Era 18 de agosto y en el jardín 913, en Escobar, los chicos y las maestras estaban por comenzar el acto por el aniversario de la muerte de San Martín. Del otro lado del teléfono, la voz de la vice directora marcó el desconcierto: "Gabriel, no sabemos qué le pasa a Tere". Teresa Lapadula, la "seño" de la sala de 5, acababa de desplomarse en un pasillo.
"Tuvo un ACV y quedó inconsciente entre el aula y el patio", cuenta a Infobae Gabriel Bellegi, su marido desde la adolescencia. Teresa tenía 42 años y tres hijos que la esperaban en casa. "Los médicos dijeron que las primeras 48 horas iban a ser cruciales. Había riesgo de vida, también de que sobreviviera pero quedara con secuelas graves".
Fueron 10 días en terapia intensiva y un mes en el hospital. A fin de 2011, cuando le dieron el alta, entendieron el panorama completo: Teresa iba a vivir pero iba a tener que volver a aprender a hablar, a escribir, a ir al baño.
"Hasta que un día, el médico me dijo: 'Tenemos que volver a enchufarla al sistema. Tiene que hacer algo que la apasione". Gabriel, que trabajaba en el correo, arriesgó sin convicción: "¿Pintar?, ¿escribir?". El médico insistió: "Tiene que ser algo que la apasione de verdad, algo que vuelva a conectarla con la vida". Gabriel le contestó: "Ella siempre quiso ser bombera".
No parecía una idea fácil, y no sólo por las secuelas del accidente cerebrovascular: en el cuartel de Bomberos voluntarios de su ciudad no había ninguna mujer bombera. Pero en el cuartel de Paraná, Entre Ríos, les dijeron que sí. "Un mes y medio después, Tere estaba colgada, feliz de la vida, de un edificio de 10 pisos".
Las ganas de entrenarse para poder ir a incendios le dieron la motivación para no caer. Teresa empezó a buscar libros, a estudiar y a rendir exámenes hasta que llegó a ser oficial ayudante. La alentaban su marido -que también se convirtió en bombero voluntario-, y el resto de los bomberos de Paraná. Hasta allá van todos los fines de semana a hacer guardias: manejan 400 kilómetros, duermen juntos en el cuartel.
"Pero un año y medio después del ACV falleció mi yerno en un accidente. Yo lo quería como a un hijo", sigue ella, y pide disculpas porque acaba de atender el teléfono y ya va a llorar. Unos días después murió Mateo Amor, su perro salchicha, a quien amaba profundamente. "Todo volvió a ir para atrás. Mi hija quedó viuda con una nena de 3 años, yo no podía ni ir al baño sola. No tenía ninguna motivación para salir adelante".
Y es acá donde Many y Alma, ovejeros "sable" y hermanos, entraron a escena para "salvarle la vida". Lo dice ella: "Llegaron cuando tenían 35 días. Eran como dos bebés y yo su mamá humana, eso me obligó a levantarme de la cama, a atenderlos, porque me seguían para todos lados".
Gabriel se emociona cuando cuenta cómo Many la cuidaba: "A veces yo estaba en el fondo y se paraba al lado mío y ladraba sin parar. Cuando entraba, me encontraba con que Tere se había caído. Many no podía levantarla pero venía a avisarme".
La pareja viajó a Córdoba una y otra vez para entrenarlos como perros de búsqueda y rescate con los pioneros en el tema. "Quise prepararlos porque una vez estábamos buscando a una chica a la que se la había llevado la corriente. La familia iba al río todos los días a esperarla. Yo pensé: 'Esto es tristísimo. Si un ser querido está muerto vos podés llorarlo pero ¿perdido? ¿desaparecido? No saber es terrible".
Los dos son perros "de venteo", es decir, van con el hocico levantado tratando de detectar el olor de la persona a la que buscan. Many es "bivalente", es decir, está entrenado para buscar tanto a personas vivas como restos humanos en grandes áreas. Alma es experta en búsqueda de cadáveres. Son hijos de Luigi, uno de los perros que llevaron a la explosión de Rosario, en 2013, para tratar de encontrar gente entre los escombros.
"Están entrenados para resolver misterios". Son ellos los que marcan un camino cuando los humanos no sabemos qué puede haber detrás de una desaparición: ¿lo secuestraron? ¿Se fue? ¿Hacia dónde? ¿Está muerto?
Many y Alma forman parte de la Brigada Canina de Entre Ríos aunque viven con Gabriel y Teresa. Fue por un pedido de una amiga de Daniela, su hija, que el 16 de noviembre accedieron a viajar con Many hasta las márgenes del Río Luján. El primo de esa joven, de 23 años, llevaba cuatro días desaparecido en esa zona, entre Campana y Escobar.
Many marcó el área rápidamente. Los pasos siguientes eran los de siempre: llevar a otro perro especializado en restos humanos a la zona para que confirmara que el área de búsqueda era correcta y esperar a que llegaran las buzos. Gabriel y Teresa lo subieron al canil de la camioneta y arrancaron. Cuando llegaron a Paraná se dieron cuenta de que Many no estaba.
"Estaba muy enfocado ese día. De hecho, gracias a su marcación encontraron el cuerpo del muchacho a 600 metros de donde estábamos", dice Gabriel. Lo que creen es que Many siguió en la camioneta con el hocico levantado, que volvió a recibir una "franja de aire" con el olor del joven al que buscaba y bajó "a terminar su trabajo".
Teresa ya no puede ni hablar. Recién el año pasado había logrado volver a la salita con sus alumnos pero la pérdida de Many le generó tanta angustia que ahora el cardiólogo tuvo que darle licencia médica. "Rompimos las reglas para ir pero bueno, cuando sabés que hay una familia desesperada es difícil negarte". Hoy Many cumple 6 años y protagoniza un capítulo inesperado en su biografía: la historia del buscador que hace 19 días está siendo buscado.