Detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia Católica

El periodista y escritor Julián Maradeo explica el sistema de encubrimiento que protege a los curas acusados de pedofilia, urdido desde lo más alto de la Curia Romana. Extracto de su nuevo libro "La trama"

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Theodore McCarrick, el arzobispo de
Theodore McCarrick, el arzobispo de Washington que acaba de ser apartado por el Papa Francisco debido a las numerosas acusaciones de abuso sexual

A mitad de 2017, cuando estábamos presentando el documental "No abusarás" en una sala de la Ciudad de Buenos Aires, algo ensimismado por lo que había visto en la pantalla, un espectador (se) preguntó: "¿Por qué no hay movilizaciones multitudinarias por esto? ¿Por qué no hay grandes manifestaciones que presionen a la Iglesia para que entregue a los sacerdotes denunciados a la justicia civil?". ¿Por qué? Es difícil saberlo.

Sin embargo, más allá de la apatía social, aunque nadie deja de aborrecer cada caso de abuso sexual, los juicios orales contra los sacerdotes acusados se suceden . Hay que dejar algo en claro: éstos se sostienen gracias a la conmovedora voluntad de los sobrevivientes y sus familias, que dan una pelea desigual y con enormes posibilidades de perder. Los ejemplos sobran.

Los sobrevivientes se enfrentan a una institución que se encuentra en el corazón de la sociedad argentina desde el momento cero de su constitución como tal. Una estructura que, en buena medida, es financiada directa e indirectamente por los impuestos de todos los argentinos. Pero, por sobre todas las cosas, se rebelan ante una mecánica en extremo aceitada para procurar reducir al mínimo las consecuencias que podrían desencadenarse ante cada caso.

La praxis de los sobrevivientes ha permitido elaborar un "Manual de encubrimiento", hecho sobre la base de cómo actúa la Iglesia, bajo orden vaticana, cuando se conoce extramuros un nuevo caso. Primero, alejan mínimamente al cura; segundo, callan y amenazan a la víctima, que suele ser menor de edad, sin que queden al margen sus familias; tercero, presionan a quienes pueden romper con esa línea y emitir alguna queja, como, por caso, otro cura; cuarto, si el victimario se les tornó incontrolable, lo trasladan; quinto, si se hace público, emiten un comunicado simulando "dolor" y enunciando su deseo de acompañar al agredido y a su familia a la par que le cierran por completo las puertas a quienes dicen apoyar, y sexto, inician un ineficaz e interminable proceso interno que terminará en algún cajón de la Santa Sede.

Por supuesto, se le pueden añadir variantes. Los procesos judiciales contra los sacerdotes son un caso extremo, en el que siempre queda afuera el sistema de protección. Lo ocurrido en el Instituto Antonio Provolo tanto en su casa madre en Verona, Italia, como en las sedes de Luján de Cuyo, Mendoza, y La Plata, provincia de Buenos Aires, es un ejemplo irrefutable. Del otro lado, la imagen siempre es la misma. Una madre en soledad pidiendo a los cuatro vientos que quiere justicia, apenas acompañada por un puñado de personas.

Más allá del grito en el desierto que representa cada denuncia, hay algo que la mayoría no ve venir . En el mientras tanto se encuentra el proceso que experimentan muchos de los afectados. Aunque lo cierto es que se trata de una institución medieval que logra imponer su voluntad en la mayoría de las ocasiones, lo que no se percibe, y menos aún lo hace la jerarquía católica, es la organización de quienes padecieron los abusos. En un claro salto cualitativo, las víctimas ya no se reconocen como tales . No . Son sobrevivientes. Su nueva identidad no sólo refleja el calvario que debieron atravesar, sin olvidarse de aquellos que prefirieron terminar con su vida antes de continuar con el tormento, sino también el momento en que decidieron unirse para luchar en reclamo de justicia. Es una lucha que los sobrevivientes están dando en soledad. Sin embargo, cada uno de ellos manifiesta un deseo muy íntimo: cuidar a los chicos que corren, hoy, el mismo peligro.

Sin querer, esta investigación comenzó en 2013 cuando contacté al periodista paranaense Ricardo Leguizamón para pedirle datos sobre la muerte del cura francés Georges Grasset, promotor de la Ciudad Católica, usina de pensamiento tradicionalista que vivió su época de apogeo entre empresarios y militares argentinos durante la década del 60. Ricardo hizo de puente con Fabián Schunk, uno de los denunciantes del cura Justo José Ilarra . Como resultado de nuestras numerosas y casi diarias charlas, en diciembre de 2014, salió la nota en Página/12 sobre su caso. El título que originalmente tenía el artículo apuntaba a la médula del problema, puesto que enfocaba el doble juego y la responsabilidad del papa Francisco y del ex arzobispo y cardenal emérito Estanislao Karlic. Sin embargo, producto de la notable mejoría que atravesaba la relación entre el gobierno de Cristina Fernández y Jorge Bergoglio, fue modificado sin consulta previa.

En ese momento, Fabián me pidió que resguardara su identidad, porque en su ciudad natal, Paraná, la derecha católica era fuerte y agresiva contra quienes se animaban a poner en jaque al Arzobispado. Un año después, se produjo el quiebre que representa la paradoja que, habitualmente, atraviesan los sobrevivientes. Al notar que la causa estaba encallada en el Poder Judicial entrerriano, Schunk decidió romper el anonimato y salir a ponerle voz y rostro a su denuncia. Fue cuando presentamos La derecha católica. De la contrarrevolución a Francisco, en el tórrido verano de 2016 en la capital litoraleña.

A partir de entonces, casi sin moverme en muchos casos, numerosas víctimas me contactaron, lo que de seguro ocurrió con otros colegas, para que contase sus experiencias. Tenían una hipótesis: de la única manera que podían saldar deudas con su doloroso pasado era haciendo público lo que el poder eclesiástico —y también el político— deseaba mantener oculto . Como es previsible en esta clase de situaciones, se produjo un efecto contagio. (…)

Ya sea por miopía o por cuidar al Papa argentino, cada vez que se conoce un nuevo caso, la prensa elige obviar el sistema de encubrimiento que atravesó los últimos tres papado . Sólo remite al hecho en sí mismo, como si fuese un expediente policial más. Salvo excepciones, no permite que se llegue a comprender el problema en toda su extensión. Lo cierto es que Bergoglio, más allá de su hábil estrategia publicitaria, no ha hecho más que mantenerse en línea con el plan trazado por Joseph Ratzinger: atacar lo que se conoce y callar sobre lo que aún no ingresó en la agenda pública. Alcanza con ver su nuevo y sistemático incumplimiento frente a los cuestionamientos del Comité de los Derechos del Niño. Es por esto que adquiere especial relevancia el capítulo-entrevista con el obispo Sergio Buenanueva, responsable de armar la estrategia de la curia argentina para tratar de mitigar los efectos . Autocrítico, se animó a hacer algo inédito para la jerarquía católica vernácula, acostumbrada a, mentiras mediante, cerrarles la puerta en la cara a las víctimas: propuso sentarse con los sobrevivientes sin condiciones . El tiempo dirá si eso efectivamente sucede.

Este texto es una versión condensada del prólogo de "La trama. Detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia Católica", de Julián Maradeo.

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