Enrique Gorriarán Merlo presentó el diseño de la operación el fin de semana anterior al ataque en dos quintas alquiladas del Gran Buenos Aires. Durante esos dos días el grupo que tomaría el Regimiento de Infantería Mecanizada 3 de La Tablada hizo prácticas de tiro y atendió sus instrucciones. Estaban inquietos.
Eran 46: 40 hombres, 6 mujeres. Algunos de ellos habían combatido con el ERP y en Nicaragua con el sandinismo. Otros sólo habían tirado al blanco y otros ni siquiera habían disparado a nada ni nadie en toda su vida.
También formarían parte de la operación un grupo de apoyo compuesto por una decena de militantes, quienes permanecerían en calles adyacentes al cuartel y que luego agitarían la movilización popular hacia la Plaza de Mayo, si la toma se cumplía. Esa era su misión. El grupo no se concentró en las quintas sino en un estación de servicio ubicada a cuatrocientos metros del cuartel.
El ataque estaba proyectado para las 6 de la mañana del 23 de enero de 1989.
El plan original preveía que, tres horas después que un camión rompiera el portón del Regimiento de Infantería, salieran con los tanques blindados del Ejército que tomarían de los galpones, y se iniciaría la movilización con gente de las barriadas y las villas miserias de La Matanza. Sería el modo de anunciar que el ataque al cuartel había frustrado el golpe de Estado de los militares carapintadas.
El Movimiento Todos por la Patria (MTP) se había anticipado al golpe, había salvado a la democracia, y esa acción, legitimada por el pueblo, obligaría a Raúl Alfonsín a adoptar políticas de transformación social.
Había 23 kilómetros, desde La Tablada a Plaza de Mayo, para recorrer. La dirección del MTP imaginaba que se desandarían con vehículos militares y tanques, rodeados por el pueblo.
"Este es el último tren de la historia y hay que tomarlo", explicó Gorriarán a los suyos el fin de semana antes del ataque.
Las rebeliones carapintadas eran el antecedente, el argumento del MTP para fundar el ataque.
Se habían iniciado en la Semana Santa de 1987, y obligaron a Alfonsín promover la ley de Punto Final y la ley de Obediencia Debida para los militares encausados por la represión ilegal. Pero las rebeliones carapintadas continuaron en enero de 1988 en Monte Caseros, Corrientes, y luego en diciembre de ese mismo año en Villa Martelli, liderada por el coronel Mohamed Alí Seineldín, que sublevó también a efectivos del Grupo Albatros de Prefectura y oficiales del Regimiento 7 de La Plata y el de La Tablada.
Fue a partir de entonces cuando Gorriarán ordenó desenterrar las armas escondidas en el monte jujeño desde 1981 –durante la instalación de un "foco revolucionario" que luego perdió empuje por la guerra de las Malvinas- y trasladarlas, preventivamente, a Buenos Aires. Después de la rebelión de Seineldín, el MTP denunció públicamente un golpe de Estado. Era un golpe inminente. Se estaba gestando en complicidad con el candidato peronista Carlos Menem y contaba con el apoyo del líder metalúrgico Lorenzo Miguel. Había pruebas: se habían reunido junto al líder carapintada en una casa de Castelar.
Esto lo afirmó uno de los miembros fundadores del MTP, el abogado Jorge Baños. Tenía 32 años. Había sido militante del Partido Intransigente (PI) y hasta hacía dos años era abogado del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Su denuncia tuvo amplia difusión en los medios y sobre todo en Página/12, como venía sucediendo. El diario había sido financiada con dinero que Gorriarán Merlo enviaba del exterior. En ese tiempo, Gorriarán se mantenía prófugo y con pedido de captura.
Once días después de la conferencia de prensa, Baños moriría en el ataque al cuartel La Tablada.
¿El MTP había sido víctima de una operación de inteligencia militar que le había revelado un supuesto levantamiento carapintada? ¿El retorno a la lucha armada había sido instigado desde el propio gobierno? ¿O el propio Gorriarán Merlo había manipulado a sus subordinados con el argumento de un golpe de Estado inexistente, para inducirlos a la toma del cuartel, como ya lo había hecho el ERP en la década del '70? ¿Y, en ese caso, cuál era el objetivo, la finalidad? ¿O Gorriarán Merlo solo intentó fabricar una realidad con la intención de lanzar a las masas a la calle y cambiar el curso del gobierno, o incluso más, tomar el gobierno por la fuerza insurreccional?
Y por último: ¿estaba previsto un nuevo levantamiento militar como el MTP había anticipado? Aparentemente no. Pero si no existía un golpe de Estado militar, el MTP se lo inventaba. Necesitaba ese argumento. Al momento de irrumpir en el cuartel de La Tablada lanzaron panfletos con las leyendas "VIVA el Cnel. SEINELDIN!!! VIVA el T. Cnel. RICO!!! VIVA LA PATRIA!!!" Incluso había carteles firmado por el "Frente de Resistencia Popular", todavía inexistente, que sería la nueva denominación del MTP si triunfaba en su objetivo.
El Movimiento Todos por la Patria (MTP) había sido fundado originalmente en Nicaragua en 1986 por Gorriarán Merlo, un grupo de ex guerrilleros del ERP y otros dirigentes setentistas. En Argentina, su Junta Promotora incorporó a militantes barriales, cristianos, trabajadores, estudiantes y otros tantos que llegaban desde el Partido Intransigente (PI), la UCR, el peronismo, la izquierda tradicional, o desde ningún lado. El MTP representaba su primer acercamiento a la militancia.
Pronto se lanzó el mensuario Entre Todos los que queremos la liberación. Con artículos y columnas de periodistas de sólida trayectoria, que a su vez era reconocidos por sus labores en otros medios, Entre Todos transmitía el ideario del MTP: un modelo de organización amplio y pluralista, que criticaba el peso de la deuda externa en la economía, solicitaba créditos para la producción y auspiciaba la defensa y profundización del sistema democrático, entre otros ítems, demandas que solían estar a tono con la mayoría del arco partidario en aquella primavera alfonsinista.
Su director era "Quito" Burgos, de 50 años, quien también, como Baños, moriría en La Tablada.
Con su vocación frentista, el MTP construía arraigo político y cultural –Fito Paez tocó en un acto del Movimiento en la Federación de Box, León Gieco en la inauguración de un local en Lanús-, y también el MTP se expandía y construía alianzas en distintas provincias; una de ellas, quizá la más importante, con el Movimiento Cordobés.
Su participación en las elecciones legislativas de 1987, sin embargo, fue levemente decepcionante: no logró introducir ningún representante en los municipios de los distritos en los que logró presentarse.
Fue entonces que, por decisión de Gorriarán Merlo, el MTP abandonó la construcción frentista y reivindicó el rol de la vanguardia revolucionaria, como inspirador y organizador de TODAS las luchas del pueblo.
En ese "TODAS", se abría la puerta –aunque de manera no explícita- a la lucha armada.
Ese fuego, esa pulsión política violenta, en Gorriarán Merlo, nunca se había apagado.
En el MTP, el frentismo cedió en favor del verticalismo, y el debate y la democracia participativa, en favor de la disciplina interna. Con Gorriarán en el comando único de las decisiones comenzaron las rupturas, los documentos disidentes, el adiós de muchos de los periodistas que habían formado parte de Entre Todos.
El ataque al Regimiento de La Tablada se decidió para el amanecer de un día lunes de enero. Entendían que muchos soldados estaban de vacaciones o de franco y que otros regresarían esa misma mañana. El ataque los sorprendería
El operativo fue organizado con 5 pelotones que debían copar 5 unidades: la Compañía A, la Compañía B, el Casino de Suboficiales, el Comedor de Tropa y la Guardia de Prevención, el más cercano al acceso de la avenida Crovara.
Pero el objetivo principal eran los tanques que estaban guardados en los galpones de atrás, casi al final del perímetro del Regimiento.
No existía un plan para la retirada, ni casas que funcionaran como postas sanitarias para atender a los heridos, ni estaban previstos refuerzos externos.
El plan del MTP era entrar, doblegar la resistencia militar –que suponían con la moral baja-, fusilar en la Plaza de Armas a los oficiales que hubiera que fusilar y salir con los tanques por la avenida Crovara, orientando hacia la Plaza de Mayo la movilización popular.
Todos los cuadros políticos de relevancia del MTP participaron de la toma del cuartel, excepto Gorriarán Merlo que se mantuvo en las inmediaciones, monitoreado la operación.
Parte del armamento había sido comprado por militantes en distintas armerías de Buenos Aires en los días previos, aunque también estaban provistos de proyectiles antitanques, lanzagranadas y lanzacohetes, y equipos de comunicación interna, que luego serían interferidos por un avión de la Fuerza Aérea que comenzó a sobrevolar la unidad, y quedarían inutilizados.
La operación comenzó con el desplazamiento de los 46 militantes en 8 autos desde las quintas. Cuando llegaron al Camino de Cintura y Venezuela, en San Justo, un grupo con ropa militar, fusiles y la cara pintada, detuvo al conductor del camión Ford 7000 que transportaba bebidas. El vehículo fue utilizado para embestir el portón del cuartel y habilitar el ingreso del resto de los automóviles.
Se presume que esto sucedió entre las 6 y las 6.30 de la mañana.
Cada automóvil, luego, marchó hacia la toma de su objetivo.
El primero que murió fue acompañante del conductor del camión. Le dispararon apenas entró. Y enseguida, para la toma de la Guardia de Prevención, mataron a un soldado conscripto.
Pocos minutos después la comisaría de San Justo ya tenía la novedad, los policías que participaban de un operativo contra los piratas del asfalto se acercaron al cuartel, y los carros de asalto de policías de Infantería, personal de inteligencia, de comunicaciones, se fueron sumaron a la resistencia de la unidad.
Todavía no se sabía quiénes eran los atacantes, pero más de un centenar de hombres disparaba de afuera hacia adentro. Los móviles de la prensa comenzaron a llegar. Alfonsín, que llegó a las 9 a la Casa Rosada, recibió por parte del Ejército la información que se trataba un "ataque de subversivos de izquierda" y no un levantamiento carapintada.
No dio crédito a esa versión. No la creyó o no la quiso creer. Le parecía imposible.
Luego, entrada la mañana, llegarían los refuerzos militares, al mando del general Alfredo Arrillaga –sobre quien luego se probaría su participación en el centro clandestino de la Base Naval de Mar del Plata. Arrillaga sobrevoló el cuartel en helicóptero antes de definir las acciones.
En el balance de las primeras horas, el MTP tomó con dificultad, a un alto costo operativo y de vidas, la Guardia de Prevención, el Casino de Suboficiales, y también la Compañía B. Mantuvo conscriptos y oficiales de rehenes, pero fracasó en el intento de consolidarse en otras Compañías y sobre todo, no llegó a los galpones de los blindados, ubicados a 900 metros del portón de acceso, por la resistencia de un sargento ayudante que con un fusil, desde una ventana, actuó como "tapón" e impidió la toma de los tanques de guerra.
Para la toma de la Guardia de Prevención sucedió lo mismo. Un oficial, a una distancia de 70 metros, desde el edificio de Mayoría, los mantuvo a raya con sus disparos. Era el jefe del Regimiento. Luego lo matarían.
Un atacante logró salir en pleno cruce de disparos, y tomaría un colectivo y se alejaría del cuartel, pero sería una excepción. La única excepción.
Con la acción posterior de las fuerzas militares, que cubrieron todo el perímetro del cuartel, ya no había retirada posible.
Entre las nueve y las diez de la mañana, el sueño de la movilización popular hacia Plaza de Mayo se habían desvanecido. Los propios atacantes lo percibieron. A esas alturas, Roberto Sánchez, el jefe de la operativo guerrillero desde adentro del cuartel, en su intento de alcanzar al jefe del Regimiento que oficiaba de "tapón", recibió un tiro mortal.
Para entonces ya no había jefe ni comunicación por walkie-talkie entre los responsables de los objetivos tomados, ni con Gorriarán en el exterior, ni tampoco posibilidad de desplazarse heridos ni modo de retirarse.
Cuando uno atacante propuso abandonar el cuartel y dar por terminada la operación, la respuesta fue terminante: "Patria o muerte".
Según testimonios posteriores de sobrevivientes a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), los asaltantes de La Tablada informaron su rendición alzando banderas blancas a las 9 de la mañana, pero sus peticiones fueron desoídas. O nadie las vio o nadie quiso verlas.
A las once y media de la mañana ingresó la X Brigada de Infantería Mecanizada. El fuego, desde entonces, partió de cañones, además del continuo acompañamiento los disparos policiales.
Incluso más: hacia el mediodía un grupo militar logró entrar a los galpones, probablemente por la parte trasera del cuartel, por el puesto Spinassi, y se hicieron de los tanques que no habían podido tomar los guerrilleros.
Avanzaron por las calles del cuartel con las unidades blindadas, y allí se vio cómo aplastó a una camioneta blanca y a los cuerpos que yacían en el suelo.
Poco después, el techo de la Guardia de Prevención, donde permanecían Burgos y Baños, comenzó incendiarse y se desplomó. También en los calabozos, a pocos metros de la Guardia, donde había soldados conscriptos sancionados por infracciones disciplinarias, golpeaba el bombardeo. Iván Ruiz, con el torso desnudo, y José Alejandro Díaz, los dos del MTP, liberaron a los soldados y decidieron salir en fila mezclados entre ellos, quizá con la voluntad de entregarse o escapar. Los recibió el teniente Carlos Naselli. Los conscriptos los señalaron: "Estos dos son subversivos", dijeron.
El reportero gráfico Eduardo Longoni, desde una terraza aledaña al cuartel, captó las imágenes de la rendición. Ruiz y Díaz estaban vivos. Sus disparos en la cámara lo probaron.
La desproporción de la correlación de fuerzas y el nivel armamentístico era evidente. La represión ya parecía una puesta en escena para reposicionar al Ejército. Arrillaga tenía a disposición a miles de hombres. Hacia al mediodía, los atacantes del MTP quizá no superarían las dos docenas, aunque estaban apoyados por lanzacohetes y lanzagranadas. Los militantes fueron siendo alcanzados por las balas en los desplazamientos, cuando se trasladaban a otras unidades, producto de los incendios. Con el correr de las horas, se fueron refugiando en la Compañía B, que mantenía Claudia Lareu, de 35 años, y el Casino de Oficiales, que había sido controlado por su esposo, Francisco "Pancho" Provenzano, y a su vez mantenía rehenes en el baño. El techo de la Compañía B se derrumbaría a la tarde por el bombardeo.
El sargento ayudante (r) José Almada, que participó en las acciones de recuperación del cuartel, declararía ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), y luego en sede judicial, que al momento de la intervención del Ejército bastaba con hacer un cerco, cortar los suministros de alimentos y agua, y hostigarlos psicológicamente a los atacantes para lograr la rendición.
El mismo cuadro planteó el jefe de la Policía Federal Juan Ángel Pirker, que veía junto a los ministros y el propio Alfonsín el bombardeo castrense por televisión en la Casa de Gobierno. "Si me dan dos horas y una compañía con gases lacrimógenos desalojo el Regimiento", dijo Pirker, quien moriría 20 días después en su despacho por un supuesto ataque de asma.
En su defensa, Arrillaga luego afirmaría que aquella mañana del 23 de enero de 1989 no impartió la orden de rendición "por no contar con un megáfono".
Después del mediodía, el vocero presidencial José Ignacio López, en la Casa Rosada, calificó a los atacantes como "delincuentes", pero no mencionó si eran carapintadas o guerrilleros. La primera edición vespertina del diario La Razón, cercano al Gobierno, llegó a publicar "Grupo seineldinista copó el Regimiento 3 de Infantería".
Entrada la tarde, cuando la policía y los militares ya disponían del control del cuartel y la guerrilla sólo resistía desde el Casino de Suboficiales y la Compañía B, se supo que eran un grupo de civiles. Las imágenes de la televisión llegó a mostrar a mujeres combatiendo. Dos días después se conocería en forma pública que los atacantes eran miembros del MTP. Saldría en la tapa de los diarios.
Durante la tarde, los militares fueron recuperando las unidades y sacando heridos, excepto en la Compañía B –donde había guerrilleros ocultos- y en el Casino de Suboficiales, desde donde rechazaron con lanzagranadas los intentos de toma. El Casino se convertiría en el último refugio de los guerrilleros.
A la noche, el fuego era intermitente pero ya no hubo cañoneo. Sólo quedaban con vida 19 de los 46 guerrilleros. Y luego se producirían dos bajas más. Dos atacantes entraron en crisis, decidieron salir del Casino e ir escondidos hacia la Plaza de Armas. Fueron muertos de una ráfaga de ametralladoras después de los primeros pasos.
A las 9 de la mañana del 24 de enero, ya provisto de un megáfono, con los edificios destruidos y cuerpos calcinados, el general Alfredo Arrillaga pidió la rendición. De los 46 que ingresaron al Regimiento habían sobrevivido 14 hombres y 2 mujeres.
Provenzano, que estaba a cargo del grupo, la aceptó; solicitó la presencia de un juez y atención médica.
El combate había dejado 11 bajas entre conscriptos, policías y militares, entre ellos, el jefe del Regimiento.
Los atacantes comenzaron a salir en fila india con las manos en alto. Eligieron bordear el sector de la calle, para que pudieran ser identificados por las cámaras de televisión y los fotógrafos. En la fila, también caminaban los conscriptos y suboficiales que habían sido tomados como rehenes.
Los atacantes fueron encerrados en el Casino de Suboficiales, desnudos, encapuchados y esposados.
En ese lugar fueron escuchando por radio las informaciones castrenses que anunciaban la llegada del Presidente.
A las 11.30, Alfonsín se presentó en el Regimiento, sin las condiciones de seguridad necesarias. Pero prefirió anticiparse ante la suposición de que los detenidos podrían ser torturados.
Su intuición no fue desacertada.
Serían torturados. Incluso fusilados cuando aún estaban heridos, y se entregaron. Y a otros que estaban vivos, luego de entregarse, los secuestrarían y los harían desaparecer. Alfonsín vio los cadáveres.
Las fuentes son contradictorias en cuanto si vio o no en el Casino a los guerrilleros, así como estaban, encapuchados y encadenados.
El testimonio posterior de los detenidos indica que escucharon cuando se anticipó su presencia y el ruido de la comitiva en el lugar.
Un ex funcionario radical que ingresó al cuartel de La Tablada junto a Alfonsín, consultado por el autor de este artículo, indicó que no recuerda si ingresaron al Casino de Suboficiales. Pero sí que todavía se escuchaban disparos cuando estaban en el cuartel.
En el Casino, los militares preguntaron quién era "Pancho". Como nadie respondía, empezar a golpear detenidos. Provenzano dijo "Yo soy Pancho". Se lo llevaron. Los gritos de las torturas se escucharon en el Casino. También buscaban a Samojedny. Era un psicólogo y ex preso político que había militado en el ERP, un cuadro militar bien considerado, entre los mejores formados en la lucha armada de los que entraron al cuartel. También se lo llevaron.
La justicia, en primera instancia, cuando se realizó el juicio oral y se conocieron las sentencias, dijo que su cadáver estaba carbonizado y que no había pruebas de que se hubiese entregado con vida o de la presencia de Samojedny en el cuartel.
Según el informe de la CIDH, elaborado en base a distintos testimonios, "después de la rendición todos son llevados a un camino rodeado de árboles, los palpan de armas, les quitan los documentos, los desnudan y encapuchan; a algunos se les atan los pies, a otros las manos y a otros ambas cosas. Todo entre patadas, trompadas y golpes (…) Todos son puestos boca abajo en ese lugar. Varios ven a Francisco Provenzano cuando es desnudado, golpeado y puesto con el resto".
Los restos de Provenzano serían identificados por su hermano Sergio el 7 de febrero de 1989, pero mucho años después, en 2009, en base a exámenes del Equipo Argentino de Antropólogos Forenses (EAAF) se determinó que no era el suyo sino el de "Quito" Burgos.
En el citado informe de la CIDH, Roberto Felicetti, que había permanecido con Samojedny oculto en la Compañía B afirmó: "Cuando les dicen que se rindan y al ver a los compañeros, Carlos Samojedny y yo salimos, ambos heridos pero no graves".
Luego, Samojedny fue trasladado al cuartel, junto al resto de los guerrilleros, y fue golpeado y torturado. Uno de los torturadores le diría que venía siguiendo su carrera y era una alegría encontrarlo. Desapareció.
Lo mismo sucedió con Ruiz y Díaz, fotografiados con vida por Longoni.
El conscripto Aibar afirmó que los vio encerrados en el baño luego de la rendición, y luego serían llevados hacia la Guardia de Prevención y el fondo del cuartel. El sargento (r) Almada revelaría que militares de civil lo sacaron vivos de la unidad militar en un Ford Falcon blanco.
"No soy el único que vio. Soy el único que se animó a decir la verdad. Cuando entré por el fondo del cuartel, a esas personas las estaban torturando. Concretamente, las tenían boca arriba debajo de una arboleda y las estaban torturando dos oficiales. Eran dos: uno delgado, más alto, con pantalón y camisa y de tez blanca; el otro más bajo, con el torso desnudo y con una camisa o camiseta que cubría su cabeza hasta la frente, de tez morena. Se los tiró sobre el pasto, boca arriba, estaban heridos, conscientes, se los interrogaba sobre sus identidades y sobre la organización atacante y se los golpeaba en cuerpo y extremidades. Yo estaba allí y vi y escuché cuando los oficiales de inteligencia los interrogaban y cuando eran golpeados y allí ellos manifestaron: 'Me llamo Iván' y el otro decía: 'Me llamo José' y me acuerdo perfectamente que en ese duro trance en que ellos era atormentados y flagelados imploraban por sus vidas. Uno de los chicos, eso quedó en mi conciencia muy lastimada, pedía. 'Señor, regáleme la vida'. Nunca voy a olvidar eso", afirmaría Almada en declaraciones judiciales.
En primera instancia, el juez Gerardo Larrambebere y el fiscal Alberto Nisman, del juzgado criminal y correccional 1 de Morón, habían validado la hipótesis militar. Ruiz y Díaz se habían fugado. Y pidieron la captura a Interpol. También habían desestimado las denuncias de torturas por "carecer de sustento fáctico".
De este modo, con 29 guerrilleros muertos, 4 desaparecidos, y 11 bajas de fuerzas de seguridad y militares, el 24 de enero de 1989 concluyó la última batalla de la guerrilla setentista.
Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA).
Para este artículo fueron consultados los libros "La Tablada", de Felipe Celesia y Pablo Waisberg; "El Coti", de Darío Gallo y Gonzalo González Guerrero; "De Nicaragua a La Tablada", de Hugo Montero y "El intento de copamiento de La Tablada y la represión del Estado en el marco de la transición democrática", tesis de licenciatura, de Lorena Pontelli de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), octubre de 2018.