Un recorte periodístico ilustra una de las paredes de La Giralda. Dice en un recuadro: "Es uno de los pocos que permanece intacto, sin la amenaza de un inminente fast food. Es clásico, tiene un toque melancólico". En otro párrafo califica: "Un símbolo porteño. El escenario del encuentro con amigos, el debate y la cita amorosa. Pero ahora que el lifting llegó a la Avenida Corrientes los clásicos cafés se transforman en confiterías. ¿Hasta dónde se puede reciclar sin perder la identidad?".
La nota hablaba de la célebre cafetería ubicada sobre Corrientes al 1453 como un rincón de resistencia. La Giralda es, como bien lo describe el texto que se convirtió en cuadro, un recuerdo de la Buenos Aires tradicional. Las últimas reseñas de un bar que se fundó a finales de la década del treinta no son esperanzadoras. El consumo cayó, la demanda viró, el negocio gastronómico cambió. La condición de inmunidad a la modernidad, su estética vintage y romántica no bastan para sostener la productividad de un lugar que solo vende café, tostados, gaseosas, chocolate y churros.
Marcelo Nodrid, su actual dueño, confirmó a Infobae que venderá el inmueble y el fondo de comercio, y que los trabajadores serán indemnizados. Pero despejó los rumores de desaparición: "No va a cerrar, va a haber un cambio de firma. Va a venir otra empresa a hacerse cargo del bar, pero la idea es que siga como La Giralda".
Desde que comunicó su decisión de desprenderse del bien familiar, recibió muchas propuestas: desde los propietarios del bar Los Galgos y los administradores del bufete del Colegio Público de Abogados hasta la cadena estadounidense Starbucks. "Pero yo no estoy interesado en convertir esto en un Starbucks", explicó.
Marcelo lo heredó de su tía abuela, Ivonne Nodrid, la mítica encargada de La Giralda. El bisabuelo lo compró en 1950 pero la cafetería se fundó diez años antes con la construcción del edificio lindero. Conserva los espejos fileteados, las sillas y mesas de madera, la distribución clásica, una vidriera con botellas pequeñas y el frente con productos de antaño.
Los mozos que perduran desde hace veinte años no recuerdan remodelaciones o reconstrucciones. Es una confesión de José Orellana, quien trabajó en la cafetería hasta el 28 de marzo de 2018. Lo hizo durante 21 años. Cuando rememoró esa etapa, en diálogo con Infobae, se conmovió y lloró. Entre sollozos, valoró: "Sería malísimo que desapareciera. Toda una tradición perdida. La gente nos saludaba, teníamos un reconocimiento impresionante. Venían recomendados por el chocolate con churros, por nuestra atención. Perdería mucho la avenida Corrientes sin La Giralda. Son muchos recuerdos".
Su primera vez fue en 1997. Abría las persianas del café por la mañana. Recuerda con nostalgia y calidez la administración de Ivonne y José Nodrid, cuando el bar no dormía: se mantenía abierto las 24 horas los siete días de la semana.
Estrofa de la canción Sopa de Letras, de Memphis la Blusera: “Todas las noches en Corrientes / En La Paz o en La Giralda / Chamuyando de cosas abstractas / Con palabras rebuscadas / Y la cuchara agonizaba / En una sopa de letras”.
"Solían venir Luisa Kuliok, Carlín Calvo, Palito Ortega: los dueños me contaron que él se inició ahí. Cuando Palito era lustrabotas, iba a tomar un café con leche y se quedaba hasta la noche", confió José, quien junto a otros seis ex trabajadores se encuentran en juicio con los actuales propietarios por irregularidades en los contratos.
La Giralda es uno de los pocos bares históricos de la calle Corrientes que continúan de pie. Tal vez por poco tiempo. La crisis económica y las obras de peatonalización de la avenida provocaron una grave caída en su rentabilidad. La confitería La Martona cerró hace un mes y estaba ubicada en la esquina, el bar La Paz se convirtió en algo que no corresponde a su genética, El Astral, El Nacional y Pernambuco desaparecieron. En esta coyuntura adversa, La Giralda podría sufrir transformaciones que no respeten su esencia.
Es la preocupación de Laura, una cliente asidua que ingresó al café para corroborar las noticias que hablaban de su desaparición.
"Cuando nos enteramos, nos quedamos sorprendidos. Un lugar tan bueno, tan lindo, con tan buena atención. Tengo miedo de que desaparezca porque es algo propio de nuestra cultura, algo propio de esta zona. No me parece extraño que pueda quebrar, pero cuando pasa con lugares tan queridos como éstos, duele", describió. Ella trabaja hace quince años en el centro. Creció y vivió tardes también dentro de La Giralda, una cafetería que perduró durante casi noventa años de historia. Laura se hace la misma pregunta: ¿hasta dónde se puede reciclar sin perder la identidad?
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