En su vestido de novia, el largo tul enmarcado por una corona de flores, el rosario apretado entre sus manos, caminó sonriente hacia el altar donde la esperaba el hombre de su vida.
Firme y emocionado en su uniforme militar de gala, debajo de las seis arcadas que coronan el atrio de la parroquia Sagrados Corazones de Jesús y María, en Río Cuarto, el alférez Luis Darío José Castagnari tomó la mano de María Cristina Scavarda para prometer ante la cruz que se amarían para siempre.
Luego, con delicadeza, intercambiaron las alianzas de oro con la fecha que marcaba el comienzo de la vida que habían soñado juntos: 21 de diciembre de 1973.
Cuarenta y cinco años después, el mismo día y casi a la misma hora, con una blusa de encaje rosa, el rosario de la Virgen de San Nicolás apretado entre sus manos, María Cristina volvió a caminar hacia ese altar donde había sido tan feliz.
Pero esta vez él no estaba allí. O quizás sí.
Envuelta en una bandera argentina con el sol bordado en hilos de oro, la urna con las cenizas del capitán post mortem Castagnari, héroe caído en Malvinas, reposaba en una mesa rodeada de gladiolos blancos.
Y ella llegaba, emocionada y sola, hasta ese mismo altar para cumplir con la promesa que le había hecho el día que él partió hacia la guerra.
"Si no vuelvo de Malvinas quiero que traigas mi cuerpo y me entierres junto a Gustavito", le había pedido Castagnari antes del beso final a las 5 de la mañana del 1 de abril de 1982.
Los dos entendieron, sin hacerse preguntas, lo que significaban esas palabras porque el dolor seguía intacto. Gustavito era su hijo mayor, muerto de cáncer el 7 de enero de 1978, cuando solo tenía tres años.
"Te lo prometo", le dijo mientras se abrazaban por última vez.
Cincuenta y ocho días más tarde, en las Islas Malvinas, a las once y veinte de la noche del 29 de mayo, el primer teniente Castagnari cayó durante un feroz bombardeo británico sobre el aeropuerto de Puerto Argentino, mientras corría con su radio en la mano, buscando un refugio para sus hombres. Los integrantes del escuadrón Pucará lograron ponerse a salvo. "El Furia", no pudo: fue alcanzado por las esquirlas de un misil.
Desde febrero de 1983 sus restos yacieron en el cementerio de Darwin.
María Cristina luchó durante 36 años para cumplir con ese último deseo, con esa promesa. Para lograrlo, debía trasladar el cuerpo de su marido desde las islas al continente. La burocracia y los funcionarios que no dieron respuestas hicieron que el camino fuera largo y difícil.
En 2015 volvió a las islas, y arrodillada frente a la tumba de su marido en Darwin, lloró por primera vez en años:"Fue una explosión. Me abracé a su cruz y lloré. Me acosté sobre la tumba y le pedí perdón por no haber cumplido con lo que él me había pedido. También le prometí que no iba a darme por vencida, que iba a seguir intentándolo".
Muchas puertas se cerraron, hasta que el embajador británico Mark Kent y el empresario Eduardo Eurnekian, de Aeropuertos Argentina 2000, se conmovieron con su historia y ofrecieron ayudarla. Juntos planearon el histórico viaje que lo trajo de regreso desde las islas a Córdoba, para que pudiera finalmente estar junto a ella, sus hijos -Martín Adolfo, Guillermo Oscar, Walter Rodolfo y Roxana Patricia- y su amado Gustavito.
El jueves 5 de diciembre de 2018, en el Área Material del Aeropuerto de Río Cuarto, aterrizó el vuelo privado que trajo desde las Malvinas el cuerpo del héroe a casa. Hubo una conmovedora ceremonia militar, una misa de cuerpo presente y, finalmente, sus restos fueron cremados.
En la fecha de su aniversario de bodas, María Cristina se preparó para cerrar el duelo y cumplir su promesa, allí en la Iglesia donde se casaron y donde yacen las cenizas de su pequeño Gustavito.
"Misión cumplida, amor, hoy estamos en paz", dijo frente a la foto de Luis y Gustavito, amorosamente enmarcada para la ceremonia, que acompañaban desde el altar en la despedida.
Pero lo que iba a ser un adiós, se transformó en un conmovedor acto de amor. Fue una sorpresa: nadie sabía lo que ella había pensado en la soledad de su hogar, mientras volvía a mirar una y otra vez -con emoción y nostalgia- las fotos de su casamiento.
Sin decirle a sus hijos, María Cristina había decidido renovar los votos de su matrimonio. En secreto, había mandado las alianzas a un joyero para que las engarzara juntas, y grabara en el dorso esta nueva fecha en que volvería a sentirse cerca del amor de su vida.
"Quise renovar mis votos de unión con Luis, porque sigo enamorada de él", cuenta hoy María Cristina a Infobae. "Solo el sacerdote y yo sabíamos que esto iba a ocurrir, fue una sorpresa muy grande para mis hijos".
Antes de finalizar la misa, el padre Morelli llamó a Martín, a Guillermo y a Roxana al altar junto a su madre. Los hermanos se miraron sin entender qué estaba ocurriendo. Tomados de las manos, vieron como el religioso buscaba una preciosa cajita forrada en terciopelo colorado. Sin decir nada, la abrió, y sacó las alianzas engarzadas.
"María Cristina y Luis hoy se vuelven a unir desde el amor", anunció el párroco. Y entregó los anillos a Martín, quien delicadamente y con lágrimas en los ojos los deslizó en el anular de su madre.
"Juré amarte hasta que la muerte nos separe. Hoy renuevo mi amor, hasta que Dios nos una nuevamente", dijo la viuda del héroe en el altar.
Hubo lágrimas. Muchas. De emoción, de nostalgia, de recuerdos, de ausencias, pero también de felicidad.
"Sentí como si su alma se hubiese compenetrado con la mía. Lo sentí muy cerca, junto a mí, como si nos hubiésemos vuelto a casar. Yo quise seguir unida a él en estos votos. Los ocho años que vivimos juntos fueron los más felices, repetiría cada segundo de mi vida junto a Luis", confiesa hoy.
Luego llegó la bendición. Y todos caminaron hacia el cinerario. Martín abrazó fuerte la urna de su padre. Juntos, volcaron las cenizas allí donde están las de Gustavito. Una placa -la única en la parroquia- marcó esa noche y marcará para siempre: "Aquí yacen los restos del héroe nacional capitán (pm) Luis Darío José Castagnari".
"Sé que él está donde deseaba, junto a nuestro pequeño hijo. Me siento en paz. 'Cumplí, amor', le dije. Este fue también el mejor regalo que pude hacerles a mis hijos. Ahora lo tenemos cerca, volvió a casa, podemos visitarlo, rezarle y estar junto a él", se emociona.
"No fue fácil despedirme. Tuve que llevar dos horas antes la urna a la iglesia, porque era dejarlo, quedarme sin él. Pero la ceremonia fue hermosa, con mucha paz, y lo sentí feliz junto a Gustavito y eso me llenó el alma", agrega.
"Luis siempre había querido conocer las islas y quería morir por la Patria, así me lo había dicho: 'Si pudiera elegir cómo terminar mi vida, le pediría a Dios morir defendiendo la Patria'. Solo faltaba esto: que regresara a casa y pudiera estar junto a nuestro hijito", concluye.
Y mientras de fondo se escucha a sus nietos jugar en el jardín de la casa, María Cristina deja escapar una lágrima, solo una, por el único hombre que amó en toda su vida.
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