La última perversión criminal del casi derrotado Tercer Reich entre los otoños 1944 y de 1945 –Adolf Hitler se mató de un tiro el 30 de abril de ese otoño final– fueron las Marchas de la Muerte.
Mientras los aliados por el oeste y el ejército rojo ruso despedazaban Berlín y estrangulaban el bunker de Hitler y sus últimos fieles, las tropas nazis SS, verdugos de los campos de concentración y sus doce millones de muertos, destruyeron toda evidencia posible de la mayor atrocidad del siglo XX y desplegaron las Marchas de la Muerte…
Prisioneros hambrientos, débiles, enfermos, quebrados a fuerza de trabajo forzado, condenados sin remedio, no tuvieron el liberador final de una bala –algo tan fácil para los monstruos–. Los hicieron caminar por la nieve, y bajo la crueldad del clima, hasta las estaciones de tren, encerrados en vagones de ganado sin agua ni comida, y llegados a destino debían caminar nuevamente hacia otro campo. Sólo aquellos que claudicaban, en su último aliento, eran asesinados.
Así pasaron, como en un film de horror, los cautivos de Majdanek, Kaiserwald, Stutthof, Mittelbau–Dora, Dachau, Auschwitz…
Según los cálculos más piadosos, esas marchas le arrebataron la vida a 15 mil almas… De ellas, 8 mil judíos. Y de ellos, 6 mil mujeres.
Pero no sólo la victoria aliada y sus laureles fueron suficiente justicia. Seguía vivo, pero en riesgo, algo peor: el olvido, demonio de la repetición del Mal…
Por eso, a partir de 1988 y hasta hoy, hombres, mujeres, jóvenes (judíos y no judíos), crearon la luminosa contracara del espanto: las Marchas por la Vida.
Desde entonces y hasta hoy, cientos de miles caminaron desde Auschwitz –el Infierno en la Tierra– los tres kilómetros que lo separan de Birkenau, otro calvario.
En la última, que empezó el 8 de abril de este año, a la una de la tarde, en el aeropuerto de Ezeiza para embarque hacia Polonia, reunió a 17 mil almas de 52 países. Entre ellos, 850 argentinos. Gesta filmada por el artista Marcos Groban: un documental se sobrio título (#Marcha). Tres capítulos que se verán en la tevé pública desde el sábado a las nueve de la noche.
Testimonio de dos de los ocho jóvenes argentinos que se presentan así:
Brian Frojmowicz:
"Tengo 17 años. Me interesan los dilemas políticos desde pequeño, y todo lo relacionado a los conflictos de las distintas sociedades, especialmente durante los totalitarismos. Lector apasionado. Amante de la comida de la bobe y del judaísmo, no desde su perspectiva religiosa (aunque acudo a la sinagoga en época festivas), sino desde lo cultural. Soy perseverante, cualidad esencial en mi familia y afectivo. Memorioso. No niego que tengo fuerte carácter y me meto en muchas discusiones de manera constructiva a lo largo de mi vida".
Martín Fradkin:
"Tengo 16 años y quiero compartir con ustedes esta experiencia: una de las cosas más profundas que viví y sentí. Para empezar, mi padre es judío pero mi madre no, de modo que provengo de un vientre goi. No soy considerado judío… No tuve mucha influencia ni educación judaica hasta que comencé mis estudios secundarios en ORT, en 2015."
Brian Frojmowicz
"De la Sohá creía saber mucho, pero al llegar a Polonia y entrar en conflicto con lo sucedido allí, me dí cuenta de que sabía poco y nada. Si bien no tengo familiares directos que murieron en la Shoá, fue siempre algo presente en mi familia. Mi bobe Mirla y mi zeide José quisieron de Jony y Brian (yo), hiciéramos la Marcha por la Vida. Mi zeide murió ante, pero le hubiera encantado".
Martín Fradkin
"Para comenzar mis estudios tenía que hacer la Mikve, el baño de purificación. No era un obstáculo, pero sí el Brit Milah. Me pregunté: ¿por qué debo amputar una parte de mi cuerpo para la aceptación de otros? Pero pasado el tiempo comencé a tener una vida judía más activa. Cada vez que pisaba un templo había algo que me decía 'Este es tu lugar'. Recién en agosto del año pasado me convertí al judaísmo".
La Marcha por la Vida
Lloraron donde hubo muerte. Visitaron las ruinas del Gueto de Varsovia. Acariciaron las piedras de Treblinka. Caminaron por las vías del tren que lleva a Auschwitz. Pisaron las cámaras de gas. Cantaron todos juntos "La Memoria" de León Gieco para no olvidar. Volvieron cambiados de ese viaje que les hizo sentir la atrocidad del genocidio mientras recorrían los campos de exterminio nazi. Así fue su experiencia:
Brian Frojmowicz
"La Marcha por la Vida nos presenta un conflicto temporal. ¿Cómo reconstruir el pasado? Es difícil repetir las condiciones materiales de otra posibilidad de una Shoá. El tiempo ha pasado. Veo Treblinka. Piedras talladas con nombres de ciudades desde donde llevaron a las víctimas. No hay nada que me transmita 'muerte'…, pero sin embargo lloro. Cantamos 'La Memoria', de León Gieco…".
Martin Fradkin
"La primera excursión fue al Cementerio Judío de Varsovia. Un baldazo de agua fría. Un golpe que te ubica en espacio y tiempo. El Gueto (lo poco que queda) está destruido y abandonado… pero la gente pasa delante de un McDonald's como si nada. Las calles no te hacen sentir bienvenido. Se respira una energía pobre y negativa. La arquitectura es triste. Pero esto es sólo una introducción".
Brian Frojomowicz
"Llego a Majdanek. Está todo. Pero… ¿está todo? Veo una cámara de gas. La piso, la recorro. ¿Hay que ponerse en el lugar de los que allí se enfrentaron con la muerte? Para mí es imposible, o por lo menos muy complicado. Prefiero apuntar hacia el futuro. Hacia la vida.
Llego a Auschwitz. La sociedad occidental sucumbió ante lo sucedido allí. Una tragedia carente de respuestas. Escribieron 'El Trabajo Libera' sobre la puerta de ingreso al capo, mientras los tatuaron, los cosificaron, los subhumanizaron, los mataron, y los eliminaron existencialmente. Dejo un cartel: "Un pueblo que no tiene memoria, no tiene futuro". Y renuevo mi esperanza".
Martín Fradkin
"Estoy en Treblinka. Nadie puede imaginarse lo que pasó en ese lugar. Hoy no es más que un lindo y verde bosque lleno de piedras…, pero hay que darle otro sentido. Está abierto a la imaginación de cada persona…, dentro de lo posible. Aquello era una máquina de muerte. Los que llegaban no sabían qué les pasaría… y los mataban antes de que pudieran entender la verdad. Polonia pega fuerte".
Brian Frojmowicz
"Además del recorrido por las salas donde aniquilaron y cremaron miles de vidas cada día, hay una urna gigante con toneladas de cenizas. Impacta y me desconcierta. Es difícil de entender, pero se puede aprender y transmitir.
Y llega el último día de la Marcha, que empieza con la visita a Auschwitz. Te explican el funcionamiento: cuándo los tatuaban, donde dormían, que ropas los cubrían. Sabíamos dónde nos encontrábamos, pero tirados en el piso, intercambiando pines, gorras, remeras, con las delegaciones de los otros países, sentíamos el orgullo de decir 'Todos somos judíos'. Y recordábamos las palabras de Martin Luther King: 'No me asusta la violencia de los manos, me aturde el silencio de los buenos'".
Y por fin llegó Israel. Y entendí todo. Sentí que estaba en el lugar correcto, y en el momento más indicado. En nuestra tierra prometida. Por eso… ¡yo marcho!"
Martin Fradkin
"Por último llegué a Majdanek. Para mí, ¡el peor de los campos! La reconstrucción del escenario más aterrador. Si con solo oír hablar de ese lugar te helaba la sangre, entrar, caminar, tocar, es algo imposible de transmitir… a pesar del maravilloso verde el paisaje, y siempre que uno desvíe la mirada y evite las barracas, las cámara, los hornos…
Enfrente hay casas, familias, gente que pasea a sus perros como si nada. Lo mismo que harían en cualquier parque… Pero ese encanto dura apenas un rato. Más tarde o más temprano, con la piel más blanda o más dura, el temblor de pies a cabeza nos recuerda los gritos, la sangre, el espanto. Y es mejor que así sea. Porque hay que recordar. Por eso, ¡yo marcho!".