Héctor nació en Chile. Mide un metro veinte, es negro y potente. Dicen que entró al país con papeles y que le gusta la caravana. Así es la forma en que un grupo de diez amigos recién llegados de Córdoba presenta a su acompañante: lo bautizaron Héctor, tiene nombre de ser humano pero en efecto es un parlante bestial, alto como un niño de 10 años, que compraron en un viaje a Chile y que ahora instalan todas las tardes en la playa.
"Héctor es una bomba de sonidos que musicaliza la playa a puro cachengue", dice, sudoroso bajo el sol, Ignacio "Chapu" Pérez Cerqueti, 25 años. Es uno de los dueños del parlante junto a otros siete amigos y compañeros del club de rugby La Tablada.
Estos cordobeses representan simbólicamente a las decenas de grupos de esa provincia que desembarcaron en Pinamar este verano, coparon las playas de moda para los chicos de su edad e imprimieron sus costumbres serranas.
¿Cuáles son esas tradiciones? Las explican, entre risas con tonada, los hermanos Sebastián (31) y Augusto (22) Martin, integrantes de otro grupo numeroso de cordobeses con otro parlante gigantesco ubicado a menos de 10 metros de Héctor: "Música y conservadora a la playa. Reggaetón y fernet. Si no esto es muy aburrido. En Córdoba lo hacemos así y acá, desde ahora, también".
Los sonidos en las playas se mezclan. Ya no hay música solo emitida por los paradores. Ahora las melodías se cruzan, los volúmenes compiten, no son los acordes emitidos por los pequeños parlantes de los teléfonos celulares. Y ya nadie escucha en auriculares. La costumbre de este verano es sonar fuerte y trascender los límites del propio grupo.
"Somos como mínimo 80 pibes y pibas cordobesas, y nos movemos en manada. Algunos nos conocemos de la facultad, otros de los barrios, otros nos tenemos de cara de los boliches, pero ahora estamos todos acá y copamos", dice Tomas Bettiol (19).
La noche del miércoles la mayoría se encontró en el boliche Lisboa y eso planean para las próximas salidas. De día, todos se juntan en la playa frente al parador Boutique, uno de los que más jóvenes atrae de día y de noche (como disco), al sur del célebre muelle.
"Acá venimos con nuestro parlante. Nos salió 5 mil pesos y suena espectacular, es livianito, tiene hasta radio, se puede conectar a una batería, es espectacular, lo cargamos en la chata y listo", comenta Sebastián Martin, quien comanda la musicalización.
"Nos encontramos en todos lados y viste cómo somos los cordobeses, imponemos nuestra onda", comenta mientras ríe Bettiol y sintetiza: "Heladerita con alcohol y parlante con música no puede faltar. Cachengue, cuarteto, trap, reggaetón. Lo que suena de noche suena de día. Todo el tiempo".
Al lado de este grupo una familia del barrio porteño de Mataderos se divierte con la música de sus vecinos "mediterráneos". "No nos molesta la música de los chicos, al contrario, se hace divertido", comenta Germán, de 42 años, acompañado de su madre y de su tío.
Los grupos cordobeses llevan su característica diversión serrana a la arena de la costa atlántica. "Allá si vas a Carlos Paz, están todos con heladerita y parlante a todo lo que da. Acá en Pinamar a lo único que aun no nos animamos es a poner cuarteto, para no ser tan invasivos", dice "Chapu". "En las heladeritas básicamente llevamos hielo, fernet, cervezas y vodka con algunas gaseosas o jugos. Nada más. Y nada menos", sonríe Matías Lorenzo, 19 años.
A unos metros de los rugbiers de La Tablada hay un grupo de chicas y chicos también de Córdoba capital. Beben fernet con gaseosa, algunos son novios entre sí, como Facundo Vega (19, cursa Medicina) y Agustina Funes (18, estudiante de Psicología) y otros están solteros, listos para conocer amores de verano.
Aunque tienen sus reglas. "En este grupo nada de poliamor, los que encaran son los varones y no se usa Facebook para conocer gente, eso es de viejos", advierte Candela Urrea, mientras Vega y Funes, cuya mamá tiene apenas 38 años, sonríen.
De lejos, Santiago Otero (18) y Gaspar Noriega (19), también cordobeses, observan a Urrea y sus amigas. "A algunas las conocemos de vista de Córdoba. Nosotros avanzamos, aprovechamos el cara a cara para encarar en los boliches, de última si podés rescatar un Instagram en la playa, buenísimo, todo suma", explica Otero.
Los hermanos María recuerdan otras épocas para ellos más felices de Pinamar. "Antes, hace unos siete años, esto explotaba", dice Augusto. Es que hasta hace dos veranos funcionaban cuatro boliches que ya no están. Ahora los jóvenes tienen menos opciones para salir. Pero la playa es libre.
Y los cordobeses lo saben. "Invadimos Pinamar con nuestra alegría. Pero no pongas que es una invasión, que va a sonar mal. Poné que este verano el tsunami es cordobés", sugiere "Chapu" Pérez Cerqueti y hace el gestito típico de los bailes de la Mona Jiménez. Luego siguió hablando, pero ya no se le escuchaba nada. Héctor volvía a cantar un reggaetón.
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