Juan Manuel D' Fabio. Así dice su DNI. Sin embargo, hace muchos años decidió transitar por otros territorios, al punto de adquirir un nombre hindú. Estudió Bellas Artes, conoció la noche porteña y sus intoxicaciones, trabajó un tiempo para el bloque de Diputados del PJ y no faltó el animal que le dijera "pibe, con tu historia, en dos años te hago diputado".
Mario, el padre de Juan, militante peronista, fue secuestrado por un grupo de tareas en plena dictadura militar. Juan, en búsqueda de su propia identidad, empezó a recibir por correo una revista que lo acercó al Yoga, que en sánscrito quiere decir energía cósmica. El camino lo llevó a llevar turbante, dejarse la barba espesa y compartir con Marcela, su esposa y madre de sus dos hijos, un camino que hace pedazos los patrones establecidos.
Al conocernos con Aníbal sentimos la necesidad de un abrazo: éramos dos pibes, dos hijos sufriendo las consecuencias de las peripecias de sus padres
Ram Krishan Singh recibió a Infobae en el templo donde circulan desde quienes practican yoga hasta quienes sienten que su alma les pide a gritos tirar muros abajo y construir vínculos despojados de prejuicios.
-Fui a participar de una reunión de diálogo interreligioso–intercultural en la Casa Rosada hace un par de años. Allí Norma Morandini me presentó a Aníbal Guevara y los dos sentimos la necesidad de un abrazo, largo… Sentí que los dos éramos dos pibes, dos hijos sufriendo las consecuencias de las peripecias de sus padres –dice Singh, sentado en un departamento que podría ser una oficina o una vivienda y que, sin embargo, es su templo, poblado de tapices, cuadros, instrumentos de música, espadas.
Singh tiene túnica blanca, turbante blanco y en su templo es imposible no respirar algo que, quizá, sea algo de esa energía cósmica de la que habla el Yoga.
Aníbal Guevara es músico y su padre fue condenado por delitos de lesa humanidad. Fue creador de Puentes para la legalidad. No defiende para nada los crímenes de la dictadura.
-A mí no me interesaba su pensamiento político. A partir de allí nos conectamos. Había unas reuniones que surgieron antes de esto, a partir del libro "Hijos de los setenta".
Hacemos encuentros, donde hay calidez y rispidez. Cada cual lleva lo que tiene. Yo ofrecí una visión espiritual a lo que era una visión política. No hay un dolorímetro
El libro, de Carolina Arenes y Astrid Pikielny, atraviesa la tragedia argentina contando vidas y visiones distintas, muchas veces contrapuestas. A esas reuniones asisten hijos de militantes detenidos desaparecidos que tienen una visión militante, algunos hijos de militares que hasta se cambiaron el apellido en repudio a su propio padre y otros que, como Guevara, se siente con derecho a que su voz se escuche.
No hay agenda previa, de ningún modo se pretende una reconciliación. Se miran, intentan escucharse, algunos lo lograrán, otros no. El experimento es raro. Puede producir atracción o rechazo. Posiblemente ambas cosas a la vez.
-Hacemos encuentros, donde hay calidez y rispidez. Cada cual lleva lo que tiene. Yo ofrecí una visión espiritual a lo que era una visión política –dice Singh, quien agrega: No hay un dolorímetro.
Singh toma el mate con hierbas serranas que le acerca Ram Krishan Kaur, su esposa, que fue inscripta como Marcela Lombardi y con quien transita este camino desde hace 35 años.
-El dolor es un espacio muy personal. Otros eligen el camino de pelear, o de escrachar. No sé cuáles caminos son mejores, si el de la meditación contemplativa o el de la militancia activa –cuenta Singh, cuyo único hermano, Matías integró una agrupación combativa de izquierda.
Tengo recuerdos que se me despertaron a partir de una foto. Mi cabeza había bloqueado información. Algo que olvidé es la voz de mi padre, y eso que cantaba
Singh cuenta que una vez salió de esas reuniones a puertas cerradas. Fue para el 40 aniversario del golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976. Fue con Aníbal Guevara a un colegio secundario de González Catán. Era una charla para alumnos de cuarto y quinto año.
-Fue bueno. De repente un pibe se levantó y contó que el tío era torturador y que él nunca había podido contarlo. Al día siguiente, hubo una reacción contraria, hasta sancionaron a la directora del colegio… -dice Singh.
Y tras una respiración profunda, de esas que practican los que hacen yoga, agrega:
-La herida está abierta, apesta, duele.
Consultado telefónicamente por Infobae, Aníbal Guevara recuerda que estuvieron en dos cursos, que hubo cientos de jóvenes que agradecían que la directora hubiera invitado a "personas reales", agrega que la denuncia posterior fue por haber llevado "al hijo de un genocida". Obviaron, agrega, que también estuvo el hijo de un desaparecido. Guevara habló desde Mendoza, donde visita a su padre, también Aníbal, quien desde hace seis meses está en prisión domiciliaria, lograda por problemas de salud.
El galés Bertrand Russell -filósofo entre otras habilidades, al que se le atribuyen muchas frases impactantes- alguna vez dijo: los estúpidos están llenos de certezas y los inteligentes plagados de perplejidades.
Mario, el padre militante
Juan Manuel nació el 11 de marzo de 1967, cuando sus padres, Mario y María Angélica, eran muy jóvenes y vivían en Villa Urquiza.
-Mi papá militaba en Montoneros, estaba muy jugado. Mi mamá, en cambio, vivía en un mundo muy cándido… No estaban muy bien ellos.
Antes de que Juan cumpliera los 10, un grupo de tareas se llevó a Mario del departamento de unos monoblocks de Mar del Plata donde vivían y cerca de donde Mario trabajaba. María Angélica agarró a los dos hijos y se volvió a Buenos Aires. Apechugó como pudo.
-¿Qué recuerdos tenés de tu padre? –pregunta Infobae.
-Tengo recuerdos que se me despertaron a partir de una foto. Luego los incorporé como propios… Mi cabeza había bloqueado información. Algo que olvidé es la voz de mi padre, y eso que cantaba, le gustaban los corridos mexicanos, los Quilapayún (un conjunto chileno que era cita obligada en los sesentas y setentas), Nicolás Guillén… Siempre tenía una guitarra cerca.
Juan terminó el secundario y se metió de cabeza en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, en el barrio de Barracas. Allí conoció a Marcela, a quien mira en el momento de recordar:
-Vení que tengo que contarte una cantidad de cosas que no viste. Me invitó a pensar, me bajó a tierra –agrega. Y los dos, con sus túnicas blancas, los dos con turbantes, los dos sonrientes.
Como Ram Krishan Singh, vestido de blanco, con turbante, convertido en Sikh, puede ver a su padre, conectarse con su ausencia, recuperar la voz que olvidó
Marcela toma la palabra:
-A mi familia, la dictadura no la afectó de forma directa, pero yo estaba muy sensibilizada con lo que pasaba. Yo iba al Normal 5 y mi papá algunas cosas decía, pero no demasiado. En un momento, en una carpeta yo había puesto un sticker que decía "libertad a los presos políticos". Cuando lo conocí, íbamos a bares como El Británico, La Giralda y Juan todo el tiempo hacía dibujos. Y en un momento me cuenta que tenía a su papá desaparecido. Al año siguiente fuimos a ver Los hijos de Fierro (de Pino Solanas) y Juan lloró…
Juan retoma y cuenta que la madre, que se había ido de la casa a los 15, embarazada de su hermano mayor, alguna vez dijo, dolida: "Tu padre estaba más interesado en salvar a la Patria que en cuidar a la familia".
Ese combo, empezando por la incerteza del destino del cuerpo de su padre y siguiendo por la compleja valoración de Mario, su padre, que dio todo por ser consecuente con sus convicciones, llevaron a Juan a convertirse en Singh.
"Pasaron tantas vidas"
En 1986, Juan y Marcela se casaron. Fueron a Mar del Plata, tras los pasos de Mario.
-El primer viaje fue decepcionante. Nosotros vivíamos en un monoblock donde vivíamos civiles, enfrente había otros dos que eran para los marinos. No pude sacar nada en limpio. En cambio, la segunda vez, años después, fui a Miramar, porque mi papá trabajaba en una cooperativa en un pueblo cercano. Fue un viaje iniciático.
Juan cuenta que le habían robado la billetera, llovía y tenía a su primer hijo en brazos. Solo le quedaba una tarjeta de crédito. Entró a un pequeño supermercado, compró algunas cosas y al presentar la tarjeta, la cajera, que era la dueña, vio el apellido y levantó la vista: "¿Vos sos el hijo de Mario?". Esa señora había sido compañera de trabajo del padre.
-En ese momento pasé a otro espacio. No sé cómo decirlo. Nunca más vi a esa señora –dice y sus ojos se ponen como en aquella oportunidad en que la lluvia se mezclaba con las lágrimas.
Entre los 35 y los 40 años, en muchas ramas del orientalismo, se busca la trascendencia. Yo tenía un gran enojo con el Dios de los católico, el obispo de Mar del Plata le cerró la puerta en la cara a mi mamá
Esa escena, en la que Juan se veía despojado de su billetera, mojado y con su hijo a cuestas, quizá fue un estímulo para animarse a recorrer el camino espiritual que sigue transitando.
-Entre los 35 y los 40 años, en muchas ramas del orientalismo, se busca la trascendencia. Yo tenía un gran enojo con el Dios de los católicos, el obispo de Mar del Plata, Eduardo Pironio, le cerró la puerta en la cara a mi mamá. Empecé con yoga y de ahí a recorrer un camino de espiritualidad con mirada social a través de tomar contacto con los Sikh –cuenta.
Juan agrega algo clave: "Los sikh son revolucionarios, están contra la ley de castas en la India".
-En 2008 empezamos a tomar clases de Kundalini yoga. La primera vez me dije "esto no es para mí", pero en la segunda tuve una experiencia diferente: a través de la respiración tuve una apertura de los pulmones, del corazón… "Acá sucede algo", me dije. Fue emoción, llanto, soltarme, sin enojos, me relajaba –dice Juan y su cuerpo se mueve con sutileza, su pecho se ensancha levemente, sus hombros caen hacia abajo.
Cuenta que lo que no había logrado en su acercamiento a la militancia política y a la terapia psicológica, lo empezaba a vivir ahí, en ese yoga que lo conectó con territorios de su vida que no podían vincularse.
-Ahí me encuentro con que el maestro era Sikh. Los Sikh eran guerreros que luchaban por la igualdad, ofrecían su vida por los oprimidos… aunque se tratara de enemigos –dice-.
Juan habla del karma. Es difícil, para los cronistas, relatar y despojarse completamente de las propias creencias. Qué será el destino, la contemplación, lo sagrado, lo profano, los encuentros predeterminados o aleatorios, las vidas pasadas o la ilusión de encontrar una creencia a través de la cual sentirse pleno. Surgen las preguntas y cada cual sentirá que esto lo interpela, lo identifica o lo rechaza. Hay sí una asociación que parece inevitable: a través de ese camino, Juan cierra un círculo con su padre ausente, desaparecido, cuyo cuerpo nunca fue entregado porque una maquinaria estatal decidió que así lo fuera.
El día que decidimos ir a las cárceles, al mediodía nos robaron –dice Juan-. “Es por acá”, nos dijimos
Juan, ahora como Ram Krishan Singh, vestido de blanco, con turbante blanco, convertido en Sikh, puede ver a su padre, conectarse con su ausencia, recuperar la voz que olvidó, o que la maquinaria de terror le hizo borrar de su memoria.
Juan sigue una creencia en la cual es legítimo "ofrendar la vida por el oprimido aunque ese oprimido sea un enemigo".
Juan y Marcela, ahora Singh y Kaur, comenzaron a dar yoga en las cárceles. Empezaron en las bonaerenses y en la actualidad lo hacen en el penal de Villa Devoto. Lo hacen sin el más mínimo interés económico. "Les llevamos esta herramienta a quienes no pueden pagar por ella. Es un servicio desinteresado. Nuestra mirada es: servir, trabajar, compartir".
-El día que decidimos ir a las cárceles, al mediodía nos robaron –dice Juan-. "Es por acá", nos dijimos.
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