Patricia Borensztejn tenía la piel muy blanca, los ojos de un celeste diáfano y apenas 21 años. Estaba alojada en el pabellón 49 de la cárcel de Villa Devoto desde hacía apenas dos meses cuando recibió la visita de Sara, "la Babi" (abuela en yiddish). Separada por una reja, Sara, con 81 años a cuestas, miró a su nieta y le dijo:
-No te preocupes Paty, en Polonia, los más inteligentes eran los que estaban presos. Samuel ("el Seide") pertenecía al Bund cuando vivíamos en Polonia.
El Bund era la Unión de Trabajadores Judíos de Polonia, Lituania y Rusia. Samuel Borensztejn llegó en barco a Buenos Aires unos años después del fin de la Primera Guerra. Se instaló como pudo, mandó cartas y al tiempo llegaron Sara y su primogénito, Abraham, de apenas dos años.
El barco de Sara llegó a Buenos Aires el 31 de julio de 1924. La fecha tiene importancia en la memoria familiar porque el 27 de abril de 1925 (nueve meses casi clavados) nacía Mauricio, más conocido como Tato Bores.
Abraham fue el hijo que todo matrimonio judío quería tener: se recibió de ingeniero, se casó, se hizo empresario, tuvo tres hijos y le fue tan bien que construyó un edificio en Cavia y Figueroa Alcorta, donde él, primogénito, se instaló en el piso 16 mientras que le dejó a su hermano Tato, el 15.
Tato cambiaba de colegios y los vientos lo llevaron al mundo artístico. Casi sin darse cuenta, chiste tras chiste, debutó primero en cine, luego en televisión y quedó en la memoria de los argentinos como el maestro en conjugar humor y política.
Paty, hija del medio de Abraham, era realmente inteligente más allá de lo que la abuela Sarita decía. Desde quinto grado, a fines de 1965, dio examen al Carlos Pellegrini y al Nacional Buenos Aires. Entró a los dos y eligió el Buenos Aires. Paty era tímida y muy estudiosa. Sus padres eran liberales, pero haber empezado primer año en 1966 no era un buen auspicio para el liberalismo familiar. Sin embargo, pocos meses después, un golpe militar desalojaba a Arturo Illia de la Casa Rosada y tras cartón la intervención a las universidades hizo de las suyas en los colegios universitarios. La disciplina era la de un liceo militar y no de una escuela para talentos.
Paty, como todas, llevó el uniforme gris y las medias tres cuartos azules hasta recibirse de bachiller seis años después. Sin embargo, no se resignó. Como muchos de sus compañeros y amigos, se inició en el camino de la resistencia clandestina. Lo hizo de la mano de Pablo Monsegur, un pibe pintón, amante del río Paraná y con una familia muy politizada. Pablo y Paty se enamoraron, se casaron y en noviembre de 1974, cuando ella militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) los metieron presos.
La militancia de Paty se podría resumir así: comenzó a fines de la década del 70 en el Frente de Lucha de los Secundarios (FLS), rama estudiantil de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL). En 1971, empezó a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), particularmente en el Movimiento Nacional contra la Represión y la Tortura (MNRT). Por esos años, estudió Química y Biología en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Fue detenida el 4 de diciembre de 1974 en su domicilio en Capital Federal junto a su esposo, Pablo, que también militaba en el PRT. El operativo fue encabezado por miembros de la Triple A.
-Alguien debe haber dicho que yo era la sobrina de Tato porque cuando la policía fue a buscarme, en vez de ir al piso 16 donde vivían mis padres, se aparecieron en el 15 –cuenta Patricia y agrega que cree recordar que en el relato familiar Tato estaba en pijama cuando les cayó la policía.
Tras la visita de la abuela Sara a Devoto, llegó el turno de Tato: hizo la cola en la calle Bermúdez, pasó por la habitual amansadora y soportó sin nada de humor la requisa y el manoseo previo a la visita.
-Tato vino a verme y en el penal quedó como "la visita". A partir de allí yo era "la sobrina de Tato" –cuenta Patricia 43 años después.
-¿Y de qué hablaron? –preguntó Infobae a la espera de un relato jugoso.
Patricia, seria, tras un breve silencio, dijo:
-No me acuerdo.
Los cronistas podían comprender el tiempo transcurrido y no solo eso: también la necesidad de borrar de la memoria algunos recuerdos ardientes de los seis años que Patricia pasó en prisión. Sin embargo, la gula de los periodistas quedaba insatisfecha.
-¡Pero me mandó una carta! –dijo y, tras un silencio, se comprometió a hurgar para ver si la encontraba.
La carta de Tato
Fue una espera breve y Patricia rescató tanto la carta manuscrita como el sobre. Intactos, como si el tiempo no hubiera hecho mella.
Punta del Este, 28 de enero de 1975.
Querida Paty:
Estoy con un fuerte resfrío y me siento como el culo, el día es radiante pero me quedé en casa y entonces me dije: le voy a escribir a Patricia y, en lugar de decirle que la estoy pasando fenómeno, le cuento que me siento mal, así ella se va a compadecer de su tío. ¿Te compadecés?
Ya hace muchos días que tenía ganas de escribirte pero la verdad es que no sabía qué poner en la carta, es muy difícil para uno que está afuera escribirle a alguien que está adentro, ¿qué puedo poner? ¿La pasás bien? ¿Cómo te sentís? ¡Todo suena a joda…! Te juro que estoy atrancado…
Te voy a contar un cuento judío. Un "moishe" de Nueva York va a comer a su restaurante preferido, se sienta y casi se cae de espaldas cuando ve que el mozo que lo atiende es japonés. Le pregunta en yiddish '¿Qué va a comer?', le pasa la lista de los platos típicos, "guifelte fish", "creplaj", "knishes"… El "moishe" no sale de su asombro. Cuando termina, pide la cuenta y el japonés se la hace también en yiddish. El tipo paga, se acerca a la caja y le dice al dueño, "Che… ¿de dónde sacaste un mozo japonés?". "¿Cómo de dónde? Lo traje de Japón ya hace tres meses". "¿No digas? ¡Qué rápido aprendió a hablar yiddish!". "Callate -contesta el dueño-, él cree que habla inglés". FIN.
Contado, el cuento es bueno, leído no estoy tan seguro. Me contó tu mamá que como hay contigo otra Patricia, a vos te llaman Patricia Tato. Eso es bueno para mí. Quiere decir que aunque no trabajo, alguien todavía me recuerda. Besos para vos y todas las chicas que conocí cuando fui de visita.
Tato
Tato censurado
La mención de Tato "aunque no trabajo" se refería a que en ese momento estaba fuera de la pantalla. Tato había atravesado todos los temblores políticos y todas las dictaduras desde que, en 1947, era una figura imprescindible de los domingos a la noche en la televisión.
En 1973 había iniciado el ciclo Dígale sí a Tato por Canal 13. En 1974, le cambió el nombre, Dele crédito a Tato. Pero la gente de Prensa del gobierno de María Estela Martínez de Perón y José López Rega tenía su propio Tato. Sí, un tal Miguel Paulino Tato, que estaba en el Ente de Calificación Cinematográfica y, en vez de abrir las mentes con humor, se dedicaba a la censura. Ese Tato no estaba solo, había una cantidad de censores: buscaron una excusa y lo sacaron de la televisión estatal. Cabe recordar que el Trece y el Once estaban bajo la órbita del gobierno.
Abraham y Mauricio
-¿Cómo eras en la cárcel? Tan joven, viniendo de una familia de buena posición, con un tío reconocido como Tato…
-Yo era muy estoica. Soportaba lo que me había tocado. Era joven además. Y ellos, mis padres y mi tío, hacían lo imposible. Una vez consiguieron hacer gestiones con un juez… en el año 75, antes del golpe
-¿Gestiones?
-Sí, a través de un juez, no sé si era el que tenía mi causa o era otro juez… Mi mamá ya tenía las valijas hechas porque la cosa era que salíamos, supongan, un viernes, y el lunes nos íbamos Pablo y yo del país. Pero parece que al juez lo hicieron renunciar dos días antes de que arreglara nuestra libertad.
Infobae preguntó si se trataba de los contactos fluidos de Tato con gente de poder o había plata de por medio.
-Las dos cosas, supongo, nunca me lo dijeron –dice Patricia, y agrega: Gracias a Dios no salí en el 75.
-¿Sos creyente?
-Soy agnóstica. Pero, de haber salido, quizás hubiéramos vuelto a seguir la militancia y hoy no estaría hablando con ustedes –sentencia.
El presente de Patricia
Pablo y Patricia tuvieron que esperar hasta 1980 para salir. Después de un periplo, se instalaron en Barcelona. Pablo pudo trabajar con barcos en el puerto, que era lo que había aprendido desde chico en San Fernando. Patricia se dedicó a estudiar: primero ingeniera y luego doctora en Informática en la Universidad Politécnica de Cataluña. Tuvieron dos hijos.
-Catalanes o españoles –según quien lo mire, aclara.
En 1992, volvieron a la Argentina. Ella se presentó a un concurso para profesora en la Facultad de Ciencias Exactas. Allí hizo su carrera, lidió tempranamente con drones, robots, supercomputadoras y paralelismo, así como otras cosas que ahora deslumbran a todo el mundo.
-El año pasado me jubilé –dice sonriente.
-¿Por qué?
-Quiero tener más libertad –responde al instante.
-Gracias, ese el final de la nota –dicen los cronistas.
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