Gustavo Rivero (46) pasó un fin de semana angustiante. Vecino del barrio Los Ceibos, de González Catán, El Pulga, como lo conocen todos desde que es chico, es quien fundó y actualmente coordina el club Los Pulguitas, donde más de 100 chicos del barrio juegan al fútbol. En esa cancha que él recuperó con esfuerzo, en los últimos días y por segunda vez, les robaron el arco.
"Nos robaron el arco. 100 pibes sin fútbol", dice el cartel blanco de letras rojas que escribieron los chicos y cuelga triste en el paredón de la cancha. "Ya nos robaron de todo", cuenta a Infobae El Pulga con desazón. "Nos robaron primero los materiales cuando estábamos haciendo los vestuarios para los chicos, los ladrillos frescos que acabábamos de poner, y después nos llevaron los postes y las luces", agrega.
El Pulga, que trabajó como chofer de colectivo, enfermero y vendedor de autos usados entre otras cosas, dedica su vida y su tiempo al club que creó hace dos años en una cancha que antes era "una montaña de mugre" y hoy es el potrero donde muchos chicos de entre 6 y 15 años hacen amigos, aprenden a jugar al fútbol y gritan goles.
"Esto no es solamente fútbol", resume, y agrega: "Nosotros vamos a todos lados: al teatro, festejamos el Día del Niño, hacemos colonia en el verano y les damos la merienda, que ahora la hacemos tres veces a la semana porque no nos alcanza, si no".
El Pulga habla en plural porque no está solo. Su mujer, Sandra, organiza todo con él y hay un grupo de padres y vecinos que también ayudan en Los Pulguitas. "Arroz con leche, tortas fritas, pan caserito, lo que se consiga. Y si llueve y no se puede jugar a la pelota, merendamos igual", explica.
El fútbol es el centro del club pero también es la excusa para contener a los chicos que viven en una zona problemática del conurbano bonaerense. "Este barrio lamentablemente no crece. No sé por qué. Se está viendo mucha pobreza, mucha miseria", dice Gustavo, y comenta: "Los chicos últimamente se drogan mucho. El fútbol saca a muchos chicos de la calle, yo lo noto enseguida. Son dos o tres horas que los tenemos acá ocupados, jugando".
Hace dos años, con plata de su bolsillo, de rifas, con la ayuda de los padres y vecinos y a veces del municipio, logró recuperar la cancha, poner alambrados y portones. "Pero lamentablemente la inseguridad que hay acá es tremenda. No se puede seguir", explica.
Hace un mes les robaron el arco por primera vez y Gustavo compró los caños y puso uno nuevo.
"Lo pusimos con material para que no lo roben y lo levantaron y se lo llevaron igual. Deben necesitar para completar, pienso yo. Alguna casa quinta", señala resignado. "Estas cosas me dan ganas de bajar los brazos. No les importa si el pibe se está drogando pero en realidad lo que quiere es patear un pelota y hacer un gol. Voy a poner otro, y si lo tengo que hacer de madera, lo hago de madera".
Gustavo aprendió de sus padres la importancia del amor por el otro, especialmente por quienes más lo necesitan, y tuvo varios otros clubes más en Los Ceibos en los últimos veinte años.
Su madre, que falleció hace dos años, hacía lo mismo que él. "Mi vieja llegó a comprar bolsas de botines para darlos", afirma emocionado. "Yo quise hacer lo mismo acá y todavía no pude, pero sé que lo voy a hacer. La otra vez fuimos a jugar a Isidro Casanova y vi que había chicos que tenían los botines rotos. Les prometí que les iba a conseguir zapatillas, porque ¿sabés lo feo que es jugar con las zapatillas rotas?".
Esta semana sin el arco, los jugadores de Los Pulguitas entrenaron igual. "Ayer practicaron las categorías más chicas y hoy vienen los grandes. Hicimos los arcos de palo. Los chicos también tienen bronca, porque aunque son chicos se dan cuenta. Ven el esfuerzo de uno que va y viene con las pelotas, trabajamos a full acá", sostiene.
"La verdad que tuve ganas de decir 'bueno, basta'", confiesa. Pero recibió tantos mensajes de afecto en las redes sociales, que cambió de opinión.
"Lo hago porque me gusta ver la felicidad de ellos", resume El Pulga, que tiene ocho hijos grandes y dos nietos que está esperando que crezcan para que sean parte de Los Pulguitas. "Vos tenés que verlos, sentirlos que vienen corriendo y te abrazan", señala.
"Acá me conocen todos, nací, me crié y me voy a morir acá. No es que quiero que cuando me muera digan 'uh, El Pulga'. Lo que quiero es que los pibes tengan algo. El club no es mío, yo tengo mi casa y me alcanza. El club es del barrio, de los pibes. Quiero que ellos tengan acá un lugar y que cuando pasen digan 'yo jugué acá, me divertí y metí un montón de goles'".
Para que se cumpla el deseo de Gustavo -y el de los 100 pibes sin fútbol del cartel- hace falta un arco.
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