La escena dura apenas unos segundos. Es el 24 de agosto de 1995 y un hombre de pelo ralo y canoso, con los ojos enmarcados por unas cejas más que pobladas, camina por la nave central de una iglesia del centro de Bariloche rumbo a la puerta. El hombre había presenciado la misa completa. A su paso se escuchan aplausos. La cámara lo enfoca y el periodista y cineasta Carlos Echeverría intenta hablar con él.
—¡Priebke, Priebke!— lo llama.
—No— responde secamente el hombre antes que una muralla de personas se interponga entre la cámara y él.
—No va a hacer declaraciones— dice en tono agresivo uno de sus acompañantes.
Y una mujer, fuera de cámara, le grita dos veces el mismo reproche al periodista:
—¡¿Para qué fuiste al Colegio Alemán?!
A todo esto, Erich Priebke -ex oficial de la Gestapo en Italia, acusado de crímenes de guerra, que acaba de salir de la prisión domiciliaria– ha ganado la puerta y alcanza a subir a un auto que parte a toda velocidad.
La imagen se corta.
El oscuro Eichmann y el visible Priebke
Poco más de 35 años antes, otro criminal de guerra, Adolf Eichmann -uno de los principales ejecutores del Holocausto-, había conmovido a la Argentina. El 11 de mayo de 1960, un comando del Mossad que había entrado clandestinamente al país lo secuestró en las afueras de Buenos Aires y lo interrogó durante nueve días en un piso franco, hasta que finalmente lo embarcó, drogado, con pasaporte falso y disfrazado de mecánico, a un avión de la compañía de aviación El Al con destino a Haifa para juzgarlo.
El proceso fue seguido por periodistas de todo el mundo, entre ellos Hannah Arendt, que lo registró en un libro que haría historia: Eichmann en Jerusalem. Un estudio sobre la banalidad del mal. Adolf Eichmann fue condenado a muerte por genocidio el 15 de diciembre de 1961 y ejecutado en la horca el 31 de mayo de 1962 en la prisión de Ramla.
Eichmann había llegado a la Argentina en 1950 con la falsa identidad de Ricardo Klement y cuando fue secuestrado trabajaba como técnico en la fábrica de calefones Orbis. Durante todos esos años no se mostró y vivió bajo estrictas medidas de seguridad. No participaba de actividades sociales ni hacía nada que pudiera exponerlo.
El caso de Erich Priebke fue la otra cara de la moneda. Como segundo a cargo de las temibles SS en Roma –bajo las órdenes de Herbert Kappler– había sido el principal responsable de la masacre de las Fosas Ardeatinas, unas minas abandonadas en las afueras de la capital italiana donde el 24 de marzo de 1944 comandó el fusilamiento de 335 partisanos y judíos. La explicación nazi era que se trataba de una represalia por un atentado ejecutado el día anterior por la resistencia en el que habían muerto 33 soldados de las Waffen-SS.
Terminada la guerra, Priebke fue capturado y enviado a un campo de prisioneros en la ciudad de Rimini, de donde escapó en 1946 con la ayuda de Odessa, la organización secreta desarrollada por grupos nazis para ayudar a escapar a miembros de la SS desde Alemania a otros países donde estuviesen a salvo.
Con un nombre falso y pasaporte de la Cruz Roja suministrado por el Vaticano, llegó al puerto de Buenos Aires en 1948 y pocos días después se dirigió hacia Bariloche, una ciudad donde, desde mucho antes de la guerra, los inmigrantes alemanes tenían una notable presencia.
Allí, aprovechando una amnistía del gobierno peronista para quienes hubieran entrado al país con identidades falsas, recuperó su nombre en 1950. Desde entonces –a diferencia de su colega Eichmann– no haría otra cosa que hacerse notar.
De mozo, por la escalera social
La escena que se relata al principio de esta nota es la que abre el documental Pacto de silencio, de Carlos Echeverría. Descendiente de alemanes por la rama materna, Echeverría estudió en el Colegio Alemán de Bariloche, para dedicarse luego al periodismo y al cine documental, sobre el que se especializó en Alemania.
En Pacto de silencio, Echeverría reconstruye la historia de Priebke en la ciudad para utilizarla como hilo conductor para el tema que realmente le interesaba contar: la transmisión de generación en generación de ciertos esquemas ideológicos dentro de la comunidad alemana en la ciudad en particular y en la Argentina en general.
—En realidad, yo no quise hacer una película sobre Priebke, sino que él fuera el vehículo para mostrar lo que yo venía observando desde antes de ese puntapié inicial que fue el rechazo a mi presencia en la capilla donde quise entrevistarlo. Eran distintas cosas que notaba desde chico y que tenían que ver con la transferencia ideológica de abuelos a nietos o de padres a hijos, porque si bien yo fui ajeno a eso, porque no era parte del núcleo duro de la comunidad alemana porque mi madre se había casado con un argentino, lo viví de muy cerca y siempre me impactó— dice Echeverría a Infobae.
Sin embargo, la historia de Erich Priebke y de su ascenso social en Bariloche está contada paso a paso. Desde un poco antes, incluso.
En su breve estadía en Buenos Aires, cuando todavía se ocultaba bajo una identidad falsa, Priebke trabajó como mozo en una de las cervecerías de la cadena Münich, cerca de Retiro.
—Era lógico –dice Echeverría a Infobae– porque antes de enrolarse en las SS, Priebke había trabajado en el rubro gastronómico en Inglaterra y en Italia.
Al llegar a Bariloche, con su verdadero nombre, siguió en el rubro. Primero en el Hotel Catedral y luego en otro hospedaje famoso de la ciudad, el Hotel Bellavista, donde llega a ser encargado. Su dueña lo recuerda como un hombre correcto y eficiente, pero también cuenta con no poca reticencia un episodio en el que dos turistas que se habían alojado allí se espantaron al verlo y que le dijeron que ese hombre tan correcto era un criminal de guerra. "Yo no sabía nada", dice la mujer y también reconoce que no hizo nada al saberlo.
Erich Priebke abandonó su puesto en el Hotel Bellavista por su propia voluntad. Sus planes de crecimiento económico y ascenso social lo requerían. El siguiente paso fue poner una fiambrería especializada en delicatessen en el corazón del barrio alemán de la ciudad.
"¡Uh, el nazi!"
Fue precisamente ahí, en esa fiambrería, donde Carlos Echeverría lo vio por primera vez, cuando tenía unos diez años. No supo quién era, pero un comentario de su madre le quedó grabado en la memoria.
—Fui a la fiambrería con un compañero de colegio. Yo nunca había ido, porque en casa no se hacían cenas alemanas, con mucho fiambre, creo que porque era caro. Cuando lo vi, me impresionó, porque me clavó la vista. Me dio la sensación de que al tipo no le gustaba que yo lo observara en ese lugar de fiambrero, de una fiambrería diminuta, con ese uniforme, el delantal blanco. Como diciendo: "Yo soy otra cosa, yo no soy esto"— recuerda.
Al volver a su casa, Echeverría les contó a sus padres que había ido a la fiambrería con su amigo. Fue entonces cuando a su madre se le escapó una exclamación:
—¡Uh, el nazi!
Echeverría nunca olvidó el episodio y, más de diez años después, cuando lo convocaron a hacer la filmación de un acto en el Colegio Alemán lo reconoció de inmediato. Ese hombre que estaba en el palco era aquel "nazi".
El poder en las sombras
Para entonces, Erich Priebke había cumplido su aspiración de transformarse en personaje notable y referente de la comunidad alemana de Bariloche.
—Empieza a ser un personaje más notorio a fines de los 70, principios de los 80, porque empieza a crecer el Colegio Alemán, que era al principio un establecimiento pequeño, de primaria nomás. Pero por esa época construye un edificio, arma también el secundario y el Instituto terciario. Priebke integraba la comisión directiva y se mostraba en distintas ceremonias. Aparece ahí junto a otras figuras de la sociedad barilochense, como un tipo que no necesita esconderse– dice Echeverría.
De esos años datan fotografías y grabaciones en video de Erich Priebke en actos y fiestas en compañía de jefes militares y de fuerzas de seguridad, y más tarde de concejales, la intendenta de la ciudad y legisladores.
También encabeza los actos de entrega de diplomas a los egresados de los diferentes niveles del Colegio Alemán. La Comisión Directiva era una suerte de poder en las sombras dentro del Colegio, donde no se hablaba del Holocausto y se "sugería" a autoridades académicas y docentes cómo encarar -o no encarar– ciertos temas. Por caso, los alumnos del Colegio fueron los únicos en no concurrir a las proyecciones que se hicieron en Bariloche de La lista de Schindler.
Erich Priebke estaba en su apogeo social, protegido por un importante sector de la comunidad alemana de Bariloche, hasta que su afán por figurar hizo que su imagen traspasara las fronteras de la ciudad.
Un libro, un reportaje, el final
El principio del fin de la edad de oro de Erich Priebke ocurrió en 1991, cuando el periodista Esteban Buch publicó El pintor de la Suiza argentina, un libro que revelaba al mundo la presencia del criminal de guerra nazi en Bariloche.
Para su investigación, el autor contó con una ayuda que parecía impensable dentro de la cerrada comunidad alemana de la ciudad. "La publicación de mi libro fue posible gracias a la ayuda de un grupo de amigos que juntó contribuciones de cerca de cien personas de Bariloche que querían que la presencia de nazis fuera denunciada y discutida públicamente. Eso ocurrió sólo de manera muy discreta en aquel momento, pero el recuerdo de ese dato al menos le pone un bemol a la imagen difundida en los medios de una comunidad formada exclusivamente de gente indiferente o favorable a la presencia de nazis", contaría después Buch.
El libro llegó a manos de una productora de la cadena de noticias estadounidense ABC, que se abocó a investigar los crímenes cometidos por Priebke en Italia. Con ese material recopilado, en 1994 un equipo televisivo encabezado por el periodista de ABC Sam Donaldson viajó a Bariloche y abordó sorpresivamente a Priebke en la calle. Su imagen recorrió el mundo y acabó con su impunidad.
La comunidad de Bariloche se dividió entre quienes defendían a uno de sus ciudadanos ilustres y quienes repudiaban su presencia en la ciudad. Mientras tanto, la justicia italiana y la alemana realizaron pedidos de extradición, lo que dio comienzo a una larga batalla judicial.
Extradición, condena y muerte
En noviembre de 1995, el gobierno argentino concedió la extradición a Italia, donde fue sometido a dos juicios sucesivos. En el primero, un tribunal militar decidió "no proceder, ya que el delito extinguió por prescripción", y ordenó la libertad inmediata de Priebke.
Sin embargo, el Tribunal Supremo de Italia anuló la sentencia y ordenó un nuevo juicio en su contra. Finalmente, después de numerosas apelaciones, en marzo de 1998 fue condenado a cadena perpetua, pero debido a su avanzada edad y a las leyes italianas cumplió con arresto domiciliario en Roma, hasta su muerte ocurrida el 11 de octubre de 2013.
La Cancillería argentina rechazó el deseo póstumo del criminal de guerra que había encontrado refugio en el país durante casi medio siglo: que sus restos fueran enterrados en la ciudad que lo había transformado en uno de sus ciudadanos más notables, Bariloche.
Presente hasta el fin
Carlos Echeverría estrenó Pacto de silencio en Bariloche en septiembre de 2006. Las autoridades educativas del Instituto Capraro –terciario del Colegio Alemán– permitieron la proyección en sus instalaciones, por lo cual –cuenta el director del documental– recibieron una severa reprimenda de la Comisión Directiva.
Erich Priebke seguía dividiendo las aguas en Bariloche.
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