"Una chica de 15 años nos contó que sus abuelos se habían salvado gracias a una familia de polacos. Cuando casi nos estábamos yendo, llega esta familia de polacos. Nos pusimos a llorar todos. Ella pudo entregarles una carta escrita por sus abuelos y decirles que estaba ahí -viva- gracias a ellos". La categoría de anécdota devalúa la dimensión de la historia. La narra la licenciada Alejandra Tolcachier, mientras lamenta olvidarse otros testimonios con la misma profundidad emocional. Presume y confiesa disponer de cientos de experiencias similares: hace veinte años es la directora regional de Marcha por la Vida, el viaje que reivindica el deber de la memoria.
#Marcha es un proyecto para contar el Holocausto desde adentro, para que la historia no se circunscriba a una enciclopedia. "El relato no es histórico o lineal, se vive y se palpa en carne propia", define Alejandra, quien viajó por primera vez a Polonia, conoció el Gueto de Varsovia, el campo de exterminio de Treblinka, Majdanek, las fosas de Zbylitowza, Auschwitz, Birkenau en 1992, a sus 22 años. "Fui marchista. Recuerdo que los lugares no estaban preparados y los guías no estaban capacitados, lo que hacía que el impacto fuese mucho más grande. Volví y dije 'nunca más voy a pisar Polonia'. Regresé muy traumada, soñaba con las chimeneas, con los lugares que recorrí, quedé muy impactada con lo que puede hacer el ser humano".
El ser humano hizo el nazismo. En su última perversión criminal, cuando el Tercer Reich empezaba a resquebrajarse, miles de prisioneros pasaron del cautivo de Auschwitz -un campo de concentración- al terror de Birkenau -un campo de exterminio-. Muchos creían que les llegaba el alivio, cuando en verdad se trataba de un plan sistemático de aniquilación. Birkenau fue una fábrica de muerte: en 18 meses mataron a 850.000 personas. Esa travesía de hombres y mujeres débiles y hambrientos se extendía tres kilómetros entre la nieve y el frío. Eran las Marchas de la Muerte.
La Marcha por la Vida es el contrapeso de esa historia. La travesía se extiende por dos semanas: recorren las ciudades, los campos de exterminio, de concentración, los guetos, para estar en otro tiempo histórico pero en el mismo lugar donde sucedieron los hechos, celebran la creación del Estado de Israel y homenajean a los caídos en actos terroristas. El momento cúlmine es la conexión entre Auschwitz y Birkenau, cargada de vida y de memoria.
Alejandra Tolcachier lo describe como "un viaje educativo que reúne a jóvenes y adultos de más de cincuenta países". Seis años después de haberse jurado no volver a Polonia, la llamaron desde la organización central March of the Living porque había surgido la posibilidad de instalar una oficina en el Cono Sur con sede en Argentina. La entrevistaron, lo meditó, tuvo miedo y aceptó: "Cuando volví, me di cuenta que no podía dejar de viajar. Sencillamente porque es parte de mi vida, de mi familia".
En 1999 condujo al primer grupo de jóvenes argentinos que marcharon por la vida. Rápidamente comenzaron a definirse como "marchistas". "Empezamos con pocos chicos. Fuimos sumando gente y a partir de 2008 la delegación argentina tuvo un crecimiento muy alto. Los chicos que viajaban al volver transmitían sus experiencia y eso traccionaba al resto. No es lo mismo lo que podamos hacer nosotros que la impronta, la empatía y la devolución de los jóvenes. Ellos fueron los que empezaron a transmitir a sus mismos compañeros las increíbles experiencias del viaje. De ser 20 ó 30 pasamos a formar una delegación de más 800 personas".
#Marcha es un un proyecto transmedia dirigido por Marcos Gorbán: un documental, diez piezas audiovisuales y tres capítulos de televisión. Este sábado se transmite el último en la TV Pública
En abril de 2018 se desarrolló la edición número 30° de Marcha por la Vida y convocó a más de 17 mil personas de 52 países. Detrás de Estados Unidos y Canadá, la Argentina envió la delegación más nutrida. "No es importante el relato de la Shoá, sino cómo se relaciona ese relato sobre nosotros, sobre nuestra propia historia", concede Alejandra. El viaje no se reduce a estudiantes y judíos: "Escuchamos la demanda de los que quieren viajar. Hay muchos hijos que convencieron a sus padres de ir. Hay muchas personas que se acercan que no son judías, que quieren estudiar sobre la discriminación, el negacionismo y las minorías. El viaje ayuda a vincularse con lo humano".
El viaje es un umbral. Alejandra asegura que los que van, no vuelven igual. El propósito de la expedición es formar conciencias y por qué no aventurarse a pensar la construcción de un mundo mejor. "Queremos que vuelvan jóvenes que no sean indiferentes o apáticos. Que reaccionemos, que no seamos ignorantes, que podamos construir un mundo mejor desde la acción y para hacerlo necesitan involucrarse en la causa que mejor les parezca. Al regresar, los marchistas adoptan una militancia más fuerte, son más activos, más críticos. Eso me reconforta, ese es nuestro legado".
"Cada vez hay menos sobrevivientes, si no involucramos a los jóvenes, el Holocausto va a quedar como la historia de un libro", avisa. Los que viajaron lo entienden. "Es emocionante tener la posibilidad de hablar con testigos vivos del Holocausto. Es una forma de ejercer el recuerdo, de sentirnos una parte chiquita de esa construcción de memoria. Con nuestro testimonio queremos reconstruir la humanidad perdida en la Segunda Guerra Mundial. Porque un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro. Si nosotros queremos formar un futuro más humano, donde el totalitarismo no tenga lugar, hay que recordar, hay que hacer memoria. Si no hacemos memoria nos quedamos incompetentes ante lo que sucedió, con una actitud pasiva. Tenemos que ser partícipes activos en el proceso de reconstrucción de la memoria", definió Brian Frojmowicz de 17 años.
"A diferencia de lo que me había imaginado, las marchas son enérgicas. Ves la masa de gente que está representando a sus países, colegios, instituciones, y no lo podés creer. Es difícil entender lo diferentes que somos y la causa que nos une. No somos todos judíos, venimos por la memoria, para decir 'acá pasó algo' y para darle vida a un lugar de muerte", recordó Martín Fradkin de 16 años.
La potencia histórica, las atrocidades reveladas y el aire viciado de tragedia no vulnera la capacidad de los jóvenes de transformar las tristezas en alegrías. El llanto es incontenible, el consuelo es reparador y la risa es una forma de reivindicar la lucha. Los estados por los que atraviesan los estudiantes resumen el sentido de la #Marcha: "El recorrido tiene que ver con la muerte, la morbosidad, el engaño, las vivencias traumáticas y después la conexión con la vida, con los amigos, las ganas de volver para contarlo. No hay contradicciones en los sentimientos. Ellos tienen la posibilidad de pasar del llanto al abrazo, del abrazo a la risa. El grupo ayuda a realizar una experiencia significativa y alentadora, es maravilloso. El viaje es tan intenso que recién cuando llegan empiezan a decantar. Durante días se preguntan cómo lo proceso, cómo lo explico, por dónde empiezo a relatarlo. Es una vivencia que primero hay que asimilar".
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