Antes, justo antes de que todo se convirtiera en tragedia, hay un recuerdo. Pertenece a su mamá y sucede en una sala del Hospital Fernández. La mujer está en camisón frente a dos incubadoras. Sus hijos son gemelos idénticos -se gestaron en la misma bolsa amniótica y compartieron placenta- y la mujer sonríe al comprobar eso que dicen que sucede entre los gemelos: cuando uno le aprieta el dedo índice, también lo hace el otro. Están en un mismo compás: suelta uno, suelta el otro.
La escena es mínima: es que no hubo más tiempo.
"Tres días después de nuestro nacimiento le dijeron que mi hermano gemelo había muerto", cuenta Pablo Báez (45) a Infobae. "Pero no le dejaron ver el cuerpo y por eso mi mamá nunca se lo creyó".
Norma Kaenzig, su mamá, había nacido en Misiones pero tenía raíces suizas. Era alta, blanca y tenía el cabello rojizo. Trabajaba en un puesto de diarios cerca del Hospital Fernández, en Palermo, cuando conoció al joven entrerriano que luego fue el padre de sus hijos. El muchacho era mozo en el restaurante "El Pulqui", al que iban muchos profesionales del hospital.
El 5 de junio de 1973, Norma -27 años, embarazada de 7 meses- fue a hacerse un control. "Vivían en San Miguel pero mi papá quería que fuera al Fernández porque él atendía a los médicos en el restaurante y eso le daba confianza", arranca Pablo, desde Suiza, donde vive desde la adolescencia. No la atendió su médico -el que le había anunciado que era un embarazo gemelar- sino una partera desconocida: "Le dijo: 'Señora, acuéstese ahí, vamos a prepararla para el parto'".
Norma -que tenía a upa a su hijo mayor, de 10 meses-, se asustó: '¿Qué parto, si vine a un control?', preguntó. Una enfermera le contestó: "Señora, si usted se va de esta sala y se le mueren los bebés en la panza, nosotros no nos hacemos responsables". Los gemelos pesaban poco más de un kilo, así que nacieron -tras un parto provocado- y fueron directo a las incubadoras.
"Mi mamá dice que estuvo siempre muy dopada pero que, una noche, escuchó a una persona que hablaba con otra acerca de 'los mellizos'. No sabe si esa conversación existió o fue una voz interior pero se levantó y fue hasta la sala de las incubadoras. Adentro había tres hombres con sobretodos oscuros y uno fue como loco a la puerta y le dijo: '¿Y usted quién es? Después le dijo que eran empleados del hospital, que estaban arreglando unas cosas, que se fuera a dormir".
Cuenta que le dieron una inyección, que se durmió. Y que a la mañana, cuando volvió, una de las incubadoras estaba vacía. Ahí le dijeron que Carlos había muerto y que no podía ver el cuerpo porque podía afectarle psicológicamente y atentar contra la crianza del gemelo que le quedaba. Su marido fue el encargado de reconocerlo y, durante años, dijo que sí, que era el cuerpo de su hijo.
"Pero nunca lo había mirado, no se animó, lo confesó hace poco. Dijo eso para que mi mamá se tranquilizara", cuenta Pablo. Mentirle no fue una buena idea: la mujer terminó sospechando que su marido había pactado la venta de uno de sus hijos.
En 1989, en plena hiperinflación, los Baez se mudaron a Berna, Suiza. Dejaron acá una vida en suspenso: no vendieron su casa, no se llevaron los restos de Carlos. Mucho tiempo después, cuando ya habían pasado 25 años de la tragedia familiar, Norma volvió a Argentina con una idea estacada en la mente: sacar del país clandestinamente los restos que descansaban junto a la lápida con el nombre de su hijo.
"Quedaban muy poquitos restos, mi mamá los guardó en la funda de una cámara de fotos y se los trajo". El prestigioso laboratorio estadounidense Orchid Cellmark, en Dallas, confirmó la sospecha eterna: "El resultado mostró, con un 99% de certeza, que no eran los restos de mi hermano. Nos dieron el cuerpo de otro. Yo sabía que estaba vivo, es mi gemelo, no puedo decir que me haya sorprendido", dice Pablo.
¿Es un mito que existe una conexión especial entre los gemelos idénticos? "No es un mito. Existe incluso cuando se crían separados", explica a Infobae Marta Fatone, médica, psicoanalista y especialista en embarazos y crianzas múltiples. "Pensemos que comparten el 99,9% de su ADN: es un sólo óvulo con un espermatozoide que se dividió después de la fecundación y formó dos embriones. Compartieron la gestación en una misma bolsa, la misma placenta. El otro es como su clon, su espejo. La experiencia muestra que, en muchas ocasiones, pueden percibir lo que le pasa al hermano".
Los Baez no tuvieron suerte con el Banco Nacional de Datos Genéticos porque les dijeron que sólo buscan chicos apropiados durante la dictadura. Tampoco con los gobiernos: "En la embajada suiza nos dicen que se tienen que ocupar de buscarlo en Argentina. En Argentina nos dicen que no, porque yo vivo en Suiza".
Hicieron todo lo que estaba a su alcance: radicaron la denuncia en el Juzgado de instrucción n°23 y fueron al Hospital Fernández a pedir las actas de nacimiento: "Pero me dijeron que hubo un incendio y se quemó todo". Fueron a organismos de Derechos Humanos en Berna, en Ginebra, a Cruz Roja en Argentina y en Suiza. Nada por aquí, nada por allá. Nadie está buscando formalmente a su hermano. Hace dos años, además, viajaron a Argentina a grabar su historia para la película "Secreto a voces".
"Sigue pasando el tiempo, mi mamá ya tiene 72 años, no está bien", se entristece Pablo. Además de aquel hijo que tenía 10 meses cuando nacieron los gemelos, tuvo otros dos varones. Nunca, igual, pudo sacarse de encima la telaraña de tristeza por el hijo robado.
"Mi hermano puede estar en cualquier lado, no sólo en Argentina. En aquella época había muchos europeos que venían a buscar chicos. Un chico rubio de ojos celestes facilitaba mucho las cosas a un gringo".
No tienen más datos que esos. Nadie alcanzó a sacarle una foto. "Pero somos idénticos, la única foto de mi hermano soy yo", cierra Pablo. Y cuenta, con algo de pena, un ritual que repite cada 5 de junio, esté donde esté. Se mira en el espejo y lo dice en voz alta, a los dos: feliz cumpleaños.
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