Que el veganismo no es una dieta ni una moda queda claro en la historia de María Laura Malala Fontán. Hace poco más de 10 años, ella recibía en su estudio a las modelos del momento y la convocaban para trabajar las revistas y diarios que más vendían. Estaba en la cima, entre flashes, luces, tapados de pieles, carteras, maquillaje y calzados de cuero.
En esos años una de sus amigas le pidió que le cuidara por unos días a su perro. Sin notarlo, de a poco, fue él quien comenzó a mostrarle a Malala cómo eran los animales. Más tarde, la fotógrafa viajó con su amiga a Misiones y por una semana no comió carne; se sorprendió al notar que podría vivir sin hacerlo.
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Camino sin retorno: la empatía con el sufrimiento de los animales
Hoy lo recuerda como una sumatoria de cosas que la llevó a replantearse todo. Primero fue el perro, pero luego comenzó a interesarse por otros animales. Darse cuenta de que el mundo que conocía representaba en algunas ocasiones un infierno para otras especies la llevó a trabajar de lleno para cambiar lo que veía mal. Fue así que decidió ser coherente en todos los aspectos.
"Lo primero que hice fue llamar a todos los productores de moda y les dije que no volvería a fotografiar pieles", dice Fontán a Infobae. Aquella decisión que había tomado implicaba dar un giro completo a su vida. Es que Malala comenzó a ver en las pieles y cueros que solía fotografiar partes de animales muertos. Algo parecido le ocurría con los maquillajes de las producciones de moda: veía el testeo y el padecimiento de los indefensos. De repente, todo lo que conocía y que estaba legitimado había cobrado otra forma.
—¿Por qué sos vegana?
—Por los animales
—¿Cómo era tu vida antes de ser vegana?
—Era fotógrafa de moda, trabajaba en mi estudio en la calle Laprida. Trabajé para marcas, para los diarios La Nación y Clarín, para las revistas Para Ti, Elle, Sofía… todas las de moda. También hice periodismo de personajes para el suplemento femenino Las 12 de Página 12, hace muchos años. Lo que pasó, básicamente, fue el fenómeno de Internet y de Facebook. Ahí empecé a ver casos de perritos y a colaborar con ellos. En un momento una amiga Hare Krishna que había rescatado a un perro buscaba alguien que lo cuidara porque se iba de vacaciones, así que le dije que me lo dejara porque la noté muy preocupada. Cuando vino a buscarlo no se lo pude dar ¡me había enamorado! Era Bubu, mi primer perro que ya murió. Era medio colorado amarillo, tuerto y lo que me impresionó de él fue ver que tenía personalidad. De noche soñaba porque veía que lloraba o movía la cola y yo podía saber si estaba angustiado o alegre. Eso me impresionó mucho y el vínculo que generó rápidamente conmigo.
Su relación con Bubu fue el primer contacto directo con un animal. Después de esa nueva conviviencia su cabeza hizo otro "click". "Mi amiga me invitó a Misiones y, como era hare krishna, comía lactovegetariano. Para entonces hacía tiempo que yo me preguntaba si podría hacerme vegetariana. Sentía que cada vez que me surgía el interrogante respecto de comer el cadáver de un animal, lo ignoraba porque, claro, ¡está permitido culturalmente y es un cuestionamiento que no te hacés! Estuve casi un año conviviendo con esa pregunta hasta que en ese viaje comí vegetariano por una semana ¡y me di cuenta de que sí podría!", recuerda.
"Poco después vi en Internet un boicot que hizo del Peta (la organización internacional Personas por el Trato Ético de los Animales) en contra de las Olimpíadas de Invierno en Canadá de 2009. Vi por primera vez cómo matan las focas, cómo los hombres se bajan de los barcos y las matan con barras de hierros a las focas y a sus crías para sacarles la piel", apunta.
—Después de ver eso ¿qué pasó?
—Esa campaña pedía colaboración económica para seguir adelante y sin dudarlo colaboré. Dos semanas después me llega un sobre de Peta con la revista y el pin de esa campaña. Pero me encontré con algo que no esperaba: el relato de un ternero que se cae de un camión de vacas que va al matadero. Todo eso me conmocionó mucho.
Conocer toda esa realidad la hizo reaccionar: "Les mandé un mail a todos los productores de moda, que son los que organizan todas las producciones fotográficas. Les dije que ese invierno iban a poder contar con mi estudio y con mi servicio, pero que yo no iba a fotografiar una sola piel natural". Lo que siguió para Malala fue una investigación sobre el uso de las pieles y cómo se logran.
"¡No! ¡Yo no como carne!"
Pasaron unos meses y a la fotógrafa le tocó ir al casamiento de dos amigas. Allí llegó con otra mirada sobre el mundo que la rodeaba. Vio con asombro cómo el resto de los invitados se abalanzaba a comer una tortilla sobre un bife cuadrado. Eran 200 personas. "Me pareció como un ritual caníbal —señala con asombro— Me pareció tan extraño que dos personas que festejaban una unión lo hicieran con el cuerpo de un animal. ¡Me sentí ajena! Y cuando el mozo me trajo un plato con una porción le dije: '¡No! ¡Yo no como carne! ¡Soy vegetariana!' —sonríe— Fue la primera vez que lo dije".
A partir de ese momento, Malala dejó los embutidos con los que rellenaba sus sánguches, dejó el sushi y comenzó a ver las publicaciones de algunas personas en Facebook que hablaban de veganismo.
Entonces dio un nuevo paso. "Dejé de comer huevo y dejé los lácteos sin conocer qué pasa en los tambos, o sea, sin saber por qué había que dejarlos. En ese momento no sabía cocinar nada, lo único que hacía, porque no había tanta información, emprendimientos ni restaurantes veganos como hoy, era comer fideos. En mi desesperación también comencé a hacer cursos de cocina macrobiótica y de comida de la India", explica.
Fue entonces cuando aprendió a cocinar y, sobre todo, aprendió cuestiones relacionadas con la salud. Poco después llegarían los talleres: primero se acercó a chefs que estaban incursionando en el veganismo y luego comenzó ella misma a dar sus propios cursos en su casa con la finalidad de compartir con los demás toda la información que ella había aprendido.
Un paso más allá de comer vegano: ser activista por los derechos de los animales
"Para 2011 ya estaba activando en el Comando Verde de La Revolución de la Cuchara, el primer grupo al que me sumé. Juntos hicimos las primeras ferias veganas, los primeros festivales para difundir el veganismo en Capital Federal, provincia de Buenos Aires y La Plata. Yo vendía todos los libros Gabriel Cousens y Veganismo, de Ana María Aboglio", destaca.
"Con el correr de los meses me fui enterando de un montón de cosas como lo que eran los productos testeados, lo que pasaba en los laboratorios de experimentación, lo que ocurría en los tambos, por qué no hay que consumir lácteos ni qué era la caseína (principal proteína de la leche). La información a la que accedía traía de costado todo los beneficios para la salud y esto estaba bueno. Yo me hice vegana por los animales, pero saber para poder contar los beneficios de la salud cada vez que me lo preguntaban fue muy importante", afirma.
Sobre su decisión de no comer alimentos que provienen de los animales, sostiene: "Comer animales debería ser tabú porque además de que no podemos seguir haciéndolo por ética no hace bien a la salud porque el cuerpo no está preparado para ello".
A medida que recopilaba información Malala la contaba en los talleres de cocina vegana y en las ferias a las que iba a vender libros. Pero las vueltas de la vida hicieron que todo eso que ya hacía fuera poco.
En 2012, un año en que se realizaron decenas de actividades por la defensa de los derechos de los animales en Buenos Aires y el interior del país, se supo que en algunas localidades de la provincia hacían correr perros y que levantaban apuestas ilegales. La fotógrafa, entonces, se sumó a esa causa que había encarado el grupo Proyecto Galgo Argentina.
Para 2013 el grupo de veganos en el que se movía había crecido. Y ya había grupos que tomaban diferentes causas solidarias. Uno de ellos reclamó de manera drástica cuando se anunció que el zoológico porteño sería uno de los atractivos de la Noche de los Museos de la Ciudad.
A esa altura de su vida, Malala había dejado de trabajar para la moda y dispuso sus horas para difundir el veganismo y para trabajar con empresas que nada tuvieran que ver con la explotación animal.
"Me contrata una revista de feminismo francés y viajé a Sudáfrica y de ahí a Namibia donde vi animales salvajes, las mismas especies que tienen como emblemas los zoológicos, en libertad. Íbamos en un jeep y vi a una manada de jirafas que corría muy cerca. ¡Fue lo más extraordinario que vi en mi vida! ¡No puedo ponerlo en palabras! —recuerda emocionada— En ese momento sentí que los animales están en un tiempo y en un espacio tan de ellos y que somos tan ajenos a ese espacio y a ese tiempo que les es sagrado. Pero que nosotros, como cultura humana, somos los profanos de esos tiempos y esos espacios. ¡Eso sentí! ¡Fui una privilegiada al verlos!"
Luego supo que en el zoológico de Copenhague habían matado de un disparo a una jirafa para alimentar a otras especies.
"¡Eso para mí fue tremendo! Recordaba a las jirafas corriendo a mi lado y ver esas imágenes, la naturalización de ese horror y delante de los niños ¡me pareció una perversión tan grande que no pude dormir! ¡Yo las había visto correr! Después de eso pensé en el zoológico de Buenos Aires ¡Me pasé cuatro años parada en la puerta con un cartel colgado al cuello! Así surgió la idea de darle impulso a un proyecto de ley, que no es mío, y junto a un grupo excepcional", agrega.
Así llegó el primer "abrazo al Zoo" participó en 2012. Para el año siguiente un grupo se encadenó en la puerta del predio para impedir que fuera parte de la Noche de los Museos y lo lograron.
Del segundo "abrazo" participaron 1500 personas. Supo que debía seguir porque ya no eran la únicos que pensaban que los animales no debían estar allí. Así nació el grupo SinZoo, que cada 15 días se paraba en la puerta del predio de Palermo explicando a las personas por qué no debían entrar.
En junio de 2016 llegó el anuncio del Jefe de Gobierno Porteño, Horacio Rodriguez Larreta, que aseguraba que el lugar iba a cerrar y que habría traslados y liberaciones de los animales. La ilusión se apoderó de toda la sociedad.
Pero siguieron los reclamos para que los animales no fueran trasladados a otros zoológicos ni acuarios. A la vez, distintos grupos se opusieron a la idea de concesión de los edificios del predio, que finalmente fueron cedidos a distintas empresas.
Proyecto Inflamable
Este año, Malala creó, junto a un grupo de voluntarias, el "Compromiso Inflamable", una campaña que las lleva cada sábado a la Villa Inflamable, en Dock Sud, para asistir a los perros que viven en el lugar, uno de los más contaminados del país. Les llevan bolsones de comida, donaciones para ellos y sus familias y los ayudan para que puedan ser esterilizados.
Además, las voluntarias rescatan a los animales que no tienen familias y les buscan un hogar.
"Todo el tiempo que dedicaba a ser fotógrafa de moda, de lunes a sábado todo el día, lo empecé a dedicar al activismo, a difundir el veganismo y los derechos de los animales. Hago menos horas y menor cantidad de trabajo y, obviamente, con marcas y empresas que no tengan que ver con la explotación animal", concluye la fotógrafa que decidió cambiar su vida.
Conmemoración mundial
El veganismo, cuyo día mundial se conmemora cada 1 de noviembre desde 1994, es el estilo de vida que busca respetar íntegramente la vida de los demás animales por considerarlos "seres sintientes, con sus propios intereses y que deben gozar del mismo derecho a la vida y a la libertad como cualquier persona".
El veganismo, como alimentación, no incluye ningún tipo de carnes,lácteos ni derivados como el uso de miel. Además, rechaza el uso de productos que contengan ingredientes de origen animal de la misma manera que los que hayan sido testeados en animales.
En lo que respecta a los espectáculos y tradiciones se está en contra de cualquier espectáculo o lugar donde haya animales en cautiverio como zoológicos y acuarios; carreras de perros, de caballo al igual que cualquier tipo de tracción a sangre, corridas de toros, etc. Es más, se busca el fin de esas actividades. En cuanto a la vestimenta no utilizan pieles (incluido el cuero), lana ni seda.
Si bien, en Argentina no hay cifras "oficiales", se sabe que en el mundo 5 millones de animales son asesinados por minutos para consumo humano. Y es infinita la cantidad de peces, cuyas vidas se cuentan por toneladas.
"Si un ser sufre, no existe justificación para no tener en consideración ese sufrimiento. No importa la naturaleza del ser. El principio de igualdad requiere que el sufrimiento de uno sea valorado de igual forma que el sufrimiento del otro. El racista viola el principio de igualdad al dar mayor peso a los intereses de los miembros de su propia raza, cuando hay un conflicto entre sus intereses y los de otra raza. El sexista viola el principio de igualdad al favorecer los intereses de su propio sexo. Igualmente, el especista permite que los miembros de su misma especie sobrepasen los intereses de los miembros de otras especies. En cada caso el patrón es el mismo. Racismo, sexismo, especismo". (extracto del documental Earthlings).
Una gran serie de actividades se desarrollarán en las principales ciudades del país y el mundo.
En Buenos Aires el punto de encuentro será a las 18 en Plaza de Mayo.
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