Una rana con tres lenguas, un pájaro de siete picos, un caballo de tres ojos, un tigre con dos narices, un elefante de dos trompas. También los pajarofantes, los alebrijes, la cocorana, una autuga y hasta una bañerafante conviven en el universo imposible, infinito e impredecible de Manuel Nieto, un artista de 18 años con autismo que acaba de publicar su primer libro junto a ocho dibujantes de renombre.
Es el único hijo de María Mangone, maestra y psicoanalista y Fernando Nieto, artista plástico. "Era un bebé divino", recuerda ella. "Fue un embarazo perfecto, estaba todo bien". A los dos años, sin embargo, empezaron a notar comportamientos extraños. Manuel transitaba una regresión en el desarrollo que se manifestaba con severos problemas de comunicación y socialización. No hablaba, aleteaba, de repente se perdía siguiendo con la vista un ventilador de techo. "Nos dimos cuenta de a poco, y en la escuela nos decían que se quedaba en un rinconcito. Más allá de que yo soy maestra y psicoanalista, tu hijo es tu hijo", cuenta María a Infobae.
El diagnóstico indicó que tenía un Trastorno del Espectro Autista. Si bien las características de los niños con autismo no son iguales para todos, Manuel tenía, por ejemplo, intolerancia a los ruidos y problemas para relacionarse. Y sus padres debían elegir, con la escasa información que había hace 18 años sobre estos trastornos, qué tipo de tratamiento iniciar.
"Apostamos fundamentando sobre qué queríamos nosotros: ¿estábamos apurados por adaptarlo y corregirlo o queríamos que encontrara una subjetividad lo más auténtica posible? No queríamos un robot, queríamos que dejara de sufrir. Nos partía en dos su frustración, su intolerancia con los otros", reflexiona a la distancia su mamá, con la certeza de que no se equivocaron.
Con la escuela, sin embargo, no había caso: Manuel no aguantaba estar con tantos chicos en un aula. "Lo dejábamos y con mi marido, como si fuera una terapia intensiva, nos quedábamos en algún bar cerca esperando 10 minutos a que nos llamaran para decirnos que no lo toleraba. Durante tres años fue así hasta que fuimos a una escuela terapéutica. Al principio se agarraba de las rejas de la puerta porque no quería entrar y ahora no quiere faltar". Ahí lograron, sin forzarlo, que Manuel pudiera forjar su subjetividad. "En ese momento estábamos muy sufrientes y doloridos. Hasta no verlo a él contento fue difícil".
Pero María cuenta que su hijo dibujó "desde que tuvo un lápiz en la mano" y que una vez avanzado el tratamiento, de repente, ella y su marido empezaron a notar que el cambió se gestaba desde ahí. "Como Oliver Sacks veía en sus pacientes reacciones a la música, yo empecé a ver que cuando él dibujaba había una reacción, vi que ese era un lugar tranquilo y dije 'es esto'".
Ahí fue que María empezó a guardar todo, a conservar en tomos anillados cientos de dibujos de su hijo. A través de cada una de esas figuras, María y Fernando podían sumergirse directamente en las profundidades de su pensamiento. "Aunque hiciera solamente una raya yo los guardaba y después los mirábamos juntos. A él también le cuesta la representación y para mí era fantástico que pudiera representar su mundo". La estimulación, a partir de ahí, fue muy diversa pero fundamentalmente artística: las películas de Pixar cuyos diálogos aprendió de memoria, el teatro infantil, los museos y las clases de plástica también.
De a poco los tomos anillados que su madre compaginó con ternura empezaron a circular entre amigos y artistas que conocen y todos quedaban impactados por lo buenos que eran: "Gente como Andy Goldstein o Renata Schussheim vieron sus dibujos y les encantaron". Su padre envió entonces algunos a un concurso del Centro Cultural Recoleta donde fueron evaluados por un jurado. Para su sorpresa, sus dibujos ganaron y pudo exponer decenas de sus obras en una sala. Llegaron las entrevistas televisivas, los reconocimientos varios y, de repente, la propuesta de hacer un libro.
El resultado final -el libro editado por Primera Sudamericana que se presentó este fin de semana- se titula "Los Mundos de Manu" y consta de ocho historias que ocho ilustradores de renombre escribieron a partir de los "animales duplicados" de Manuel. Liniers, Pablo Bernasconi, Alejandra Lunik, Kioskerman, María Alcobre, Soledad Otero, Tute y Caro Chinaki eligieron algunas de las creaciones y dieron rienda suelta a su imaginación en torno a ellas.
"La inventiva es expansiva, según me parece, como lo es la imaginación. Es decir, uno puede sentirse contagiado a actuar, modificar, cambiar, crear, cuando encuentra una persona que manifiesta la inercia suficiente como para impulsar a otros", dice Pablo Bernasconi a Infobae, quien escribió una historia sobre un animal que parece un gato pero no lo es. "Los mundos que Manu hace existir, fueron los que me empujaron a escribir ésta historia sobre la apariencia y la realidad, sobre lo externo y lo interno, sobre la fe en la poesía. Manu sabe de cruces, es como un químico que juega con marcadores en un laboratorio en donde todo está permitido, menos quedarse quieto".
"La mezcla de animales y los animales con ocho patas, cinco ojos o un solo cuerno hablan de la libertad de Manu y, según infiero, de la diferencia. Se salen de la norma. Manu les pone color y los incorpora a la escala zoológica, los incluye con alegría", dice por su parte Tute, que escribió una historia sumamente atrapante de los únicos dibujos distintos en el libro, que hizo en su taller de plástica.
"Elegí cuatro o cinco dibujos en blanco y negro de Manu porque me impactaron especialmente. Los encuentro muy expresivos, sencillos y complejos al mismo tiempo. Paradojales, inquietantes. ¿Por qué no tienen color? ¿Por qué un dibujante seguiría dibujando con un marcador o un pincel que ya casi no tiene tinta? La línea cede, deja agujeros, blancos, silencios. Deja una huella y continúa, despreocupada", sigue. ¿Puede un niño ser un gran dibujante, hacer dibujos exquisitos, graciosos, conmovedores?", se pregunta el dibujante. "Miro nuevamente los dibujos de Manu y recuerdo que Picasso dijo que le llevó toda una vida dibujar como un niño".
Su madre hace la misma lectura. "Él dibuja algo que le viene de adentro de un solo trazo: no borra, no tira, no duda, no vacila", dice. "Todos sus dibujos tienen que ver con la aceptación de la diferencia. Una vez estábamos en Córdoba y él dibujaba ranas de tres, cinco, seis, siete patas. Yo le dije que la de cuatro patas no estaba y él me contestó: 'No, porque esa es la normal". Además, los primeros eran todos en blanco y negro y después los invadió el color.
María y Fernando acompañan con alegría todo lo que está viviendo Manuel; atrás quedaron las épocas de angustia y desconcierto. "En el autismo hay una dificultad para armar la estructura psíquica, y el arte es ese elemento faltante que necesitaba para poder organizarse. Fue como una prótesis que le sirvió para organizar lo que le desordenaba la mente, el cuerpo, la socialización, el lenguaje", señala.
"Cuando él dice 'yo soy artista' lo dice muy ostentosamente porque está armando lo que es él. Yo siempre doy el ejemplo que [el psicoanalista Jacques] Lacan da para [el escritor James] Joyce porque él dice que podría haber sido un paciente psiquiátrico pero no lo fue porque se apoyó en la escritura".
"Cuando empezamos con los diagnósticos un día él estaba en su pieza y yo en otra habitación, que te puedo asegurar que no se oía, hablando del tema con una amiga y viene corriendo y me dice 'basta de hablar de la criatura'. Todavía se me pone la piel de gallina contándolo", dice. Para María, su hijo "percibe más de lo que puede expresar" y el dibujo es la forma de dejar eso fluir. La tolerancia con la gente es distinta, la comunicación es otra.
"El dijo 'soy artista' y a partir de eso empezó a tener humor, a hacer chistes. Eso es lo que más nos satisface, que es un pibe feliz. No pudo hacer un secundario normal ni va a poder ir a la universidad, pero vive contento".
Todo se reduce a eso: Manuel está feliz. Esta terminando las clases, sigue dibujando y hace dos años y medio está de novio con Luana, una chica que conoció en su colegio y le enseño a bailar cumbia. Desde su marca By Manu llenó con sus dibujos remeras, cuadros, almohadones, pines y tarjetas. La próxima idea es hacer llaveros y los proyectos en mente son muchos. Hasta piensan en hacer una fundación para ayudar a otros chicos en la situación de Manu.
Su mamá, orgullosa, reparte sus dibujos por todos lados: al taxista, al peluquero, donde sea. El arte de Manuel lo es todo. "Ojalá le permita vivir de eso", desea. "Pero la felicidad que a él le da dibujar es lo mejor del mundo. Para mi es lo único que importa".
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