La recepción es una imagen en blanco y negro. Son los rieles, la entrada, la simetría y la inmensidad de un campo de concentración. La ilustración emerge de la pared, inunda el suelo y sitúa al visitante dentro de la foto. En la nubosidad gris uniforme del cielo, una frase del historiador británico Ian Kershaw da la bienvenida: "El camino hacia Auschwitz se construyó con el odio, pero se pavimentó con la indiferencia". La metáfora es efectiva: los ajenos pisan los durmientes y las piedras de las vías del tren, están ahí, forman ya parte de la historia.
La puerta de ingreso es también la salida. El recorrido es circular. Los visitantes salen por el mismo lugar que entraron. Pero no son las mismas personas, son otras. Al lado de la puerta, una mesa de madera sostiene un libro de hojas blancas y una birome. "Un muy buen lugar para aprender la historia, la sociedad y la empatía", escribió un alumno, "se aprende la historia y se aprenden valores", valoró una profesora, "no olvidaremos", prometió otro estudiante. Habían absorbido la muestra museológica bautizada "Reflexiones sobre la Shoá", organizada por el Museo del Holocausto de Buenos Aires.
Jonathan Karszenbaum, director ejecutivo del museo, sabe lo que quiere transmitir. La muestra es un espacio vivencial de la memoria: busca interpelar a los visitantes. No pondera el morbo ni apela al golpe bajo. No hay melancolía forzada, ni dosis de odio o resentimiento. "No tiene que ver con la muerte, tiene que ver con la vida", valoran puertas adentro. Es una reivindicación, una recuperación de los vestigios de la historia: "El objetivo es generar conciencia sobre la fragilidad de la condición humana. Todos los procesos genocidas fueron humanos, todos somos permeables de convertirnos en víctimas y victimarios. Queremos formar ciudadanos que no sean indiferentes". Luchar contra la discriminación y la intolerancia, fomentar el respeto por los derechos humanos, advertir sobre los peligros de la propagación del odio, fortalecer los valores democráticos, "en definitiva, hacer una sociedad mejor", son según Karszenbaum las premisas del museo.
Es una exposición sobre la Shoá, sobre la humanidad y sobre la Argentina. El relato del exterminio judío es un recurso para formular preguntas incómodas y profundas sobre la condición humana. Es un usufructo. En el genocidio murieron seis millones de personas, entre ellos 1,5 millones de niños. Pero los nazis también mataron a gitanos, homosexuales, discapacitados y disidentes políticos. La leyenda elegida para resumir el espíritu de la visita habla de eso. La firma el escritor italiano y sobreviviente del Holocausto Primo Levi: "Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también. Por ello, meditar sobre lo que pasó es deber de todos".
El Museo del Holocausto de Buenos Aires preserva 5.500 objetos originales donados por sobrevivientes, hijos de sobrevivientes o personas que tuvieron acceso a material histórico. "Reflexiones sobre la Shoá" expone algunos de ellos. El documento más importante es el salvoconducto de Adolf Eichmann emitido por la Cruz Roja bajo el nombre falso de Ricardo Klement con el que el criminal nazi ingresó a la Argentina. Teniente coronel de las SS, jefe de la sección IV B-4 de la Seguridad Interior del Tercer Reich, arquitecto del genocidio e ideólogo de la solución final, se recluyó en el país, un destino complaciente para los líderes nazis. El salvoconducto expuesto es una copia porque el original se encuentra bajo custodia en las casas de guarda del museo por orden de la justicia argentina.
La muestra se divide en tres salones. La primera remite a la vida en Europa a comienzos del siglo XX, el ascenso del nazismo al poder y las primeras medidas en el proceso de exclusión de los judíos. Una de las legislaciones que más incredulidad genera, fundamentalmente en los alumnos más jóvenes, es la ley de segregación dictada en octubre de 1941 que prohibía a los ciudadanos tener amigos judíos.
La segunda etapa del recorrido aborda la vida en los guetos y la activación del genocidio contra los judíos. Un mapa interactivo localiza sitios de matanzas, campos de concentración, exterminio y tránsito. Un uniforme del prisionero 107.822 y una valija de cartón a nombre de Jeannete Engelman provenientes del campo de Auschwitz – Birkenau ilustran la visita desde una esquina vidriada. A su lado, recuerdos de la vida concentracionaria: cubiertos recuperados, peine para piojos, alambre de púas de cerco perimetral, maderas y restos de durmientes de tren, boina de tela, pase de un trabajador.
La visita concluye en la tercera sala, el de la reflexión y la conexión argentina. En tres paneles se explica la vinculación del país con el contexto histórico: los judíos en Argentina (40.000 ingresaron al país durante el régimen nazi, 4.800 entraron entre 1945 y 1949, y 3.300 lo hicieron de forma clandestina), la Argentina en tiempos de nazismo (en 1938 se desarrolló en el Luna Park el acto nazi más grande del mundo fuera de Alemania y, a su vez, el Primer Congreso contra el Racismo y el Antisemitismo) y los criminales de guerra recluidos en suelo argentino. Entre los objetos conservados, se destacan el salvoconducto de Moisés Borowicz, un sobreviviente, con el que ingresó al país en 1947, documentación de prisioneros a nombre de Benno Feil y Helena Lipska, ayudados por el matrimonio Schindler, y una de las pocas muñecas de tela que hay en el mundo construida en un campo de desplazados en 1946.
La exposición, instalada de manera semi permanente en dos pisos del Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall T. Meyer en el barrio de Belgrano, tiene colegios en lista de espera. Por día reciben a 170 alumnos de establecimientos educativos primarios, secundarios, terciarios y universitarios. También reciben a suboficiales de las fuerzas de seguridad y capacitan a guardiacárceles con testimonios de sobrevivientes. La devolución es siempre fructífera, reconoce el director ejecutivo del Museo del Holocausto.
Los estudiantes consultan sobre las características y distribución de los campos de concentración y exterminio. Quieren saber si Adolf Hitler vivió en la Patagonia, se sorprenden con las leyes de segregación, preguntan por qué los judíos y cómo fue humanamente posible semejante barbarie. Y esa es la cuestión de fondo.
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