"Quiero decirles, madres, que las amo", habla con la voz entrecortada y acaricia las manos de esas mujeres de pelo encanecido, algunas con bastones, que conmovidas le dicen "gracias, gracias, gracias".
"No puedo hablar por la emoción. Si lo hago, mis lágrimas saldrán incontrolables y yo necesito cantar durante dos horas en el show, les pido disculpas", sigue el hombre vestido de negro, que a pesar de su metro noventa en este instante parece pequeño y vulnerable.
Las lágrimas de Roger Waters inundan sus ojos verde pálido, infinito, mientras se toma la garganta: "Si ahora lloro lo haré desconsoladamente", ahoga un grito, el cuello tenso, la mano sobre su corazón.
Falta una hora para que comience el increíble show del Them+Us Tour en el Estadio Único de La Plata, y el ex líder de Pink Floyd está en una enorme sala en cuya puerta hay un solo cartel: "THE MADRES".
Aquí, en una noche especial y única, están sus invitadas especiales: las madres de Malvinas.
Las acompañan sus hijos y nietos. También hay hermanos, hermanas, hijos, sobrinos, esposas de caídos en la guerra de 1982. Son parte de las familias de los 122 soldados argentinos -en 121 tumbas- que durante 36 años yacieron en el cementerio de Darwin bajo una placa que decía Soldado Argentino solo conocido por Dios y que hoy, finalmente, están siendo identificados.
El compromiso de Waters con estas madres fue la llave que permitió que la causa por la identificación de los caídos en Malvinas–impulsada por el veterano Julio Aro y esta periodista de Infobae-, que durante años había sido ignorada por las autoridades, finalmente tuviera apoyo oficial.
Todo comenzó con un correo electrónico. El músico británico recibió mi email tres días antes de la Navidad de 2011: allí, en pocas líneas, le contaba sobre el dolor de estas madres que no tenían una tumba en el cementerio de Darwin donde dejar una flor o llorar a sus hijos. Su empatía por el sufrimiento de los más vulnerables, su compromiso con los derechos humanos, y su historia personal -su padre murió en la Segunda Guerra Mundial, en Italia, y su cuerpo nunca fue hallado, su abuelo murió combatiendo en la primer gran guerra- hicieron que el autor de The dark side of the moon abrazara la causa como propia.
En su viaje a la Argentina en 2012 le pidió a la presidenta Cristina Kirchner por los soldados argentinos y las esas madres. Pero no se conformó solo con eso: escribió al ministerio de Relaciones Exteriores británico, a la Cruz Roja Internacional, habló con los embajadores ingleses en los distintos países a los que lo llevó su monumental tour The Wall, y finalmente envió una conmovedora carta a la Asamblea Legislativa de las islas donde los instaba a actuar.
"A la luz del reciente ruido de sables entre Londres y Buenos Aires, sería algo hermoso para los isleños elevarse por encima del cuerpo a cuerpo y tomar el terreno moral más elevado. Sé que este es un tema complejo, y que mi comprensión del mismo puede ser incompleta, pero, al igual que mi padre y mi abuelo antes que yo, también sé que casi siempre hay algo correcto que hacer. Humildemente espero su respuesta", escribió Waters.
En esta noche de martes son las madres de Malvinas las grandes protagonistas. "Por favor, quiero que las traigas, quiero conocerlas", me había pedido antes de llegar al país. Durante tres semanas organizamos pasajes, traslados, hoteles. Y aquí están, sin que él hable una sola palabra de español, sin que ellas hablen una sola palabra de inglés, entendiéndose por algo mucho más grande que el idioma: el amor.
El staff del músico cuidó cada detalle para que todo fuera perfecto: "Esto es muy importante para Roger, está en su corazón", explican sus colaboradores. En el salón hay un gran living con cómodos sillones, dos mesas con sillas y manteles negros, pequeñas mesitas altas con banquetas para los más jóvenes, dos heladeras -con gaseosas, aguas, jugos, cervezas-, un catering que incluye sándwiches, pinchos calientes, empanadas, chipás, emparedados vegetarianos.
"Roger nos ha pedido que todo esté perfecto, solo hazme saber si necesitan algo más", se acerca Andy Franks, tour manager del músico. "Roger quiere sacarse una foto con las madres, ¿les podrás pedir?", pregunta Kate Watkins, mano derecha del inglés. "Las madres tienen plateas y pueden acceder a ellas por el ascensor, ¿está bien así?", se preocupa Mark Fenwick, su histórico manager.
Y entonces llega Waters. Camina directo hacia ellas y extiende sus eternos brazos para acariciar cada una de las manos que también se extienden hacia él. Y pide que le traduzca cada detalle y que le cuente sobre las madres.
Nélida Echave, que llegó desde Lobos y camina con dificultad ayudada por un bastón, saca de su cartera una pequeña foto papel. La imagen muestra la cruz de su hijo en el cementerio de Darwin y la flamante placa de granito negro que dice: Horacio José Echave. Se la da a Roger y sus manos tiemblan.
Le dice y llora: "Gracias usted ahora mi hijo volvió a tener su nombre. Antes yo iba al cementerio y caminaba sin rumbo, sin saber dónde rezarle, y besaba cada una de las cruces porque quizás mi hijo estaba allí. Ahora ya sé dónde descansa en paz, ahora pude encontrarlo". El músico toma la foto con las dos manos, y habla mirándola fijo a los ojos: "Voy a guardarla en mi bolsillo y la llevaré conmigo durante el show".
Ahora es el turno de María del Carmen Penón, madre del soldado Eduardo Elbio Araujo, muerto en la batalla de Monte Longdon: "Gracias, infinitas gracias. Usted fue un eslabón importantísimo en esta cadena de gente que se preocupó por nosotros y nuestros hijos. Hoy siento felicidad. Saber dónde está Eduardo me dio paz. Fue como volver a tenerlo conmigo, como si él volviera a nacer", le dice.
María del Carmen Bordón, también de Lobos, lleva un enorme pin en su solapa con la imagen de su hijo: Luis Jorge Bordón, caído en el combate de Monte Tumbledown. Humilde, la señora recuerda que trabajó en el campo desde sus 15 años y limpiando en distintas casas para poder llevar el pan a la mesa de su gran familia. Y con la voz pausada confiesa: "Yo no sabía quién era Roger Waters. Solo sabía que era un inglés que nos había ayudado y que era muy importante. Él siendo tan famoso se ocupó de nuestros hijos y quise agradecerle".
Emocionada le cuenta que desde que finalizó la guerra, cada año nuevo, ella puso el plato de su hijo en la mesa con la esperanza de verlo llegar. Él asiente, y murmura: "Si, si, si". Y dice que él también esperó durante muchos años a su padre.
Después, María del Carmen revela que esta es la primera vez que va a un concierto. Roger sonríe y pide que traigan a todas las madres pequeños tapones para los oídos: "El sonido es muy fuerte, así estarán mejor", se preocupa.
Raquel Ugalde, coqueta a los 83, se arregló especialmente para esta noche. La mamá de Daniel, caído el último día de la guerra en las cercanías de Puerto Argentino, fue la primera en dar la muestra de sangre para que se pudiera identificar a los caídos. "Quiero decirle gracias, porque él nos dio voz. Yo había bautizado a mi hijo con un nombre, que perdió el mismo día que perdió la vida en la guerra. No quería irme de este mundo sin saber dónde estaba Daniel".
"A ustedes los conozco. ¿Cómo han estado?", le dice Roger a los padres del soldado Daniel Massad: Coco y Dalal. En mayo de este año ellos estuvieron en Londres cuando el inglés recibió la distinción de una de las Rosas por la Paz, en la residencia del embajador argentino en el Reino Unido, Carlos Sersale, por su labor en la causa por la identificación.
Coco lo abraza como si fueran viejos amigos. Dalal lo besa . "Cuando fui al cementerio de alguna manera pude tocar a mi hijo él estaba ahí", le dice el padre. "Ahora que sé donde está, pude hablar con él. Le conté todo lo que había pasado en nuestras vidas, volví a sentirlo cerca", agrega la madre. Y todos los que estamos allí presentes hacemos silencio.
Se anima ahora Sergio Aguirre, hijo de Miguel Aguirre, marino mercante muerto en el ataque al ARA Isla de los Estados. Y le entrega un cuadro con una foto que muestra a los 248 familiares que viajaron a las islas el 26 de marzo para honrar por primera vez a sus muertos en tumbas reconocidas. Están frente a la enorme cruz de Darwin bajo un cielo diáfano y celeste. "Qué día maravilloso, sin una sola nube, se abrió para todos ustedes", dice Waters. Y agradece, una y otra vez.
"¿Puedo entregarle esto?", dice María Alejandra González, hermana de Néstor González, soldado caído en Wireless Ridge. En la bolsa de papel madera hay un poncho blanco, con dibujos en negro. "Mi hermano era un gaucho, usaba poncho. Yo llevé uno igual a Malvinas y lo puse en su tumba. Este otro quiero que lo tengas vos". Roger Waters se estremece."Es demasiado", murmura.
Entonces vuelve a pedir disculpas: "Esto me genera mucha adrenalina en el cuerpo, mucha emoción, se me cierra la garganta y tengo que ir a cantar". Saluda con los brazos en alto. Las madres lo aplauden. Seca una lágrima y dice: "Los amo".
Su hombre de seguridad, Duncan Pompey Wilkinson -ex marines británico que combatió y fue herido en Malvinas- llega un rato después para escoltarme hasta el camarín. Waters está sentado en una pequeña mesa, tiene un block amarillo frente a él y donde escribió la palabra"Mapuches". En la mesa hay una pila de fotos en blanco y negro donde se lo ve tocando en sus shows: "Luego del concierto las firmo para cada uno de los chicos que trabajaron aquí con nosotros", explica.
Me pregunta por las madres:"¿Están bien luego del encuentro?". Y me dice que aun siente ganas de llorar. "No podía contenerme, fue muy emocionante verlas. ¿Cuántas mamás vienen al show del sábado?". Entra su pareja desde hace dos años, Kamilah. Lo besa en la cabeza y le pregunta si quiere un té. "Estoy un poco resfriado", aclara.
Durante los próximos 15 minutos querrá saber más de cada una de las familias que esta noche están aquí como sus invitadas especiales, pedirá que le cuente nuevamente la historia del poncho que le regalaron mientras lo tiene en sus manos y lo abraza: "Es demasiado conmovedor que un poncho esté junto a ese joven en Darwin y otro esté acá conmigo. Voy a llevarlo al escenario y ponérmelo al final, será mi pequeño homenaje a las familias".
También hablará de su reunión con Verónica Huilipán, líder mapuche, y de la necesidad de apoyar la causa de los pueblos originarios.
"Yo quería que en mi show estuviera León Gieco, pero no pudieron contactarlo. Igual, me alegra porque pudieron venir los jóvenes mapuches del grupo Puel Kona que suenan genial y este escenario puede ayudarlos a tener voz", explica.
Ahora extiende su iPhone -con la pantalla rota- y me muestra lo que acaba de buscar en Google: la letra y la música de La Memoria, de Gieco.
"Quiero al final del show poner mi teléfono contra el micrófono y hacer sonar unos minutos una canción de Gieco. Elegí La Memoria y Por la Vida. ¿Cuál te parece mejor para esta noche?". Le digo que las dos son grandiosas. Que me conmueven. Y que La Memoria es un himno.
"Yo también tenía elegida La Memoria -hace un guiño-. Porque no se puede olvidar nunca, no debemos olvidar las tragedias que hemos vivido", concluye.
Ya comienza el show. Las madres se ubican en la platea. El sonido sacude el Estadio Único de La Plata. Ellas se han puesto, obedientes, los taponcitos en los oídos, que con el correr de los minutos dejarán caer para que la música les llegue plena, como Waters les llegó a su corazón.
Luego de las potentes canciones de Pink Floyd -que dominaron la segunda parte del concierto-, hace una pausa y habla del gran artista que es Gieco, de cómo le hubiese gustado tenerlo en su escenario, de que ahora quiere hacer un pequeño homenaje.
Acerca su teléfono al micrófono y suena, entonces, La Memoria. La gente canta. Él se seca una lagrima con su brazo derecho.
Los viejos amores que no están
La ilusión de los que perdieron
Todas las promesas que se van
Y los que en cualquier guerra se cayeron
Recuerda a los desparecidos: "A los desaparecidos no tenemos que olvidarlos ni en nuestra cabeza ni en nuestro corazón"
El impactante show ya está por terminar. Waters vuelve a hablar con la voz entrecortada por la emoción: "Hoy es una noche muy especial. Estuve con ellas antes y están aquí ahora las madres de Malvinas, las madres de los soldados que fueron identificados". El público aplaude.
Cuenta cómo se involucró en la causa, de los 122 soldados enterrados sin nombre en Darwin y el dolor de sus madres. "Estas mamás no tenían una cruz donde dejar una flor o una oración y solo pedían eso", explica ante las 40 mil personas que colman el estadio.
"Logramos identificar a 102, aún faltan 20. Y vamos a traerlos", dice desde el escenario. La gente lo ovaciona. Las madres lloran y se abrazan.
Con su imagen proyectada en la gigantesca pantalla, anuncia: "Esta canción es para las madres, y para la mía también". Y entonces canta Mother.
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