco tenían experiencia militar. Tuvimos muy poca preparación previa, muy rápida, donde aprendimos a manejar algunas armas, como la escopeta con la que entré para tomar el dormitorio de la tropa, o cómo tirar con un FAL, pero nada más. Lo que teníamos era una disposición anímica enorme y mucha decisión. Recuerdo que mi mayor angustia era no saber si iba a estar a la altura de la situación. Pensaba si al escuchar el primer tiro no iba a salir corriendo. Y no era una locura. Yo entré en el último vehículo y cuando ingresamos ya había un tiroteo infernal en la zona de la guardia, donde hubo mucha resistencia. Cuando salí del vehículo ya llovían las balas, pero salí y seguí adelante", dice Miguel.
Sergio Paz estaba en una situación parecida, pero aún hoy considera que tampoco era necesario que todos tuvieran una preparación militar perfecta, porque se trataba de un hecho puntual.
"Lo que pasa es que no se trataba de participar de una guerra popular prolongada. Era un operativo y nada más. Nosotros no necesitábamos entrenamiento militar. Teníamos que saber disparar un arma y cumplir una misión específica. Por ejemplo, mi tarea era, junto con Pancho Provenzano y un grupo de compañeros, ocupar el Casino de Suboficiales. Yo estaba armado con una escopeta, adentro desarmé a un tipo y agarré un fusil y teníamos la instrucción mínima para manejar eso. Era un FAL, me habían enseñado a usarlo un par de horas antes. Por supuesto que no era perito en eso. La instrucción fue esa, como manejar la escopeta y cómo manejar un FAL. Yo había hecho caza deportiva, ese tipo de cosas, pero no tenía instrucción. Pero teníamos oficiales, compañeros que tenían gran capacidad. Curiosamente, los problemas dentro del cuartel surgieron con los compañeros con más capacidad y con más preparación… ", explica.
-¿Por qué? – le pregunta Infobae.
-Porque uno de los problemas serios que tuvimos fue en la guardia de prevención. Y ahí los compañeros se encuentran con una resistencia y se quedan a reducirla, a resolver ese problema en vez de eludirlo para cumplir con su objetivo. Eso generó un desbarajuste general y les dio tiempo a ellos para recuperarse y pasar a una situación que ya nos era imposible salir – responde.
No se trataba de participar de una guerra popular prolongada. Era un operativo y nada más. Nosotros no necesitábamos entrenamiento militar. Teníamos que saber disparar un arma y cumplir una misión específica
La cárcel y el recuerdo de Gorriarán
Sergio y Miguel fueron capturados dentro del cuartel y su detención fue legalizada rápidamente. Tuvieron más fortuna que sus compañeros que aún hoy permanecen desaparecidos.
Casi no habían tratado al líder del MTP, Enrique Gorriarán Merlo antes de compartir la cárcel con él cuando Gorriarán fue detenido en México en 1995, seis años después del ataque a La Tablada, trasladado a la Argentina y condenado a prisión perpetua un año después. En la cárcel tuvieron una relación estrecha con él, de quien guardan un buen recuerdo.
"Yo decidí mi incorporación al MTP cuando supe que Enrique era parte. Después, cuando estuvimos en la cárcel, pude convivir mucho tiempo con él, sobre todo durante una larga huelga de hambre y, la verdad, le tenía un gran respeto, una gran admiración y sobre todo mucho cariño", dice Miguel.
Los presos de La Tablada –como se los llamó– hicieron dos huelgas de hambre. La última, de 116 días, fue en el año 2000, y tuvo amplia repercusión internacional, lo que significó una fuerte presión para el gobierno de Fernando de la Rúa, quien finalmente les conmutó las penas.
-La fuimos haciendo de manera escalonada. Empezamos dejando de comer sólidos, tomando jugos, caldos y agua. Luego fuimos abandonando paulatinamente cada una de esas cosas al punto que finalmente sólo tomábamos agua… y en algún momento hasta dejamos de tomar agua. Eso hizo que llegáramos a una situación muy crítica, pero conseguimos nuestro objetivo. Durante esa huelga, realmente le tomé mucho afecto a Gorriarán–dice Miguel.
-¿Por qué?
-Yo ya lo conocía, pero ese vínculo que genera la situación de estar en una cama frente a la otra, en la misma lucha, fue muy fuerte. Nos reuníamos todas las mañanas, en los cortos momentos de lucidez que teníamos, porque estábamos muy debilitados, y discutíamos cómo seguir y qué decisiones tomar. A mí, el Pelado me mostró que era una persona muy humana, además de ser un tipo brillante en términos de toda su experiencia política y militar – responde.
Sergio espera a que su compañero para confirmar lo que dice con su opinión:
-Yo pienso como Miguel, que el Pelado era brillante. Hacía análisis de la política nacional e internacional que nos dejaban sorprendidos, pero que después se confirmaban en los hechos. Una de esas cosas fue anticipar la caída del muro de Berlín. Aprendí mucho de él. Su muerte fue una pérdida muy importante.
Los presos de La Tablada –como se los llamó– hicieron dos huelgas de hambre. La última, de 116 días, fue en el año 2000, y tuvo amplia repercusión internacional, lo que significó una fuerte presión para el gobierno de Fernando de la Rúa, quien finalmente les conmutó las penas
Miguel Aguirre y Sergio Paz coinciden en que fue Gorriarán quien finalmente definió el éxito de la huelga de hambre, con una decisión que implicaba la renuncia a su propia libertad.
–Horacio Jaunarena, que era el ministro de Defensa de De la Rúa, nos llama y nos propone levantar la huelga de hambre a cambio de una reducción de las penas que nos dejaría en libertad. Pero ponía como condición que Gorriarán y algunos otros compañeros quedaran afuera de esa reducción. Nuestra posición fue negarnos, decíamos que o todos o ninguno. Entonces el Pelado nos dijo: "No, ustedes van afuera a trabajar para que yo salga en libertad. En cambio, si seguimos con la huelga es posible que consigamos al final el objetivo de la reducción para todos, pero el costo puede ser muy alto, algunos se pueden morir o quedar discapacitados". Ahí él se autoexcluyó, y demostró que era una persona brillante y generosa –asegura Miguel.
Libertad, sueños y recuerdos
Más de doce años en la cárcel dejó una marca imborrable en las vidas de Sergio Paz y Miguel Aguirre. La libertad casi coincidió con el desastre de 2001.
"Salimos en una situación tan dura y con tanta dificultades por resolver que yo creo que justamente eso hizo que nos repusiéramos rápido. Yo nunca tuve pesadillas. Sí todavía sueño con la cárcel y, sobre todo, sueño con los compañeros. Sueño con algunos compañeros que murieron. Sueño mucho con Pancho Provenzano. Yo lo quise mucho. Me tenía mucha paciencia y yo aprendí mucho de él. Yo era un imberbe que le hacía cuestionamientos a alguien que venía de haber resistido a la dictadura, de haber estado preso y de muchas otras actividades. Aun ocupándose de todo eso, a mí Pancho me tenía mucha paciencia", cuenta Miguel.
"Me costó, como a tantos, volver a iniciar mi vida. Pero hoy tengo a mi compañera, tengo amigos, nuevos compañeros de militancia. La vida continúa por suerte. Y hoy es como haber vuelto a los orígenes, al ejemplo de mi vieja, que era peronista y devota del Sagrado Corazón. Hoy estoy afiliado al Justicialismo, me bauticé y participo de las actividades de la comunidad del Sagrado Corazón de Barracas, lo mismo que hacía mi vieja", agrega Sergio.