Los cinco agentes del Servicio Penitenciario Federal (SPF) miraban a Lucas Mendoza cuando en marzo pasado contó ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata lo que había vivido 10 años antes en la cárcel de Ezeiza: "Uno de tantos golpes ahí ya se acostumbra, de tantos malos tratos uno se adapta a esa forma de vida. Lo hacen un animal prácticamente. Esta gente que son peores que nosotros por cómo nos tratan. Ahí dejamos de ser seres humanos".
Poco después de las 10 de la noche del domingo 9 de diciembre de 2007, Mendoza y su amigo Claudio Nuñez jugaban a las cartas con otros dos presos de nacionalidad china en el pabellón B del módulo II de Ezeiza. Hubo cargadas, puteadas y la partida terminó mal. Los cuatro internos se agarraron a trompadas y a los pocos minutos ingresaron entre 10 y 15 agentes de requisa del SPF. Fueron a buscar a Mendoza y a Nuñez, los sacaron del pabellón y los llevaron a una "leonera", el nombre que en la jerga carcelaria tiene el lugar donde esperan los presos antes de ser llevados a tribunales y que tiene esa denominación porque lo único que hay para hacer es caminar, como lo hacen los leones cuando están enjaulados.
Mendoza relató lo que pasó: "Esa noche entraron a mi celda, me pegaron, me sacaron, me llevaron a la ´leonera´ y con los pies esposados en el piso me pegaron a más no poder con los palos. Después tuvieron el tupe de sacarme las zapatillas, las medidas y pegarme con un palo en los pies y apoyarme el palo en el ano. ¿Con que necesidad? Ya demasiado me torturaron psicológicamente, mentalmente y encima ¿qué más quieren hacer? Faltaba, no sé, que me quiten la vida o algo más". Junto con Mendoza estaba Nuñez, ambos tirados en el suelo, y dos agentes del SPF, contó en el juicio: "Se iban turnando para pegarnos, un rato conmigo, un rato con Claudio".
Mendoza y Nuñez no eran dos presos más. Tenían "fama" por haber sido los primeros menores de edad de Argentina en ser condenados a prisión perpetua, algo que la ley prohibía pero que la justicia permitió. En 1999, los jueces Tribunal Oral de Menores Eduardo Albano, Marcelo Arias y Claudio Gutiérrez de la Cárcova los condenaron. A Nuñez por cinco homicidios, a Mendoza por dos y a ambos por robo agravado, tenencia ilegítima de arma de guerra y asociación ilícita por hechos que ocurrieron entre octubre de 1996 y enero de 1997, cuando Mendoza tenía 16 años y Nuñez 17.
Eran amigos del barrio Ejército de los Andes, más conocido como Fuerte Apache, en ciudadela, y sus historias de vida -con padres golpeadores y abusivos y contextos sociales desfavorables- y en el mundo del delito en "La banda de Rosendo" las contó Claudia Cesaroni en el libro "La vida como castigo", en el que relató los casos de los adolescentes condenados a perpetua.
Después de las torturas que sufrieron en la "leonera", Mendoza y Nuñez fueron llevados a la enfermería del SPF donde no contaron lo que pasó. Dijeron que tuvieron problemas en el pabellón. Mendoza dijo en el juicio que tuvo que caminar en puntas en pie por los golpes que recibió y de la enfermería fue llevado al pabellón en silla de ruedas. "Pata-pata", se conoce en la jerga carcelaria a los golpes en las plantas de los pies con los bastones que usan en el SPF.
Presentar una denuncia contra los agentes por los golpes trae consecuencias. Mendoza lo sabía y solo se lo contó a su mamá. Pero la mujer se puso en contacto con el abogado de su hijo, Juan Hernández, y con la Procuración Penitenciaria de la Nación (PPN), el organismo que vela por los derechos de las personas privadas de la libertad. Mendoza no quería hacer la denuncia. Pero su abogado puso en conocimiento de lo ocurrido al juzgado de Ejecución a cargo de la condena ("se ve que cuando me vio mi abogado se asustó", dijo en el juicio) y el magistrado, obligado por haber sido puesto en conocimiento de un delito, hizo la denuncia. Además, Mendoza le permitió a los abogados de la PPN documentar el caso con fotos y un relato de lo ocurrido. .
El caso quedó a cargo del juez federal de Lomas de Zamora Alberto Santa Marina que lo cerró porque se quedó con el testimonio de Mendoza y Nuñez que no podían reconocer a sus agresores porque estaban con cascos.
Mendoza y Nuñez pasaron por distintos institutos de menores y cárceles durante 20 años. Se volvieron a encontrar en Ezeiza. Mendoza se fugó en agosto de 2006 de la colonia penal de Ezeiza, con un régimen semi abierto, y cuando fue recapturado fue llevado a esa cárcel. Nuñez pasó de la unidad de Devoto a Ezeiza.
Mendoza contó que por esa fuga estaba "marcado" en Ezeiza. Esa noche de diciembre de 2007 no fue la primera en la que era golpeado. Fueron varias anteriores y con un sistema establecido: "ya se manejan de esa manera: cabeza gacha, las manos atrás en la espalda tocándote un poco más la nuca, agarrándote los dos, pasándote un palo por entre medio, levantándote así y llevándote. Y pegándote patadas, piñas, palazos y lo que venga y dale lo que va. Y no te caigas porque te patean de todos lados. Te pegan, te patean, te hacen de todo. Te escupen, te mean, lo que sea. Se toman el laburo así y a veces se les va la mano y matan pibes también. Yo conozco a pibes que no están más, que ellos los mataron".
Los casos de Mendoza, de Nuñez y de otros tres menores de edad condenados a perpetua llegaron a la Corte Interamericana de Derechos Humanos por una denuncia de la Defensoría General de la Nación. En mayo de 2013, el tribunal responsabilizó a Argentina por incumplir tratados internacionales que fueron incorporados a la Constitución Nacional sobre los derechos humanos de los menores y dispuso que esas condenas a perpetua sean revisadas.
Uno de los argumentos que utilizó la Corte Internacional fueron las torturas que sufrieron en Ezeiza y pidió que se investiguen. A pedido de la Procuraduría contra la Violencia Institucional (Procuvin) y del fiscal federal Sergio Mola, el caso se reabrió y fueron detenidos los cinco agentes del SPF que confeccionaron el parte disciplinario de Mendoza y Nuñez: el jefe de turno del Módulo II, Rubén Constantín, el jefe de requisa, Jorge Puppo, y los agentes de requisa Sergio Giménez, Pablo Jara y Víctor Salto.
El caso llegó a juicio y Mendoza se sentó ante el Tribunal Oral para contar lo que vivió esa noche de diciembre de 2007. Ya estaba en libertad porque tras el fallo de la Corte Interamericana la condena a perpetua fue revocada, se le impuso una nueva que por el tiempo que estuvo detenido se le dio por cumplida. Nuñez no fu testigo. Se suicidó el año pasado. "Mi amigo que tendría que estar hoy acá, que sufrimos juntos, se quitó la vida de tantas torturas que hemos pasado", contó Mendoza.
Ante el Tribunal Oral de La Plata, los cincos agentes del SPF estaban a la izquierda de Mendoza y escuchaban su relato. "Me sacaron pegándome como rutina como habitual. Yo ya lo veo normal. Yo fui y le dije ¿por qué venis preguntando por mi sin yo haber hecho nada? ¿por qué me pegan? Nunca te explican nada. Me cagaron a palos. No sé porque hacen lo que hacen. Se toman muy a pecho su trabajo. Yo era menor y no sabía que era una perpetua. Cuando cumplí 21 entendí porque otro preso, que llevaba 25 años preso, me dijo ¿vos sabes lo que es una perpetua, pibe?"
Mendoza contó que está casi ciego por un golpe de pelota que recibió en 1997 en el instituto Agote y por una una cicatriz de toxoplasmosis; que tuvo ayuda psicológica y que después de 20 años preso no quiere volver más a la cárcel: "Me he criado ahí adentro. Me criaron estos tipos a mí. Espero no volver más".
Los acusados reconocieron que sacaron del pabellón a Mendoza y a Nuñez pero negaron las torturas. Señalaron que los golpes que tenían fueron provocados por una pelea previa y que databan de entre nueve y 12 días antes del hecho. Pero tanto los médicos de la PPN y del Cuerpo Médico Forense concluyeron que las lesiones (escoriaciones y hematomas en distintas partes del cuerpo) tenían de tres a cinco días, plazo que coincidía con las torturas en la "leonera".
Mendoza dijo que no recordaba una pelea en el pabellón con los presos chinos. Uno de ellos, Yan Meng Gui, declaró en el juicio. Dijo que sí hubo una pelea. Contó que por una cargada en el juego de cartas se agarraron a trompadas y patadas, que duró unos pocos minutos hasta que llegó la requisa y que no pelearon con palos, más allá que en el pabellón había. "No recuerdo esa pelea. Si ocurrió no pasó a mayores porque he tenido miles de peleas y hasta fui apuñalado. Pero los golpes obviamente que fueron producto del Servicio Penitenciario porque cuando una persona se pelea con otra no se pega en los pies", declaró Mendoza.
En el juicio la acusación estuvo a cargo del fiscal Carlos Dulau Dumm y del abogado de la PPN Sebastián Pacilio. Los jueces del tribunal oral Alejandro Esmoris, Pablo Vega y Germán Castelli condenaron al jefe del módulo Constantín a seis años de prisión y a los agentes requisa Giménez y Jara a cinco años por el delito de imposición de torturas. Además fueron condenados de manera perpetua a ejercer cargos públicos.
Los magistrados descartaron la versión de que las lesiones fueron provocadas por la pelea en el pabellón por los presos chinos –dijeron que las marcas en los pies no se justifican en una pelea entre presos– y señalaron que los tres agentes condenados estuvieron con Mendoza y Nuñez cuando sufrieron las lesiones porque figuran en el informe disciplinario. Los tres están presos pero quedaron cerca de acceder a la libertad condicional porque llevan más de tres años presos.
En tanto,el jefe de requisa Puppo, y el agente Salto fueron absueltos por el beneficio de la duda y liberados. Durante el juicio no se pudo determinar en qué momento llegaron a la "leonera" y si fueron partícipes de las torturas.
El tribunal dio a conocer hace una semana los fundamentos del veredicto -que puede ser apelado- y ordenó que se abra una causa para investigar a un celador del SPF y a dos médicos falso testimonio por haber dicho que las torturas que recibieron Mendoza y Nuñez fueron por la pelea en el pabellón.
"¿Por qué hacen eso? Si en vez de ayudarnos, nos están verdugueando. ¿Por qué hace eso? En vez de resocializar están haciendo una persona peor estos tipos. Son peores que nosotros. ¿Por qué no resociabilizan a la gente? Asi no van a resocializar a nadie. Van a sacar una persona peor, con odio, rencorosa, con dolor. Yo vivo con dolor. ¿Sabes como estoy yo? ¿Por qué hacen así? Toda la vida me hicieron así. Yo 20 años estuve preso, con dolor", dijo Mendoza al final de su testimonio, entre lágrimas.
Lucas hoy tiene 37 años, terminó el secundario y vende pañuelos en oficinas de La Plata: "Yo estoy tratando de sobrevivir". Y se jura que no quiere volver más a una cárcel. Pasó la mitad de su vida allí.