María de los Ángeles Silva (39) vive en el Barrio Federal, Monte Grande. Los días de semana toma varios colectivos para ir a trabajar como empleada doméstica a casas en Capital Federal y Avellaneda. Cobra por hora y por lo tanto si no va, no cobra. Adrián (30), su marido, se quedó sin trabajo hace poco más de un mes.
Aunque la plata no sobra, desde marzo de 2017 todos los domingos, sin falta, ambos transforman su casa en una "escuelita" para que los chicos de su barrio tengan diversión y apoyo escolar pero, principalmente, un plato de comida.
"María", dice una voz suave desde el rincón de una mesa. "¿Qué, mi amor?", responde ella a la voz infantil, que le recuerda: "Yo quiero…". "Si, corazón, leche sola con azúcar", lo interrumpe afectuosa y le señala la taza que está revolviendo al nene que ahora le sonríe. Son las 10 de la mañana y hay poco más de 20 chicos sentados en dos mesas en el comedor minúsculo de su casa, mirando concentrados una película en relativo silencio. En el transcurso de la mañana van a llegar más. "No toman todos lo mismo", explica María a Infobae con una sonrisa. "Eso es bueno porque ellos se sienten como en su casa acá".
María no pensaba armar un comedor. Perla (25), una vecina que conocen de la iglesia, les propuso darles clase los domingos a sus hijos mellizos, que todavía no habían cumplido 6 y estaban por pasar a la primaria. El primer domingo que lo hicieron ya había un tercer nene del barrio, dos era poco. Estudiaron, hicieron la tarea y tomaron la merienda y, como si se multiplicaran, en cada reunión eran más.
"Los chicos venían y me decían '¿ya vamos a tomar la leche?'", comenta. "Me di cuenta que había mucha necesidad, que algunos comían solamente a la noche. "Se me ocurrió que era mejor que vinieran a la mañana, así yo les daba el desayuno y el almuerzo, porque no puede ser que estén todo el día sin comer algo. Se los comenté y los chicos, imaginate, re contentos".
Las reuniones crecieron y, ahora, un año y medio después de que empezaron a hacerlas, hay domingos que la casa de María contiene hasta 40 nenes entre 6 y 12 años. "A mi me encantaría que vengan más, pero por el espacio dejé de invitar. También por lo económico, que está difícil, pero de alguna manera nos arreglamos".
Eso es efectivamente así. El espacio está optimizado al máximo y, aunque las reuniones ocurren solo una vez por semana, todo en la casa está dispuesto para comodidad de la "escuelita", incluso con algunas refacciones de por medio. Con dinero de su ajustado bolsillo María compra en mayoristas y busca ofertas, de vez en cuando también recibe alguna que otra donación de ropa o de útiles y en la puerta de su casa tiene un "kiosquito" que le da otro ingreso. "Todo lo que me dan yo lo traigo para ellos".
"Las tarifas son todo un tema, yo tengo que pagar muchas cosas", cuenta. "Por ejemplo, Internet pago cada dos meses porque no puedo pagar todos los meses, pero es algo que yo sí o sí quiero pagar porque los días que los chicos están medio aburridos o acelerados les ponemos alguna película". La luz el mes pasado no pudo pagarla y este mes tiene que hacerlo"sí o sí". Para el gas, necesario para todo el movimiento que tiene la cocina, usan una garrafa porque es más económico: "Pero también ya 400 pesos es bastante".
Melina (18), la mayor de sus tres hijos, la ayuda en la cocina. Mientras María conversa con Infobae, ella prepara la chocolatada, el té y el jugo y, una vez que ya todos están desayunando, se pone a hacer una salsa para la pizza que van a comer en el almuerzo. "Ahora desayunan, ven alguna película y después hacen una actividad con Perla mientras yo aprovecho para cocinar", cuenta María mientras el timbre sigue sonando, la puerta se sigue abriendo y llegan más chicos que, antes de sentarse, la abrazan y la besan.
"Siempre quise estudiar pero como hay mucha necesidad en casa nunca pude. Me encanta la docencia pero igual ahora con lo que veo en las noticias me pongo mal", dice Perla, que aprovecha para dar rienda suelta a su vocación docente en la casa de María y al mediodía se va a trabajar a una panadería. "Cuando me tengo que ir me dicen '¿ya te vas?'. Con el tiempo me di cuenta que los domingos después estoy re contenta en el trabajo. Mirás diferente las cosas después de estar con ellos, te cambia, te da otra energía. Mi sueño es poder estudiar y hacer algo con eso".
Por la primavera, la actividad es hacer flores de papel. Perla habla y todos sin excepción la escuchan y se concentran en la tarea. Otras veces hablan de cosas que pasaron en la semana, del bullying, de la adolescencia, de lo que pasa en las redes sociales, de lo importante que es portarse bien y no agredirse en el colegio.
Muchas veces, Adrián, María y Perla se dan cuenta cuando alguno fue víctima de alguna violencia o están pasando mucha necesidad. "Los chicos confían en nosotros y sabemos qué les pasa. Los escuchamos y acompañamos pero es muy difícil. En esta zona hay mucha droga y hay chicos que ni siquiera van al colegio".
Para el día del Niño, Adrián y María querían llevarlos al cine y no pudieron porque era mucho gasto, pero siguen teniendo ganas de hacerlo y están pensando de qué manera lo podrán lograr pronto. En verano, además, están planeando ir a una plaza con un profesor de educación física a hacer un picnic con juegos y actividades.
"Es muy difícil para ellos porque si no están acá ahora están jugando en la calle", dice ella, que el resto de los días se la pasa observándolos porque el barrio es inseguro. "Los chicos acá juegan, cantan, charlan, se sueltan. Todos tuvimos infancia y queríamos divertirnos inocentemente, pero a veces vemos que los chicos o las chicas de acá tienen que llevar una vida adulta, cuando todavía podrían jugar un ratito más. Nos llama mucho la atención", agrega Adrián.
"Al principio tuve mucha pelea con él", se ríe María y lo mira a su marido diez años menor, que le devuelve la sonrisa recordando un tiempo que ya pasó. "Pero mirá esos dibujitos en la heladera, estas cosas que me escriben. Te llenan", dice y la voz se le entrecorta y se le humedecen los ojos. "A veces pasa que tenemos cosas que hacer los domingos o queremos descansar. El otro día suspendimos la escuelita porque teníamos que ir a un velorio pero igual vinieron todos a preguntar si había. A mi me partió el alma y le dije a él '¿qué hicimos?'. Nos dimos cuenta que hay que encontrar la manera de que uno siempre esté, porque ellos lo necesitan, quieren estar acá. Quieren desayunar, al menos".
"No faltan por nada, ni siquiera cuando llueve. No hay excusa y tenés que estar preparado para ellos. Salvo algo urgente no te puede doler algo, no te puede pasar nada", coinciden entre los dos. "Cuando él se quedó sin trabajo hace un mes me puse re mal porque lo único que se me vino a la cabeza son los chicos. Nosotros los grandes nos arreglamos pero a los chicos qué les decís. Ellos necesitan comer, hacer las actividades, jugar".
"A veces vienen y me dicen 'Adrián hoy no comí'. Esas cosas te impactan. Yo antes era muy egoísta y pensaba '¿Por qué tengo que ayudar a la gente? Que se arreglen', pero ahora tengo hijos y lo veo de otra forma", se sincera él. "Lo mejor es lograr que los chicos tengan cariño, que cambien su mentalidad, que alguien les pregunte cómo están, que puedan cambiar, que puedan aprender".
"La plata va y viene", concuerdan. María los mira como trabajan concentrados, se ríen y conversan entre ellos: "Son todos tan buenos", dice. "Algunos nos preguntan'¿cómo puede ser que estén tan tranquilos y en el colegio son un desastre?' Y yo me río y les digo que es el amor".
A la cortina que está adelante de la puerta le faltan partes porque, dice María, los chicos se cuelgan cuando llegan. Hay otras cosas que se rompen o que faltan y la plata no alcanza para arreglarlas. También tienen muchos amigos y vecinos que quieren colaborar; profesores de gimnasia o de música, por ejemplo, que todavía no pueden sumarse a los domingos porque el comedor no es tan grande. Aún así, nada es un obstáculo para que los domingos siga habiendo escuelita.
Los dos quieren seguir haciéndolo, a pesar del esfuerzo, a pesar del cansancio y a pesar de que su pequeña casa esté revolucionada, y sueñan a largo plazo con poder hacerlo en otro lugar. "Nos gustaría crecer y que los chicos tengan más comodidad, que puedan tener una buena mesa y un lugar para correr o saltar y que no tengan que estar en la calle para esos juegos, donde les pueden pasar cosas".
"Es hermoso compartir y que sientan el amor que no encuentran en otros lugares", dice María y los sigue mirando mientras suelta lo que piensa cada vez que se pregunta por qué hace lo que hace: "Estoy segura de que el día de mañana alguno de ellos va a hacer lo mismo. Van a tener el recuerdo de esto, de que alguien les dio amor, de que alguien los ayudó".
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