"Es horrible, es horrible"; "inimaginable (algo así en los 70)"; "no estaba en el horizonte de lo posible": Juventud Peronista, Montoneros, PRT-ERP, Guardia de Hierro… todos los testigos y protagonistas de aquellas experiencias consultados por Infobae son taxativos, no sólo en condenar los hechos del presente [ver "El caso que demuestra que encubrir abusadores era doctrina en La Cámpora"] sino en afirmar que esas inconductas eran impensables y, más aun, que en aquellas formaciones y organizaciones de cuadros la mujer era par del varón y ninguna actividad le estaba vedada.
Otro aspecto significativo es la naturalidad con la que se daba esto: no era tema de discusión. Simplemente sucedía. Hoy sucede quizás lo opuesto. Abunda el discurso pero ello no necesariamente es indicio de un trato más igualitario y respetuoso.
"Creo que es interesante, y para analizar en detalle, el hecho de que esta situación de igualdad de trato y responsabilidades entre mujeres y varones, se haya dado de hecho, sin mayor discusión y siendo aceptada por los hombres sin reparos", dice por ejemplo el periodista y ensayista Carlos Gabetta, que en su juventud militó en el PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo).
"Los vínculos eran igualitarios, sin norma alguna; simplemente de trato. No se hablaba del tema, sino que se daba por sentado. De hecho, hubo compañeras que tuvieron altas responsabilidades y hasta dirigieron 'operaciones militares'… Y que yo sepa, no había prevenciones 'de género'… Ni siquiera puede decirse que los varones 'lo aceptáramos'. Simplemente, nos parecía lógico", agrega.
"Las dos responsables que tuve en el frente estudiantil eran mujeres -recuerda Oscar Dinova, o Broto, como era llamado en sus tiempos de militancia en la UES y en la Juventud Universitaria Peronista de La Plata-. Era lo más natural del mundo. A nadie se le ocurría cuestionar eso".
Contra lo que afirman algunos -tal vez para congraciarse con el combativo discurso actual- no había machismo en las organizaciones militantes de los 70, o estaba reducido a su mínima expresión.
La ex diputada nacional Graciela Iturraspe, que militó en Montoneros, luego referente de ATE en Mar del Plata, coincide en reivindicar aquella práctica, en lo que hace al respeto y al trato igualitario hacia la mujer. "Yo siempre planteo que ni entonces, ni luego, en los distintos andariveles que transité, el género me fue un impedimento para ocupar todas las responsabilidades que quise".
¿Eran las mujeres pares de los varones en las organizaciones revolucionarias de los años 60 y 70? Aunque menos presentes en los órganos superiores de conducción, era muy frecuente que en los distintos ámbitos (células, grupos) en que se agrupaban los cuadros, el "responsable", como se llamaba al jefe, fuese una mujer.
"Si tengo que guiarme por mi experiencia personal -responde Carlos Gabetta-, eran pares absolutamente en todo. El PRT-ERP estaba dividido en células totalmente 'compartimentadas', de modo que durante la militancia en el país sólo puedo hablar de las dos células que integré, en las que la igualdad era total y absoluta. De hecho, en una de ellas, la responsable y las otras tres integrantes eran mujeres; yo el único varón. Pero luego, en los años de exilio, pude verificar esa igualdad de trato, de responsabilidades, de riesgos; en fin, total".
Y si existía alguna prevención, era rápidamente curada. "Vos nunca vas a ingresar a la organización y ser considerado un revolucionario si no modificás tu estructura mental de pequeño burgués, si no aceptás, en lo más profundo de tu ser, que una mujer puede ser tu jefa": es la significativa frase que le espetó de entrada una "responsable" a un miembro novel de Guardia de Hierro y que quedó grabada a fuego en la conciencia de ese futuro cuadro.
"Paridad, lo que se dice paridad, no había, pero como no la había en ningún ámbito de la sociedad, en ningún país", dice Vera Carnovale, historiadora que investigó largamente aquella etapa. Es autora, entre otros, de Los combatientes. Historia del PRT-ERP (Siglo veintiuno).
"Dentro del PRT-ERP, algunos autores hablan incluso de doble estructura de poder, una en la cual los militantes no vip y las mujeres llevaban las de perder. Marcas de género se encuentran irremediablemente", afirma.
Pero en materia de abuso o acoso sexual, Carnovale es categórica: "De ninguna manera. Abusos, acosos y otras cuestiones por el estilo, de ninguna manera. En cambio, mucho respeto, mucha postura de avanzada para la época en algunos sectores en lo que se refiere al reparto de tareas domésticas, por ejemplo".
Y concluye: "Si hubiera habido algún abuso, no me quiero ni imaginar. Si había tribunales de moral para una infidelidad, imaginate una cosa así. Creo que no estaba en el horizonte de lo realmente posible ni probable".
"En los 70, las mujeres militantes de las organizaciones armadas se sumaron prácticamente en igualdad de condiciones que los varones -afirma José Luis Acosta, quien siendo muy joven militó en la Juventud Guevarista en Resistencia, Chaco-. Podían tener responsabilidades y muchas de ellas se destacaron como grandes cuadros políticos, aunque en los niveles más altos de conducción, la mayoría, a veces la totalidad, eran hombres".
También recuerda que hubo casos en los que la mujer "ocupó un lugar secundario en la militancia respecto a su pareja, se guardó, como solía decirse, para preservar a los hijos". Pero en la mayoría de los casos, dice, la pareja militaba codo a codo.
"La visión que teníamos los varones de las compañeras era la de pares; una parte imprescindible de la construcción de esa 'sociedad más justa' que deseábamos. El respeto hacia ellas era un valor superlativo. No era bien vista la infidelidad y la violencia física o verbal hacia ellas era sencillamente inconcebible".
Precisamente, varios de los consultados no pueden ocultar su enojo frente a la "inconcebible" conducta de algunos referentes de La Cámpora, tan alejada de aquellos códigos.
"Son facinerosos que se apoderaron del Estado -lanza Oscar Dinova, por ejemplo-, nacieron con el convencimiento de que su tarea es saquearlo; corromper a las personas es un corolario natural; nacieron piratas y para un pirata las compañeras son parte del botín, es la impunidad de origen que tiene esa organización".
"La militancia de los 70, con todos los errores que haya podido cometer, nunca pensó en expoliar al Estado o violar mujeres", se indigna.
Vera Carnovale dice: "La dimensión ético-moral fue sobredeterminante en la construcción identitaria de estas organizaciones; es esa la dimensión que define la identidad, las conductas, el esquema de valores, en todas y en especial puedo asegurarlo del PRT que es el que más he estudiado. Por eso tienen tribunales de moral incluso para regular la vida privada de los militantes".
"Abusos, violaciones, saqueos, rapiña… eso jamás"
"Desde mi experiencia -dice Albertina Paz, que militó en Montoneros, y estuvo presa y exiliada-, ¡cuánta distancia entre la militancia de las décadas del 60 y 70 y la de ahora! El nivel de consciencia era mucho más alto; pese a todos los errores cometidos, había integridad, ética, entrega, creatividad".
"Sin duda había infidelidades en las parejas, que cuando se conocían eran sancionadas, nunca apañadas, pero jamás abusos, violaciones, saqueos, rapiña. Y la militancia no era rentada, era parte de la vida cotidiana, como el trabajo y la familia. Además, entregábamos todo lo que teníamos, poco o mucho, lo dábamos a la organización", recuerda. "Lo material estaba presente pero no era lo principal, había un horizonte de país, de un mundo, de un otro. Existía el otro como persona, como ser humano. No pensábamos en términos de competición sino en compartir: objetivos, vida cotidiana, los hijos, la casa, la cocina.… un aprendizaje que no era fácil pero le poníamos pilas".
Existía en efecto en aquellas organizaciones, en particular en Montoneros y ERP una moral muy estricta en materia sexual. José Amorín, uno de los fundadores de Montoneros, fallecido en 2012, dejó un testimonio descarnado sobre sus años de militancia en la organización –Montoneros, la buena historia (Catálogos, 2005)-, donde cuenta entre otras cosas, sus dificultades, siendo "partidario del amor libre", para convivir con las rígidas normas de la "orga". Sin embargo, signo del grado de compromiso que asumía quien ingresaba por entonces a estas formaciones, mal que bien se adapta a la regla. "La iglesia montonera" se llama uno de los capítulos del libro. Un título que lo dice todo.
"Hasta la infidelidad era motivo de sanción", recuerda el presidente del Movimiento Libres del Sur, Humberto Tumini, quien militó en el PRT-ERP en Córdoba y en Tucumán y llegó a integrar el comité central antes de ser detenido, a fines de 1974.
"Éramos muy críticos de la infidelidad, no de que una pareja se separara y formara otros vínculos, pero sí de la infidelidad, pensábamos que era una cuestión de respeto mutuo en la pareja. Más de una vez sancionamos, incluso a compañeros de conducción, por infidelidad. Recuerdo que a un compañero se lo envió seis meses a Goya, en Corrientes, a trabajar en las plantaciones de tabaco. Volvió curtido y con callos en las manos. Todavía se araba con bueyes. Éramos muy rigurosos en esas cuestiones. Y desde ya que no se aceptaba ningún tipo de violencia. Recuerdo el caso de un compañero al que la mujer le fue infiel, él se enojó y le dio una trompada en el ojo. Fue sancionado".
¿Cómo era el trato hacia las mujeres? "Muy igualitario para la época. Por supuesto que también había una influencia de la cultura dominante en la sociedad, entonces a los lugares de mayor responsabilidad llegaban menos compañeras que compañeros, eso también es cierto, no hay que idealizar", responde en coincidencia con lo dicho por Carnovale.
"Pero en otros aspectos -agrega-, llamativamente, porque estamos hablando de hace 40 años, fue de avanzada: por ejemplo, los compañeros tenían que compartir las tareas del hogar y el cuidado de los hijos con las compañeras, algo bastante relativo incluso en la actualidad".
"A la conducción llegaban menos compañeras, pero había muchas a cargo de ámbitos. De hecho, el primer grupo al que me integré, tenía una responsable, la 'Flaca Elena' -recuerda Tumini-. A nadie llamaba la atención, era natural. Había en general muchas mujeres militantes, comparado con los sindicatos y los partidos políticos de aquella época. En las organizaciones había muchas mujeres, las mujeres combatían, ninguna actividad les estaba vedada, más de una vez hubo operaciones militares conducidas por mujeres".
Tumini evoca, por ejemplo, a Clarisa Lea Place, una joven tucumana, que llegó al nivel de dirección, más tarde fusilada en Trelew tras un intento fallido de fuga. Otro caso fue el de Liliana Delfino, de Rosario, última esposa de Santucho. "Pero ya era una compañera muy destacada antes de ser pareja de él", aclara.
Como Albertina Paz, Tumini también destaca el desinterés material de los militantes de los 70: "En contraste con la apropiación de recursos del Estado que es práctica generalizada en los militantes de La Cámpora, cuando nosotros trabajábamos, aportábamos parte de nuestro sueldo a la organización. Siendo dirigentes, manejamos mucho dinero de la estructura, y jamás se nos hubiera ocurrido tocar un peso, es más, vivíamos casi como monjes".
"Si uno compara a estos pibes con lo que fue nuestra generación es un mundo de distancia", dice.
Las relaciones de pareja, como se ve, no escapaban al escudriño de las organizaciones. ¿Cuál hubiera sido la reacción frente a conductas impropias, como los avances sexuales extorsivos de un responsable de ámbito a una subordinada o algún tipo de violencia?
"Creo que hubiese habido una investigación y, de comprobarse, sanciones muy serias -sostiene Gabetta-. Una vez más, no era un tema de análisis, sino algo que se daba por sentado. Por supuesto que es muy posible que haya habido algún "caso" de algún tipo, pero lo ignoro".
"Eso sí -agrega-, no alcanzo a imaginarme a una compañera, que había abrazado la lucha armada, soportando un intento de violación… Había sí una cierta moralina vinculada a la fidelidad de pareja, aplicable sobre todo a los varones, los más 'propensos', y vinculada tanto al respeto al compañero o compañera, es decir, no mentirle, como así también, sobre todo, a cuestiones de seguridad, filtraciones y otras".
"Los conceptos 'mi compañera' o 'mi compañero' -dice José Luis Acosta- se sobreentendían con un alto valor simbólico de buena comunicación, equidad en la toma de decisiones, discusión política, similar compromiso ante los hijos… Es cierto que el hombre militante consideraba a su pareja como par o igual pero con cierto grado de subordinación porque el modelo patriarcal no desapareció por completo para los militantes de los 70, pero la mujer joven tenía una mayor libertad para expresarse y también mayores posibilidades de ruptura con los mandatos familiares: podía irse de la casa a militar a un barrio, pasar a la clandestinidad, ir a vivir con un compañero, etcétera".
"Estos son los cuadernos de Centeno de La Cámpora"
Esta visión de la pareja como un vínculo igualitario es evocada también en otros testimonios.
"Si dos militantes se enamoraban, todo bien -dice por ejemplo Oscar Dinova-, pero si había una relación de poder desigual, la cosa debía ser muy pensada. Era normal, por la aureola revolucionaria que rodeaba a un jefe, que alguna compañera se obnubilara, pero los jefes no se aprovechaban de esa situación. Al revés, por lo general, ponían distancia, 'pará, pará, soy tu responsable, esto no va'. Salvo que se tratase de un enamoramiento sincero, entonces sí, pero para una relación en serio. Ahora, si era entre pares, todo bien, pero tampoco en ese caso había superficialidad, usar y tirar, sino apuesta a una relación en serio".
Esto lo diferencia categóricamente de lo que surge del relato de las jóvenes que hicieron las denuncias contra los referentes de La Cámpora.
"Son relaciones asimétricas, dice Dinova-: tenemos a uno que tiene poder, que tiene la representación simbólica, y otra que no lo tiene. Es algo muy indignante. Las mujeres son pares del hombre, no un botín. Estas chicas han hecho un bien muy grande contando todo esto. Estos son los cuadernos de Centeno de La Cámpora".
Derecho de pernada
"Cuando escucho estas denuncias que hacen algunas militantes de esa agrupación kirchnerista -dice Tumini-, pienso en el derecho de pernada; parece que creen tener derecho de pernada sobre las pibas que querían ascender en la organización. Es horrible, horrible, y además los jefes se hacían los sotas y avalaban ese tipo de conducta".
Y asegura que "la mayor perversión es el discurso nacional y popular, por un lado, y por el otro una práctica, a nivel de dirigencia, que no tiene nada que ver con eso".
"Es horrible, horrible -insiste-. Algo debe haber en la sociedad argentina para que no se vean tan condenables todas esas cosas. Debemos pensar como sociedad, al margen de la condena hacia ellos".
Guardia de Hierro, la otra gran organización de cuadros del peronismo, la más vertical respecto de la conducción de Perón, reproducía en su estructura la misma metodología que había desarrollado Perón cuando "empoderó" a Evita incitándola a crear el Partido Peronista Femenino, primer antecedente de poder político propio, una estructura a través de la cual la femineidad se transformaba en poder político. Es otra tradición que no honran los jóvenes de hoy.
En todos los estamentos de Guardia de Hierro había una gran preeminencia de mujeres. Además, las militantes tenían una estructura propia, exclusivamente femenina, cuyo propósito era potenciarlas políticamente y contribuir a incrementar el nivel de participación política de las mujeres en la sociedad.
Las voceras del feminismo actual -que se multiplican al ritmo de la exposición mediática del tema- apelan a un tono fundacional que desestima experiencias previas, cuando no las ignora por completo o las deforma.
Sin embargo, los testimonios de los militantes de los 70 arman un cuadro muy diferente sobre el cual contrasta negativamente la imagen que hoy proyectan los vínculos entre hombres y mujeres en el activismo político que se pretende continuador de aquella experiencia. Incluso sorprende la dificultad o la falta de herramientas de estas mujeres militantes para defender la propia dignidad y la falta de empatía que sus denuncias encontraron en sus congéneres "responsables".
Es interesante este ejercicio de memoria concreta sobre una etapa pasada, invocada por muchos pero desconocida en su riqueza y complejidad.
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