Treblinka fue un campo de exterminio. Una escenografía que se montó dentro de un bosque para que la gente que descendía de los trenes creyera que por fin había llegado a un sitio digno y limpio, que el infierno del gueto se había terminado.
Muchas de esas personas aplaudían al llegar a Treblinka. Era el fin del calvario. No tenían tiempo para darse cuenta de que el reloj de la pared era escenográfico, y que siempre marcaba la misma hora porque estaba pintado. Las agujas de ese reloj, como los arbustos, como la misma estación del tren, eran falsos. Un engaño montado para que nadie se rebelara, para que entraran a la cámara de gas con mansedumbre. Creían que entraban a las duchas, y que después vendría el alivio porque les esperaba algo mejor.
Treblinka no fue un campo de concentración. Fue un campo de exterminio. Un mecanismo eficiente para matar a las personas rápido y a bajo costo. Una fábrica de muerte que no hacía prisioneros, solo eliminaba. Cuando una persona bajaba del tren -y quizás aplaudía- sólo tenía por delante una hora de vida. Nada más.
En toda la provincia de Jujuy viven 730.000 personas.
En todo Santa Cruz viven 330.000.
En Neuquén 620.000
En Río Negro 700.000
En Formosa 580.000.
En Treblinka se mataron a 850.000 en menos de un año y medio.
De la estructura de Treblinka no queda nada. Fue desmantelada por los propios nazis después de cremar los cuerpos. Había que borrar los rastros. Desaparecerlos. Desaparecer el cuerpo del delito. El concepto central de toda la operación: desaparecer. Una declaración de culpabilidad en sí misma, que tanto iba a repetirse en el futuro en Latinoamérica y en particular en Argentina.
A las 21 del sábado 8 de septiembre sale el primero de los tres capítulos de #Marcha. Son tres episodios que cuentan el viaje de los estudiantes a Polonia e Israel. Es el relato y la mirada de los chicos, la explicación de los guías, las sensaciones que se despiertan al recorrer Varsovia, Treblinka, Majdanek, Auschwitz, Birkenau.
#Marcha fue realizada por un equipo de siete personas que se integró a la delegación y grabó detalles y momentos a tres cámaras. No es un relato frío de gente que se sienta a contarle a una cámara lo que vivió días antes. La cámara está ahí, lo vive con los chicos, lo quiere compartir con el televidente.
Los que trabajamos en la tele solemos cometer el error de sentir que el trabajo termina en el momento en que el programa sale del aire. La realidad suele ser diferente.
En un programa de entretenimientos, por ejemplo, se apaga la luz y comienza el desarme de escenografía, el seguimiento de los participantes, la implementación y entrega de los premios a los ganadores… Pero también es cierto que después de la salida al aire termina el stress. Semanas, meses de trabajo fueron para esa hora, para ese rato en el que se entretuvo al público, en el que se jugó, se cantó o se hizo humor. Se apaga la luz, y lo demás son consecuencias. El climax es el aire. Ahí sí, termina todo.
Nunca mejor que en esta serie tenemos claro que el trabajo no termina con la emisión, sino que ahí es cuando comienza. El camino por recorrer a partir de ese momento es bien largo.
El proyecto nació hace dos años, cuando nos enteramos de la existencia de Marcha por la vida, un viaje educativo que cientos de personas emprenden todos los años a los campos de concentración que los nazis instalaron en Polonia para exterminar judíos, polacos, gitanos, homosexuales, negros, opositores, o discapacitados, entre tantos más.
A medida que avanzábamos en la producción descubríamos las nuevas miradas que hay sobre lo que sucedió en la Europa de los '40. Porque como buena ciencia, la historia es dinámica, y también es dinámica su interpretación.
Ya casi no se habla de "Holocausto", por ejemplo, porque una de las definiciones de holocausto es "sacrificio religioso". Eso no es lo que hicieron los nazis cuando emprendieron un sistemático plan de exterminio. Nada que ver. De ahí que se empiecen a estudiar nuevas denominaciones, y más efectivas maneras de contarlo.
#Marcha es una búsqueda en esa dirección. Una serie de tres capítulos que cuenta el viaje de cientos de adolescentes argentinos por Treblinka, Majdanek, Auschwitz, lo que queda de los guetos, y finalmente a Israel.
Es la historia de un genocidio contada desde la mirada de ocho chicos de entre 16 y 18 años. Es una historia que no termina de cerrar porque hubo repeticiones.
En 1939, ante un grupo de leales y obedientes, Adolf Hitler preguntó: "¿Quién se acuerda hoy de lo que pasó con los armenios?". No hay preámbulo más evidente para el genocidio que implementó poco después.
Brian, uno de los protagonistas del documental #Marcha salió con un equipo de producción a preguntar en las calles de Buenos Aires. La enorme mayoría de los entrevistados, ante a un multiple choice, dijo creer que Treblinka era el nombre de un estadio mundialista ruso. Las otras dos opciones eran: el nombre de un perro, o un campo de exterminio.
Si en las calles de Buenos Aires y de cualquier ciudad del mundo, la gente supiera que Treblinka fue un campo de exterminio y no un estadio ruso, si se entendiera con claridad qué fue lo que pasó allí, es posible que las "limpiezas étnicas" de los Balcanes y de Ruanda en los años '90 hubieran podido ser evitadas. O que se pudiera contar la historia argentina sin que la palabra "desaparecido"se cruzara en lo cotidiano, aún 35 años después de terminada la dictadura.
La memoria es el primer e indispensable escalón en el camino de la construcción de la Justicia.
Eso es lo que nos enseñan, no ya nuestros mayores, sino nuestros hijos.
Pues acá están. Ellos tienen la palabra.
#Marcha es la palabra de los adolescentes. Quizás ellos puedan decir mejor que nosotros. Es probable que ese camino nuevo que se empieza a dibujar con las nuevas generaciones, sea finalmente el camino.
SEGUÍ LEYENDO: