Emilia tiene 83 años y pesca todos los días en el mar: "Conozco las mañas del muelle de Pinamar, pero jamás las digo"

Usa mediomundo y jura que sacó todo lo que vive en el mar, incluido un lobo marino

(Diego Medina)

Con la agilidad de una niña de 11 años, Emilia, envuelta en un piloto para la tormenta, con los pelos blancos contenidos en una gorra que dice "Italia 1994", se apoya con sus dos brazos sobre el palo de eucalipto, que a su vez sostiene una cuerda de la que pende una red "mediomundo" incrustada entre las olas del mar. Cuando logra llevar el tronco a la altura de su cintura, Emilia apoya una rodilla sobre este para trabarlo y grita: "¡Vengan a ayudarme! ¡Vení, ayudame acá, vos, che! ¡Necesito ayuda!".

Dos o tres hombres que curiosean en el balcón del muelle de Pinamar bajo un cielo color petróleo se acercan a la velocidad de los Bomberos y aportan su fuerza para que Emilia Mobilia de Grasso, nacida 83 años atrás en Benevento, Italia, pueda levantar el mediomundo y sacar un pejerrey grandecito que, ya fuera de su universo acuático, se retuerce. En minutos se ahogará hasta morir dentro de un balde de pintura junto a otros diez pescados que hasta un rato antes que habitaban el Atlántico.

Emilia vive en Pinamar desde fines de los años 60 y no recuerda que haya pasado muchos días sin pescar. Hace más de medio siglo que esta mujer flaquita y fuerte habita estas arenas y prácticamente desde el día de la inauguración del "nuevo" muelle, en 1971, que no falta.

(Diego Medina)

"No puedo estar sin venir, cada vez que lo cierran por algún arreglo me pongo mal, me falta algo", reconoce Mobillia de Grasso, apoyada con los codos sobre la baranda del lugar que mejor conoce, mientras unos metros abajo suyo las olas rompen con ferocidad.

"Soy buena pescadora", sonríe y se baja la visera de su gorra con los colores de su madre patria, como vergonzosa. Sus ojos brillantes, azules, están protegidos detrás y vieron desde este lugar décadas de veraneantes y pescadores. Ninguno sacó tantos como ella.

En el muelle Emilia es una celebridad. Mucha gente la rodea cada tarde y ella habla con todos, pide ayuda, disfruta del asombro que les causa a otros pescadores o meros observadores su capacidad para sacar siempre algo. Si existiera el título (atento, intendente Martín Yeza), ella sería la Reina del Mediomundo.

(Diego Medina)

Emilia camina por el muelle y va marcando datos básicos. Algunos prohíbe contarlos en esta nota. Estricto off the record. Pero otras nociones las comparte. "Por ejemplo, hoy todos están pescando de ahí", detalla, y señala a un grupo que está con sus mediomundos intentando cazar peces de cara al sur.

El viento viene del noreste. "Y no, hay que pescar con el viento de frente. ¿Dónde está el viento? Porque el mediomundo arrastra, tiene que hacer así, embolsar, pero de allá hace al revés", remarca, como exagerando un fastidio por explicar lo obvio.

-¿Ve? Mire, ¿ve? Ese señor está muy muy bien,-señala. Un hombre fornido maneja el palo que sostiene el mediomundo con destreza, hace palanca, espera, hace palanca. Pero se distrae.

(Diego Medina)

"Mire, mire cómo pesca, ¡levaaante!", le grita Emilia al pescador vecino, pero se responde ella misma: "No, ya se fue, se olvidó, ¡era un pescado grandísimo!

La señora que ve todo retoma la explicación, y volverá a interrumpirse a sí misma atenta al siguiente intento del vecino: "Para poder pescar mucha gente hace así (y muestra un movimiento del palo paralelo al muelle) pero si tenés el viento de frente tirás cooontra el viento. Y yo lo sé hacer. Ahí está, lo saca, ah, no, pero ese es chiquito, es un cornalito grande".

Emilia dice que consigue extirpar del mar "todo lo que hay" con vida. Una vez sintió un peso demasiado extraño en el mediomundo y levantó con tanta fuerza que de repente casi cae al suelo, porque la cuerda se cortó: "¡Había un lobo marino adentro! Del cagazo que me pegué la gente se reía. A mí lo único que me preocupaba era recuperar el mediomundo".

(Diego Medina)

No recuerda cuántos años hace pero uno de los acontecimientos míticos de Emilia y su vida de pescadora fue cuando sacó el pez volador, una especie exótica del Atlántico que vive en profundidades bajas pero lejos de la costa. "Voló como 200 metros, yo ni cuenta me di que lo tenía", ríe.

Emilia nació en un campo de Benevento (50 kilómetros al norte de Nápoli) poco antes del inicio de la Segunda Guerra. A los 14 años se subió a un buque junto a su madre, su hermana, su hermanito y un tío con destino a Buenos Aires. Un año antes lo habían hecho su papá y su hermano. Europa estaba arrasada.

Pasó su adolescencia en el fabril Valentín Alsina (hoy Lanús, en aquellos años todavía Avellaneda). No sabía leer ni escribir. "¡En el 38 era la Guerra! ¡Los bombardeos! Rompieron todos los lugares, ¿a dónde querés que vaya a estudiar?!", explica. Está orgullosa de su capacidad de superación.

El balde con la pesca de Emilia (Diego Medina)

Los pocos años que vivió en Benevento (un pueblo que para la mitología griega fue fundado por Diomedes, rey de Argos, héroe de la Guerra de Troya) creció en el campo, sobre una ladera de montaña.

"Vivíamos a tres kilómetros del pueblo, íbamos un poco a escondidas de mamá a vender huevos, y había que vivir, había que comprarse las sandalias. ¡Levaaante!". Otra vez el relato de su infancia se interrumpe por la atención maternal o competitiva que Emilia sostiene en la pesca de su vecino.

En Alsina Emilia conoció a un napolitano de Avelino que fue su esposo y el padre de sus dos hijos, Alfonso Grasso. Era un hombre extremadamente celoso. Ella quería ir al muelle de noche y él no la dejaba. Pero también muy amoroso con su esposa.

(Diego Medina)

Don Grasso era un exitoso matarife, dueño de carnicerías, y su posición le permitía a la familia viajar mucho. Fue él quien la incentivó a que aprendiera a leer: "Yo sola aprendí, la vez que viajamos a Italia él me compraba libros. Mi marido empezó con la revista Idilio, me la traía. Primero me enseñó a leer el castellano, después mis hijos aprendieron en la escuela y yo con ellos".

En 1966 llegaron arriba de una camioneta al camping Saint Tropez, que aún hoy está en Ostende. Allí se encontraron con una mujer inmigrante como ellos pero española. "Ella me regaló mi primera sombra aquí", recuerda. Esa mujer es la madre de Cristina, la señora que actualmente vende los tickets de ingreso (40 pesos cuesta la visita) al muelle. Emilia la conoce desde que nació.

Pocos años más tarde los Grasso se instalaron definitivamente en Pinamar. Y, según cuenta ella, se dedicaron a viajar por el mundo. Emilia tuvo tres hijos con Alfonso: Alfonso Angel, Ana María y Emilio. El del medio, Emilio, de 53, es quien normalmente la va a buscar todas las tardes al muelle. Los hijos de él y de sus hermanos (Ana María falleció tiempo atrás, a los 55 años) son el destino de la pesca que cada día activa la abuela, que tiene el freezer lleno de los pescados que trae del muelle. "Yo como poquito, a veces", aclara.

(Diego Medina)

Emilio mira salir del muelle a su mamá con mucha ternura y una sonrisa. En la bajada ella se cruza con un hombre de su edad. Se saludan con afecto. "Lo operaron del corazón y está muy bien, qué alegría", comenta. Mientras carga con su palo de eucalipto y acepta la ayuda para transportar el balde, un nene de unos 8 años con la camiseta de Dybala se le acerca y le muestra una bolsa llena de cornalitos. "Muy bien!", lo felicita Emilia, y le acaricia la cabeza.

Su hijo no puede creer la pasión de su mamá por la pesca, el mar y el muelle. "La otra vez salían dos tipos cuando yo la estaba esperando y uno le dice al otro, 'Vos viste esa señora, todo lo que sacaba, la suerte que tenía'. Yo los paré y les dije que era mi vieja. Los tipos se reían. Y es así, mi mamá saca todo. Vos te ponés al lado y no sacás nada, mientras ella llena el balde. Te saca lenguados de 10 kilos", relata a las carcajadas.

La madre escucha al hijo, ríe y aporta. "Un día saqué 70 lisas", cuenta. Emilio lo recuerda perfectamente: "Sí, estuve un rato sin hablarte de la bronca que me dio, yo no saqué ni un solo pescado".

(Diego Medina)

-¿Tiene misterios pescar en el muelle de Pinamar?

-Le conozco las mañas, pero jamás las digo. ¡Y claro! Tengo mis secretos. No soy falsa, pero reservada sí, porque yo nunca pregunto a nadie nada, no pregunto. Conozco los lugares donde hay que ponerse, qué viento hay. Sí, sé.

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