A tres cuadras de la estación Martínez hay un gran bazar chino. Se llama Onda Verde y está en Hipólito Yrigoyen 65, a metros de la Avenida Santa Fe. Algunos vecinos recuerdan que allí había estado Casa Tía, y luego el supermercado Norte.
Pero muy pocos saben que anteriormente, en ese mismo lugar hubo un estadio, que fue escenario de grandes combates de boxeo.
Se llamó Ebro y en su ring pelearon -en el mejor momento de sus carreras- notables campeones: Eduardo Lausse, Alfredo Prada, Cirilo Gil, Oscar Pita, Ricardo González, Cucusa Bruno y Horacio Accavallo, entre otros.
Un dato que demuestra la importancia que tuvo el Estadio Ebro de Martínez: Pascual Pérez, el primer campeón mundial de boxeo de la Argentina, peleó allí el viernes 15 de julio de 1956. Esa noche, ante casi 4.500 espectadores, derrotó a Pablo Sosa por nocáut en el tercer round. Estaba en su apogeo, porque lució esa corona desde 1954 hasta 1960.
¿Pero el gran estadio del boxeo argentino no fue siempre el Luna Park?
A fines de 1949, la localidad bonaerense de Martínez tenía 30.000 habitantes. Era un pueblo tranquilo, de casas bajas, donde todo el mundo se conocía. De repente, a metros de la avenida, comenzó a construirse algo enorme, una obra de dimensiones desproporcionadas para la zona. ¿Una fábrica? ¿Una escuela? Muchos vecinos pasaban a mirar, porque el espectáculo era inusual.
Hasta que la curiosidad se transformó en asombro: era un estadio. De día funcionaba como gimnasio, con actividades múltiples, como básquetbol o patín. Y dos o tres noches por semanas había combates de boxeo y de catch.
En la Municipalidad de San Isidro no hay registros de la fecha del permiso municipal, pero es seguro que en 1950 el Ebro funcionaba a pleno.
Y su actividad salió del ámbito lugareño. La revista El Gráfico (número 1.892) del 25 de septiembre de 1955 publicó una nota firmada por Carlos Fontanarrosa (quien 10 años después sería director fundador de la revista Gente) con el título "Ambiente dinamitado". Es que las tribunas habían estado muy calientes en el Ebro, porque jugaron Racing y San Lorenzo, por el campeonato oficial de la Asociación del Básquetbol. Ganó Racing 73 a 66, y en sus filas estaban Contarbio, Menini, Úder, Poletti, Pérez Varela, Pedrero… Y en San Lorenzo jugaron Trama, Lanzilotta, Vassino, Parizzia, Casetai y Rodríguez. Todos cracks, y varios de ellos integrantes de la selección nacional ganadora del Mundial de 1950.
Sí, el Ebro era un pequeño Luna Park. Para corroborarlo, otro apunte: en junio de 1956 los famosos Harlem Globe Trotters deslumbraron a la multitud que los fue a ver al Ebro. Aún hoy, los vecinos evocan esa noche estelar. Pepe Puentes dice: "En el barrio se promocionó mucho, pegaron afiches por la calle…". Y Carola Lawson recuerda: "Los estoy viendo. Empezó a sonar una música de jazz y ellos entraron a la cancha atravesando un aro de papel…"
Haroldo Conti cita al Ebro en su novela Sudeste (Premio Fabril, 1962), en la que refiriéndose a su personaje "el Chino" dice: "Había peleado en el Boxing en la categoría mediano. De ahí la nariz aplanada. No fue malo, pero sí bastante mañoso desde el comienzo. Llegó a combatir en dos o tres preliminares en el Ebro, en Martínez". La mención sugiere que, en la carrera de un boxeador, el Ebro era un escalón importante, al que se "llegaba". Y si había preliminares, es obvio que antecedían a los combates estelares, los de fondo.
Sin embargo, del Estadio Ebro se sabe muy poco. Hay escasos registros periodísticos y reconstruir esta historia me llevó mucho tiempo.
Lo que sí podemos afirmar es que el Estadio Ebro funcionó desde las primeras semanas de 1950 hasta febrero de 1957.
Hay, como mínimo, tres grandes interrogantes: ¿Por qué se construyó? ¿A qué se debió su apogeo? ¿Por qué decayó y cerró?
Domingo Pace nació en San Giovanni a Piro, en la provincia de Salerno, Italia, en 1870. Veinte años después, vivía en Buenos Aires y estaba al frente de la Plaza Eúskara, célebre frontón de pelota a paleta. Más tarde, en 1910, en un tramo de la calle Córdoba que se llamaba Rivera, instaló una feria de diversiones al aire libre. Le puso de nombre Luna Park, sinónimo de parque de diversiones en varias ciudades europeas. Estaba iniciando una epopeya irreemplazable en la emoción popular del país al que había llegado como inmigrante.
Posteriormente, en 1912, Pace mudó el Luna Park a un nuevo recinto: calle Corrientes 1065. Todavía no existía la Avenida 9 de Julio, que atraviesa el centro de Buenos Aires a la altura del 1000 de todas las calles perpendiculares. En ese lugar, entre luces de colores y sonidos trepidantes, Pace ofrecía un espectáculo de variedades acrobáticas con intermedios artísticos. Intentó también organizar una corrida de toros, pero como no obtuvo la correspondiente autorización municipal la hizo en Tucumán, en 1916, en la llamada Feria del Centenario, que evocaba la declaración de la Independencia. Fue un fracaso total.
Pero aquel italiano emprendedor no se achicó. Consiguió la concesión del terreno de Corrientes 1066, en la vereda de enfrente del anterior emplazamiento. Y abrió un nuevo parque de atracciones, que no tenía techo. En un enorme cartel curvo, sostenido por dos columnas de perfiles rectos, se podía leer Luna Park. El mismo nombre, que no habría de cambiar nunca.
Al principio montó una kermesse en la que se tiraba al blanco. Pronto agregó los bailes de Carnaval y espectáculos teatrales en los que actuaban Pepe Arias, Enrique Serrano, Carlos Valicelli, Pepe Podestá y María Luisa Notar, entre otros.
Y el gran suceso llegó el 14 de septiembre de 1923. Ese día Pace hizo algo revolucionario: retransmitió los informes de LOX Radio Cultura, con los detalles de la famosa pelea de Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey en el Polo Grounds. Una larga fila de porteños esperó para entrar al parque de diversiones y seguir las dramáticas alternativas de la pelea. Ese día Pace cobró 80 centavos la entrada.
Fue la primera recaudación originada por el boxeo en la historia del Luna Park.
Pace sabía que tendría que levantar su parque de atracciones de Corrientes 1066. Desde mucho tiempo atrás se venía hablando de una avenida Sur-Norte, cruzando la ciudad. El intendente Francisco Seeber la había imaginado en 1890 y el urbanista francés Joseph Bouvard ratificó el plan urbanístico en 1907. Inexorablemente, el Luna Park iba a ser expropiado y derribado. Pero él no se quedó quieto. Como la trascendencia de la pelea Dempsey-Firpo provocó una enorme adhesión popular, los espectáculos boxísticos -que hasta ese momento estaban prohibidos en Buenos Aires- lograron la autorización municipal. Inmediatamente, el Luna Park quiso organizar encuentros pugilísticos.
Para la primera experiencia -según los registros, un combate entre Daniel Perícoli y José Esperanza– se asoció con Della Volta y Bordignone, pero el intento fue un fracaso económico.
Entonces Pace decidió incorporar a la empresa a su hijo Ismael, quien a su vez sumó a su gran amigo José Pepe Lectoure, un chico que había sido campeón amateur de boxeo en la categoría liviano. A partir de ese momento, el boxeo se afirmó en el Luna Park. Subieron al ring figuras como Galtieri, Ostuni, Pedro Quartucci, Julio Mocoroa, Vicente Cámpolo y Andrés Scotto. Y hasta el propio Luis Ángel Firpo hizo exhibiciones con distintos sparrings.
El Luna Park sumaba otras atracciones: patinaje sobre hielo, ascensiones con globos de aire caliente, competencias ciclísticas y sainetes criollos. Y para aprovechar la temporada de invierno arrendó el Circo Hippodrome que, a diferencia del Luna Park, tenía techo.
Pero una doble desgracia frenó ese crecimiento: en 1925, a los 55 años de edad, murió Domingo Pace.
Y muy pocos meses después, en 1926, llegó la orden de desalojo. El Luna Park tenía que abandonar la sede de Corrientes 1066, porque empezaba la obra de la Avenida 9 de Julio.
Repentinamente al frente de la empresa, los jóvenes Ismael Pace y Pepe Lectoure tuvieron que buscar otro lugar. Ya no podían quedarse allí, donde hoy está la Plaza de la República.
En esa misma época, muy cerca de allí, en la zona norte del Gran Buenos Aires, comenzaba otra historia de inmigrantes.
Juan Bautista Trezzi -un italiano nacido en Milán- se instalaba en Martínez. Su familia tenía una buena posición económica, y él la consolidó comprando tierras y propiedades en el barrio. También alquiló terrenos, que convirtió en enormes quintas.
Una de las más grandes era la que hoy ocupa el club BANADE, donde desde 1938 se ubicaron los estudios de cine de Pampa Films y de Emelco. Antes de todo eso, allí estuvo la quinta de los Trezzi.
Juan Bautista se casó con Ana Colombo, una chica argentina hija de italianos. Tuvieron varios hijos. La mujeres -Ana, Ida y Lilí- fueron maestras y profesoras. Fueron muy populares en el barrio, donde era habitual verlas en bicicleta, yendo a dictar clases por la tierra o por el barro. Los varones -Joaquín, Modesto, Alberto, Eduardo y José- siguieron la actividad del papá y fueron todos quinteros.
Trabajaron durísimo. Antes del alba ya habían recogido la verdura, que llevaban al mercado en sus camiones. Siempre así: trabajar la tierra, preparar los cajones, manejar los camiones. Y a medida que aumentaban los ahorros, invertían en el alquiler de otras tierras, que también transformaban en quintas productivas.
No imaginaban que pocos años después iban a invertir en una actividad absolutamente distinta.
-¿Les parece bien una manzana entera, en compensación por el solar de Corrientes 1066?
Ismael Pace y Pepe Lectoure no podían creer lo que les estaba diciendo el funcionario municipal. El trueque no podía ser más ventajoso…
Pero faltaba algo:
-La manzana está del otro lado de la Avenida Leandro N. Alem.
Los muchachos protestaron:
-¡Ahí no vamos ni locos!…
Su queja era lógica. En aquellos años, la ciudad terminaba en la recova del Bajo, donde los marineros acudían a los piringundines. Más allá, sólo había baldíos. Y después estaba el río.
Pero no tenían otra alternativa. Tras la muerte de Domingo Pace, habían logrado que el Luna Park ganase prestigio y tenían que seguir creciendo. Por otra parte, el plazo de explotación era muy amplio: veinte años.
Y así fue que aceptaron irse ese paraje solitario, en la manzana de Corrientes, Bouchard, Lavalle y Madero.
El 5 de marzo de 1932 inauguraron el nuevo y definitivo Luna Park, a cielo abierto inicialmente. Y techado, dos años más tarde.
En poco tiempo, la sociedad Pace-Lectoure logró el milagro de transformar aquel apartado lugar en el centro indiscutible de atracción popular en Buenos Aires. Todo pasaba en el Luna Park: el boxeo, el basquetbol, el cacth, el ciclismo, el patinaje, el circo. Y también los bailes de Carnaval, las concentraciones políticas. Y las dolorosas manifestaciones fúnebres de los argentinos.
El Luna Park se convirtió en un gigante, en un clásico. Parecía muy lejano el final de la década del 40, cuando habría de vencer la concesión de la manzana.
Pero no estaba tan lejano. La arquitecta María Estela Trezzi, hija de Joaquin Petí Trezzi, lo cuenta así:
-Mi tío Modesto, al que le decían Chocho, y mi papá, eran quinteros… ellos de lo que sí conocían era de verdura y de camiones… Un primo que vive en Montevideo me contó que el negocio a los Trezzi se los llevó Pace. Y lo que mi mamá siempre repitió es que la plata de la quinta se usó para la obra del estadio.
Pace llegó a los Trezzi. Se asegura que el contacto surgió dentro de la colectividad italiana, a través de fue un manager de apellido Poggio.
El Luna Park precisaba un Plan B. Y los Trezzi tenían el lugar. El Estadio Ebro de Martínez se empezó a construir entre 1948 y 1949. Y fue una réplica, en pequeño, del Luna Park. Boxeo con las grandes estrellas, básquetbol, catch (en una oportunidad estuvo de visita Primo Carnera, junto a Martín Karadagian), concursos de rock and roll, todo se hacía en el Ebro, a la manera del Luna Park.
Mario Marzán, el conocido pianista, recuerda haber visto catch femenino en el Ebro:
-Mi papá era amigo del comisario de Martínez, que una vez le regaló entradas para ver una reunión de catch de mujeres allí. Lo recuerdo perfectamente. Yo tenía 10 años y el ring estaba muy alto para mí, porque estábamos en la primera fila, en las butacas del ring side y me paré para ver mejor. Era muy llamativo ver a esas mujeres, algunas muy hermosas, cuando saltaban y cuando estaban tiradas en el piso. Había mucho ruido, mucho bullicio, el lugar estaba lleno de gente…
Julio Salman Dib, dueño del vivero La Palmera, que está a dos cuadras del Bazar Chino, recuerda:
-El Ebro era la cuarta parte del Luna Park. La mitad de las gradas era de madera y la otra mitad de cemento. Las de madera se podían sacar, y había butacas para el ring side. Era como un Luna Park chiquito. Y al costado tenía el gimnasio y la pista de patín. Venía mucha gente, hasta Chuenga, el que vendía los caramelos.
Sí, Chuenga (un fantástico personaje que se llamaba Jorge Eduardo Pastor) también estuvo en el Ebro.
Lo mismo que José María Gatica, que aunque nunca llegó a pelear oficialmente en el Ebro, con frecuencia estacionaba su coupé Mercury Monterrey celeste, tapizada con piel de leopardo en la puerta. Es parte de la leyenda lugareña la pelea callejera de Gatica con un muchacho al que llamaban Cascote, riña que empezó un mediodía en un stud de la calle Dardo Rocha, siguió por la calle y terminó en el ring del Ebro, a esa hora casi desierto.
El Estadio Ebro de Martínez significó una etapa única, y se sumó a un barrio que en esos años estuvo conmovido simultáneamente por varias pasiones populares. El turf, por ejemplo. protagonista de aquel domingo 30 de noviembre de 1952, cuando 115.000 personas fueron al hipódromo de San Isidro (a diez cuadras del Ebro) para ver ganar a Yatasto en el Carlos Pellegrini. Y enmudecieron, porque Yatasto entró tercero.
Simultáneamente, el cine nacional había transformado a Martínez en un Hollywood de entrecasa. Los grandes estudios de filmación estaban ahí cerquita (Argentina Sono Film en la avenida Fleming, donde hoy están los estudios de Telefe), y para los vecinos era normal hacer de extras en las películas de Mirtha Legrand, Pedro López Lagar o Floren Delbene.
A Luis Sandrini también lo veían por la calle, porque vivía del otro lado de la vía y paseaba muy seguido con su Rolls Royce.
En esos años de la década del 50, las noches del Ebro fueron caudalosas.
Y se prolongaban en la mítica pizzería Nino, en la vereda de enfrente, donde era habitual que entre el gentío estuvieran grandes futbolistas de la época, como Néstor Rossi, Natalio Pescia, Miguel Rugilo o el colorado Alberto Rastelli. Más allá, Pascualito Pérez, el gran campeón mundial peso mosca, con Herminia, su esposa.
Y la gente del turf: los jockeys Rubén Quinteros, Juan Carlos Contreras y Juan P. Artigas. Cantores de tangos, como Oscar Alonso y también Aldo Campoamor, que había sido cantor de Piazzolla y ahora estaba con Mariano Mores. Otro que aparecía por allí era Hugo Pratt, que dibujaba El Sargento Kirk en Misterix, daba clases en la Escuela de los 12 Famosos Artistas y vivía frente a la vía.
Pero el final de todo eso estaba cerca. Porque el Ebro iba a desaparecer.
El teléfono sonó en la casa de Luis Elías Sojit, el famosísimo periodista deportivo y relator de las grandes transmisiones deportivas. Atendió la mamá. Del otro lado, alguien preguntó por él. La señora respondió:
-Viajó a Europa con Fangio, vuelve la semana que viene…
-¿Y el hermano, Manuel, está?
La señora quiso saber quién hablaba. Cuando le dijeron que estaban llamando del Luna Park, se apuró en responder:
-Manuel vuelve a la noche…
– Por favor, dígale que se comunique con nosotros.
Cuando Manuel Sojit, conocido como Córner, regresó a su casa, la mamá le contó la novedad.
-Ya es un poco tarde, mamá, no debe haber nadie. Llamo mañana.
En ese momento, sonó el teléfono. Atendió Manuel. Lo llamaban del Luna Park:
-Manuel, veinte para aquí ya mismo, es muy urgente.
Al rato, Córner estaba en el Luna Park, en el despacho de Ismael Pace, cuyo amigo y socio Pepe Lectoure había muerto en 1950:
-Mirá Manuel, la situación es muy grave. Como vos sabés, el Luna Park nació de un acuerdo que se hizo cuando tuvimos que dejar la calle Corrientes y nos dieron esta manzana. A vos te consta todo lo que hemos trabajado, el esfuerzo que siempre hemos hecho.
Manuel Sojit, el mismo que cientos de veces había transmitido las peleas allí mismo, al lado del ring, ahora sólo escuchaba:
-El acuerdo era por veinte años y aunque ya se cumple la fecha de caducidad, siempre confiamos en que íbamos a poder conseguir una prórroga o una cesión definitiva. Tenemos buenos contactos y veníamos conversando eso. Pero acaba de pasar algo que nos obliga a tomar una decisión urgente. Nos enteramos de que el intendente quiere tirar abajo el Luna Park.
Entonces le explicaron que Juan Debenedetti, el intendente municipal de la ciudad de Buenos Aires (en esa época no existía el cargo de Jefe de Gobierno) había desarrollado un plan de remodelación de la zona. Y el diseño incluía una nueva traza para la Avenida Madero y su continuación, con una rotonda de circulación y nuevos accesos. Eso requería demoler lo que estaba en el medio. O sea, el Luna Park.
-Por eso lo habíamos llamado esta mañana a Luis Elías. Porque el único que puede arreglar esto es Perón. Luis Elías o vos tienen que hablar con Perón.
Era el momento definitivo. El Estadio Ebro estaba en su apogeo y había crecido con fuerza propia. También presentaba boxeadores de la zona con mucho arrastre, como Américo Capitanelli, el tano Roque Borello, el negro Airala, Bubby Seibane, Roque Antonelli, Edgardo Chávez, Moncho de Boulogne, Raúl de Antonio o el más técnico de todos, Ernesto Vivas.
Pero los que llenaban el Ebro eran Lausse, Prada o Cirilo Gil. Boxeaban en Martínez porque el Luna Park precisaba mantener viva una segunda alternativa.
Si demolían el Luna, el Ebro se afirmaba y se consagraba. ¿Y si no lo demolían?
Manuel Sojit durmió muy poco. Quería estar en la Casa Rosada antes que que llegara el Presidente Perón. De cualquier manera, no era fácil que el General lo atendiera rápido, entre otras cosas porque su presencia allí era inconsulta y fuera de agenda.
Pero a la media hora estaba frente a Perón:
-¿Qué lo trae por aquí, Manuel?
-¡¡¡General, hay que salvar al Luna Park!!!
-¿Salvarlo? ¿De qué?
-¡¡¡Lo quieren tirar abajo, General!!!
Perón escuchó el resto de la explicación. Luego le pidió a un secretario:
-Comuníqueme con el intendente Debenedetti…
El alcalde de la ciudad de Buenos Aires era un gran funcionario. Muy creativo, muy emprendedor. Y muy trabajador. Por eso, bien tempranito estaba en su despacho.
Pero lo que nunca hubiera esperado era recibir un llamado del Presidente a esa hora:
-Buen día Debenedetti, cómo anda…
El intendente sabía que a Perón le gustaban los proyectos transformadores. Y por eso se sintió reconfortado cuando el Presidente le dijo:
-Acá me están contando unos amigos que usted está muy adelantado con la modificación de la zona del bajo…
-¡Sí, mi general!- se entusiasmó Debenedetti, y le empezó a contar todo lo de la nueva traza de la avenida Madero, la rotonda…
Perón lo dejó hablar. Y finalmente le dijo:
Muy bien, Debenedetti, veo que usted siempre está muy activo. Eso sí, ese proyecto por ahora no lo vamos a hacer.
Y agregó, como para que el desconcertado intendente no tuviera dudas:
-Suspéndalo. En ese mismo momento, desapareció la espada de Damocles sobre el Luna Park.
No iba a ser demolido. ¿Y el Plan B? ¿Qué habría de pasar con el Ebro?
Los grandes boxeadores del momento seguían presentándose en los dos escenarios. Todo parecía mantenerse en equilibrio, siempre que el Ebro se mantuviese en un papel complementario.
Pero dos sucesos extradeportivos modificaron dramáticamente la situación en pocos meses.
En septiembre de 1955 fue derrocado el gobierno de Juan Domingo Perón.
Y el 30 de abril de 1956, en la ruta 3, cerca de Las Flores, Ismael Pace perdió la vida en un accidente automovilístico.
En ese auto viajaban también el gran campeón de la categoría welter Cirilo Gil y el promotor Lázaro Koci. Ambos resultaron ilesos. Más aún, Cirilo Gil peleó en el Ebro pocos días después, el viernes 11 de mayo de 1956.
Lázaro Koci era el manager del campeón mundial Pascual Pérez. Y además tenía una enorme influencia en la programación de las peleas. Era el hombre fuerte, la mano derecha de Pace.
Desaparecido Pace, dos mujeres se hicieron cargo del Luna. Una era Sofía, la viuda de Ismael. La otra, Ernestina Devecchi, que había quedado viuda de Pepe Lectoure seis años antes.
Al poco tiempo, la viuda de Pace cedió parte de sus acciones a Ernestina, quien designó a Juan Manuel Morales como match maker y convocó a Tito Lectoure, un joven sobrino de su fallecido esposo. Ellos se hicieron cargo de las tareas de organización de las peleas. La consecuencia fue que varios managers que habían estado ligados a Pace fueron desplazados. El más notorio, Lázaro Koci.
Fue entonces que todos esos promotores, con Lázaro Koci a la cabeza, se hicieron fuertes en el Ebro. Y aquel estadio de Martínez, que había nacido como un proyecto auxiliar del Luna Park, terminó enfrentado con el gran coliseo de Corrientes y Bouchard.
Ernesto Cherquis Bialo, referencia ineludible cuando se habla de boxeo en la Argentina, lo expresa así:
-El Ebro era un objetivo que el Luna Park tenía apuntado como potencial competencia. Estaba el grupo que había sido de Pace, con Lázaro Koci. Y tenía un aliado, que era el Estadio Ebro. La lucha de intereses era tan grande que había sólo dos posibilidades. Y había que optar. Por eso un manager como Juan Carlos Cuello se fue del Ebro al Luna Park en 1956, se lleva sus boxeadores y pasa a ser un protegido de Tito.
Un hecho inesperado pudo haber sido más letal para el Luna Park que la temida demolición del intendente Debenedetti: las peleas del Ebro empezaron a ser transmitidas por la televisión.
Una diferencia contractual había disuelto el convenio entre el Canal 7 y la empresa del Luna Park. Entonces, los enormes camiones celestes de la TV se estacionaron semanalmente en la calle Hipólito Yrigoyen y le agregaron un detalle más a la conmoción que vivía el barrio desde la llegada del Ebro.
La televisión movilizaba al barrio. Los vecinos que nunca habían pisado el Ebro empezaron a ir para que las cámaras los enfocaran. Aquel amable cholulismo que había despertado el cine en el barrio, ahora reaparecía con el Canal 7.
Y el viernes 12 de octubre de 1956 fue el día "D". La televisión marcó el punto de inflexión de toda esta historia.
Porque esa noche peleó en el Ebro un joven invicto, Horacio Accavallo, gran promesa de la categoría mosca. Le ganó por nocáut en el tercer round a Pablo Sosa y se convirtió en la gran atracción del momento. Había nacido una nueva estrella, del boxeo y de la televisión.
Ernestina, la viuda de Lectoure, que ya tenía el control del Luna Park, le dijo a su sobrino Tito:
-Con la televisión, no serán necesarios los grandes estadios. Esto nunca más volverá a ser lo que fue. Desde un lugar cuatro veces más chico, se puede llegar a mucha más gente.
Pero también sabía que sin los boxeadores estelares, la televisión iba a perder el interés en el Ebro.
Y así fue. María Estela Tezzi, la hija de Petí, aquel quintero que construyó el Ebro, me dijo:
-Lo que mi papá siempre dijo es que a los boxeadores que peleaban en el Ebro Tito Lectoure no los dejaba pelear en el Luna Park… Y por eso el Ebro se vino abajo.
La última pelea de Accavallo en el Ebro fue el viernes 1º de febrero de 1957. Cherquis Bialo agrega este apunte:
-Accavallo, después de pelear en el Ebro, no puede ir al Luna Park. Y luego de hacer varias peleas en el interior se va a Italia, donde sigue su carrera y mucho después puede volver al Luna Park.
El Ebro se quedó sin boxeadores. Los entusiastas púgiles del barrio no atraían al público como Lausse, Cirilo Gil o Pascualito.
Entonces también se fue la televisión. Ya no se veía la fila de gente para entrar al estadio de Martínez. Las noches también perdieron brillo en la pizzería de enfrente.
Los Trezzi decidieron cambiar el rumbo de su inversión inmobiliaria. Pocos meses después, las tribunas del Ebro fueron demolidas. Se construyó una cámara de frío, se instaló un mercado.
El ring se desarmó y terminó en un galpón en un campito de Las Cañadas, en Córdoba.
Quisimos verlo, para sacarle una foto, pero ya no está allí. Nadie sabe quién se lo llevó.
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