"Si pudiera elegir cómo terminar mi vida, le pediría a Dios morir defendiendo la Patria", había dicho el primer teniente Luis Darío José Castagnari mucho antes de partir hacia la guerra. Por eso, el 1 de abril de 1982, cuando dejó su casa en el barrio de El Palomar para ir a Malvinas, solo le pidió tres cosas a su esposa:
-Cuidate, cuidá a nuestros cuatro hijos, y si no vuelvo de las islas quiero que traigas mi cuerpo y me entierres junto a Gustavito.
El comando de la Fuerza Aérea iba dispuesto a entregar su vida. Así, dejó su alianza matrimonial en una cajita, besó con devoción a sus cuatro hijos que aún dormían, y abrazó a su mujer mientras le repetía su más íntimo anhelo.
María Cristina Scavarda le prometió que cumpliría. Ella cuidaría de los niños, ella llevaría adelante la casa, ella -que lo había visto llorar abrazado al cuerpo de su pequeño de tres años, ese trágico 7 de enero de 1978, cuando el cáncer se los arrancó de sus vidas- cumpliría con su deseo.
"El Furia", como llamaban todos al cordobés, murió en la guerra a las once y veinte de la noche del 29 de mayo durante un intenso cañoneo inglés y mientras intentaba proteger a sus hombres, en el Aeropuerto de Puerto Argentino.
Como segundo oficial al mando del GOE -Grupo de Operaciones Especiales- le había tocado custodiar el radar, evaluar las condiciones de seguridad del área ocupada por las fuerzas argentinas y ayudar al funcionamiento de la Base Aérea Militar Malvinas (BAM). El aeropuerto se había convertido en el blanco de la flota y la aviación británicas y desde el 1 de mayo cada noche se había transformado en un infierno de estruendos, explosiones y bombas.
Castagnari pudo volver antes de Malvinas: le ofrecieron replegarse con unos prisioneros británicos, pero no quiso. Pidió quedarse con su gente.
Cayó en medio de un feroz bombardeo inglés, mientras se acercaba a los integrantes del escuadrón Pucará para indicarles dónde estaban los refugios. Los oficiales alcanzaron a protegerse. La radio de Castagnari atrajo a un misil y él no pudo llegar. Las esquirlas atravesaron su cuerpo.
Durante 36 años sus restos yacieron en la tumba 14, fila 1, ala A del cementerio de Darwin, muy lejos de su Río Cuarto natal y de su hijo Gustavito.
Hoy, después de mucho luchar, su viuda llegó a las islas para cumplir con el último deseo de su marido.
El féretro envuelto en una bandera argentina, despedido con honores militares y con una pequeña ceremonia religiosa en la capilla de Mount Pleasant, marca un hecho histórico: por primera vez desde que finalizó la guerra, el 14 de junio de 1982, se traslada al continente el cuerpo de un caído en Malvinas enterrado en Darwin.
"Me siento en paz, pude cumplir con la promesa que le hice cuando partió hacia la guerra", dice María Cristina frente a Infobae. "Siento como si él me dijera: 'Sabía que lo ibas a lograr'", agrega con emoción.
El proceso para que esto ocurra fue largo, difícil y entreverado. La ayuda del embajador británico Mark Kent, fue clave. El diplomático recibió una carta de la viuda pidiéndole ayuda y contándole su peregrinar por dependencias oficiales. El diplomático, junto al secretario político Richard Jones y al agregado militar Robin Smith, fueron el nexo con el gobierno de las islas: todos consideraron que estaban frente a un hecho humanitario que debían acompañar.
El hombre que finalmente lo hizo posible fue Eduardo Eurnekian, CEO de Corporación América, quien -conmovido por la historia- ofreció hacerse cargo de la exhumación, el viaje de la familia a las islas y el traslado del cuerpo al continente. El empresario es padrino del cementerio de Darwin y de la Comisión de Familiares de Malvinas, fue quien hizo la reforma del camposanto argentino en 2004 y quien también asumió el costo del histórico viaje de las familias a las islas, el 26 de marzo de 2018, cuando se pusieron las placas a los soldados identificados en el marco del Plan Proyecto Humanitario.
El vuelo privado de American Jet que llevó a la familia Castagnari hasta Mount Pleasant, y que trajo al héroe de regreso hasta Córdoba, también transportó 13 placas de nuevos soldados identificados. Una de ellas es la de Mario "Perro" Cisnero, el sargento que cayó en la batalla del Monte Dos hermanas y uno de los héroes más emblemáticos de la guerra. Tanto es así que un grupo de jóvenes de la escuela militar pidieron acompañar hasta el avión a la placa de granito que tiene grabado su nombre y que reemplazará a la que rezaba Soldado argentino solo conocido por Dios.
María Cristina viajó acompañada por sus tres hijos varones –Martín Adolfo, Guillermo Oscar y Walter Rodolfo-, mientras que su hija Roxana Patricia se quedó en Río Cuarto para recibirlos junto a los ocho nietos de Castagnari. También volaron junto a la familia, Pablo Nicoletti de AA2000 y Natalia Curcio, secretaria del embajador Kent.
Quien se ocupó de los detalles del viaje fue Roberto Curilovic, gerente de Logística de Aeropuertos Argentina 2000 y ex piloto de Super Étendard durante el conflicto armado. Organizó que la familia viajara desde Río Cuarto a Córdoba, de allí a Comodoro Rivadavia -donde pasaron la noche- y luego el vuelo a las islas. También encargó a Tim Miller -dueño de Stanley Growers en las Malvinas y quien se ocupa del cuidado del cementerio argentino- que organizara la exhumación del cuerpo una semana antes del viaje para que todo estuviera listo para el día del traslado.
El cronograma de este día histórico comenzó a las 10.30 cuando el vuelo aterrizó en Mount Pleasant. Luego del chequeo de seguridad, la familia fue recibida por la Asesora de las Fuerzas Británicas y por el Vice Gobernador de las islas. En ese momento, se le hizo entrega de toda la documentación (certificado forense) y de un pen drive con fotos de la exhumación, que María Cristina pidió especialmente ya que ella no podía estar presente.
Quince minutos más tarde, dos vehículos llevaron a la familia hasta la capilla. Allí, el Padre John los esperó en la puerta para recibirlos. En la parte trasera de la iglesia, detrás del féretro cubierto por la bandera argentina, se ubicaron los integrantes de las Fuerzas Británicas encargadas de rendir los honores militares.
La bendición a los restos del caído estuvo a cargo del sacerdote católico, acompañado de un religioso anglicano. Al finalizar el oficio religioso, María Cristina y sus hijos se dirigieron hasta la residencia del Comandante de las Fuerzas Británicas (CFB), Baz Bennett, donde se ofreció un refrigerio antes del regreso.
Mientras, los representantes de las Fuerzas Británicas dispusieron el féretro para su traslado y lo llevaron hasta la terminal para cargarlo en el avión. Diez minutos antes del mediodía, María Cristina recibió en sus manos la bandera argentina que cubrió a su marido durante la ceremonia.
Pasadas las doce el avión despegó de regreso al Continente. La primera escala fue en Comodoro Rivadavia, donde se cargó combustible, para seguir viaje hacia Córdoba. En este destino se sumó a la comitiva el brigadier Fabián Otero, secretario general de la Fuerza Aérea, que acompañó a la familia hasta el destino final y esta enviada de Infobae.
A las seis y media de la tarde el vuelo aterrizó en el Área Material del aeropuerto de Río Cuarto, donde fue recibido por un cordón de honor formado por efectivos del GOE, paso previo a la ceremonia de Recepción y Rendición de Honores que se hará el jueves 6 a las 11 de la mañana en el cementerio Parque Perpetual. Del homenaje participará el Jefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea, Brigadier General "VGM" Enrique Víctor Amrein junto a personal militar y civil de la institución.
"Quisimos ir con el cortejo fúnebre hasta el Parque Perpetual para que toda la gente que fue a esperarlo pudiera rendir su homenaje. El cuerpo quedó en la capilla hasta mañana, cuando se hará la misa, se rendirán los honores y luego la incineración", explica María Cristina.
El 21 de diciembre, la familia llevará la urna a la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, el mismo día que María Cristina y Luis cumplirían 45 años de casado: "Haremos una misa y voy a desparramar sus cenizas en el cinerario de la iglesia donde están las de Gustavito", dice conmovida.
"Durante muchos años sentí una tristeza enorme porque Luis no estaba junto a nuestro hijo como tanto había deseado. Cuando viajé a las islas, en 1998 y en 2015, me abracé a su cruz y lloré. Me acosté sobre su tumba y le pedí perdón por no haber cumplido con lo que él me había pedido. Ese dolor que me pesaba, esa mochila que llevé cargada durante 36 años, en un momento me quebró. Hoy eso es pasado. Hoy puedo decirle al único hombre que amé: 'Confiaste en mí y cumplí'. Hoy siento que nuestras almas están en paz".
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