El 1 de abril de 1982, a las 5 de la mañana, cuando el primer teniente de la Fuerza Aérea Luis Darío José Castagnari dejó su casa del barrio de El Palomar para ir a la guerra, le pidió tres cosas a su esposa:
—Cuidate, cuidá a nuestros cuatro hijos, y si no vuelvo de Malvinas quiero que traigas mi cuerpo y me entierres junto a Gustavito.
María Cristina Scavarda, conmovida, le dijo: "Te lo prometo". Ella conocía mejor que nadie el terrible dolor que les había causado la muerte de su primer hijo, "Pirinchito", el 7 de enero de 1978, cuando solo tenía tres años y un cáncer se desparramó por su pequeño cuerpo y se los quitó de sus vidas en unos pocos meses.
Hoy, después de 36 años de lucha y espera, María Cristina puede decir que al fin pudo cumplir con aquella promesa.
Emocionada, así se lo dice a Infobae: "Hablé con el secretario de Derechos Humanos Claudio Avruj y me dijo que podía tenerlo acá con nosotros en la primera quincena de diciembre".
Esta será la primera vez , luego de finalizada la guerra el 14 de junio de 1982, que se traslade el cuerpo de un caído en las islas al continente.
"Esta no es una iniciativa del Estado. Nuestra ayuda fue de coordinación, con trámites legales, de papeles. Eduardo Eurnekian, quien siempre tiene un gran compromiso con las familias de los soldados de Malvinas, se va a ocupar de todo lo logístico, dando su apoyo para que esto pueda concretarse", dice Avruj a Infobae.
"En una reunión con el embajador Mark Kent y María Fernanda Araujo, presidenta de la Comisión de Familiares de Malvinas, se ha coordinado el traslado para la primera quincena de diciembre. Quisiéramos que sea antes del 8, cuando la señora cumple años, porque sabemos cuánto significa para ella y para su familia desde lo emocional poder cumplir con la promesa que hizo hace 36 años", continuó el secretario de Derechos Humanos.
"El Estado cumple el rol de asistir en un derecho privadísimo y personal de una familia que necesita cerrar una herida. Es un acto de sanación. Estas fiestas María Cristina las va a pasar con la deuda saldada", finaliza Avruj.
El proceso para que esto ocurra fue largo, difícil y entreverado. María Cristina siempre quiso que su marido descansara junto a los restos de su hijo en el cinerario de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús en Río Cuarto, donde ellos se casaron. Allí hay una pequeña urna con una plaquita que dice Gustavo Daniel Castagnari. A su lado hay un espacio vacío.
Desde Río Cuarto, donde vive junto a sus hijos –Martín, Guillermo, Walter y Roxana– y sus ocho nietos, la esposa de Castagnari recuerda que entre 2014 y 2015 inició los trámites para trasladar el cuerpo desde Darwin a Río Cuarto.
Durante mucho tiempo había tenido que dedicarse a criar y mantener económicamente a sus hijos, pero hace cuatro años supo del derecho de las familias sobre sus deudos y sintió que había llegado el tiempo de saldar esa deuda que tenía con su marido y que no la dejaba dormir.
Recorrió todas las dependencias oficiales: desde la Dirección Malvinas de la Fuerza Aérea a la Cancillería. Durante meses llamó para ver si el trámite había avanzado. Hasta que llegó una respuesta que la derrumbó: "Es imposible, tanto la Fuerza Aérea como la Cancillería y el Ministerio de Relaciones Exteriores denegaron tu pedido".
El 12 de diciembre de 2015 la Fuerza Aérea, quizás como consuelo, le ofreció volar a las islas. Lo hizo junto a sus hijos Martín y Guillermo. Al llegar a Darwin, se arrodilló frente a la placa con el nombre Luis Darío José Castagnari y por primer vez lloró sin consuelo.
"Sentí una tristeza enorme. Me abracé a su cruz y lloré. Me acosté sobre la tumba y le pedí perdón por no haber cumplido con lo que él me había pedido. Ese dolor que me pesaba, esa mochila que llevé cargada durante 36 años, me había quebrado".
"Era como si estuviera yo sola con él en el cementerio. Empecé a hacer mi duelo. Y hablé con Luis. 'Perdón, perdón por no cumplir. Vos me conocés, voy a seguir intentándolo', le dije. Y sentí como una caricia, como que él estaba muy cerca y me decía 'lo vas a lograr'. Era como tocarlo, como abrazarlo otra vez. Mi hijo mayor se acercó y lloramos juntos", recuerda.
Frente a la cruz blanca escribió en un pequeño papel lo que sentía y lo enterró entre las piedras del cementerio. Decía: "Voy a cumplir con lo que te prometí aquella madrugada al despedirnos, vas a descansar junto a Gustavito, por favor tené paciencia. Tus cuatro hijos y tus ocho nietos también quieren tenerte cerca". Luego, dibujó muchos corazones "llenos de amor": "Él fue y será el gran amor de mi vida…", confiesa.
El primer teniente había llegado a las islas en el primer Hércules C-130 que tocó suelo en Malvinas, luego del desembarco del 2 de abril.
Como integrante del GOE, comando de la Fuerza Aérea, le tocó asentarse en el aeropuerto de Puerto Argentino, lugar que se convirtió en blanco de la flota y de la aviación británicas durante la guerra.
Al militar cordobés lo llamaban "El Furia". Era el encargado de custodiar el radar, evaluar las condiciones de seguridad del área donde se asentaban las fuerzas argentinas y ayudar al funcionamiento de la Base Aérea Militar Malvinas (BAM). Los comandos habían construido los puestos de guardia y los refugios. Habían cavado trincheras, preparado un sistema de rampas con explosivos por si los ingleses intentaban un desembarco, e instruido a los soldados. Fueron ellos quienes se ocuparon de mantener alto el espíritu de los jóvenes para cuando llegara el momento del combate.
Luis le había dicho infinidad de veces a su mujer: "Si pudiera elegir cómo terminar mi vida, le pediría a Dios morir defendiendo la Patria". Pero no repitió esas palabras en las cuatro cartas que envió desde las islas. Solo le dijo que las Malvinas eran hermosas, "un lugar que uno podría elegir para vivir en familia".
La muerte lo encontró como oficial de guardia, corriendo con una radio en sus manos mientras daba órdenes y buscaba proteger a sus hombres. En medio de un feroz bombardeo inglés se acercó a los integrantes del Escuadrón Pucará para indicarles dónde estaban los refugios. Los oficiales lograron protegerse. Castagnari no pudo llegar.
Eran las once y veinte de la noche del 29 de mayo cuando las esquirlas del misil Sea lung, lanzado desde el destructor HMS Glamorgan, perforaron el cuerpo del primer teniente.
El 30 de mayo por la tarde fue enterrado en el cementerio civil de la Isla Soledad. El sacerdote Pacheco bendijo su cruz. El brigadier Castellano lo despidió: "Hoy sepultamos a un soldado que dio la vida por la Patria y sus camaradas".
Hoy María Cristina recuerda cuando los oficiales, vestidos con sus uniformes de gala, le anunciaron en el living de su casa del Palomar que su marido había muerto en la guerra. Eran las 11 de la mañana del lunes 31 de mayo de 1982.
Los hombres de la VII Brigada Aérea le dijeron sin preámbulos: "Venimos a informarle que su esposo murió en una misión especial en Malvinas".
"Sentí un frío que me recorrió la espalda. Agradecí la ayuda que me ofrecían. Y pensé en mis hijos, tenían que verme fuerte, necesitaban que la vida continúe sin lágrimas".
"Estaba ahorcada económicamente, la plata de la pensión no alcanzaba. Busqué trabajo como productora de seguros. Y después ingresé como personal civil de la Fuerza Aérea. Tenía dos trabajos. Como quería estar en casa cuando los chicos volvían del colegio, cocinaba y limpiaba por las noches. Casi no dormía. Todo fue una vorágine. Durante esos años nunca pude hacer el duelo", confiesa. "Mi duelo recién empezó en 2015, cuando viajé a las islas con mis hijos y lloré abrazada a su cruz".
Por el trauma vivido, María Cristina sufre estrés postraumático. Con tratamiento psicológico logra superar el dolor.
"Siento que cumplí con la promesa que le hice de cuidar a nuestros hijos, de educarlos como personas nobles, honestas, íntegras… Ese es mi mayor logro. Solo me falta cumplir con su última voluntad: traer su cuerpo para que esté junto al de Gusti. Y ahora esto está cada vez más cerca", dice emocionada y detalla el largo camino hasta este 2018, cuando por primera vez tiene una respuesta positiva a su pedido.
"Le escribí una carta al embajador británico Mark Kent, que me respondió inmediatamente, me recibió y me dio todo su apoyo porque entendió que es un derecho humanitario. Hablé con Claudio Avruj, de Derechos Humanos, y María Teresa Kralikas, de la subsecretaría de Malvinas en Cancillería. Durante varios meses me pidieron que esperara a que termine el proceso de identificación de los soldados y yo entendí que esas familias tenían que saber dónde estaban sus hijos porque el dolor de llegar a Darwin y que la tumba no tenga nombre era inconmensurable", explicó.
Cuenta cómo el empresario Eduardo Eurnekian, de Aeropuertos Argentina 2000, se conmovió con su historia y es quien se hará cargo del costo del traslado del cuerpo de su marido hasta Río Cuarto. También recibió el apoyo de María Fernanda Araujo, más allá que desde lo personal la presidenta de la Comisión de Familiares de Malvinas siente que los soldados caídos deben quedar en Darwin.
"Antes de las fiestas lo van a tener, van a pasar una Navidad en paz", le dijo Claudio Avruj en la llamada que "me cambió la vida y empezó a devolverme la paz", cuenta la viuda de Castagnari. "Yo le dije que el 8 de diciembre era mi cumpleaños y que sería el mejor regalo de mi vida poder tener a mi marido cerca otra vez", revela.
Al enterarse de la noticia, emocionada escribió un mail contándole de las novedades al embajador Kent, a Richard Jones, funcionario de la embajada británica y quien la acompañó en este difícil proceso, y a Roberto Curilovic, de Aeropuertos Argentina 2000 y veterano de Malvinas, el hombre de Eurnekian que se puso a su disposición para ayudarla.
Habla de la solidaridad de la gente y no puede contener las lágrimas: "Me llamaron los directivos de Parque Perpetual, de Río Cuarto, para hacerse cargo del traslado desde el aeropuerto local y de la cremación. También ofreció ayudarme con todo el papeleo la gente del Registro Civil de mi ciudad", cuenta.
"Estoy muy agradecida a todo el mundo. También a los isleños que comprendieron que es una cuestión humanitaria y autorizaron la exhumación. Como no existe un crematorio en Malvinas es más complicado, pero gracias a la buena voluntad del gobernador y de los funcionarios de las islas, a la ayuda de la embajada, y al señor Curilovic toda la logística pudo solucionarse".
"La verdad es que recién hoy tomé conciencia de que es algo firme, que va a pasar… Y siento una emoción que no puedo explicar", dice.
—¿Qué te pasó al recibir la noticia? —pregunta Infobae.
—Me hizo pensar en ese reencuentro que yo había imaginado si Luis volvía de las islas.
—¿Cómo era ese reencuentro?
—Yo me lo imaginaba bajando de un avión Hércules y a los chicos corriendo por la pista para abrazarlo… No va a ser así, claro, pero si él vuelve a estar entre nosotros es un poco recuperar lo que tanto nos ha faltado en estos 36 años.
—Pero no va a regresar como lo esperabas…
—Lo sé, pero esto me produce paz y serenidad. No vuelve como yo lo había soñado, pero es tenerlo, es abrazarlo, es dejarlo descansar junto a Gustavito, es cerrar esta historia de tanto dolor y de tantas esperas. Siento que voy a encontrar la paz y comenzar a vivir con mis hijos de otra manera, porque el dolor lo tengo adentro.
—¿Ocultás tu dolor?
—Lo escondo, pero por las noches estando sola en casa las lágrimas se escapan, dejo salir el dolor de su ausencia. Sé que a mis hijos esto les va a hacer bien, porque ellos se despidieron de su papá esa mañana como si fuera un día más y nunca más regresó. Y lo extrañan y lo necesitan.
—¿Y vos?
—Para mí será como renacer un poco a la vida. Estar en paz con lo que él me pidió. Si Luis no me lo hubiese pedido, yo lo habría dejado en las islas. Pero su deseo era estar con nuestro pequeño hijo y por eso es esta lucha. Sé que sus almas están juntas desde hace muchos años, pero ahora también estarán sus cuerpos.
—Es la primera vez desde que terminó la guerra que se trae el cuerpo de un caído al continente. ¿Sentís la solidaridad de la gente? ¿Recibís críticas?
—Hay mucha solidaridad. Algunos han dicho: "cómo lo van a sacar si él es un héroe". Pero yo he pedido que, si la Comisión así lo acepta, se deje su placa en Darwin con la leyenda: "Aquí yacía Luis Castagnari". Luis no deja de ser un héroe por descansar para siempre en la provincia donde nació.
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