Hacía unos años que habían iniciado los trámites cuando Paula y Gonzalo se fueron de viaje a una playa llamada Mollendo, en Perú. Eran una pareja joven, sin ningún problema para tener hijos biológicos, pero habían decidido que querían ser padres a través de la adopción.
Tomaban mate en la playa cuando los dos relataron lo que habían soñado. Él sólo recordaba que había soñado con una nena. Ella, que la nena salía del mar y se acercaba a hablarle. El sueño se resignificó unos años después, cuando leyeron las partidas de nacimiento: ese día había nacido Clara, la más chiquita de los tres hermanos que terminaron adoptando.
"Creo que yo siempre quise adoptar. Aunque no siempre lo vi con tanta claridad, lo tuve en mente desde chica", cuenta la mendocina Paula Santoni (37) a Infobae. "La maternidad fue algo que deseé mucho pero no sé si tenía el deseo claro de transitar un embarazo. Entonces no tuve que derribar esa creencia de que 'ser madre así es distinto', ni de que 'no van a tener nuestros genes', ni deconstruir la idea de 'bebé".
El deseo de adopción fue más nítido después de que se recibió de Licenciada en Niñez, Adolescencia y Familia y empezó a recorrer Hogares de niños. Tenía 30 años cuando dos momentos coincidieron: Paula empezó a salir con Gonzalo y, a la vez, se inscribió para ser madre adoptiva. "Me eligió como pareja con esta locurita en la cabeza", se ríe ella por Skype. "La idea fue madurando -completa él- hasta que fue un proyecto de los dos".
La decisión de adoptar no llegó, como suele pasar, después del sufrimiento por no haber podido tener hijos biológicos. Tampoco llegó con limitaciones: ser un bebé no era requisito para ser un hijo. El recorrido de ella, que además de ser docente universitaria había profundizado en Estudios de la infancia y Atención temprana, ayudó a derribar mitos, especialmente este: "Los chicos más grandes vienen con problemas".
"El proyecto inicial fue adoptar hasta tres niños de entre 0 y 6 años", cuenta Paula. Gonzalo Aranda (41), que es docente universitario, director y actor de teatro, admitió que no se animaba a ampliarlo a niños con discapacidad severa pero sí a extender la edad. Con el tiempo, la pareja modificó la postulación: ¿qué diferencia podía haber si la abrían a niños de 8 años?
Lo que hicieron no es lo común: sólo el 13% de los anotados aceptaría un niño de hasta 8 años, según datos de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con fines adoptivos (Dnrua). De los más de 5.000 parejas o personas postuladas en el país, sólo el 0,8% adoptaría a un chico de hasta 12 años.
Se inscribieron como aspirantes en 2013 y, en vez de esperar pasivamente, lo hicieron de manera activa: leyeron, participaron de charlas, y se unieron a un grupo hoy llamado "Amigos por adopción".
"Informarnos fue clave", cuenta él. "Recuerdo que leímos un libro que enumeraba las problemáticas con las que podían llegar los niños más grandes. Rebeldía, oposición, mentiras, problemas de conducta, querer escaparte y salir a jugar a la calle. Yo pensaba: 'Bueno, yo soy hijo biológico y también he sido todo eso'".
Claro que las esperas suelen ser largas, pero lo son especialmente para los aspirantes que sólo aceptan bebés de hasta 1 año: el 90% de los inscritos en el país, según datos oficiales.
"La espera es el momento para prepararse, para entender que la adopción no es un acto de caridad. Quien piense que lo es le va a hacer un gran daño a los niños que adopte, porque eso los pone en una situación de inferioridad: el adulto que ayuda al pobrecito que no tiene. Yo creo que la adopción es un acto de egoísmo: es uno el que quiere ser padre, y los niños te dan la posibilidad de serlo".
No habían pasado ni tres años desde la inscripción cuando recibieron un llamado. Les avisaban que empezaba el período de evaluaciones: entrevistas con psicólogos, visitas al hogar y el ingreso a la lista definitiva para que jueces de todo el país tuvieran acceso a su expediente. Dos días antes de la Navidad de 2016 recibieron, ahora sí, "el llamado".
Eran tres hermanos: Eva, de 6 años, Simón, de 5 y Clara, que todavía usaba pañales, de 2. "Fue una locura de ansiedad, no pudimos dormir. No le contamos a nadie y esa Navidad brindamos calladitos, era increíble lo que estaba por pasar", dice, y se ríe cuando recuerda la reacción de su marido.
"Nos citaron y nos dieron algunos datos. Yo quería saber más y Gonza me me decía 'bueno, vamos'. Yo pensaba ¿qué le pasa? ¿por qué se quiere ir? Cuando salimos al pasillo se largó a llorar desconsoladamente, creo que yo lo había visto llorar dos veces en toda mi vida. Lo único que repetía era 'son nuestros hijos, son nuestros hijos'".
Gonzalo recuerda ese día: "La sensación de ir caminando por la calle y que el mundo se había parado. Caminar y flotar"
El 26 de diciembre de 2016 fueron a conocerlos en medio de un caos de niños llorando y cuidadores. "Eva, la mayor, vino como desconfiada y nos dijo: '¿Ustedes son la nueva familia?'". Paula le dijo "sí" pero una psicóloga dijo 'no sé". Eva, de 6 años, puso cara de "uff, otra vez" y se cerró.
Al día siguiente, Paula y Gonzalo fueron más certeros. "Les dijimos: 'Nosotros queremos ser sus padres'. Queríamos darles seguridad, que supieran que estábamos ahí y que íbamos a estar siempre".
Los chicos, de a poco, empezaron a confiar: "Ese día nos escribieron con fibra las manos, había toda una necesidad de dejarnos marcas mutuamente", cuenta ella. Cuatro días después, Gonzalo y Paula se los llevaron a su casa. Simón, que ya tiene 6 años, es el que ahora salta detrás de sus padres para que también, desde Buenos Aires, lo veamos por la cámara.
"A veces nos dicen 'ustedes han hecho un gran acto de amor' pero la adopción no es un acto de amor. Amor es cuidarlos todos los días, ver qué necesita cada uno. Los padres adoptivos no tenemos un amor gigante, distinto, especial. Hacemos lo mismo que haría cualquier padre que ama a sus hijos", dice Paula. Su hijo, mientras, le tira del buzo para contarle lo que hizo la gatita que adoptaron.
"Hay que romper con esos mitos", cierra ella. "Los niños grandes no vienen con problemas: los niños son un problema para quienes no quieren ser padres. Lo demás es el día a día, el amor es una construcción. Adoptar es sólo una forma más de ser familia".
¿Piensan ahora en tener un hijo biológico? ¿Hay un casillero que completar? "Noooo", se ríe Gonzalo. Y cuenta por qué la semana que viene va a hacerse la vasectomía. "Ya está, no nos falta nada. Son ellos".