-El tema es que la otra sociedad trajo estas cosas que antes los indígenas no las conocíamos y nuestros hijos ya se meten, consumen, pero no son ellos los que venden. Alguien trae a la zona y les vende y ellos quedan adictos. Ellos no venden, compran nomás, son víctimas, pero no tienen trabajo y empiezan a andar por la calle robando cosas para comprar droga, y a veces caen presos por esas cosas, y a veces también se mueren…
Abel Saravia es un wichí bajo y regordete, pastor ungido de la Iglesia Evangélica Unida de Formosa y maestro especial bilingüe de la escuela de la Comunidad La Pantalla, un asentamiento indígena de ranchos y casas muy precarias que se levanta en uno de los bordes de Las Lomitas, la ciudad del oeste provincial que se hizo famosa cuando Carlos Menem fue confinado ahí por la última dictadura.
Abel Saravia no lo dirá -no quiere hablar de eso– pero hace poco perdió a uno de sus hijos, muerto por sobredosis. Dirá, sí, que los chicos de La Pantalla consumen drogas "y a veces también se mueren", y lo dirá con los ojos clavados en la tierra húmeda del patio de su casa.
La droga hace perder costumbres de otros tiempos. Las chicas antes tejían y hoy no; los chicos antes aprendían a hacer las artesanías y hoy no. Esto ya no es nuestra vida
El caso de La Pantalla no es excepcional entre las comunidades wichí que viven en las afueras de la ciudad. Infobae visitó además la Comunidad Lote 27, también situada en los márgenes, donde una asamblea comunitaria -unas 30 personas que quisieron ser entrevistadas colectivamente, para que lo que allí se dijera fuera palabra de todos– describió una realidad similar.
-Hubo un tiempo que teníamos una linda relación con la juventud, eran lindos tiempos. Ahora no. Antes ayudaban a sus padres, ahora no. Andan como perdidos, ni saben usar el hacha. Eso es la droga, yo lo sé –dice una anciana muy flaca, de rostro arrugado y edad indefinible, durante esa asamblea en el edificio de la vieja escuela. Lo dice en lengua wichí, traducida por un hombre más joven. En el brillo de los ojos negros de la anciana hay una mezcla de ira e impotencia.
La Municipalidad de Las Lomitas no tiene ningún relevamiento oficial sobre la cantidad de jóvenes indígenas víctimas de consumos problemáticos con drogas y/o alcohol. Las Comunidades, en cambio, sí. Abel Saravia dice que de 130 adolescentes que habitan en La Pantalla, 38 consumen drogas de modo habitual. En Lote 27 viven unos 150 niños y adolescentes, de los cuales más de la mitad también son víctimas de adicciones. No se trata de drogas livianas, consumen sustancia que tarde o temprano les resultan letales.
-Es un contagio. Los chicos de cinco años ya andan con los mayores, y los mayores les enseñan y ya está – dice otro wichí en la asamblea. Es un hombre de unos cuarenta años y habla en castellano.
La espiral de la adicción
Para las comunidades wichí la adicción a las drogas es un fenómeno nuevo, que no saben cómo enfrentar. Con el alcoholismo vienen lidiando desde hace muchos años y en muchos casos la religión ha servido de salida. Las iglesias anglicanas y holandesas influyeron entre ellos desde principios del siglo pasado, a veces fomentando un sincretismo que no contradijera la espiritualidad ancestral de los indígenas. Pero los pastores -muchos de ellos wichí – no parecen tener herramientas para luchar contra este nuevo problema.
Había bebida, mucha, alcoholismo, pero se podía hablar. Ahora no, porque no escuchan, no respetan
-Yo comparo con lo que era mi tiempo -dice uno de los dirigentes de Lote 27, un hombre ya mayor-. Había bebida, mucha, alcoholismo, pero se podía hablar. Ahora no, porque no escuchan, no respetan. Por eso le digo a mi nieta que no se junte con esos chicos.
En la Comunidad La Pantalla, Abel Saravia asegura saber con qué se drogan los jóvenes:
-Acá, droga peligrosa no es mucho, no hay esa circulación es la zona. Lo que hay es fabricado por personas, lo que le dicen faso, que viene a ser marihuana con otras cosas mezcladas, cosas que no sé. Hubo una época que aspiraban nafta, esa fue la primera entrada. Después viene el poxirrán, y la tercera ya viene con medicinas que se venden en la farmacia, unas para bajar la presión y otras para subir la presión. Entonces las mezclan con algunas cosas, las toman con vino o con el tereré y se enloquecen… ahí viene el problema – explica.
Nos damos cuenta por el olor. Cuando fuman paco dan mucho olor con la piel. Les venden acá nomás
Los participantes de la asamblea en Lote 27 describen un circuito parecido, pero no nombran a la marihuana y dicen que lo peor es el paco.
-Nos damos cuenta por el olor. Cuando fuman paco dan mucho olor con la piel. Les venden acá nomás – dice en castellano una mujer joven con un bebé en brazos.
-Las mujeres se embarazan más jóvenes, de 12, 13 años. Les ponen pastillas en la bebida y ahí se aprovechan de la sexualización. Cuando les preguntamos quién es el padre, no saben – la interrumpe uno de los dirigentes.
"Vienen de afuera"
Tanto en La Pantalla como en Lote 27 aseguran que nadie de sus propias comunidades vende droga, que ahí solamente consumen pero que ese consumo provoca delitos como el robo, para poder pagar las drogas, y un aumento nunca visto de la violencia.
-Sí, los criollos venden. Sabemos dónde les venden, pero no se meten dentro de la Comunidad, esperan a los chicos afuera, ellos ya saben dónde. Pero también hay droga que viene de La Pantalla y de Lote 47 (otra comunidad wichí de Las Lomitas), vienen para acá a vender – asegura la wichí del chico en brazos.
Dicen que ha pedido ayuda a la policía y a la Municipalidad, pero que las respuestas no les sirvieron. En la asamblea de Lote 27 cuentan que el comisario fue a dar una charla a la escuela, pero que no ha ido nunca a la Comunidad para hablar. Saravia dice que también habló con la policía y que unos especialistas fueron a hablar a la escuela, pero que eso no alcanza.
Los criollos venden drogas. Sabemos dónde les venden, pero no se meten dentro de la Comunidad, esperan a los chicos afuera
-No estoy en contra de las instituciones, no, pero no nos solucionan el problema. Yo no sé cómo hacer. Acá hacemos la religión y hablamos de estas cosas, pero los jóvenes que ya son adictos no se acercan. Antes la religión sacó a mucha gente de la bebida, pero con esto no podemos. Me parece que las instituciones tienen que dar capacitación a los líderes, al cacique, a los delegados y a los pastores para que se pueda trabajar con la droga. Que nosotros estemos capacitados y podamos hablar con los jóvenes – dice Saravia.
"Hay que volver a los territorios"
El impacto de la droga sobre los jóvenes de sus comunidades no sólo ha causado problemas de salud, de delincuencia y de violencia entre los wichí, un pueblo indígena que se caracteriza por resolver pacíficamente casi todos los conflictos de la vida cotidiana entre sus integrantes. También amenaza con hacerles perder su forma de vida, sus costumbres y su espiritualidad ancestral.
-La droga hace perder costumbres de otros tiempos. Las chicas antes tejían y hoy no; los chicos antes aprendían a hacer las artesanías y hoy no. Con la droga perdieron todo eso. No quieren y salen a robar para comprar droga. No es nuestra vida esa – dice la anciana en wichí de Lote 27 según la traducción del indígena joven.
Ya nuestros hijos no quieren estudiar, ya no se dedican. Ya no tenemos esperanzas. Salen a robar para comprar droga
-Es un problema porque ya nuestros hijos no quieren estudiar, ya no se dedican. Ya no tenemos esperanzas, no es como antes, que teníamos esperanzas de tener trabajo, un estudio, pero estos últimos dos o tres años ya no tenemos esto. Ya se dedican a robar a su propia comunidad. Roban cosas, entran, llevan y venden para comprar – asegura Saravia en La Pantalla.
Sin otra solución a mano, los dirigentes de las comunidades wichí de Las Lomitas buscan articular la lucha contra las drogas con otra pelea en la que llevan muchos años: la de la recuperación de sus tierras ancestrales, lejos de la ciudad, a la que identifican como el foco provocador de las adicciones.
Si los dejamos seguir acá, los jóvenes se van a venir cada vez más violentos, y el que hoy se droga mañana va a ser ladrón, asesino, violador
Hace unos años, el gobierno de Formosa le devolvió a los wichí de Lote 27 y de Tres Pozos las tierras ancestrales de El Pajarito, en la ribera del Río Bermejo, muy lejos de cualquier zona urbana. Desde hace más de cinco años están trabajando en ellas para volver.
-Si los dejamos seguir acá, los jóvenes se van a venir cada vez más violentos, y el que hoy se droga mañana va a ser ladrón, asesino, violador. Tenemos que enseñarles nuestras costumbres, pero acá no nos escuchan, tenemos que llevarlos a vivir allá – dice uno de los dirigentes en la asamblea.
-Tengo la experiencia de la Comunidad de Tres Pozos, que está retirada del pueblo y ahí no hay chicos que están con las drogas. Y después tenemos una comunidad pilagá que está a treinta kilómetros del pueblo y ahí tampoco hay. Se dedican solamente a sus culturas tradicionales, a sus conocimientos de antes. Pueden controlar la droga porque están lejos del pueblo. Acá no, no se puede, porque estamos pegaditos al pueblo y vienen los desconocidos y venden – dice Saravia.
Queremos volver a nuestras tierras. Allí se dedican solamente a sus culturas tradicionales, a sus conocimientos de antes. Pueden controlar la droga porque están lejos del pueblo
El retorno a las tierras ancestrales para los habitantes de La Pantalla tampoco es imposible. Parte de la comunidad ha recuperado -aunque todavía tiene conflictos legales– Pampa del 20, un territorio a 20 kilómetros de Las Lomitas, donde hay un antiguo cementerio wichí y quedan restos de una vieja iglesia protestante. Ya han levantado unos ranchos y cuentan con un pozo de agua.
-Queremos llevar a los chicos ahí, para alejarlos de todo esto – dice Saravia.
El hombre hace una pausa y con la mano derecha señala un palito que cuelga agarrado con dos alambres de la rama de un árbol del patio. Entonces dice:
-Ayer perdí el lorito. Tenía el lorito ahí. Pregunto a los chicos y nadie sabe nada, porque ya entre ellos se tapan. Seguro lo vendieron en el pueblo para comprar droga.
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