Hay algo que los une. Es invisible y sensible pero la empatía es perceptible. Apenas se conocen. Brian tiene acné y saluda a Lea, que no se levanta de su butaca porque tiene una bota en su tobillo derecho. Juntos charlan segundos antes de ser buscados por los fotógrafos. No son celebridades pero protagonizan un material audiovisual que verán, minutos después, cientos de espectadores en el CCK. Los separan décadas y generaciones, pero los empata un sentimiento común: la memoria.
Relatan, juntos, #Marcha, un documental que aborda el genocidio del pueblo judío desde las visiones y las reacciones de jóvenes entre 16 y 18 años. El espíritu del material se consolida en ellos, en sus historias fértiles, en sus vidas por hacer: los jóvenes preguntan, los cuatro sobrevivientes responden y las atrocidades que padecieron se constatan en el lugar de los hechos.
Esos contrastes se transforman en experiencias, en la autenticidad de esos jóvenes que lloran las crueldades de desconocidos. No tan desconocidos. Brian entrevistó a Lea. Ella le contó que "no sé bien lo que es el infierno, pero creo que ya lo conocí", que resistió dos años en Auschwitz, que no sabe cómo explicar con palabras lo que fue sufrir la falta de comida y las 184 calorías diarias que recibía, y le dijo una frase que es replicada sin distinción de edad ni cantidad de cicatrices en vida: "Los pueblos que no tienen memoria no tienen futuro".
En su narración, Lea procuró secarse los ojos por debajo de sus lentes con un pañuelo blanco. Brian no supo cómo ocultar sus lágrimas. En el campo de concentración de Majdanek, en Polonia, percibió el terror de los sistemas de aniquilación nazis. "No puedo sentir otra cosa que miedo", reconoció. Ese día se encontró con el recuerdo de 2.500 zapatos de judíos asesinados (Martín, otro de los estudiantes, atinó a preguntarse cómo habían sido esas personas que antes habían usado esos últimos zapatos), con el mausoleo donde se conservan siete toneladas de cenizas humanas y con el azul que el Zyklon-B dejó pintado en paredes de las cámaras de gas.
"Es emocionante tener la posibilidad de hablar con testigos vivos del Holocausto. Es una forma de ejercer el recuerdo, de sentirnos una parte chiquita de esa construcción de memoria. Con nuestro testimonio queremos reconstruir la humanidad perdida en la Segunda Guerra Mundial. Porque un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro. Si nosotros queremos formar un futuro más humano, donde el totalitarismo no tenga lugar, hay que recordar, hay que hacer memoria. Si no hacemos memoria nos quedamos incompetentes ante lo que sucedió, con una actitud pasiva. Tenemos que ser partícipes activos en el proceso de reconstrucción de la memoria", enseñó Brian.
El documental acompaña la travesía de un grupo de jóvenes que recorren el Gueto de Varsovia, el campo de exterminio de Treblinka, Majdanek, las fosas de Zbylitowza, Auschwitz, Birkenau y el Muro de los Lamentos en Jerusalén.
El viaje educativo finalizó en abril de 2018 con la edición número 30 de la "Marcha por la vida", la reinterpretación de los tres kilómetros que separan Auschwitz de Birkenau, el campo de exterminio que construyó el nazismo para aplicar la "solución final", el eufemismo con el que denominaban el plan de exterminio sistemático. Delegaciones de 52 países, cerca de 15 mil personas, entre ellas 700 argentinos, participaron de un encuentro global que anhela resignificar la historia.
Martín, que siempre supo que quería realizar este viaje con el contrapeso emocional de sus pares, explica la consigna de la movilización: "Las marchas son enérgicas. Ves la masa de gente que está representando a sus países, colegios, instituciones, y no lo podés creer. Es difícil entender lo diferentes que somos y la causa que nos une. Ni siquiera somos todos judíos, pero venimos por la memoria, para decir 'acá pasó algo' y para darle vida a un lugar de muerte".
Lea Zajac de Novera y Julius Hollander volvieron, por un instante y a través del documental, a ese tiempo histórico. Coinciden en el sentimiento de emoción y en los esfuerzos por recrear los años más oscuros.
"Es apenas una porción de las diez millones de cosas que vivimos allá", precisó Lea.
"En gran parte demuestra lo que fue esa época funesta de la historia. Pero la realidad fue mucho peor", aseguró Julius.
Respondieron, sin saber que también se correspondían, que lo peor que les tocó vivir fue el hambre. Lea recordó a sus compañeras en los campos de concentración de Auschwitz: "Tuve la suerte de dar con un grupo de chicas del partido comunista que me enseñaron lo que es la solidaridad. Porque cuando tenés hambre dejás de razonar y ya no sos un ser humano". Julius contó el trauma que le producía la falta de comida: "Allí no había solución. El hambre es feroz, es un dolor de todo el cuerpo. De noche soñaba con comer, pero no me imaginaba comiendo grandes manjares, soñaba únicamente con pan".
El documental narra la magnitud de un período sombrío de la humanidad desde el discurso de los sobrevivientes y la asimilación de los jóvenes. Esa interpelación es para el director Marcos Gorbán, el diferencial. "Sentimos que nuestro aporte para la construcción de memoria era poner las historias en manos de los jóvenes. Saramago dijo que la vida nos presta a los hijos para que los criemos y luego pertenecen a la vida. Quisimos empoderarlos para decirles: 'Chicos, la historia es de ustedes, cuéntenla'".
Y la cuentan. Como concluye Martín: "Queríamos decirles que no fue en vano, que nada fue en vano".
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