Andrés Oppenheimer -columnista de The Miami Herald, El Nuevo Herald y más de 50 periódicos, y conductor de "Oppenheimer Presenta" en CNN en español-publica en agosto su cuarto libro "¡Sálvese quien pueda!" (Debate), para el cual investigó durante más de cinco años en tres continentes, para entender cuál será el futuro del trabajo ante la evidencia de la automatización en forma de robots y distintas manifestaciones de inteligencia artificial.
El periodista nacido en la Argentina y radicado desde hace años en los Estados Unidos, estudió en la Universidad de Buenos Aires y luego obtuvo la maestría en Periodismo de la Universidad de Columbia. Trabajó en The Miami Herald, The Associated Press, The New York Times, The Washington Post, The New Republic, CBS News y El País de España. Y es ganador de de los premios internacionales Periodismo Rey de España, Ortega y Gasset
y María Moors Cabot.
Infobae publica extractos en exclusivo donde se destacan los casos emblemáticos de cómo ya está cambiando el empleo de periodistas, empleados de restaurantes, bancarios, abogados, médicos y docentes.
1. En The Washington Post los robots ya escriben noticias políticas
Muy pocos se enteraron en ese momento, pero The Washington Post quebró un hito tecnológico en las elecciones de noviembre de 2016 en Estados Unidos, cuando reportó que el congresista republicano Steve King había ganado la muy disputada contienda en el distrito cuatro de Iowa.
A primera vista, la noticia parecía una más de las muchas que habían escrito los periodistas del diario ese día. El artículo decía que "los republicanos retuvieron el control del Congreso" y puso la noticia en contexto, señalando que la votación "significó un asombroso giro político, ya que muchos líderes del Partido Republicano habían expresado temores de que podrían perder más de 10% de sus bancas". Acto seguido, el artículo decía que ya se había contabilizado la votación en 433 distritos y que los republicanos habían ganado en 239 de ellos y los demócratas en 194.
La revista tecnológica Wired señalaría tiempo después que el artículo de The Washington Post tenía "toda la claridad y el brío" a los que nos tienen acostumbrados los periodistas de The Washington Post, pero con una diferencia: había sido escrito por un robot.
Efectivamente, el artículo del periódico no estaba firmado por ningún periodista. Al final del texto decía: "Staff y agencias de noticias, activadas por Heliograf, el sistema de inteligencia artificial de The Washington Post".
Esa línea al final del artículo pasó totalmente desapercibida. En medio de la conmoción por el terremoto político que significó el inesperado triunfo del presidente Donald Trump, contra las predicciones de casi todas las encuestas, muy pocos repararon en el hecho de que uno de los principales diarios del mundo había empezado a publicar noticias políticas escritas por robots.
Hasta ese momento, no era un secreto que algunas noticias deportivas y financieras que consistían en una recitación de datos —como los resultados de partidos de futbol de divisiones inferiores o las ganancias trimestrales de las empresas— eran generadas por robots.
El propio The Washington Post había empezado a experimentar con la automatización periodística en los Juegos Olímpicos de Río unos meses antes. Y la agencia de noticias Associated Press venía utilizando desde hacía años el programa de redacción automatizada Automated Insight para noticias deportivas y financieras.
Pero cuando Jeff Bezos —el fundador de Amazon— compró The Washington Post en 2013, el periódico comenzó a experimentar con programas de computación para generar artículos más analíticos. Y en las elecciones de 2016, sin esconderlo, pero tampoco sin hacer ninguna alharaca, The Washington Post empezó a publicar sus primeros artículos políticos redactados por una máquina inteligente.
Gracias a la nueva tecnología, The Washington Post pudo cubrir en detalle los resultados de unas 500 elecciones locales en la contienda de 2016, algo que de otra manera hubiera requerido un ejército de periodistas y una fortuna en gastos de viajes.
Generando artículos escritos por Heliograf, el diario apostó a aumentar su público llegando a nuevas audiencias en todo el país. En vez de limitarse a tratar de ganar una gran audiencia con pocos artículos escritos por personas que requerían mucho tiempo para generarlos, Heliograf le permitió a The Washington Post apuntar a muchas audiencias geográficamente diversas con una enorme cantidad de noticias automatizadas sobre temas locales o específicos. A pocos neoyorquinos les interesaba el resultado de la elección para un congresista del distrito cuatro de Iowa, pero a millones de ciudadanos en todo el país les interesaba el resultado de la elección legislativa en su propio distrito. Y Heliograf podía ofrecerle esa información a cada uno de ellos de manera separada en cuestión de segundos. Y, lo que es más, podía actualizarla automáticamente todo el tiempo.
2. El misterioso robot cocinero de sushi
En Japón pude ver el futuro de los restaurantes automatizados. Además de parar en el hotel operado por robots, visité restaurantes de sushi donde los recepcionistas, los mozos y hasta el cocinero eran robots. En uno de ellos, el restaurante de sushi Hamazuchi del centro comercial de Shinagawa en el sur de Tokio, me recibió el robot-muñeco Pepper, quien abriendo las manos y haciendo una leve reverencia me dijo en japonés: "Bienvenido, yo soy el recepcionista". Acto seguido, nos preguntó: "¿Quieren una mesa para cuántas personas?". Por suerte, había ido con mi mujer y unos amigos japoneses a quienes conocimos en Miami, Masami y su mujer, Mihoko, quienes nos tradujeron lo que estaba diciendo el robot. Pepper nos enseñó con las manos una tableta que llevaba pegada al pecho para que le indicáramos cuántas personas éramos. Apreté el cuatro en el tablero que iba del uno al 10.
"¿Quieren una mesa individual o prefieren sentarse en el mostrador?", preguntó el robot, abriendo nuevamente las manos y bajando la cabeza en un gesto de cordialidad. Cuando le dijimos que queríamos una mesa, respondió: "Ahora mismo les busco una, les avisaremos". De inmediato emitió un boleto de identificación que llevaba el número 449. Y al poco rato, una pantalla en la pared nos avisó que nuestro grupo, el 449, podía pasar a la mesa número 24.
Fue fácil encontrar la mesa, porque estaban alineadas como en un tren, alrededor de una cinta corrediza que llevaba los platos. Cada plato tenía un cartelito con su respectivo número de mesa. Una vez sentados, comenzamos a pedir los platos en una tableta electrónica que estaba en nuestra mesa, junto a la cinta movediza por donde pasaban los platitos de sushi. En nuestra mesa había todo lo que necesitábamos, incluidos los palitos de madera para comer el sushi, una cajita con varios tipos de tés para acompañar la comida, y una canilla de agua caliente para el té. Y a medida que aparecían en la cinta corrediza los cartelitos con el número de nuestra mesa, íbamos sacando nuestros platitos de sushi. Para mi sorpresa, el sushi estaba bastante bueno, o por lo menos parecía fresco.
Curioso por saber si el sushi era preparado por un cocinero o un robot, le pedí a Masami que le preguntara a una joven que estaba limpiando las mesas —la única empleada de carne y hueso que estaba a la vista— si podíamos ver la cocina. Masami le explicó en japonés que yo era un turista curioso que venía de Estados Unidos. La joven nos miró desconcertada y dijo que iba a preguntarle al gerente. Pocos minutos después, regresó para decir que por políticas de la empresa no era posible visitar la cocina. Le pedimos hablar con el gerente para ver si podía reconsiderar su decisión y a los pocos minutos apareció un hombre de unos 40 años, con uniforme celeste, gorro de cocinero y un broche en el pecho con su nombre: Araki. Con cordialidad, pero también con firmeza, Araki nos informó que tenía prohibido que los clientes pasaran a la cocina sin autorización de la casa central. ¿Pero el sushi es hecho por cocineros o por un robot?, le pregunté a través de Masami. El gerente comenzó afirmando que eso era un secreto de la empresa. Pero ante nuestra insistencia, después de muchas idas y venidas, terminó admitiendo que el sushi "está hecho automáticamente".
¿Y cuánta gente trabaja en este local?, le preguntamos al gerente. Nuevamente, Araki respondió que era un dato confidencial, y luego de un prolongado diálogo en japonés que no pude entender, nuestro amigo Masami nos contó lo que había podido averiguar: en los restaurantes de la cadena Hamazuchi había unos 10 empleados por local, que trabajaban varios turnos, y la mayoría de ellos son empleados de medio tiempo.
Tras la partida de Araki y su cordial reverencia de despedida, nos pusimos a hacer cuentas con nuestros amigos japoneses: en el local había 66 mesas y en cada una de ella había entre cuatro y seis comensales, lo cual significaba —considerando que el restaurante estaba totalmente lleno— que había unas 250 personas, atendidas por apenas cuatro empleados. De los cuatro, una era la cajera, que estaba ahí por si alguien quería pagar en efectivo en lugar de hacerlo con su tarjeta de crédito en las tabletas de las mesas, y otros que se dedicaban a contar los platitos de sushi de quienes pagaban en efectivo y a limpiar las mesas.
Nuestro amigo Masami, un científico que había trabajado en la Universidad de Miami, hizo una rápida búsqueda en Google en su teléfono y nos informó que la cadena de restaurantes Hamazuchi tiene 454 restaurantes con un personal fijo de 466 empleados y unos 21 600 empleados de medio tiempo. Según nos explicó Masami, estos últimos no reciben seguro médico ni pensión en la mayoría de las empresas japonesas. Los cuatro comensales de la mesa 24 nos miramos y llegamos a la conclusión simultánea de que Araki, el gerente, tal vez era el único empleado de tiempo completo del restaurante. Los otros cuatro quizás eran estudiantes o amas de casa que trabajaban ahí algunas horas por día.
"Debe ser un negocio brillante", concluyó Masami. Muy probablemente la cadena tendría unas ganancias fabulosas gracias a sus ahorros en mano de obra. Y los clientes estaban felices de pagar menos gracias a esos mismos ahorros en personal. Lo cierto es que comimos opíparamente, tomamos cerveza y pagamos un total de 55 dólares para los cuatro, un precio bajísimo para los estándares de los restaurantes japoneses.
3. Las sucursales bancarias y sus empleados se reducirán 50%
Cuando entré en la sucursal del banco Mizuho, uno de los más grandes de Japón, en la elegante avenida Ginza Chuo de Tokio, el robot humanoide que estaba trabajando como recepcionista me recibió con una amplia sonrisa y los brazos abiertos. Era el mismo tipo de robot que había visto atendiendo al público en varios restaurantes de Tokio. La máquina, de unos 1.20 metros de altura, con una tableta electrónica en el pecho para dar información e interactuar con los clientes, fijó sus ojos en mí apenas me vio entrar —un sensor en la frente le permite ver cuando alguien entra en la sucursal bancaria— y me dijo con una voz intencionalmente robótica, pero cálida: "Bienvenido, soy Pepper".
Acto seguido, el robot me pidió que sacara un número de espera y —tal como me lo tradujo del japonés mi intérprete, ya que ese Pepper en particular no era multilingüe— prosiguió: "Ahora, puedes elegir del siguiente menú la opción que quieras".
Pepper me ofreció varias opciones en su tableta, incluyendo un jueguito de preguntas y respuestas para adivinar mi tipo de personalidad y otros pasatiempos para ayudarme a matar el tiempo mientras esperaba ser atendido por un empleado bancario. Otra opción de la tableta de Pepper me preguntaba si estaba interesado en alguno de los seguros que ofrecía el banco. Cuando apreté esta última casilla, el robot me hizo varias preguntas y, tras establecer que yo estaba interesado en un seguro de vida, me dio su veredicto, siempre mirándome a los ojos y acompañando sus palabras con las manos. "Entiendo, ahora te voy a decir el tipo de seguro que más te conviene", dijo. Y tras levantar la vista, como si estuviera pensando, concluyó: "El seguro que más te conviene es el Kaigo Hoken. Ve a la mesa del fondo y dile a la funcionaria que te atenderá que te interesaría saber más sobre el Kaigo Hoken".
En otras palabras, Pepper ya había hecho la mitad del trabajo de una recepcionista y un vendedor de seguros, dejando para los funcionarios del banco la tarea de cerrar el negocio. Y, según me enteré después, el Pepper con el que me encontré ese día era uno de los que tenían funciones más limitadas: en otras sucursales del banco, el robot hablaba varios idiomas —uno podía empezar la conversación escogiendo el idioma en el que quería comunicarse— y hacía de recepcionista completo, contestando cualquier pregunta, dirigiendo a cada cliente al departamento bancario adecuado o aclarando dudas sobre varios tipos de préstamos personales y comerciales, hipotecas, cuentas de ahorro o inversiones.
Según los comunicados de prensa de Softbank, la gigantesca empresa japonesa de productos electrónicos creadora de Pepper, su robot era el primero del mundo que podía percibir las emociones humanas y responder a ellas, dando información de una manera divertida y útil, siendo a la vez "amable, tierno y sorprendente", decía la página de internet de la empresa. O sea, era un recepcionista bancario ideal.
Pero la mayor amenaza para los trabajos de los empleados bancarios no serán los robots recepcionistas, como Pepper, sino el cierre de sucursales bancarias por el creciente uso de servicios bancarios en línea, la gradual desaparición del dinero en efectivo y la sustitución de muchos bancos tradicionales por bancos virtuales, o sea, instituciones financieras que operan exclusivamente en internet.
Cada vez más gente en los países desarrollados está usando su teléfono celular, tableta, computadora personal o los cajeros automáticos para sus transacciones bancarias, y cada vez menos gente necesita interactuar con un empleado bancario de carne y hueso.
Según una encuesta de clientes de bancos realizada por la compañía consultora Accenture en 2015, un cliente bancario promedio en Estados Unidos interactúa con su banco unas 17 veces por mes, de las cuales 15 consisten en contactos "no humanos", incluyendo transacciones por celulares, tabletas, consultas telefónicas a centros de atención al público robotizados y retiros de cajeros automáticos.
Hoy día, algunos clientes todavía van a las sucursales para abrir una cuenta bancaria —uno de los principales motivos por los que las sucursales todavía sobreviven— o porque prefieren interactuar con una persona para hacer consultas sobre decisiones importantes y complejas. Pero para sus transacciones cotidianas, como realizar pagos o transferir dinero de una cuenta a otra, la visita a una sucursal bancaria es cada vez más una pérdida de tiempo.
Puede que Anthony Jenkins, el ex ceo del banco Barclays que predijo que hasta 50% de las sucursales bancarias y los empleados bancarios desaparecería en los siguientes 10 años en varios países industrializados, haya estado en lo cierto.
En Estados Unidos se cerraron más de 10 000 sucursales bancarias o más de 10% del total, desde la crisis financiera de 2008 hasta 2017, según reportó la revista The Economist. Tan sólo en 2015, los bancos más importantes de Estados Unidos y Europa despidieron a casi 100 000 empleados. Y un estudio de Citi Global Perspectives & Solutions (gps) vaticinó que los bancos estadounidenses y europeos despedirán a alrededor de 1.8 millones de empleados en los próximos 10 años.
Ya hay pueblos como Windsor, una población de 6 200 personas en el norte del estado de Nueva York, donde no queda ningún banco: el último que existía, First Niagara Bank, cerró sus puertas en 2017. Hay unos 1 100 pueblos como Windsor que se han quedado sin bancos "y esa cifra podría duplicarse fácilmente si siguen cerrando los pequeños bancos comunitarios", señaló The Economist.
En Holanda, el número de sucursales bancarias por cada 100 000 habitantes cayó 56% entre 2004 y 2014 y la tendencia sugiere que la reducción de las sucursales bancarias seguirá su curso. En Dinamarca, la desaparición de sucursales bancarias por cada 100 000 habitantes en el mismo lapso fue de 44 por ciento, y en Gran Bretaña de 13 por ciento.
Según Jenkins, la creciente competencia de los bancos virtuales "hará cada vez más difícil que los bancos tradicionales puedan generar los ingresos y las ganancias que exigen sus accionistas. Al final del día, estas fuerzas obligarán a los grandes bancos a automatizarse. Yo pronostico que el número de sucursales bancarias y de gente empleada en la industria financiera podría reducirse 50% en los próximos 10 años y que la reducción en un escenario menos severo sería de al menos 20 por ciento".
4. La uberización de la abogacía
Hoy día, es muy difícil para una persona de bajos ingresos contratar a un buen abogado. A diferencia de lo que ocurre en muchos países, para ejercer su profesión, en Estados Unidos los abogados deben aprobar un examen estatal muy riguroso después de graduarse. Están entre los profesionales mejor pagados. Un abogado joven que trabaja en un bufete mediano o grande de Estados Unidos gana alrededor de 300 dólares por hora, mientras que un abogado más experimentado gana unos 600 dólares y los más conocidos cobran más de 1.000 dólares por hora.
No es casual que hayan surgido plataformas de internet ofreciendo servicios legales más baratos y que estén creciendo a pasos agigantados.
LegalZoom.com, por ejemplo, cobra un mínimo de 29 dólares por preparar un contrato de arrendamiento de una propiedad, 69 dólares por un testamento básico y 299 dólares por un divorcio incausado, según su sitio de internet. Todas estas tareas llevarían varias horas de trabajo para un abogado de carne y hueso, que a un mínimo de 300 dólares la hora cobraría muchísimo más por la misma tarea. Millones de personas están haciendo uso de estos bufetes de servicios legales virtuales no sólo para producir contratos básicos, sino también para enviar una carta amenazante a un deudor moroso o a un vecino que pone la música demasiado alta.
En muchos casos, estas plataformas de internet que ofrecen servicios legales ni siquiera están manejadas por abogados. De la misma manera en que cada vez más gente está utilizando taxis privados de Uber o Lyft que no tienen licencias de taxis tradicionales, cada vez más personas están usando plataformas de servicios legales básicos sin cédulas profesionales de abogados.
Al momento de escribirse estas líneas, RocketLawyer.com asegura haber creado ya 40 millones de documentos legales, haber respondido a más de 50 000 preguntas legales y haber hecho los trámites para registrar a siete millones de empresas, según su página de internet.
Así como los defensores de Uber argumentan que no vale la pena pagar más por un taxi tradicional si uno puede pagar menos por un taxi privado, los defensores de estas plataformas legales dicen que no tiene sentido pagar más a un abogado por un contrato sencillo y rutinario o por registrar una nueva empresa, las cuales son tareas que puede hacer un algoritmo.
Muchos abogados de grandes firmas, sin embargo, argumentan que estos sitios de internet están dirigidos a los sectores de menos recursos de la población que normalmente no contratan a un abogado. Además, las plataformas de servicios legales virtuales se dedican a tareas rutinarias y no amenazan los empleos de los abogados que se ocupan de casos más complejos.
Abraham C. Reich, copresidente de Fox Rothschild, una firma nacional de alrededor de 800 abogados con sede en Filadelfia, me dijo que "a nosotros realmente no nos han impactado estos sitios de internet, porque representamos a clientes con problemas legales más sofisticados. Además, hay que leer la letra chica de sitios como LegalZoom.com. Aunque te ofrecen un servicio por 100 dólares, parte de su negocio es ofrecerte un abogado barato si el caso tiene alguna complicación. No conozco de cerca su estructura de ingresos, pero no me extrañaría que una buena parte de sus ingresos venga de conseguirte un abogado de bajo costo".
5. El microrrobot que destapará las arterias
Cesarea, San Francisco. Moshe Shoham, el director del laboratorio de robótica de la Facultad de Ingeniería Mecánica del Instituto Tecnológico de Israel, conocido como el Technion, es uno de los hombres que —sin hacer mucho ruido— están reinventando la medicina moderna.
Yo no sabía de su existencia hasta que alguien me alertó de que Shoham está desarrollando un minirrobot del tamaño de un grano de arroz que muy pronto podrá limpiar las arterias del cuerpo humano, de la misma manera en que lo hacen los robots que limpian las piscinas o los pisos de las casas.
Cuando me lo contaron, se oía como algo sacado de un libro de ciencia ficción. Pero al leer su biografía decidí que había que tomarlo en serio: Shoham ya había registrado más de 30 patentes internacionales de medicina robótica y máquinas inteligentes, y una de las empresas que había fundado, Mazor Robotics, se cotizaba en la bolsa de Nueva York con una valuación de mercado estimada en 550 millones de dólares.
Shoham me citó en la sede de Mazor Robotics en Cesarea, a una hora de viaje en automóvil al norte de Tel Aviv. Sus oficinas estaban en un parque industrial repleto de empresas farmacéuticas, de ingeniería y computación y no tenían nada de ostentoso. (….)
La entrevista no empezó muy bien. Shoham, de unos 65 años, era un hombre de hablar pausado y modales modestos. Vestía una camisa blanca algo arrugada y llevaba una kipá, el gorrito bordado que llevan los judíos religiosos. En su pequeña oficina reinaba la austeridad: sólo había una mesa grande con varias sillas de plástico y pósteres de la espina dorsal y las extremidades del cuerpo humano pegados en las paredes.
Parecía un tanto incómodo en su rol de entrevistado. Cuando le pregunté sobre su vida personal, me contó a regañadientes que había estudiado ingeniería aeronáutica y mecánica en el Technion y que luego había fundado un laboratorio de robótica en la Universidad de Columbia en Nueva York, donde fue profesor durante varios años, hasta que decidió regresar a Israel porque quería que sus hijos se educaran en su país natal. Ahí fundó Mazor Robotics, cuyo robot-cirujano de la columna vertebral, llamado Renaissance, ya ha realizado más de 25 000 operaciones en más de 150 hospitales de Estados Unidos.
Acostumbrado a los emprendedores que alardean sobre sus inventos, le pregunté a Shoham sobre su treintena de patentes internacionales —más que las registradas en años recientes por toda la población de varios países—, pero para mi sorpresa no quiso hablar mucho del tema. Hablaba de sus innovaciones como si todas hubieran sido proyectos colectivos, en las que él sólo había desempeñado un pequeño papel. (….)
Shoham me explicó que su minirrobot de Microbot Medical, una empresa con sedes en Estados Unidos e Israel, se usará en primera instancia para limpiar y drenar tuberías del cerebro y la uretra, sin necesidad de operaciones. Básicamente, se trata de un minirrobot de titanio de un milímetro de diámetro y hasta cuatro milímetros de largo, que se introduce en el cuerpo y es manejado desde afuera por control remoto. Pero en un futuro cercano, se usará también para limpiar las placas de las arterias y prevenir infartos sin necesidad de realizar cirugías, me explicó.
¿Cuándo estará disponible para los pacientes?, le pregunté. Shoham respondió que ya estaban terminando la fase de experimentación con animales y que el producto podría estar a disposición del público en 2020 o 2021.
Pero el microrrobot, llamado ViRob, hará mucho más que tareas de limpieza, me señaló. También servirá para la detección y el tratamiento localizado de enfermedades como el cáncer, y hará biopsias sin necesidad de que los médicos nos abran el cuerpo para sacar muestras de tejidos potencialmente cancerosos.
Por ejemplo, el ViRob viajará —o más bien nadará— por el cuerpo y llegará hasta cavidades recónditas donde los cirujanos difícilmente pueden llegar, y hará una biopsia. Lo que es más importante aún: ViRob disparará medicinas contra el cáncer a nivel local, desde dentro del cuerpo, sin necesidad de tratamientos invasivos como la quimioterapia, me aseguró Shoham. Mientras hoy en día los pacientes de cáncer deben someterse a quimioterapias que afectan a todo su cuerpo, ViRob viajará dentro del cuerpo hasta donde se encuentre el tumor y descargará su medicina en ese punto específico, me explicó.
Como muchos otros inventos, la idea de desarrollar un minirrobot para limpiar los conductos del cuerpo humano le vino a Shoham casi por casualidad. Algunos años después de desarrollar su robot-cirujano para la columna, Shoham y sus estudiantes de doctorado del Technion comenzaron a trabajar en un robot para detectar filtraciones de agua y limpiar las tuberías de ciudades. La idea es que las ciudades ahorren millones de dólares anuales con un robot que encuentre filtraciones de agua y destape las placas de suciedad que obstruyen las tuberías. Pero hablando en una reunión interdisciplinaria con Menashe Zaaroor, un profesor de neurocirugía del Technion y director del departamento de neurocirugía del hospital Rambam, de Haifa, este último le preguntó: "¿Por qué no haces eso en miniatura, para destapar los conductos del cuerpo humano?".
Zaaroor le explicó que hasta ahora los médicos no han podido resolver el problema del bloqueo de los tubos del cerebro para el drenaje de líquido en los enfermos con hidrocefalia. Actualmente, estos enfermos tienen que ser operados muchas veces para limpiar las obstrucciones en los canales cerebrales.
¿Por qué no usar minirrobots para limpiar los conductos del cerebro?, le preguntó el neurocirujano. Al poco tiempo, ambos fundarían Microbots Medical, su nueva empresa de minirrobots.
Shoham se rió cuando le pregunté si sus minirrobots reemplazarán a los cirujanos en un futuro próximo. Me contó que le habían preguntado eso por primera vez cuando empezó a participar en conferencias de robótica hacía 17 años, y los periodistas inevitablemente terminaban escribiendo artículos acerca de su robot para operaciones de la columna titulados "Los robots van a reemplazar a los cirujanos". Sin embargo, me señaló, "los robots no van a reemplazar a los cirujanos: lo que harán será cambiar el tipo de trabajo que hacen los cirujanos. El cirujano va a tener que programar al robot y va a necesitar mucha experiencia en programación e ingeniería". En otras palabras, los cirujanos —por lo menos a corto plazo, hasta que la inteligencia artificial se desarrolle aún más— dirigirán a los robots.
Shoham me mostró en su laptop una ilustración de lo que será una escena típica de las cirugías del futuro. En ella se ve una paciente en la camilla, con un robot encima realizando una operación, mientras el cirujano dirige —o controla— el procedimiento en su computadora detrás de una pared de cristal para protegerse de la radiación. O, en el caso de los minirrobots usados para tratar el cáncer, el cirujano dirigirá el minirrobot detrás del cristal, apretando una tecla para disparar la medicina sobre el tumor cada vez que el minirrobot llegue al lugar indicado. Y en algunos nanorrobots que se están desarrollando paralelamente en otras partes del mundo, el robot se desintegrará una vez que haya cumplido su misión y no habrá necesidad de extirparlo del cuerpo.
"El minirrobot tiene varias ventajas: le da al cirujano más accesibilidad, porque llega a lugares inaccesibles del cuerpo sin necesidad de cirugía. Además, tiene mayor precisión, porque un robot bien programado comete menos errores que los humanos", me explicó Shoham.
6. Los maestros dejarán de impartir conocimientos
Mi entrevista televisa en CNN en Español con el Profesor Einstein –el pequeño robot humanoide de cabellos blancos, bigotes espesos tipo morsa y los rasgos inconfundibles del Nobel de física Albert Einstein— difícilmente hubiera podido salir peor. Era el primer día en que Hanson Robotics, la compañía que inventó el robot, iniciaba la gira promocional de su nuevo producto, tras haber conseguido una licencia de cinco años de la Universidad Hebrea de Jerusalén para usar el apellido del célebre científico alemán.
Según Hanson Robotics, el Profesor Einstein era el primero de muchos robots que revolucionarían la educación mundial, enseñando a los estudiantes de una manera mucho más divertida, didáctica y eficaz que la de los maestros convencionales.
Cuando vi al Profesor Einstein en la pantalla —yo estaba en los estudios de CNN en Miami y él en los estudios de la cadena en Nueva York—, me pareció muy divertido. Era un robot de unos 35 centímetros de alto que, además de tener el aire de profesor distraído o genio loco de Einstein, movía los ojitos hacia todos lados, se reía y hasta sacaba la lengua. Podía hacer hasta 50 movimientos faciales y también caminaba.
Estaba parado sobre una mesa, delante de Andy Rifkin, el jefe de tecnología de Hanson Robotics. Antes del programa, habíamos acordado que yo le haría las preguntas a Rifkin y él se las transmitiría al Profesor Einstein, ya que —por su sistema de reconocimiento de voz— corríamos el riesgo de que el robot no entendiera mi voz. Según nos había explicado Rifkin, el Profesor Einstein sólo podía reconocer voces conocidas, como la suya.
Rifkin comenzó el reportaje explicando las ventajas de su robot. El Profesor Einstein puede explicar la teoría de la relatividad de varias formas, según las fortalezas y debilidades de cada alumno, me dijo. "Todos los individuos somos únicos: algunos aprendemos visualmente y otros perceptivamente. Así que nosotros modificamos constantemente la forma de presentarte los temas según tu forma personal de aprendizaje. Si el Profesor Einstein no logra que entiendas lo que te explica, seguirá intentando y cambiando la forma de presentarte la información hasta que la entiendas", explicó.
Pero la entrevista se complicó en cuestión de segundos. Apenas Rifkin había empezado a explicar las bondades del robot, el Profesor Einstein empezó a girar la cabeza hacia un lado y el otro, en lugar de quedarse quieto mirando la cámara. Visiblemente inquieto, Rifkin comenzó a teclear su laptop para tratar de regresar al Profesor Einstein a su posición original mirando hacia la cámara. Pero el robot seguía mirando fijamente hacia un costado, como si estuviera totalmente desinteresado en la entrevista.
Viendo lo que estaba pasando, empecé a alargar mis preguntas para darle más tiempo a Rifkin de que enderezara al robot, y finalmente le pedí que le preguntara al Profesor Einstein qué cosas podía hacer. Rifkin le hizo la pregunta y el Profesor Einstein, siempre mirando hacia el costado, respondió con leve acento robótico: "Puedo caminar, hablar, enseñar juegos, pronosticar el tiempo y responder preguntas de todo tipo sobre las ciencias".
Y prosiguió, con un toque de humor que se perdió un poco al no estar mirando hacia la cámara: "En suma, soy tu genio personal, o por lo menos eso es lo que dice mi caja de empaque".
Cuando le hice la segunda pregunta a través de su creador, el robot se quedó mudo. Pasaron varios segundos y el Profesor Einstein no reaccionaba. Rifkin, quien parecía más asustado que su robot, volvió a hacerle la pregunta, pero éste seguía de perfil, ahora también mudo, impávido, como ensimismado en sus pensamientos. Tras varios intentos fallidos, Rifkin explicó al aire que probablemente el robot había enmudecido porque el wifi del estudio de CNN se había caído. Le dije en tono de broma que el Profesor Einstein quizá tenía pánico escénico por ser su primer día de entrevistas televisivas, y fuimos a un corte publicitario.
Después de varios intentos logramos resucitar al robot y que nos contara un poco más sobre las cosas que era capaz de hacer.
Aunque el debut televisivo del Profesor Einstein dejó mucho que desear, salí de la entrevista convencido de que los robots educativos y otras máquinas inteligentes se propagarán en las aulas y en los hogares. Aunque no desplazarán a la mayoría de los docentes, reemplazarán varias de sus funciones actuales.
Los robots tendrán varias cualidades de un maestro ideal: serán tutores con una paciencia ilimitada que nunca se cansarán de oír las preguntas de sus alumnos, tendrán la capacidad de explicar sus lecciones según la mejor forma de aprender de cada alumno y estarán disponibles las 24 horas en cualquier lugar.
Además, podrán medir el progreso de sus estudiantes con sensores que detectarán el nivel de comprensión de los niños por variaciones en su tono de voz o por el tamaño de sus pupilas, sin necesidad de aplicarles exámenes continuamente. Podrán hacer que la enseñanza se parezca cada vez más a un juego y cada vez menos a una tortura. Por todo eso, obligarán a reinventar el oficio de los maestros y profesores.
Hasta ahora, los maestros "enseñaban" a los estudiantes, o sea, impartían sus conocimientos. Pero desde que el buscador de Google, YouTube, Siri y otros asistentes virtuales comenzaron a responder nuestras preguntas, el papel del docente como transmisor de conocimiento ha quedado rebasado. Cualquier buscador de internet tiene muchísimos más conocimientos almacenados y puede transmitirlos más rápidamente y con más tiempo y paciencia. El robot no se impacienta cuando un alumno se va por la tangente con una seguidilla de preguntas sobre algún tema.
"Cuando los niños encuentran algo interesante, los maestros muchas veces no tienen el tiempo necesario para explicar, mientras que el Profesor Einstein sí lo tiene", me dijo Rifkin. "Podemos preguntarle cosas continuamente y adentrarnos cada vez más en cada tema. Podemos preguntarle qué es un dumpling —la masa hervida rellena típica de la comida china— y el Profesor Einstein contestará que 'es una comida hecha con masa, agua, vegetales y carne'. Entonces podemos preguntarle: '¿Y qué es masa?'. Y él responderá que 'es un alimento hecho con harina y agua'. Acto seguido podemos preguntar: '¿Y de dónde viene la harina?', y así sucesivamente."
Sin embargo, la mayor ventaja del Profesor Einstein —ya que cualquier asistente virtual puede contestar nuestras preguntas— es que puede ayudar a los estudiantes a resolver problemas desde varios ángulos. Si no entendemos una explicación de una forma, el robot nos la entrega de otra, hasta que la entendamos.
El robot puede vernos y escuchar lo que le decimos, detectar por nuestra voz si no entendimos bien un planteamiento y buscar la mejor forma de enseñarnos según nos resulte más fácil aprender, de manera visual, auditiva, con humor o con juegos.
Para quienes aprenden mejor de forma visual, por ejemplo, el Profesor Einstein puede levantar la mano e indicar con su dedito índice la pantalla de una laptop, donde aparece la explicación ilustrada de la lección. Y si aprendemos mejor de forma auditiva, nos puede contar un cuento.