A la mañana, fue por última vez a su trabajo. Lo hizo temprano, como lo hacía todos los sábados, porque su tarea y la nobleza que lo caracterizaba no conocían de feriados o días libres. Dicen que se encerró en su despacho, mientras en la prestigiosa fundación que lleva su nombre se hacían distintas operaciones de riesgo. En el lugar que fundó se salvaba más de una vida mientras él, atormentado, atravesaba las últimas horas de la suya.
El célebre cardiocirujano René Favaloro, creador de la revolucionaria técnica del bypass coronario, es, todavía hoy, una de las figuras públicas más importantes de la Argentina.
Su decisión de quitarse la vida hace 18 años dejó perplejo a un país, que lo llora como a un verdadero ídolo popular, lo venera y hasta sigue recordando sus reflexiones, sus grandes declaraciones y hasta su postura sobre cuestiones referidas a la salud pública, como la despenalización del aborto.
Las últimas horas
El sábado 29 de julio de 2000 fue un día apacible, según relatan las crónicas periodísticas de la época.
Favaloro salió de su departamento de la calle Dardo Rocha, del elegante Barrio Parque porteño. Eran las 8 de la mañana cuando el encargado del edificio lo vio subir a su Peugeot 505 azul. En la semana se tomaba un taxi hasta el centro, pero esta vez decidió manejar hasta la avenida Belgrano al 1700, la sede central de la Fundación que lleva su nombre.
"Su ingreso fue solamente registrado por algunos agentes de seguridad. Ellos aseguran que el médico no habló con nadie; simplemente se encerró en su despacho, del que salió unas horas después", describió la revista Gente en su edición del 1º de agosto de 2000.
"Su expresión seguía siendo reconcentrada. Y de allí regresó a su casa. No hubo testigos de su llegada. Pero -según algunos vecinos- poco antes del mediodía, el 505 volvió a ocupar su lugar en la cochera", agregó.
Entonces, decidió cambiarse la ropa de calle por su piyama y unas pantuflas. Así recibió a Diana Truden, la mujer de 31 años con la que tenía planeado casarse a fines de agosto.
Con ella, que había sido su secretaria, habían comenzado una relación sentimental tiempo atrás, meses después de que falleciera la esposa de Favaloro, Antonia, en 1998.
Tras el almuerzo, la joven dejó el segundo piso del departamento de Dardo Rocha poco después de que sonara el timbre: su hermano Miguel pasaba a buscarla para ir a comprar una computadora.
Entonces Favaloro, en la soledad de su casa, tomó un baño -el último- y se afeitó.
"Exactamente a las 16.30, el propietario del tercer piso de ese mismo edificio estaba dormitando en su habitación. Una de sus hijas se duchaba en el baño que da precisamente sobre el de Favaloro, cuando escuchó un estampido amortiguado y seco, parecido 'al de una lata', como le diría a su padre", detalló Gente.
Una vez que terminó con su diligencia, Diana regresó junto a su hermano al departamento del prestigioso médico. Como Favaloro no respondía por el portero eléctrico, decidió usar su propia llave para ingresar.
"El portero le había avisado que algo raro había sucedido. Fue directo al baño. Entre los tres forzaron la puerta. Lo primero que vieron fue un charco de sangre", describió la revista Caras en su edición del 2 de agosto de 2000.
"El proyectil había entrado por su tetilla izquierda, le había perforado el corazón y salido por la espalda. En la pileta del baño, el caño de la pistola Magnum 357 aún estaba caliente", agregó el medio.
Desde ese momento todo fue conmoción. Los informes forenses posteriores dirían que el médico fue hallado "en posición decúbito dorsal", es decir que yacía inclinado de perfil.
Un vecino de Favaloro convocó a los policías que estaban de guardia en el barrio. Los mismos oficiales a los que durante las mañanas de frío el cardiocirujano les ofrecía café y medialunas para mitigar las largas horas de custodia.
La muerte de una personalidad tan trascendente no tardó en hacerse pública. Además de los sobrinos de Favaloro, que siguieron su legado y se dedicaron a la medicina, fueron hasta Barrio Parque peritos de una Unidad Criminalística Móvil y un juez de instrucción para investigar lo ocurrido.
Según informó la revista Caras, con el correr de las horas, "los vecinos, consternados, se agolpaban en la puerta del edificio entremezclados con cronistas, cámaras de televisión y fotógrafos".
"El cadáver, en tanto, seguía derrumbado de bruces sobre las baldosas del baño. Nadie lo tocaba (…). Sobre la mesita de noche estaba apoyado un libro que Favaloro no había terminado de leer; se trata de Las venas abiertas de América Latina", detalló Gente.
"Una cosa que llamó la atención de los investigadores fue el hecho de que Favaloro, antes de descerrajarse aquel disparo se había bañado y afeitado. Todo indica que se mató mirándose al espejo", describió la revista.
Arriba de una mesa del departamento los investigadores encontraron siete sobres blancos con cartas para sus allegados: una era para Diana, otras tenían los nombres de sus sobrinos, otra estaba destinada a sus amigos de la infancia, otra decía "a las autoridades competentes" y otra, donde le agradecía sus años de servicio, tenía como destinataria a Ramona, su empleada doméstica.
Las cartas
La grave situación financiera de la Fundación Favaloro no era una novedad para nadie a comienzos de siglo. El propio médico la había hecho pública en distintos medios de comunicación.
Entre sus últimos contactos más salientes, Favaloro envió una nota con fecha 22 de junio a José Claudio Escribano, uno de los directivos del diario La Nación.
"Estoy pasando uno de los momentos más difíciles de mi vida: la fundación tiene graves problemas económico financieros como resultado de todo lo que sucede en nuestro país", escribió.
"Se nos adeuda dieciocho millones de dólares y se hace cada vez más difícil sostener nuestro trabajo diario que como siempre brinda a toda la comunidad sin distinción de ninguna naturaleza, con tecnología de avanzada y personal altamente calificado, además de tarea docente y de investigación", apuntó.
El creador del bypass se refería, según explicaron después de la muerte los diarios de la época, principalmente a deudas que tenían con el centro médico obras sociales estatales como IOMA y Pami.
Durante sus últimos días de vida Favaloro intentó hacer distintas gestiones, pero no fue escuchado.
"En este último tiempo me he transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir con nuestra tarea", concluyó en su carta a Escribano.
Conmoción popular
Mientras se multiplicaban los homenajes improvisados en la puerta de la Fundación al gran salvador de cientos de personas por su aporte inconmensurable a la investigación de problemas coronarios, se fueron conociendo más detalles de la decisión que tomó el médico.
Entre otras cosas, se fueron conociendo algunas líneas de las cartas que dejó, donde aseguraba que había querido contactar a autoridades, empresarios y dirigentes políticos para pedirles ayuda pero no obtuvo respuesta.
"Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar. No ha sido una decisión fácil pero sí meditada. No se hable de debilidad o valentía. El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano", escribió Favaloro.
A pocas horas de su muerte también trascendió que el día anterior le había enviado un comunicado al entonces presidente Fernando de la Rúa, que el mandatario recién encontró el lunes posterior a la tragedia.
También se supo que el jueves anterior a su suicidio, Favaloro visitó a su entrañable amiga Tita Merello, que permaneció internada en la Fundación hasta sus últimos días.
"Tita, usted no se preocupe por nada de lo que pueda pasar. Esta es su casa y los seguirá siendo. Pida lo que quiera y descanse tranquila que aquí la cuidarán de la mejor manera", le dijo. Después le dio un beso en la frente y se fue.
Así se despedía uno de los hombres de la ciencia más importantes del país. El hijo de una costurera y un carpintero que había nacido en el barrio El Mondongo, de La Plata.
El mismo que, una vez graduado en la universidad pública de su ciudad natal, se instaló en un pueblo remoto de La Pampa, Jacinto Araúz, porque se necesitaba un médico rural para asistir a la población.
El mismo hombre que, años después, se radicó en Cleveland, Estados Unidos, para estudiar y perfeccionarse allí, donde finalmente creó el bypass coronario, la técnica médica que le salvó la vida de millones de personas en todo el mundo.
"Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga", escribió poco antes del disparo fatal.
Seguí leyendo