El verano de enero de 1992 no tenía nada de particular. Las rutas se abarrotaban de conductores desesperados por descansar. Apresuradas por cambiar un calor por otro, las familias huían hacia los caminos de asfalto cremoso que los llevarían a las ciudades a la vera de un río o del mar. La de Orlando van Bredam era una.
En la puerta de su casa de El Colorado, en la provincia de Formosa, el profesor de Literatura de la Universidad de Nacional de Formosa le dio arranque a su Peugeot blanco modelo 76 y tomó la ruta 12. Junto a sus tres hijos, su mujer y una amiga de la familia, viajarían 884 kilómetros hasta Gualeguaychú, donde pasarían las vacaciones en la casa de su hermano.
Cuando habían hecho poco más de 400 kilómetros, ya en la provincia de Corrientes, el auto comenzó a fallar. Orlando fue hasta el pueblo más cercano para poder llamar a una grúa y dar con un mecánico que pudiera reparar la falla y, por fin, seguir camino.
Con el auto ya en el taller de Mario y el sol cayendo, los Van Bredam supieron que no sería posible viajar hasta el otro día. Entonces fueron hasta la plaza del pueblo y comieron unas hamburguesas en un carrito. Mientras los atendía, el dueño le dijo: "'Usted ha llegado a la patria de Antonio Gil. Yo no sabía quién era, entonces pregunté'", recuerda Orlando. Estaban en Mercedes. "Me cuenta que se trataba de un gaucho perseguido por desertor".
En época de celestes y colorados, Antonio Mamerto Gil Núñez había escapado al llamado del Coronel celeste Juan de la Cruz Zalazar pero lo encontraron. Antes de morir, un 8 de enero de un año que no puede precisarse, el gauchito Gil le advirtió a su verdugo que cuando llegara a su casa encontraría a su hijo moribundo. También le dijo que lo invocara, que le rezara a él porque intercedería ante Dios por su vida. Al llegar a su casa, el hombre encontró a su hijo gravemente enfermo. Y sí, le rezó al Gauchito. Cuenta la leyenda que a las pocas horas el niño se recuperó.
Durante los días que debió permanecer en Mercedes –el mecánico no podía explicar la falla del automóvil y pasaron dos días hasta que pudo hacerlo arrancar- los lugareños le contaron a Orlando más cosas del Gauchito. "Me fui enterando que para ellos representaba el santo y el héroe. El santo en la medida de que se le atribuían muchísimos milagros y una especie de héroe romántico en la medida que había sido el que había hablado en nombre de los que no podían hablar".
Mario, el mecánico, le hizo una advertencia: antes de dejar la ciudad, Orlando debía pasar por el santuario, buscar una cinta roja y atarla al espejo retrovisor del automóvil. De esa manera se iba a sentir protegido por Antonio Gil.
Con el auto ya listo para salir a la ruta nuevamente, Mario, el mecánico, le hizo una advertencia: antes de dejar la ciudad, Orlando debía pasar por el santuario, que estaba a cinco kilómetros, buscar una cinta roja y atarla al espejo retrovisor del automóvil. De esa manera se iba a sentir protegido por Antonio Gil.
De buenos modales pero nada creyente y con ganas de vacacionar en Gualeguaychú, Orlando no quiso desandar los cinco kilómetros hasta el santuario. Pues bien, el motor comenzó a recalentar apenas intentó alejarse de Mercedes. Preocupado y enojado, Orlando volvió al mecánico a recriminarle el ¿fallido? arreglo. "Me dijo que eso me ocurría no por problemas mecánicos sino porque yo no llevaba la cinta roja. Fue un llamado de atención. Me alertó también saber que este hombre me estaba señalando un camino diferente".
Refunfuñando porque no llevaba la cinta roja, Mario se subió al auto del Orlando y fueron juntos hasta el santuario. Lo hizo agarrar una cinta roja y atarla al espejo. Entonces sí: "Vaya tranquilo, ahora sí el motor va a andar como debe". Orlando no creía pero el auto soportó 40 grados de temperatura los 480 kilómetros de viaje que hizo. "Llegué sin problemas a Gualeguaychú y volví sin problemas a Mercedes: Fui a hablar con Mario, quería saber qué era lo que había ocurrido. Él lo atribuía todo a esa condición milagrosa del gauchito. Que todos los días producía este tipo de hechos para que la gente se acercara", cuenta Orlando.
Unos años más tarde, la madre de Orlando, que vivía en Entre Ríos, enfermó gravemente de depresión. Una depresión, recuerda, de la que ningún médico clínico ni psiquiatra podía sacarla. Ante el llamado de su papá, Orlando viajó a Entre Ríos. Pero antes se detuvo en el santuario. "Le hice, como muchos, una promesa: si mi madre se curaba yo escribiría un libro con su historia. Trabajaría para que se conociera más sobre él". Hace 8 años, en 2011, escribió "El retobado: vida, pasión y muerte del Gauchito Gil".
Podrás decir que fue la ciencia la que lo hizo, pero también podés preguntarte cómo se crearon las condiciones para que el médico apareciera en ese momento
Tan sólo dos horas después de haber llegado a Entre Ríos, una tía visitó la casa de la mamá de Orlando. Llevaba un mensaje: de Buenos Aires acababa de llegar un importante neurólogo que se especializaba en depresión. Sin dudarlo, Orlando llevó a su mamá a una consulta. La revisó, le recetó medicamentos "y milagrosamente, 15 días después, mi madre volvía a ser la que era. Estaba bien y así siguió durante el resto de su vida. Podrás decir que fue la ciencia la que lo hizo, pero también podés preguntarte cómo se crearon las condiciones para que el médico apareciera en ese momento, para que yo apareciera junto a mi padre, para que ambos decidiéramos llevar a mi madre y darle la atención que necesitaba. ¿Por qué no ocurrió antes? Por eso Antonio Gil me genera mucho respeto. Un respeto que no he tenido por ninguna figura ligada a la religiosidad".
A Antonio Gil Orlando cree que le debe muchos favores. Uno fue aquel viaje de 1998. Poco antes de salir a la ruta para hacer los 187 kilómetros que separan a El Colorado de Formosa capital, le habían cambiado una rueda de su auto en una gomería. El viaje en ruta fue perfecto. Al llegar a la ciudad de Formosa, y ya transitando las calles del centro de la ciudad, la rueda del conductor se desprendió. "En el primer momento sentí un escalofrío. Inmediatamente me puse a pensar qué hubiera pasado si esa rueda se hubiera desprendido 15 minutos antes, cuando iba a más de 100 km por hora. Siempre pensé que había habido allí una intervención del gauchito".
Nunca cayó "en la tentación de pedirle al Gauchito por cuestiones prosaicas. Sí en el año 2002, cuando mi equipo, Independiente, estaba a punto de salir campeón y tenía el último partido contra Boca le prendí una vela. Ese día necesitábamos por lo menos empatar para ganar el campeonato. Le dije que si Independiente salía campeón, yo escribiría una obra de teatro". Independiente salió campeón: empató sobre la hora. Un año después Orlando escribió "Velas rojas", una tragedia lírica.
– ¿No cree que las cosas le salieron bien por el destino y no por obra del Gauchito?
– No creo en el destino. Creo que hay un sistema de causalidades. Todas las cosas nos pasan porque de alguna manera nosotros intervenimos en el mundo y vamos generando una causa que a su vez deriva en otra. En el caso del gauchito esto escapa a la posibilidad de lo lógico, lo racional. Está en otro plano.
Del Gauchito Gil se dice que era bandido rural y que robaba para los pobres. Un Robin Hood correntino. Orlando no cree en eso: "Yo me ato a la primera anécdota que me contaron el día que se rompió mi auto. Antonio Gil nunca robó a nadie, se lo acusó injustamente. Era un gaucho que desobedeció, desertó del ejército. Dejó sin soldados a los caudillos que un día estaban de un lado y al otro del otro. La víctima, siempre, era el gauchaje".
Martín "Fanta" Roisi sí cree que era un Robin Hood. También un desertor, pero un Robin Hood. Al gauchito Gil Martín, llegó por una promesera. Porque, explica, "los que siguen al gaucho no son devotos, son promeseros. No es que vas y pedís, como se hace con los santos de la Iglesia, que van y piden, van y piden. Acá se trata de una relación con el gaucho donde vos le vas a prometer a él algo antes que pedirle".
Durante la crisis de 2001, que lo dejó a Martín sin trabajo, comenzó la explosión de la cumbia villera, que lo fascinó. Radio Studio, una bailanta de Constitución que frecuentaba, abría los domingos al mediodía y "se llenaba de chamameceros. 2 mil personas, todas vestidas de gauchos, de rojo, en Constitución", recuerda. Martín estaba maravillado. Por entonces trabajaba en la villa 20 de Lugano. Ahí conoció a la mujer promesera. "Siempre hay alguien que te inicia, te regala una vela para que le prendas y lleves. Y con esa persona tenés una relación para siempre aunque no la veas nunca más. Esa persona te hizo promesero", dice Martín.
Desde hace 18 años, todos los 8 de mes, Martín, creador y conductor de "Cumbia de la buena" (programa de TV que trasmite canal Encuentro) y productor del micro "Los planetas" (en Pasión de sábado, por América TV), le lleva un vino y le prende veas al gauchito en el santuario de Puente La Noria. Allí se reúne con más promeseros y puede pasar una tarde entera con chamamé, charla y alcohol o cinco minutos con chamamé, charla y alcohol. Pero ninguno dice qué prometió. "Son cosas privadas", dice.
– ¿Qué te dio el gaucho?
– Me hizo cambiar cosas muy importantes en mi vida. Me da lecciones de vida todo el tiempo. Me va enseñando y poniendo en orden las cosas que estoy haciendo mal.
– ¿Por qué se lo adscribís al gaucho y no al destino?
– Es lo mismo. Es una cuestión de fe, todo es cuestión de creer. Agarrarte de algo que te hace bien y que te da un espaldarazo.
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