A 10 kilómetros de Punta del Este, cruzando el icónico puente ondulante (o puente camello), se llega a uno de los rincones más exclusivos de la costa uruguaya, la Barra del Maldonado. Esa construcción sobre el Arroyo Maldonado -que hoy es todo una atracción para los veraneantes- fue lo que permitió el desarrollo de la zona tal como se la conoce hoy.
Todos los días de temporada cerca de 10.000 turistas disfrutan de la Barra, impulsados por la oferta cultural, gastronómica y, claro, la belleza de las playas, una postal inimaginable para los veraneantes de fines del siglo XIX que debían cruzar en austeras balsas de madera hasta ese lugar.
"Originalmente, la Barra del Maldonado fue una suerte de estancia", recordó a Infobae Edison Pallas, miembro de la Liga de Fomento de La Barra y Punta del Este y descendiente de uno de los primeros propietarios de la zona. "Los terrenos fueron concedidos a la familia Piriz de San Carlos por la corona española, que luego los canjeó al español Salvador Pallas Gómez. Recién en 1913, comenzó el fraccionamiento de cada espacio y así delimitar cada propiedad", resaltó Pallas recordando así el 8 de febrero de 1914, la fecha fundacional de La Barra.
Ese día de febrero se toma como el de la fundación oficial pese a que desde mucho antes llegaban turistas desde la localidad de San Carlos, a 5 kilómetros de distancia. "Por eso se dice que La Barra es de origen 'carilino'", contó a Infobae el historiador Nelson Messano, residente del balneario.
Menos de 500 metros separan las dos orillas de La Barra, situada en la confluencia entre el arroyo Maldonado y el Océano Atlántico.
Por sus características, el lugar propició el asentamiento de personas que se dedicaban a la pesca. "Pero nunca fue un pueblito de pescadores como suelen contar. Claro que hubo y todavía hay pescadores pero como una actividad deportiva", agregó Messano desmitificando algunos de los relatos sobre los principios de La Barra.
Había dos caminos posibles que conducían a La Barra desde San Carlos, uno recorriendo el Camino Eguzquiza y el otro por el Arroyo Maldonado. "Hasta 1912 se cruzaba el Arroyo Maldonado en bote lento. Se instaló una maroma de orilla a orilla del arroyo Maldonado y se puso una balsa. Esta transportaba automóviles y camiones", agregó Messano.
El fuerte caudal del arroyo fue determinante para la gradual exploración de la zona ya que era difícil el traslado.
Las primeras familias argentinas en frecuentar estas playas fueron los Chopitea, Lacroze y Reeder, quienes se instalaban por temporadas de tres meses en sus ranchos –como se los llamaba en la época–. Iban en busca del paisaje agreste y la vida tranquila, distinta a la de la Península.
En paralelo, La Barra, tuvo su primer hotel, La Toya, propiedad de Naceanceno Pallas.
"Mi abuelo iba a buscar a los veraneantes a la estación de ferrocarril en su camión con asientos, debía cruzar los campos abriendo las tranqueras del Cerro Eguzquiza para poder acceder a su propiedad", recordó Pallas.
Varias familias argentinas hicieron que toda la zona tuviera un importante crecimiento, entre ellas la de Baby Victorica, quien compró varios ranchos para reciclar y convertirlos en viviendas. Además adquirió el icónico hotel La Posta de Cangrejo, una parada obligada durante muchos años, que fue demolido en 2015.
De a poco fueron varios los que compraron terrenos para ir poblando la zona con pequeñas casas que miraban al mar. Los expertos aseguran que la edificación era muy distinta de aquella que se veía en la península y que esto fue otorgando otra impronta a La Barra. Con el correr de los años se convirtió en un balneario exclusivo, donde se fueron imponiendo algunas costumbres porteñas.
El gran cambio llegó de la mano del primer puente recto que unía las orillas pero no duró mucho tiempo. "Yo era muy chico cuando se cayó el primer puente de hormigón. Se transitaba, se pasaba por el puente de madera caminando y del otro lado te esperaba otro autobús que te hacía el resto del recorrido", contó Pallas.
En 1965 se inaugura el actual puente ondulante Leonel Viera, que lleva el nombre de su autor. De esta manera, el territorio comenzó a adquirir las características actuales de exclusivo balneario reconocido en todo el mundo.
A medida que la visita de los turistas se fue extendiendo más allá de La Barra hubo una necesidad empírica de completar la obra de ingeniería con un segundo puente ondulante paralelo para agilizar el tránsito. Eso ocurrió en 1999.
A esta medida, hubo otras que marcaron la evolución: la conexión de agua potable, la llegada de la luz eléctrica y el primer ómnibus local.
Atrás quedó la tranquilidad autóctona que encontraron las primeras familias argentinas en instalarse en La Barra. La continuación de la ruta, la famosa "calle de la ruta 10", comenzó a poblarse con refinadas galerías de arte, tiendas de marcas internacionales, hoteles cinco estrellas, además de una amplia oferta gastronómica, bares y edificaciones bajas por disposición de la municipalidad, para mantener el espíritu "rústico" del lugar.
Los boliches de moda marcaron el ritmo de la movida nocturna de toda La Barra. Además, creció como tendencia el alquiler de las famosas casitas para organizar convocantes fiestas.
En la actualidad, sus playas son elegidas para disfrutar del día pero también de la noche, con sus grandes fiestas y los inigualables encuentros after beach. Se destacan las zonas de Manantiales, Bikini y Montoya, con la presencia de mucho público argentino y, sobre todo, de millennials.
El dress code nunca está librado al azar: botas tejanas, camisas XL, sombreros y hasta ponchos son infaltables para bajar a las arenas esteñas.
Ya no quedan rastros de la balsa, solo relatos con un dejo de nostalgia. Hoy el puente Leonel Viera es un símbolo de la ciudad, una especie de paso obligado del progreso.
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