Fue un pedido que tardó 36 años en ser escuchado. Una espera interminable, que de tan prolongada se llevó a Vicenta, a Alicia y a Josefina. La madre, la esposa y la hermana del héroe de Malvinas murieron sin respuesta. Esperando.
Pero esta semana, los hijos del submarinista del ARA Santa Fe, Félix Artuso, condecorado con la medalla "La Nación Argentina al Muerto en Combate" supieron que, por fin, alguien se hizo eco de su persistente reclamo.
Días atrás, con la última gota de esperanza y el corazón en la mano, escribieron su última carta de pedido de viaje humanitario a la isla Georgias del Sur, a 1300 km de Malvinas. Ambas geografías fueron parte del teatro de operaciones del conflicto bélico del Atlántico Sur en 1982.
En aquella carta a la Embajada británica, los hijos contaron que son la única familia de un excombatiente de la Guerra de Malvinas impedida de visitar la tumba de su ser querido.
Relataron que su madre, Alicia Artuso, enviudó a los 29 años cuando su esposo Félix falleció en Georgias. Tenía entonces 36 años y era maquinista naval con especialidad en submarinos. Detallaron que Alicia quedó sola a cargo de sus tres hijos: Cristian, entonces de 8 años, Karina, de 6, y Carolina, de 2, y revelaron que ella murió sin poder jamás llevar una flor al sepulcro de su esposo.
El relato luego mutó en confesión. Revelaron que Vicenta Artuso, la madre del suboficial, falleció de tristeza. Y que Josefina, la hermana de Félix, viajó por más de 30 años desde Mar del Plata a Buenos Aires de la mano de sus dos sobrinos mayores para tocar infranqueables puertas de ministerios y rogarles a las distintas autoridades de los sucesivos gobiernos que los ayudaran a concretar un desvelo: depositar una ofrenda floral en la tumba de su padre.
Josefina Artuso también murió ansiando poder despedir a su único hermano. Así, la tragedia de los Artuso se inscribió en metáfora de lo deletéreas que pueden ser la ilusión y la espera.
La carta, dirigida al embajador británico en Buenos Aires, Mark Kent, concluía con un respetuoso pedido para impulsar la gestión de un viaje humanitario al cementerio de Grytviken, en Georgias: "Señor Embajador—cerraba la misiva—, sea la luz de nuestra efímera existencia la que ilumine su noble y urgente accionar".
La Embajada del Reino Unido en Buenos Aires contestó la carta casi inmediatamente e invitó a los tres hermanos Artuso a la residencia porteña de Kent. El diplomático iba a ocuparse personalmente y en detalle de aquel asunto. Pero la familia Artuso, que vive en Mar del Plata, por falta de recursos no pudo trasladarse a Buenos Aires.
La sede diplomática británica organizó, entonces, una teleconferencia con sus máximas autoridades: el embajador Kent, el agregado en Defensa, Robin Smith; el secretario Político, Richard Jones, y Cristian Artuso, el hijo mayor del suboficial principal, que trabaja en la Armada como mecánico. La fuerza también les brindó trabajo a sus dos hermanas en la Base Naval Mar del Plata. (Karina era íntima amiga de Eliana Krawczyk, la oficial desaparecida en el ARA San Juan).
"Ustedes ya cuentan con la autorización para viajar a Georgias. Ahora debemos resolver la logística y el financiamiento del viaje. Mañana nos reuniremos con María Teresa Kralikas [ministra de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur] para tratar su tema. Indagaremos en la posibilidad de que el señor Eduardo Eurnekian pueda solventar el traslado", los sorprendió en impecable español, pero con un marcado acento británico, el embajador Kent.
Antes de despedirse, agregó: "Señor Artuso, tendrá que arrimarse a Buenos Aires. De no ser posible, viajaremos nosotros a Mar del Plata. En dos semanas lo contactaremos. Tenga usted muy buenas tardes".
Cristian Artuso (45) cortó el teléfono y comenzó a temblar. Tanto temblaba que al dialogar con Infobae no le salía la voz.
Más de 1400 millas náuticas separan a la isla de San Pedro (Georgias) del continente. Aquella isla preantártica en el extremo sur del Atlántico, donde yace su padre, no posee aeropuerto.
La vía de comunicación para acceder a esa gélida pero imponente geografía, donde también está enterrado el célebre explorador anglo-irlandés Sir Ernest Shackleton, es en barco.
Hace algunos años, un profesor de una universidad canadiense, que junto a sus alumnos corrían la Regata Shackleton, y que insospechadamente conocían la historia de Artuso, se ofrecieron a llevar un arreglo floral imperecedero confeccionado por la familia y lo colocaron en la lápida.
Finalizada la regata, los canadienses retornaron a Mar Del Plata y le entregaron a Cristian, Karina y Carolina tres piedritas del sepulcro: una para cada hermano.
"La humanidad no tiene bandera", dice Cristian. "El único contacto que tuve con la tumba de mi padre son estas tres piedras y la foto de su sepulcro con el arreglo floral que en un gran gesto humanitario llevaron los canadienses".
El accionar de la Embajada del Reino Unido en Buenos Aires mantiene como directriz anteponer las cuestiones humanitarias por sobre cualquier otra consideración política o de soberanía. Con ese espíritu, el año pasado se lograron identificar los restos de 93 soldados en el Cementerio Argentino de Darwin, cuyas lápidas figuraban anteriormente bajo el lema "Soldado Argentino solo conocido por Dios".
En línea con las respuestas que viene brindando la sede diplomática británica en relación con pedidos humanitarios sobre la Guerra de Malvinas, el caso Artuso ya entró en agenda.
Una muerte absurda
El suboficial principal Félix Artuso se despidió de su mujer y de sus tres hijos el 19 de abril de 1982. A Cristian, el mayor y único varón, entonces de ocho años, lo llevó aparte: "Hijo, me voy a la guerra. Tomá mi espada. Sé que no voy a volver".
Cristian intentó retener a su padre y arrojó las llaves del auto por la ventana. Pero el padre las atajó en el aire.
Artuso amaba a la Armada y el noble y viejo submarino Santa Fe era su vida. La familia vivía en un complejo de edificios de la Marina, cerca de la Base Naval Mar del Plata. Cristian abrazó a su madre, sabía que sería imposible disuadirlo para que se quedara con ellos. Estalló en llanto y, asomado a la ventana, vio a su padre alejarse. Artuso lo saludaba desde el vehículo. Esa última interacción entre ellos aflora, antojadiza y punzante, una y otra vez.
Los años reunieron muchas veces a la dotación del ARA Santa Fe. Cristian no se las perdía. Allí, junto a los antiguos camaradas de su padre, repasó una y mil veces los hechos que condujeron a su muerte y que ahora revela a Infobae.
A las 23.30 del 19 de abril—cuenta en un relato extenso en el que insiste en detenerse en detalles para "que la historia no se tergiverse o sea incompleta"— el submarino S-21 ARA Santa Fe zarpó hacia Georgias desde la Base Naval Mar del Plata.
Por ser mecánico naval, Artuso conocía en profundidad el estado del viejo submarino americano, del tipo Guppy II, que había combatido en la Segunda Guerra Mundial y prestaba servicio desde hacía 40 años.
Había sido comprado a la armada americana junto a su gemelo, el S-22 ARA Santiago del Estero. Este último, ya había pasado a retiro. Al año siguiente también lo haría el Santa Fe, ya que llegarían otros dos nuevos sumergibles de Alemania: los nuevos TR 1700 interoceánicos, el ARA San Juan y su gemelo, el ARA Santa Cruz. Las baterías del Santa Fe estaban obsoletas, por lo que el tiempo habilitado para la inmersión era reducido.
Aunque todavía le quedaba una última batalla por librar en una guerra precipitada. Comandada por el capitán de Corbeta Horacio Bicain, el Santa Fe llevaba torpedos, cuatro toneladas de víveres y armamento.
Tenía como misión desembarcar a un grupo de infantes de marina como refuerzo al personal existente en la ex estación ballenera de Grytviken, en la isla San Pedro (Georgias). Debía luego esconderse en alguna caleta alejada, en posición defensiva, a la espera de instrucciones. Tenía la orden expresa de no abrir fuego, a menos que la flota inglesa lo atacara primero.
Casi al llegar a Georgias el buque fue advertido que buques ingleses operaban en la zona. La dotación lo comprobó a través de los rumores hidrofónicos en sus sonares. Bicain dio entonces la orden de que un buque requisado a los ingleses por militares argentinos en Georgias trasladara a tierra a los infantes durante la noche. Atracar en puerto para el Santa Fe suponía ser blanco fácil para un bombardeo. Desembarcados los infantes, el buque navegó en superficie en busca de una caleta donde poder ir a inmersión con la consabida restricción del tiempo para sumergirse.
Las formaciones rocosas de los fondos marinos constituían una amenaza: la nave podía encallar y naufragar. En eso pensaban cuando de repente, un helicóptero Wessex inglés, que salió de entre las nubes, descargó dos bombas de profundidad que impactaron cerca de la popa del Santa Fe.
El fuerte estallido sacudió a la nave, inhabilitó instrumental y les imposibilitó la inmersión. Minutos después, aparecieron otros dos helicópteros ingleses Sea Lynx que, insistentemente, lo volvieron a atacar.
Los hombres del Santa Fe intentaron repeler el fuego inglés con fusiles Fal desde la torreta. Pero uno de los helicópteros lanzó un misil que atravesó la vela del submarino.
Una esquirla impactó de lleno en la pierna del cabo segundo Alberto Macías. Más tarde, debieron amputársela. En ese interminable bombardeo, el reloj Seiko de Artuso—según la reconstrucción que hace el hijo a Infobae—, se golpeó y se detuvo para siempre. El vidrio roto del visor mostró la fecha y la hora exacta del impacto de las bombas: 25 de abril 5.43 am.
A pesar del asedio inglés, el Santa Fe logró retornar y amarrar en el muelle de Grytviken. Artuso no había sufrido un rasguño, salvo por su reloj. Pero cuatro naves inglesas rodearon el área. La "Operación Paraquet", según la denominación inglesa, era muy superior en cantidad de hombres, armamento, sofisticación y buques. La "Operación Georgias" argentina había fracasado. Horas más tarde, para evitar un estrago, se ordenó la rendición y los hombres del Santa Fe cayeron prisioneros.
Los británicos consideraban altamente probable y peligroso que el submarino argentino generara una explosión: estaba averiado, cargaba torpedos y podría haber fugas de gases e hidrógeno. Obstruía, además, el único muelle que los ingleses creían operable en Grytviken, y necesitaban despejarlo para atracar sus buques.
Temían, además, según relata Cristian, que los argentinos sabotearan al Santa Fe, cargado de explosivos. El capitán del destructor HMS Antrim, Brian Young, y el capitán John Coward, del destructor HMS Brilliant, le exigieron al comandante Bicain que trasladara el submarino hacia otro muelle.
Bicain designó a seis hombres, entre ellos, al maquinista Félix Artuso. Los seis marinos, fuertemente custodiados por infantes británicos armados con pistolas Browning 9mm, tomaron sus posiciones, y siguieron las instrucciones que el capitán Bicain les impartía desde cubierta.
El cabo inglés, que custodiaba a Artuso, poco entendía de submarinos. Pero el capitán Coward, que era submarinista, le había advertido que Artuso no debía bajo ningún concepto accionar las válvulas de un costado del buque. Pero a medida que el submarino comenzó a navegar empopado por las averías, también empezó a escorarse.
Bicain, a través de un intercomunicador, le ordenó a Artuso que soplara los tanques de aire para reflotar y estabilizar el buque. La maniobra implicaba movimientos rápidos y certeros a babor y estribor en la sala de máquinas.
El custodio entró en pánico y pensó que Artuso intentaba hundir al submarino. Sin mediar palabra, descargó su pistola Browning sobre el maquinista.
Entre cuatro y seis tiros impactaron en el pecho y la cabeza del maquinista naval. En medio de un ataque de nervios, el inglés corrió a cubierta al grito de: "We are sinking! "We are sinking!" (¡Nos estamos hundiendo!). Y efectuó disparos al aire en señal de auxilio. Sin embargo, nada malo sucedía. Artuso había operado las válvulas correctamente y el Santa Fe restableció su flotabilidad.
"Mi padre murió instantáneamente y fue sepultado con todos los honores militares en Grytviken. El comandante Bicain presidió la ceremonia, a la que también asistió Coward", relata con templanza Cristian.
El nombre del marine inglés que mató a Artuso fue resguardado por los altos mandos británicos y nunca trascendió. La Royal Navy caratuló el hecho como un "error trágico".
La noticia a la familia
El 28 de abril de 1982, un enfermero, un suboficial y un teniente de la base naval marplatense tocaron la puerta del hogar de Vicenta, madre del suboficial principal. "Estábamos todos. Habíamos faltado a la escuela el día anterior cuando nos enteramos de que el submarino había sido capturado y de que había un hombre gravemente herido. No sabíamos quién. Creo que fue el teniente el que habló. Ahí nos dieron la noticia a toda la familia", prosigue Cristian. Lo cuenta con distancia, como aplacando un dolor que se intuye todavía en carne viva.
Un mes más tarde, los prisioneros de Georgias regresaron a Mar del Plata. "Recuerdo los micros llegando y la alegría de los familiares. Los compañeros de mi papá empezaron a descender. Yo miraba a cada uno y lo buscaba. Esperaba que de ese micro también bajara mi viejo. A mí ya me habían dicho que había muerto pero quisimos ir. Con mi madre y mis hermanas abrazábamos una falsa ilusión. Yo esperé a que bajaran todos y subí. Fue desolador ver que adentro de ese colectivo mi papá no estaba", confiesa, y ahora sí, aflora la emoción.
Esa misma tarde, los compañeros de Artuso visitaron a la familia. Y le entregaron a Cristian el reloj Seiko con el vidrio roto de su papá. Se paró a las 5.43 de la mañana del 25 de abril.
"Como mi hermana Carolina no tiene recuerdos de mi padre ni de esa guerra porque era muy chiquita, se lo regalé a ella", dice Cristian. "Pero es curioso, el reloj de mi padre dejó de funcionar el día de la rendición argentina, en la hora del bombardeo del cual él sobrevivió", reflexiona.
Félix Artuso fue declarado "Héroe Nacional" y condecorado con la medalla "La Nación Argentina al Muerto en Combate".
El ARA Santa Fe intentó ser remolcado a Londres como trofeo de guerra. Pero en su derrota, el noble submarino comenzó a escorarse y se hundió en las inmediaciones de una bahía. Esa bahía ahora lleva el nombre de Artuso. Está entre las bahías Stromness y Cumberland, en la isla Georgias del Sur. Allí, el mar grita su más lacerante ironía.
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